REPORTAJE
Diego Rivera vuelve al Nueva York de la crisis
El MoMA expone cinco de los ocho murales que el museo encargó al pintor mexicano en 1931
BARBARA CELIS - Nueva York - 16/11/2011
Ochenta años después de haber pintado por encargo del MoMA en 1931 ocho extraordinarios murales portátiles, el pintor mexicano Diego Rivera (Guanajuato, 8 de diciembre de 1886-México, 24 de noviembre de 1957) regresa con cinco de ellos al museo neoyorquino. Esas obras constituyen la base de la exposición Diego Rivera: murales para el MoMA, que estará abierta hasta el 14 de mayo y en la que también se incluyen acuarelas del Nueva York industrial de los años treinta, una serie de deliciosos dibujos realizados durante un viaje a Moscú y en los que retrató desde escenas familiares a manifestaciones del Partido Comunista, una insólita portada de la revista Fortune y algunos de los bocetos preparativos de dos de los tres frescos que no se muestran (uno de los murales se ha perdido y dos están en manos privadas).
La fuerte carga crítica y social de todos ellos continúa siendo inquietantemente actual. En concreto el titulado Fondos congelados no podría ser más apropiado para describir el momento que hoy vive Estados Unidos. Bajo un paisaje de rascacielos imponentes se divisan una serie de grúas que subraya el boom de la construcción que vivió Nueva York mientras estaba sumido en los efectos de la crisis del 29. Frente a ellas, figuras anónimas de trabajadores esperando el tren. Justo debajo, Rivera pintó una especie de almacén en el que cientos de personas sin rostro duermen hacinadas y vigiladas por un policía, como símbolo de esa mano de obra despersonalizada que alimentó la economía durante aquella crisis o quizás a los sin techo. En el estrato inferior del cuadro hay un banco donde varias personas esperan turno, un policía vigila la puerta y una señora, al otro lado de una reja, cuenta sus riquezas.
El paralelismo con la crisis actual y con las denuncias contra la desigualdad económica que se lanzan desde el movimiento Ocupa Wall Street no se le escapó a Glenn Lowry, director del MoMA, quien durante la presentación de la muestra fue contundente: "Lo interesante de Rivera es lo clarividente que fue en sus observaciones sobre Nueva York hace 80 años. Con toda la prosperidad que se ha creado, con todos los cambios que se han producido, los problemas no se han resuelto aún. Por eso no puedo pensar en mejor metáfora de Ocupa Wall Street que la estratificación social que se revela en el mural Fondos congelados.
Hasta que colectivamente, no solo en este país sino en muchos otros, no encontremos formas más efectivas de compartir la riqueza, este tipo de imágenes va a seguir siendo parte de nuestro mapa mental". Como muralista, Rivera plasmó su ideología comunista en muy diversos edificios públicos: en varios puntos del centro histórico de la Ciudad de México, en la Escuela Nacional de Agricultura de Chapingo, y en otras ciudades mexicanas como Cuernavaca y Acapulco, así como en San Francisco, Detroit y, obviamente, Nueva York.
Además de Fondos congelados, en la exposición pueden verse otros cuatro murales, de dos metros por 1,20 metros, concebidos precisamente para ser portátiles. Su efecto es muy diferente al de la grandiosidad de los frescos que Rivera realizó en México. Pero pese a sus pequeñas dimensiones, la fuerza de sus imágenes no se pierde. Tres de ellos se centran en la revolución mexicana, mostrando escenas de trabajadores hostigados por su patrón, un retrato del revolucionario Zapata y a un guerrero azteca con la máscara de un jaguar asesinando a un conquistador español. El cuarto mural se titula Planta eléctrica y muestra la fascinación de Rivera por el desarrollo industrial.
La exposición también es significativa desde el punto de vista de la relación de los artistas con sus mecenas, algo que sí ha cambiado bastante respecto a aquella época. Resulta increíble pensar que la familia Rockefeller, que contribuyó económicamente a financiar los murales a través del MoMA, permitiera que un artista criticara su riqueza y su clase social tan abiertamente. También resulta interesante pensar cómo se percibían entonces las ideas de izquierdas, que llegaban a tener cabida en revistas tan conservadoras como Fortune Magazine, quien le encargó a Rivera una portada en la que el mexicano dibujó la plaza Roja de Moscú y colocó en el centro la hoz y el martillo del partido comunista.
"Fue clarividente en su observación de esta ciudad", dice el director del centro
Los Rockefeller financiaron las pinturas a pesar de su carga crítica
La fuerte carga crítica y social de todos ellos continúa siendo inquietantemente actual. En concreto el titulado Fondos congelados no podría ser más apropiado para describir el momento que hoy vive Estados Unidos. Bajo un paisaje de rascacielos imponentes se divisan una serie de grúas que subraya el boom de la construcción que vivió Nueva York mientras estaba sumido en los efectos de la crisis del 29. Frente a ellas, figuras anónimas de trabajadores esperando el tren. Justo debajo, Rivera pintó una especie de almacén en el que cientos de personas sin rostro duermen hacinadas y vigiladas por un policía, como símbolo de esa mano de obra despersonalizada que alimentó la economía durante aquella crisis o quizás a los sin techo. En el estrato inferior del cuadro hay un banco donde varias personas esperan turno, un policía vigila la puerta y una señora, al otro lado de una reja, cuenta sus riquezas.
El paralelismo con la crisis actual y con las denuncias contra la desigualdad económica que se lanzan desde el movimiento Ocupa Wall Street no se le escapó a Glenn Lowry, director del MoMA, quien durante la presentación de la muestra fue contundente: "Lo interesante de Rivera es lo clarividente que fue en sus observaciones sobre Nueva York hace 80 años. Con toda la prosperidad que se ha creado, con todos los cambios que se han producido, los problemas no se han resuelto aún. Por eso no puedo pensar en mejor metáfora de Ocupa Wall Street que la estratificación social que se revela en el mural Fondos congelados.
Hasta que colectivamente, no solo en este país sino en muchos otros, no encontremos formas más efectivas de compartir la riqueza, este tipo de imágenes va a seguir siendo parte de nuestro mapa mental". Como muralista, Rivera plasmó su ideología comunista en muy diversos edificios públicos: en varios puntos del centro histórico de la Ciudad de México, en la Escuela Nacional de Agricultura de Chapingo, y en otras ciudades mexicanas como Cuernavaca y Acapulco, así como en San Francisco, Detroit y, obviamente, Nueva York.
Además de Fondos congelados, en la exposición pueden verse otros cuatro murales, de dos metros por 1,20 metros, concebidos precisamente para ser portátiles. Su efecto es muy diferente al de la grandiosidad de los frescos que Rivera realizó en México. Pero pese a sus pequeñas dimensiones, la fuerza de sus imágenes no se pierde. Tres de ellos se centran en la revolución mexicana, mostrando escenas de trabajadores hostigados por su patrón, un retrato del revolucionario Zapata y a un guerrero azteca con la máscara de un jaguar asesinando a un conquistador español. El cuarto mural se titula Planta eléctrica y muestra la fascinación de Rivera por el desarrollo industrial.
La exposición también es significativa desde el punto de vista de la relación de los artistas con sus mecenas, algo que sí ha cambiado bastante respecto a aquella época. Resulta increíble pensar que la familia Rockefeller, que contribuyó económicamente a financiar los murales a través del MoMA, permitiera que un artista criticara su riqueza y su clase social tan abiertamente. También resulta interesante pensar cómo se percibían entonces las ideas de izquierdas, que llegaban a tener cabida en revistas tan conservadoras como Fortune Magazine, quien le encargó a Rivera una portada en la que el mexicano dibujó la plaza Roja de Moscú y colocó en el centro la hoz y el martillo del partido comunista.
el dispensador dice:
arte de los tiempos,
conductas que producen silencios,
palabras que se llevan los vientos,
directamente hacia otros tiempos,
promesas que se han burlado,
son las que permanecen picando,
en los oídos olvidados,
aquello que se ha manipulado,
prontamente será reclamado,
a las almas que han participado,
en desprecio concertado,
de palabras no atendidas,
de agresiones consentidas,
de atropellos y heridas,
producidos por desprecios,
de esas eternas soberbias,
que no dejan ver al espíritu,
lo que quiebras más allá de los altares,
será pintura de palmares,
tristezas de otros lares,
cuando al cerro,
cuando asciendes a la montaña,
comprendes en la distancia,
que lo que se miente no daña,
a la víctima de esa mañana,
antes lo hace con quien inventa,
la mentira que lo alienta,
arrasando sensibilidades y sentimientos,
de inocentes pensamientos,
el que con segundas intenciones procede,
termina atrapado en su trama,
aquel fabricado drama,
termina ahogando su alma...
quien no aprende de las calmas,
se consume en propias llamas,
los burlados toman distancia,
hasta hallar la propia estancia,
donde la paz mora eternamente,
quien sube por la ladera escarpada,
esfuerzos y sudores mediante,
logra ver las lejanías,
con renovadas perspectivas,
la palabra que no fue dicha,
es la que salva la dicha,
de mirar con la paciencia,
lo que se construye con sapiencia,
reluce en la ocurrencia,
de las locuras endilgadas,
los sueños acuden protamente,
a acosar inquietudes de mentes,
aquello que has dicho no merecer,
parece corresponder,
con aquello que has sembrado,
odios que han alimentado,
frustraciones de otros campos,
lo que se ha escupido en la mano,
no apareció en lo pintado,
los colores se han transformado,
en eterna pesadilla,
se han corrido las tintas,
de los puentes quebrados,
aquellos que van llegando,
justo del otro lado,
van siendo notificados,
de las mentiras sin tiempos,
se consumirán los alientos,
antes que los vientos resoplen,
envejecer es penoso,
cuando delante sólo queda un pozo.
Noviembre 16, 2011.-
No hay comentarios:
Publicar un comentario