"Algunos cuentos son como aceleradores de partículas"
Andrés Neuman compone en 'Hacerse el muerto' un libro de relatos cortos a través de experiencias e imaginaciones vividas en los últimos siete años
DANIEL VERDÚ - Madrid - 11/11/2011
- Pero entonces, ¿podríamos decir que la relación de un escritor con los cuentos es más promiscua, que se desarrolla más en tono de amante que con una novela?
Y ahí, Andrés Neuman (Buenos Aires, 1977), un tipo muy listo que siempre piensa bien lo que dice antes de abrir la boca, se levanta del escritorio del despacho de su editor y anuncia que en esta ocasión va a meditar la respuesta mientras visita el baño. La repentina iniciativa amplía su espectro de recursos reflexivos a un escenario y un contexto (unos urinarios en pleno desarrollo de su función), por cierto, que sirve en su recién publicado libro de relatos (Hacerse el muerto, Páginas de Espuma) como pretexto de un rito de seducción homosexual entre dos eruditos semióticos. Una de las piezas más surrealistas y a la vez hermosas del nuevo trabajo del escritor argentino, que venía de publicar un sintético cuaderno de anecdotario sobre el periplo que le llevó de gira por Suramérica presentando El viajero del siglo, la novela que le valió el Premio Alfaguara de 2009.
A la vuelta, claro, ya tiene respuesta. "La maravilla de los cuentos, como el periodismo, es que te permiten empezar de cero cada vez. Todos los días acaba el mundo y al amanecer siguiente vuelve a comenzar. Y mira, el equilibrio entre improvisación y orden es siempre el origen de un libro así", dice, ya más aliviado, sobre un libro por el que desfila una exmonja que solo practica el sexo (y lo practica mucho) sin amor o locos que juegan a psiquiatras con sus terapeutas.
Neuman lleva jugando a los equilibrios con ellos siete años. El tiempo durante el que ha ido incluyendo y descartando piezas en este artefacto tragicómico compuesto de enormes emociones y cortas transiciones.
Pero lo hizo sin tener tampoco muy claro a dónde le conducía la pendiente del libro. Aunque fuera breve. "Es que me parece opresor pedirle a un libro de cuentos que el escritor sepa de antemano que va a escribir 12 relatos sobre, por ejemplo, ciclistas en Praga. ¿Y si se me ocurre algo sobre un ciclista en La Paz? ¿Qué hago entonces? Hay una cierta energía que queda reprimida con un punto de partida". Ya, bien... en el libro se entiende. Pero en un relato corto, con tan poco margen de maniobra, ¿puede el escritor dejarse llevar por la historia o hay que salir a jugar con un plan muy concreto? "Para nada. Más corta es la poesía y no tiene problemas para navegar a su antojo. Podríamos sostener lo contrario, avanzar durante 200 páginas sin un plan es abusar del lector. En un número pequeño de páginas se puede llegar a crear una voz; una canción improvisada puede ser una maravilla, pero una sinfonía sería un horror".
Los cuentos son a veces primos de los poemas. Los buenos, claro. Por brevedad, inspiración, melodía. "Es que no es solo la narración de la historia, es cómo se cuenta", señala. "Y además, con los cuentos tienes la posibilidad de aprender a escribir en cada pieza. Ese regreso a cero que hay en la escritura merece preservarse. La variedad dentro del orden permite el cambio de ánimo". Porque el libro es una montaña rusa anímica en la que la muerte se pasea a sus anchas. En el largo proceso de ensamblaje (en realidad él habla de desmontar el mecanismo de un reloj) Neuman tuvo que seguir viviendo tras la muerte de su madre y una peligrosa enfermedad de su padre, pero también después de grandes alegrías profesionales como el Premio Alfaguara que recibió en 2009.
Todo eso se lo llevó puesto, como los viejos zapatos de su padre que le entregaron en un hospital español pensando que el progenitor ya no los iba a necesitar y que dan título y argumento a un espléndido relato del libro. "Sí, esa vez fue la primera que me supe mortal", recuerda. Pero por encima de todo, la construcción de los relatos y todos esos acontecimientos vistos ahora -especialmente los que ponen o quitan límites cruelmente a las biografías- constituyen una reflexión sobre el tiempo y su extraordinaria maleabilidad. A eso, justamente, es a lo que Neuman se refiere cuando habla de desmontar el reloj para construir relatos. "Hay cuentos que comprimen un acontecimiento largo en un pequeño espacio, o al contrario. Algunos son como aceleradores de partículas, otros ralentizan el tiempo. Lo que me gusta a mí es averiar el reloj". Y en este libro, desde luego, la manecillas van como locas por la esfera.
"La maravilla de los cuentos, como el periodismo, es que te permiten empezar de cero cada vez", dice el autor
Y ahí, Andrés Neuman (Buenos Aires, 1977), un tipo muy listo que siempre piensa bien lo que dice antes de abrir la boca, se levanta del escritorio del despacho de su editor y anuncia que en esta ocasión va a meditar la respuesta mientras visita el baño. La repentina iniciativa amplía su espectro de recursos reflexivos a un escenario y un contexto (unos urinarios en pleno desarrollo de su función), por cierto, que sirve en su recién publicado libro de relatos (Hacerse el muerto, Páginas de Espuma) como pretexto de un rito de seducción homosexual entre dos eruditos semióticos. Una de las piezas más surrealistas y a la vez hermosas del nuevo trabajo del escritor argentino, que venía de publicar un sintético cuaderno de anecdotario sobre el periplo que le llevó de gira por Suramérica presentando El viajero del siglo, la novela que le valió el Premio Alfaguara de 2009.
A la vuelta, claro, ya tiene respuesta. "La maravilla de los cuentos, como el periodismo, es que te permiten empezar de cero cada vez. Todos los días acaba el mundo y al amanecer siguiente vuelve a comenzar. Y mira, el equilibrio entre improvisación y orden es siempre el origen de un libro así", dice, ya más aliviado, sobre un libro por el que desfila una exmonja que solo practica el sexo (y lo practica mucho) sin amor o locos que juegan a psiquiatras con sus terapeutas.
Neuman lleva jugando a los equilibrios con ellos siete años. El tiempo durante el que ha ido incluyendo y descartando piezas en este artefacto tragicómico compuesto de enormes emociones y cortas transiciones.
Pero lo hizo sin tener tampoco muy claro a dónde le conducía la pendiente del libro. Aunque fuera breve. "Es que me parece opresor pedirle a un libro de cuentos que el escritor sepa de antemano que va a escribir 12 relatos sobre, por ejemplo, ciclistas en Praga. ¿Y si se me ocurre algo sobre un ciclista en La Paz? ¿Qué hago entonces? Hay una cierta energía que queda reprimida con un punto de partida". Ya, bien... en el libro se entiende. Pero en un relato corto, con tan poco margen de maniobra, ¿puede el escritor dejarse llevar por la historia o hay que salir a jugar con un plan muy concreto? "Para nada. Más corta es la poesía y no tiene problemas para navegar a su antojo. Podríamos sostener lo contrario, avanzar durante 200 páginas sin un plan es abusar del lector. En un número pequeño de páginas se puede llegar a crear una voz; una canción improvisada puede ser una maravilla, pero una sinfonía sería un horror".
Los cuentos son a veces primos de los poemas. Los buenos, claro. Por brevedad, inspiración, melodía. "Es que no es solo la narración de la historia, es cómo se cuenta", señala. "Y además, con los cuentos tienes la posibilidad de aprender a escribir en cada pieza. Ese regreso a cero que hay en la escritura merece preservarse. La variedad dentro del orden permite el cambio de ánimo". Porque el libro es una montaña rusa anímica en la que la muerte se pasea a sus anchas. En el largo proceso de ensamblaje (en realidad él habla de desmontar el mecanismo de un reloj) Neuman tuvo que seguir viviendo tras la muerte de su madre y una peligrosa enfermedad de su padre, pero también después de grandes alegrías profesionales como el Premio Alfaguara que recibió en 2009.
Todo eso se lo llevó puesto, como los viejos zapatos de su padre que le entregaron en un hospital español pensando que el progenitor ya no los iba a necesitar y que dan título y argumento a un espléndido relato del libro. "Sí, esa vez fue la primera que me supe mortal", recuerda. Pero por encima de todo, la construcción de los relatos y todos esos acontecimientos vistos ahora -especialmente los que ponen o quitan límites cruelmente a las biografías- constituyen una reflexión sobre el tiempo y su extraordinaria maleabilidad. A eso, justamente, es a lo que Neuman se refiere cuando habla de desmontar el reloj para construir relatos. "Hay cuentos que comprimen un acontecimiento largo en un pequeño espacio, o al contrario. Algunos son como aceleradores de partículas, otros ralentizan el tiempo. Lo que me gusta a mí es averiar el reloj". Y en este libro, desde luego, la manecillas van como locas por la esfera.
el dispensador dice: así como existe una geometría del pensamiento, una matemática del mismo con nutridas ecuaciones de compleja formulación, una química mucho más intrincada, también hay una física del pensamiento, que contiene a su vez una física de las ideas y otra del ideario (esto es del mundo de las ideas). Platón supo "robar" dicho conocimiento a los egipcios, haciéndolo propio en tiempos en que nadie revisaba las propiedades intelectuales y mucho menos había patentes de las cuestiones universales... a su vez, los egipcios habían sabido heredar dichas sabidurías de atlantes y lemures, haciendo una pobre y limitada interpretación de las mismas. No obstante es real, ciertos relatos provenientes de ciertas o inciertas imaginaciones, dan lugar a una aceleración cuántica del pensamiento individual, que a su vez hace las veces de ángulo disparador de las reflexiones de otros lectores. Sucede por el imperio de las afinidades, pero mucho más cuando hay sintonía de sensibilidades, algo distinto a las empatías y distante de las esencias sentimentales. La geometría del pensamiento (descripta en horas tempranas en este mismo Blog, allá por el 2009: ver geometría del pensamiento) es un laberinto de complejidades que excede largamente las visiones del alma, ni qué hablar de aquellas otras del espíritu y su consciencia... ya que el pensamiento recibe influencias de los ángeles de la luz, siempre interferidos por los otros de las tinieblas, empecinados en captar almas a cambio de sus dignidades o peor aún, a cambio de sus convicciones, lo que favorece la creación de un mundo esencialmente endeble, pobre, a merced de conveniencias e intereses oportunistas que sobrepasan el mundo humano para introducirse en el concierto de los infiernos, justo allí donde dominan calores sofocantes y donde la calma, el sosiego y la paz de espíritu se transforman en una entelequia inalcanzable... de allí que haya una paradoja del pensamiento y otra mucho más profunda del ideario... impulsando contradicciones en las lecturas tanto como en las interpretaciones. Existe una importancia angular en las lecturas intermedias, esas mismas que se han olvidado u omitido a manos de los apuros y otros facilismos... siempre hay un entrelíneas diferente a la expresión del primer paso, justo allí donde la idea esférica se deforma al modo de una pompa de jabón, modificando el sentido de sus rectas. Curiosas visiones de la letra pensada, jamás pronunciada, que produce y sostiene una geometría de los silencios agudos y otros tantos graves, caídos de cualquier pentagrama carente de notas y sus modulaciones... por ello, ancestralmente desde la misma creación, producida por el pronunciamiento del verbo causal, hay un más allá de la palabra que contiene masa, peso específico, forma, densidad y hasta estabilidad orbital, ángulos que diferencian lo pronunciado de lo realmente contenido por las segundas intenciones... por ello, al cruzar el umbral del imperio de los distintos (cuando los seres humanos dejan sus cuerpos para regresar al estado de espíritu), aquellos que lo reciben en soledad o en comitiva, lo conducen a pesar aquellas palabras pronunciadas durante los tiempos respirables y comparar dichos pesos con las intenciones veladas que escondían... de allí los paraísos, los purgatorios y los infiernos... ante ello, ante semejante singularidad implacable, más vale ser como niño y cobijar la inocencia en las almas, ya que sin ella (inocencia) sencillamente no hay alma, y como siempre, ganan los malos, en este caso los ángeles caídos que se consumen en vapores imposibles. Noviembre 11, 2011.-
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