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Hace muchos siglos, varios antes de que América formara parte del mundo conocido para España, estos seres de piedra y arcilla aseguraban el paso de los días y las noches, garantizaban las estaciones y las cosechas, eran el lazo con el más allá y, sobre todo, reclamaban veneración y respeto para mantener el universo en su lugar.
Despojados de su paisaje de origen, separados por miles de kilómetros y de años de las comunidades que les dieron sentido, siguen conservando al menos algo de su poder: los visitantes que hoy recorren las salas blancas y despojadas de la Fundación Proa miran con religioso respeto a estos dioses que se imponen allí con serena belleza.
Integran la muestra Dioses, ritos y oficios del México prehispánico , que hasta el 8 de enero próximo expone por primera vez en el país más de 150 piezas arqueológicas de distintas culturas que habitaron el golfo de México desde el año 700 a. C. hasta poco antes de la conquista española. Algunas nunca fueron exhibidas y otras han sido recientemente recuperadas, una pequeña evidencia del gigantesco patrimonio arqueológico mexicano, que en parte aún descansa sin ser descubierto.
Las piezas -desde sencillos collares, anillos y vasijas a dioses tallados en piedra y fragmentos de centros de culto-, y sobre todo su presentación y montaje, permiten al visitante hacer por lo menos dos lecturas: una arqueológica, quizá la más previsible para quien se acerca a Proa, y otra estética, que sorprende si uno olvida por un momento la información abundante y se deja fascinar.
La mirada arqueológica aporta un panorama bien documentado de la cosmovisión, el orden social y la vida cotidiana de esos pueblos. "La idea es concebir una muestra arqueológica que nos permita viajar por el tiempo y poder reconstruir a través de sus expresiones artísticas el imaginario de los grupos culturales asentados en las costas del golfo", escribe el curador David Morales Gómez en el catálogo. "La excelsa selección de piezas arqueológicas muestran la variedad de las ideas, la estructura social y el amplio bagaje cultural."
Se recorren así la sala inicial dedicada a los dioses -de la fertilidad, del agua, del sol; el magnífico rostro de la muerte tallado-, la que sigue para los ritos -con un lugar destacado para el juego de pelota, un espacio central en la vida comunitaria, ligado a la continuidad de la vida- y la tercera relacionada con los oficios. En efecto, alfareros y lapidarios (los que trabajaban la piedra) cumplían funciones importantes en las comunidades: fabricaban vajilla de uso cotidiano y adornos, pero también instrumentos musicales y objetos para el culto, una base además para el intercambio económico.
Como se señala en la muestra, los objetos son documentos valiosos para reconstruir la flora y la fauna, las vestimentas y costumbres, así como para deducir el tamaño de los hornos de barro con que trabajaban y asombrarse con la evolución del modo de reproducir los rasgos humanos.
A esa altura del recorrido, una nueva manera de ver la exhibición se abre al visitante mientras camina entre cerámicas, deidades de la fertilidad y el sol, dioses narigudos y pintura mural. Si se detiene en la síntesis, la geometría, las formas suaves y la magia de esas piezas trasladadas a un centro de arte contemporáneo, aparecen todas sus resonancias estéticas.
Está el sorprendente dios Tlaloc, con un adorno en su cabeza que lo hace casi un personaje de ciencia ficción; el equilibrio de unir por los pies a dos figuras casi gemelas; la síntesis de las pequeñas figuras antropomorfas de piedra; las líneas simples del señor de Ozuluama, que muestra el amanecer y el anochecer; la decoración colorida y geométrica de las cerámicas; la habilidosa talla en piedra del ganador del juego de pelota; las deidades dedicadas a las mujeres que mueren durante el parto, con sus bocas abiertas y sus atributos de dolor.
La última sala, en el primer piso, aporta una última reflexión posible. Muestra fotografías que registran las expediciones arqueológicas en la zona de Veracruz, de donde provienen las piezas, realizadas desde 1890 y hasta 1950. Entre la vegetación, la afanosa tarea de expertos y lugareños va haciendo emerger los testimonios de esas culturas. ¿Qué puede conservar un museo, donde a menudo se los trasladaba, del sentido que esas piezas tuvieron en sus lugares y para sus creadores? ¿Qué resonancias traen y con cuáles las rodeamos nosotros, extranjeros en tiempo y espacio? ¿Qué pasa cuando, en una vuelta más, son mostrados en un centro de arte contemporáneo como Proa?
Arte, documentos arqueológicos, elementos de adoración, registro, equilibrio y trueque, las piezas mexicanas que por unos meses atesora Buenos Aires son, como dice Adriana Rosenberg en su texto de presentación, un "gesto de construir memoria". Quizá sea ésa una buena respuesta.
Ficha. Dioses, ritos y oficios del México prehispánico , en Fundación Proa (Av. Pedro de Mendoza 1929), hasta el 8 de enero.
el dispensador dice: el hombre en sus tránsitos por sus respectivos tiempos respirables ha ido dejando muestras de su convivencia con Dios y sus huestes de ángeles, con sus mensajeros, con sus signos y con sus señales, con sus expresiones actualizadas de un verbo motor de ciclos y presencias... hubo un tiempo en que la gesta humana estaba indisolublemente unida a la naturaleza... ¿cómo no estarlo?... ¿qué mayor esencia que la que provee el agua en todas sus formas?... ella es el eje de la vida humana imbuida por los sueños... ¿qué mayor esencia que la que provee el suelo como tierra pisable y transcurrible?... en ella se imprimen las huellas de las presencias y se deja estela de las ausencias... ¿qué mayor esencia que la que provee el aire?... el concede las moléculas acuosas que serán respiradas durante el paso de la huella y sus sombra... ¿qué mayor esencia que la provee el fuego?... eterno esterilizador de las intenciones ocultas de las almas... los elementos hacen a la espiral de la presencia humana y no sólo de ella. Sus sentidos esenciales se traducen en miles de millones de expresiones que dan forma a las circunstancias que deben ser transitadas por los "andantes", seres que han sometido sus espíritus a las limitaciones de un cuerpo débil, transitorio, efímero. Dicho paso necesitó estar vinculado a Dios como propietario del sentido de las gracias que se conceden desde y por el verbo causal, de los dones que se conceden desde aquella gracia y de los talentos que el hombre debe exhibir como traducción de su paso hacia los prójimos... "nada para sí, todo para él y sus hijos", ésa es la consigna estelar y cosmogónica de los tiempos. Lo habían interpretado con claridad los antiguos, se fue evaporando el sentido y hoy sólo permanece la entelequia envuelta en tinieblas propias de las soberbias y comunes a los desprecios. Se habla de ángeles, pero se los burla... se habla de la conciencia pero se la desoye y hasta se la niega más de tres veces antes que el gallo llegue a cantar. Claro está, las grandes orbes humanas ya no contienen gallos y todo tiene forma de patio, sin flores, sin verdes, con mucho plástico y artes virtuales. Cuando el hombre comulgaba con la naturaleza, también lo hacía con sus dioses, que no eran otros que las mismas esencias, las mismas que hoy asisten a los empecinamientos del hombre... la imaginería mágica de los antiguos era una conexión cierta del aquí con el allá, indisolublemente unidas por ancestros que había sido y por almas que esperaban ocupar un lugar en los conciertos de las huellas y sus sombras... la imaginería de piedra, barro o cristal conectaban aquellas almas con sus dioses y los tránsitos se justificaban en sí mismos... la conquista impuso una inquisición que arrasó con aquellos sentimientos, sentimientos que estaban en una singular decadencia práctica, aspecto no menor que facilitó una conquista pobre de esencia y vacía de otros contenidos que no fueses depredar los oros y las platas salvadoras de reinos quebrados y reyes carentes de espíritu. Los dioses ancestrales, los creadores y los formadores, huyeron a través de los portales oraculares y quedaron expectantes ante la desidia en ciernes... hoy, muchos de ellos son testigos silenciosos de observadores de museos mudos. No hace falta pronunciar palabras para decir lo necesario, y en las vitrinas lo único que se junta es polvo... los observantes pasan sin detenerse a apreciar el sentido de las esencias... y los dioses lo siguen siendo desde sus paciencias y sus pasividades. Nada es superior a la idea y sus conexiones con el mundo de las fuentes. Hakavitz, Tepeu y Gukumatz contemplan atónitos un mundo humano alterado y negador de sus raíces... un mundo humano donde se arrasa el árbol y se desconoce el equilibrio de las especies, del aire, del suelo, del agua y del fuego. La esencia del hombre contiene agua y un poco de suelo, elementos provistos por el concierto de los dioses y sus sentidos originales... ¿qué será del hombre sin ellos?, ¿sin agua?, ¿sin suelo?. La magia de vivir en un sueño se ha quebrado a partir del momento en que el hombre despreció su propio espíritu allá en la Babel... los dioses son testigos de un mundo donde todo está alterado, tergiversado, donde lo épico es leyenda y donde lo mediático es representativo de los valores perdidos y los otros olvidados. El hombre de esta era tiene iglesia pero ha perdido su propio espíritu... y los altares del alma están vacíos, más vacíos que nunca antes. Quetzalcoátl está expectante... la serpiente emplumada viene por sus posesiones, es tiempo del 4-ESPÍRITU, el sexto SOL frío, azul, el que repara las almas. Noviembre 21, 2011.-
NOTA: supe tener un amigo llamado Ricardo Mello Vargas, intérprete del mensaje ancestral de la estirpe de los karaivés... supe ver por sus ojos y pensar por sus neuronas... supo descubrirme el portal de los tiempos... supo enseñarme el otro lado de la cosmogonía americana. Curiosamente, partió en el silencio propio de los distintos, ése que sólo se muestra en los sueños. Su palabra fue verbo, su amistad permanece en el simbolismo mágico que une a las almas prescindentes de segundas intenciones. Sea éste un homenaje a su paso...
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