Macondo, viaje al mágico pueblo que inspiró a García Márquez
Un recorrido por las calles en las que creció el nobel escritor colombiano, un lugar en donde reina la calma y casi no se oyen motores; Viernes 06 de mayo de 2011 | 08:01 (actualizado hace 1 días).
Un paseo por Aracataca, Colombia. Foto lanacion.com / Verónica DemaVer más fotos.
Por Verónica Dema
De la Redacción de lanacion.com
vdema@lanacion.com.ar
En Twitter: @verodema
Aracataca, Colombia.- Víctor estaciona su bicitaxi. El Negro, se lee en la lona que sirve de techo. "Hi!", dice como el talismán para ganarse el viaje con los primeros extranjeros que ve en Semana Santa. "¡Ah, Argentina!", responde y en su voz hay sorpresa y alivio. "Hablan como yo", acota y ya ofrece su tour predilecto: los lugares que tienen algún signo del escritor Gabriel García Márquez, que nació aquí, en la pequeña localidad, uno de cuyos barrios, Macondo, inspiró al autor de Cien años de soledad.
Un paseo de una hora y media por 25.000 pesos colombianos (50 pesos argentinos) a puro pedal: las dos personas que se ofrece llevar lo doblan en peso. "No hay problema, puedo, vivo de esto. ¿Fatiga? Sí, me canso, pero les aviso si no puedo más", dice el joven de 28 años, que aparenta 10 menos por su delgadez y su cara aniñada.
El clima no ayuda: la humedad es altísima y la temperatura se acerca a los 40 grados en este apacible pueblo caribeño cuyo lema es "En Aracataca no ha pasado nada, ni está pasando, ni pasará nunca. Este es un pueblo feliz". En el restaurante Gabo cuentan que "Ara" significa agua clara y "Cataca" es el nombre del cacique.
A menos de una cuadra, ya arriba del bicitaxi, Víctor se detiene frente un cartel, que es la entrada "oficial" al pueblo. El rostro de García Márquez ocupa buena parte del letrero, donde puede leerse una frase del premio Nobel de Literatura: "Me siento latinoamericano de cualquier país, pero sin renunciar nunca a la nostalgia de mi tierra: Aracataca, a la cual regresé un día y descubrí que entre la realidad y la nostalgia estaba la materia prima de mi obra".
Víctor espera y aprovecha para descansar. Luego se ofrece para tomar fotos o posar junto a su medio de transporte. Cuenta, como al pasar, que aquí son muy comunes los bici taxis, que cobran mil pesos por cuadra (dos pesos argentinos). Agrega que también hay dos mototaxis y algunos pocos autos, pero, por las distancias y el costo, las vedettes son las bicis como las que él maneja: "Al principio la alquilé, pero con algunos años de trabajo me compré la mía", dice, como muestra de su progreso. Aclara que con este trabajo mantiene a su mujer y a sus dos hijas.
Cuando vuelve a arrancar, Víctor ya está sudando su musculosa blanca. Aun así pedalea y no para de hablar. Quiere ser el guía perfecto de este tour por su pueblo de siempre, el único lugar del planeta que conoce.
FOTOGALERÍA (excelente mensaje en imágenes: ver original)
El cartel que es la entrada "oficial" a Aracataca - Foto: lanacion.com Verónica Dema
Víctor posa con su bicitaxi en la estación de ferrocarril - Foto: lanacion.com Verónica Dema
Macondo, puede leerse en el frente de este comercio cerrado en plena siesta - Foto: lanacion.com Verónica DemaFoto 1 de 21.
Es pleno mediodía y se apura por llegar al Museo Gabriel García Márquez, la casa donde nació el premio Nobel y donde vivió hasta la muerte de su abuelo, justo antes de cumplir sus diez años. Sabe que, puntual, a las 12.30 cierra y ya no abre hasta casi las 15. La siesta es sagrada en Aracataca, él lo sabe bien. Los calores húmedos ponen a todo el pueblo a dormir: apenas quedarán algunos viejitos sentados en la vereda bajo la sombra, o algún jovencito bañándose en el río.
"Macondo era entonces una aldea de 20 casas de barro y cañabrava construidas a la orilla de un río de aguas diáfanas que se precipitaban por un lecho de piedras pulidas, blancas y enormes como huevos prehistóricos. El mundo era tan reciente, que muchas cosas carecían de nombre, y para mencionarlas había que señalarlas con el dedo"
(Cien años de soledad)
A unas cuadras de allí, previo paso por una tienda donde compramos un sachet de agua fresca para cada uno, Víctor señala la escuela donde inició sus estudios "Gabito", como lo llamaban entonces. Ahora el edificio es un jardín de infantes y la escuela del pueblo es otra, a la que también nos lleva el joven taxista.
De allí, a la Casa del Telegrafista. Víctor cuenta que este lugar es especial porque en el libro El amor en los tiempos del cólera la telegrafía es central: desde que la vio por primera vez cuando fue a su casa a llevarle un telegrama, Florentino Ariza se enamoró de Fermina Daza y comenzó a conquistarla con sus apasionadas cartas y a mirarla desde un banco del parque frente a su casa. "Esta misma casa que inspiró a García Márquez fue por donde pasó la correspondencia real entre sus padres; este es un lugar por el que se dice que pasa el amor", cuenta en el descanso frente al edificio descascarado al que él le imprime todo el romanticismo.
¿Quieren ver el cementerio?, pregunta luego de pasar por la plaza y la iglesia del pueblo. No lo ofrece dentro del paseo porque allí no descansa ningún García Márquez. "Son gente de otra categoría, tienen otro nivel y no están acá enterrados", dice. Decidimos ir igual antes del último tramo del tour: el barrio Macondo, que el escritor presenta como un pueblo imaginario donde habitaron los Buendía. Víctor cruza un puente, pasa el río y ya está bicicleteando en Macondo. Es plena siesta, el pueblo está quieto, feliz.
Termina el paseo y salimos en búsqueda de un souvenir de Macondo, pero nadie los vende. "Están por abrir algo en la vieja estación, pero todavía no hay nada", nos dicen varios comerciantes. Tomamos fotos. El recuerdo de Macondo ya viaja con uno para siempre.
Macondo, viaje al mágico pueblo que inspiró a García Márquez - lanacion.com
el dispensador dice: sí, cada ser humano llega a la Tierra añorando su propio paraíso, un lugar que existe en alguna parte del mundo de las ideas pero que le pertenece por derecho propio, el de haber nacido, el de haber sido engendrado mediante un concierto de voluntades del que participan Dios mismo, la Virgen como madre eterna de la estirpe humana, y hasta el propio Espíritu Santo que confiere la gracia de la vida y genera la convergencia de los dones hacia un destino cierto y necesario. Pero dicho paraíso existe, es real, produce nostalgias funcionales a un estado de nirvana del que el ser humano no se puede desprender así como así, porque forma parte de su esencia. Detrás, existen afinidades armónicas con ciertos lugares que uno reconoce como "cercanos" a la idea de paraíso, de valle de silencios y convergencias espirituales... y aún cuando dichos lugares formen parte de la Tierra humana, alguna reminiscencia indica ecos de algo distinto, de algo que distingue al lugar y sus gentes. Es así, cada individuo tiene su lugar "ideal" en el mundo de los tiempos respirables... dicho sentimiento ha sido plasmado una y otra vez en obras literarias que se tornan rápidamente en paradigmáticas, porque el lector se siente atraído e inmediatamente incluído en dichas realidades virtuales. Wikipedia habla de Shangri-La como un lugar ficticio descrito en la novela de 1933 Horizontes perdidos escrita por el británico James Hilton. En el libro, "Shangri-La" es un valle místico y armónico, suavemente guiado desde una lamasería, encerrado en el extremo occidental de las montañas de Kunlun. Shangri-La se ha convertido en sinónimo de cualquier paraíso terrenal, pero sobre todo en una utopía mítica del Himalaya - una tierra de felicidad permanente, aislada del mundo exterior. En la novela, las personas que viven en Shangri-La son casi inmortales, que viven años más allá del período de vida normal y sólo muy lentamente, el envejecimiento en su apariencia. La palabra evoca también la imagen exótica de Oriente. En las antiguas escrituras tibetanas, la existencia de siete lugares se menciona como Nghe-Beyul Khimpalung. Uno de esos lugares se menciona que se encuentra en algún lugar de la región de Makalu-Barun. No es el único. Nuestra América tiene numerosos lugares donde el alma se siente armónica en sí misma, nada distinto a las almas del África o del Asia... traduciendo ese curioso sentimiento de Shangri-La donde convergen la utopía del ser con su propia realidad, sus esperanzas, sus ilusiones y las paradojas que propone el destino. Macondo, Shangri-La son equivalentes ante el mundo de las ideas del cual descienden como propuestas de búsqueda de contención desde y por la eternidad de cada quién. No se debe omitir que cada hombre tiene una "idea" singularmente distinta del "ideal" de sí mismo y su propio destino... y muchas veces dicho ideal y dicha idea, se encuentran reflejados en las letras de un tercero que se erige como referente de nuevos y distintos horizontes perdidos, donde la inmortalidad se refleja en la paz como esencia fundamental y como eje de vida espiritual, mística, bajo una visión cosmogónica donde nadie dice nada con segundas intenciones ni tampoco buscando ventajas circunstanciales. Sin embargo, así como hay un lugar ideal que refleja y exalta los sueños de cada ser humano y lo hace como propuesta de eternidad "eterna"... del mismo modo, existen ciertos "momentos" que vibran proveyendo esa misma sensación, por un lapso determinado, finito pero insoslayable que se proyecta hacia el mismo nicho del mundo de las ideas individuales donde el hombre se encuentra con su propio ideal, o bien con la idea de dicho "ideal". Mi Shangri-La es un lugar silencioso, de alta montaña, con fuentes ignotas que generan ríos de sabidurías ancestrales, bebibles o impregnables en arenales y raíces invisibles... de allí que entienda que mi lugar se focaliza en "alguna parte" de mi amada Cafayate, que quizás pueda extenderse hasta "cierto lugar" en Angastaco o hasta en Santa Rosa de Tastil, lugares donde hay "algo" que no se ve, pero que puede sentirse mediante la sensibilidad del espíritu en concierto consigo mismo. Esas sensaciones no son traducibles a palabras ya que no hay términos ciertos para definir la armonía en la que el alma es espejo de sí misma. El hombre necesita que lo sencillo se traduzca en paz y nunca deje ninguna de las dos condiciones, no prescinda de la sencillez que hace de la simpleza una esencia, que haga lo propio con la paz y por ende con la tranquilidad, ejes de vida. Quizás allí reside el sentido de "santuario"... un lugar donde no hace falta escuchar la propia oración ni tampoco justificar su sentido. No siempre se encuentra Shangri-La... pero existe. Los destinos que no contienen un "horizonte" cierto tampoco pueden enfocarse en la existencia de otros tantos "perdidos", de allí que para ellos no exista un paraíso ni tampoco un Shangri-La... el hombre que llega a este mundo sin un paraíso propio, tampoco hallará sentido a su propia vida. Podrá priorizar comodidades y bienes, podrá esgrimir soberbias, desprecios y hasta falsas compasiones y misericordias, pero se irá del mundo sin haber comulgado con su Shangri-La. Sin descubrir que sobre esta Tierra hay otras, donde cada dimensión proporciona sentidos a numerosos modelos de vidas de distinta extracción, donde todo ocurre simultáneamente sin que el otro, en cada una de ellas (dimensiones) sea consciente de ello. Los sueños de cada cual son testigos fehacientes de aquello que se expresa en estos renglones. Dichos sueños han brindado la oportunidad a cada hombre y cada mujer, de hallar su propio paraíso... oportunidades casi siempre obviadas, olvidadas, omitidas y hasta burladas. Negar no hace otra cosa que ratificar la oportunidad cierta que se propone, que se ofrece... cuanto más se niega, más existe, más se exacerba el sentimiento y la búsqueda infructuosa lleva a la frustración máxima, esa que indica que el lugar existe pero que la voluntad no conduce hacia él. Y entonces crecen la pena y sus penurias... debo confesar que sentimientos encontrados me fueron conduciendo a la idea de la existencia de Shangri-La, hasta que un día, sin alternativas a la vista, entendí que debía dirijirme hacia la idea tal la había recibido en sueños... hoy puedo decirlo con la autoridad que me confiere el hallazgo, Shangri-La, mi paraíso, existe, es real, se replica en simultaneidad simétrica en varias dimensiones, en las cuales me he visto contenido, desatado de los falsos compromisos oportunistas de las necesidades y antojos de los otros... esos que hacen que uno sea víctima de sus propias circunstancias y que los victimarios usen tus miedos y tus dolores para hacerte más pesada aún la carga, la cruz que te ata a los designios incumplidos de los otros, esos que te atan, despectivamente sometiéndote a voluntades que solamente cultivan las propia falencias en los otros. El hombre es parte de su destino, pero eso lo hace más parte aún de sus sueños, de sus sentimientos, de sus sensaciones... y allí anida la importancia del paraíso. No quiero un Shangri-La de inmortalidades innecesarias, sí quiero un lugar donde forme parte de un horizonte perdido que ningún otro podrá hallar porque pertenece a mi espíritu y su comunión íntima con el propio espíritu santo, ese que confirió la gracia y habilitó los dones para ser traducidos en talentos comunitarios. He descubierto que más allá de los nombres con los que cada quién puede designar a su lugar ideal, su paraíso, llámese Shangri-La o Macondo, Angastaco o Cafayate, dichos lugares existen y están en capacidad de cobijar lo mejor de cada alma en su tiempo, y más allá, lo mejor de cada alma en su eternidad... para lo cual, es condición sine qua non perder el horizonte. Mayo 07, 2011.-
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