Leticia Sánchez Ruiz: “Escribimos para iluminar espacios oscuros”
Por Luis García | Entrevistas | 23.11.11Leticia Sánchez Ruiz publica nueva novela. De por sí, esto debería ser todo un acontecimiento literario, ya que estamos hablando de una de los escritoras actuales con mayor proyección del momento, solo comparable a alguna de las grandes. Se me ocurren algunos nombres, pero por pudor y respeto no los voy a nombrar. Leticia Sánchez Ruiz publica nueva obra y ya las cuenta por premios. El Alarcos de novela con Los libros luciérnaga y ahora Premio Ateneo Joven de Sevilla con El Gran Juego (Algaida). Leticia Sánchez Ruiz publica nueva novela, tomen buena nota, su carrera no ha hecho sino comenzar.
Creo que es obligada la pregunta. ¿Después de Los libros luciérnaga le costó mucho meterse en una nueva historia?
Comencé a escribir El Gran Juego pocos días después de haber acabado Los libros luciérnaga. Tenía muchas ganas de contar otras cosas y de forma distinta. Fue como haber hecho un viaje en avioneta y empezar otro en globo. Pero Los libros luciérnaga no me abandonaron del todo, seguía llevándolos en la maleta… Quienes hayan leído la novela se encontrarán con algunas sorpresas en El Gran Juego.
¿Qué es El Gran Juego?
El Gran Juego. Sólo quiero volver al Gran Juego. Éstas son las últimas palabras de Perotti, un anciano centenario cuya única amiga es una niña pequeña, la hija de los dueños del bar en el que para todos los días. Al morir, le cede a la niña su lugar en la partida. Ella y su hermano Cosme (un universitario alto y delgado que escucha a los Beatles) tendrán que ir descubriendo a qué están jugando.
Según sus palabras El gran juego es una novela ambientada en los años sesenta, en la que una familia regenta un bar donde se toma café en vaso, se juega al dominó, se hacen tertulias después de comer, se juntan los periodistas, los indianos, los políticos y los albañiles, y en cada mesa hay un cenicero de Cinzano. ¿Seria correcta la definición?
Sí, ése es el escenario central de la novela, uno de sus corazones. Aquellos inmensos bares tertulia llenos de humo y con olor a riñones al jerez donde se cerraban los tratos y se gestaban los milagros. Un bar es un micromundo en el que todo tiene cabida. Todo menos un niño. Y ésta es la historia de una niña que se cría en un bar. No es un retrato detallado de los años ’60, puesto que en ningún momento se dice la fecha en la que transcurre la novela; más bien es la recreación de otra época, de aquélla en blanco y negro en la que ponían en los cines las películas de Passolini y los indianos habían vuelto a casa.
El título con el que usted presentó la novela al premio era La calle La Luna.
Efectivamente. La calle La Luna era donde vivían mis abuelos en Oviedo. En mi familia no se decía “vamos a la casa de los abuelos”, sino “vamos a la calle La Luna”. Así era como llamábamos a aquella casa, a aquel lugar en el mundo. El bar de la novela está ubicado en una ficticia calle la Luna, porque quería recobrar aquel espíritu, aquella forma de llamar a una parte por el todo. Pero entre mis editores y yo decidimos que El Gran Juego era un título más apropiado, más atrayente y que reflejaba mejor el contenido del libro.
Una fotografía y una historia no contada. Mis abuelos, como los protagonistas de la novela, regentaron un bar en el que mi madre pasó su infancia. Pero ella, que es alérgica a la nostalgia, jamás habla de esa etapa de su vida. Un día encontré una foto de mi madre de niña en el bar, y me puse a preguntarme cómo habrían sido aquellos años. Como nadie me los contó, me los inventé enteritos, y descubrí que en esa fantasía había una novela. Siempre escribimos para conocer, para iluminar espacios oscuros y completar preguntas sin respuesta.
Pero como en toda novela hay un secreto…
En esta hay muchos (la verdadera historia de la familia, qué oculta la escritora enana, amores inconfesables, quién está espiando…), pero sobre todo hay uno: qué es el Gran Juego y a qué conducen todas sus pistas.
Es su segundo éxito literario, su segundo Premio, ¿Qué cree que le deparará el fututo inmediato?
Pues, sinceramente, no tengo ni la más mínima idea. Espero que a seguir escribiendo en pijama.
Porque usted, no sé si es consciente, acaba de entrar en la vorágine de la rueda del circuito literario, es una escritora a seguir a partir de ahora…
No, la verdad es que no soy demasiado consciente. Hace años, antes de ganar el Emilio Alarcos, una escritora consagrada me dijo: “piensas que lo peor es ahora, cuando no te publican. Pero te equivocas; lo peor viene luego. Todas las dudas con tus siguientes libros, el temor a las críticas, desconfiar de ti misma, tener pánico a que no se venda…”. “¿En serio?” le pregunté. “¿Entonces esta angustia no acaba nunca?”. “Nunca” me respondió. Y así es; se siente tanta incertidumbre como al principio. Con una diferencia: antes no sabía si las historias que escribía le podían interesar a alguien, y ahora, al menos, sé que es posible.
Vive y trabaja en Asturias, ¿se puede hacer desde la distancia alejada de los saraos literarios del país?
Hace años dudé en marcharme, pero me di cuenta de que tendría que trabajar tantas horas para pagarme el alquiler y los garbanzos en Madrid, que preferí quedarme en casa y sacar tiempo para escribir. Hacerme fuerte en un lugar del mundo. Siempre he pensado que lo fundamental para escribir (aunque pueda parecer absurdo) es precisamente escribir. Una vez logrado eso, ya viene todo lo demás. Aunque en el futuro no descarto marcharme a Madrid, Nueva York, Pernambuco o un pueblo de Soria. Esto es lo bueno o malo de esta profesión: vivimos sobre una tela de araña, nada es sólido ni permanente.
¿Tiene usted Agente Literario?
De momento, no.
¿Qué esta preparando en estos momentos?
Estoy recopilando mis relatos. Corrigiendo, sumando algunos nuevos, tirando muchos a la papelera…
¿Y para cuándo tendremos nueva novela?
De momento me estoy documentado. De nuevo me voy a embarcar en una aventura muy distinta y bastante peligrosa: un tema, unos personajes y un entorno de los que apenas sé nada. Pero sé lo que les ocurre y sé lo que sienten. Además, siempre escribo para descubrir. Un pequeño adelanto: en esta nueva novela va a haber muchas muertes.
Luis GarcíaLas Cartas del Norte
Leticia Sánchez Ruiz: “Escribimos para iluminar espacios oscuros” - Revista de Letras
el dispensador dice: las palabras tienen el poder de iluminar espacios oscuros, disipar tinieblas envolventes, evaporar nieblas concentradas, despejar corazones atormentados, regresar el equilibrio a las auras, devolver el sentido a las almas, elevar los espíritus en el pentagrama de los destinos, alejar penas, desatar dramas, olvidar ofensas, restar importancia a los desprecios, disimular las soberbias... en dicho punto, las palabras guardan sentido de "esencia"... aquello que se pronuncia se traduce en "luz" de causas y consecuencias, liberando las sendas y abriendo caminos mayores hacia la reflexión y el pensamiento fundado en "valores" que están más allá de cualquier razón, anidando en la lógica filosófica que nos trae y nos lleva, que se traduce en gracia para la vida, que expresa un don o más de uno y que se traduce en talentos por el propio espíritu y como aporte a los "otros". La palabra tiene el potencial, también, de ser todo lo contrario... de ser eminentemente tóxica, nociva a los sentimientos, denigrante para la condición humana del prójimo, dependiendo de la intención oculta, de la intención segunda, del interés o la conveniencia como prioridad de asalto sobre el esfuerzo y la voluntad ajenas. La diferencia entre la "palabra luz" y la "palabra tiniebla" es inmensa, tan inmensa como un abismo insondable, tan temible como un desfiladero interminable, enredando a las almas que acuden al desprecio como eje del día, atrapando los sentidos hasta secarlos, consumirlos y hacer de esas personas la justificación de la tergiversación de los sentidos... se dice una cosa, pero se hace lo contrario... se expresa una cosa, pero la segunda intención opera al modo de un ariete que derriba las puertas del alma del próximo. La palabra tiene un poder, una energía, una fuerza inherente que sólo puede ser contrarrestada por la energía filosófica y ética de los "silencios". Cuando no hay nada qué decir, ¿para qué decirlo?... ¿cuando la circunstancia no amerita el pronunciamiento, para qué pronunciarlo?... allí residen las diferencias entre el hombre atormentado por sus propios apuros, tejidos entre angurrias y avaricias, y el hombre que se sustenta en el pensamiento creador y creativo (obsérvese la diferencia), aquel otro que se sustenta en la observación reflexiva, la contemplación, la oración, la meditación o el seguimiento del sentido místico de lo que existe. Tanto es así que la cosmogonía de las palabras pueden conferirles un contenido "universal", expansivo, o promover las antípodas hasta alcanzar el oscurantismo del pensamiento, ése que esconde las soberbias que sostienen los escudos de los desprecios... la cultura de las palabras están plenas de ángulos y geometrías del espacio que tienen el potencial de nutrir los espíritus utilizando a las neuronas como intermediarios de los sentimientos... y justo detrás de cada palabra hay un número horizontal, explícito, y otro vertical o angular, que guarda un segundo mensaje revelador. Tras cada intención hay una Babel donde los ejes se suman o se confunden... tras cada expresión hay una tierra pródiga o un diluvio universal pleno de temores y pesadillas... tras cada dicho el aire se enriquece químicamente o bien se quiebra tornándose denso. La palabra puede construir "poesía", ser prosa "centrífuga", nutrientes de rutinas, de huellas y de sombras... también, más allá, puede transformarse en un golpe que instala desiertos. Junto con ello, la palabra de cada quién tiene un lugar, un espacio que se condice con aquella geometría del pensamiento que se da con el mundo de las ideas, sus esferas y sus cristales... te acercas a Dios cuando pronuncias lo justo que reivindica el sentido de los equilibrios, cuando justificas el sentido de lo que dices en lo poco... te alejas de él, supremo, cuando lo que dices se expone envuelto en las tinieblas de la incomprensión. Las palabras se imprimen en el aire o en su esencia, según se pronuncien o se piensen... y todo se registra y permanece de cara a la eternidad de lo estampado en el libro de la vida, ése que contiene el destino a caminar temporalmente... convirtiéndose en savia del árbol de la vida que se ubica en el centro del espíritu del paraíso, o en flores del jardín de los ancestros, antecesores en el camino de la vida de quien pronuncia y hace, de quien construye para el prójimo olvidado u ofrece una oportunidad para escalar los acantilados del alma. Curiosas visiones de la palabra y sus sentidos... ¿qué eres?, ¿sentido o palabra?... Noviembre 28, 2011.-
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