IDA Y VUELTA
Arqueología del ahora mismo
"Soy más proclive a pensar en la tradición de los griegos porque hace solo unos días he estado en el lugar donde la descubrí"
Que todo suceda tan rápido será un signo de estos tiempos angustiados. Afilada por la expectación de lo inminente y lo casi siempre temible la conciencia no tiene más remedio que mantenerse más alerta que nunca. El sábado por la noche, en una cena familiar en la que se discuten las últimas noticias alarmantes, escucho por primera vez el nombre de un helenista español que vive en Atenas y que escribe desde allí un blog sobre Grecia. El domingo, en la feria del Retiro, un librero me pregunta si conozco a Pedro Olalla y cuando le digo que no, me regala Historia menor de Grecia, diciéndome que no puedo dejar de leerlo: entonces caigo en la cuenta de que su autor es el mismo del que oí hablar por primera vez la noche del sábado. Como el libro es de Acantilado incita en seguida a que las manos lo abran y entra por los ojos. En el taxi de vuelta a casa ya lo voy hojeando mientras la radio salta del fútbol a las noticias sobre el rescate financiero de España. Esa noche me quedo leyendo hasta que se me cierran los ojos. Solo he interrumpido la lectura para buscar por Internet el rastro de Pedro Olalla, que resulta ser un hombre joven y enjuto que habla y escribe con la misma solvencia sobre la Grecia clásica y la Grecia de ahora, sobre el fundamento griego de casi todas las cosas mejores que tenemos y sabemos y sobre el desastre de una Europa subordinada a los grandes poderes económicos, deshabitada de ciudadanía, estragada por clases políticas incapaces y corruptas.
Soy más proclive a pensar en la tradición de los griegos porque hace solo unos días he estado en el lugar donde la descubrí. He visitado el instituto donde hace cuarenta años oí hablar por primera vez de Homero, de Sócrates, de Pericles, de la idea de la democracia y del pensamiento racional, del individuo como ciudadano, del héroe trágico que ejerce su libertad y ha de hacer frente a las consecuencias de sus actos. Ante un grupo de adolescentes bastante burdos y con frecuencia desganados, un profesor entonces mucho más joven de lo que nos parecía a nosotros explicaba los enigmas de la lengua griega y hablaba apasionadamente de dioses y héroes, de la guerra de Troya y la ceguera de Edipo y la condena injusta de Sócrates. Aquel profesor, don Francisco Navarro, habría merecido que le hiciéramos más caso. Y aunque uno andaba trastornado por sus efervescencias hormonales y por su hosca y confusa rebeldía algunas cosas se le quedaron para siempre de aquellas clases de Griego: el gran arquetipo narrativo del viaje de Ulises, por ejemplo; la idea de la resistencia frente a la tiranía, representada heroicamente por las ciudades griegas que se unen contra la invasión de los persas; la noción del individuo que somete a duda los dogmas acatados por todos y que en nombre de su soberanía personal está dispuesto a morir. Si teníamos la capacidad de imaginar un sistema político en el que se pudiera respirar más anchurosamente que en aquel país eclesiástico y cuartelario en el que habíamos nacido era gracias a que unos griegos de veintitantos siglos atrás habían inventado la palabra y la idea de la democracia.
Mucho más habría podido aprender si hubiera prestado atención, pero una palabra que le escuché por primera vez a mi profesor de Griego la he tenido siempre presente: hubris. La hubris era la desmesura en la ambición o el exceso de confianza en las propias fuerzas que ciega a los soberbios y los empuja al desastre. En todo empeño humano hay un límite, una medida que la embriaguez del poderío o del éxito anima a traspasar. El soberbio es el único responsable de su propia perdición, pero las consecuencias de su insensatez arrastran también a los inocentes y a los débiles. No es un mal dictamen para comprender estos tiempos.
El aula de instituto en la que yo aprendía estas cosas a los quince y dieciséis años podría formar parte de la trama del libro de Pedro Olalla. Por su título y su portada parece que trata en exclusiva de la Grecia clásica, pero va mucho más allá, y llega mucho más cerca de nosotros. Cada breve capítulo es como una polaroid en la que la imaginación literaria se combina con el conocimiento histórico más serio para ofrecer un episodio de los orígenes o de la larga cadena de transmisiones y resonancias de la actitud humanista hacia el mundo, que es el legado específico de los griegos. En las costas de Jonia, en torno al año 750 antes de Cristo, un poeta decide que además de los hechos de guerra y las proezas de los héroes contará sus debilidades humanas, su capacidad de ternura o de sufrimiento; en Atenas, el año 431, todavía en los principios de la guerra del Peloponeso, Pericles pronuncia un discurso fúnebre en el que celebra la libertad personal y el respeto a las leyes de todos como rasgos de la ciudadanía; en Alejandría, dos siglos después, un poeta llamado Dioscórides copia sobre un papiro unos versos celebrando la belleza y la sensualidad de su amante Doris; el año 10 de nuestra era Pítilo, ciudadano de Antigonia, dedica en un templo la inscripción en piedra en la que conmemora la liberación de sus esclavos. Todo sucedió hace mucho tiempo y ayer mismo: Eratóstenes calcula con precisión asombrosa el diámetro de la Tierra; se funda la biblioteca de Alejandría y al cabo de unos siglos ya está incendiada y no quedan ni ruinas de ella; la filósofa Hipatia es martirizada por una chusma de cristianos fanáticos; Petrarca recibe unos códices recién llegados de Bizancio que contienen la Ilíada y la Odisea y apenas puede descifrar unas palabras, porque no sabe griego; solo en su torre, en 1571, Montaigne decide que irá tomando apuntes de sus lecturas de los maestros griegos y latinos, y nutriéndose de ellos funda la conciencia moderna. En 1955, en la isla de Ischia, un arqueólogo descifra en los fragmentos recién excavados de una copa de barro la que bien podría ser la inscripción más antigua en griego…
Pedro Olalla dice que aspira a ser rigurosamente histórico en cuanto al contenido y rigurosamente literario en cuanto a la forma. En ese propósito se parece al inmenso Gibbon, que en los miles de páginas de su Historia de la decadencia y caída del Imperio Romano junta la potencia narrativa de varias docenas de novelas. Y también me recuerda las melancólicas evocaciones de la historia antigua de Cavafis, y esas viñetas históricas insuperables en las que Borges mezcla la erudición de Gibbon con las visiones fantásticas de Marcel Schwob. La trama abarca milenios y sus ramificaciones son casi ilimitadas, pero la médula de lo que Pedro Olalla quiere contar es el devenir de la noción ilustrada del individuo autónomo y la sociedad libre gobernada por la ley. En cada ser humano y en cada momento de la historia se está debatiendo siempre la primacía de la racionalidad o de la barbarie oscurantista, la de la libertad o la sumisión. El ahora mismo es un capítulo en esa Historia menor que Pedro Olalla podría seguir escribiendo.
Historia menor de Grecia. Una mirada humanista sobre la agitada historia de los griegos. Pedro Olalla. Prólogo de Nikos Moschonas. Acantilado. Barcelona, 2012. 384 páginas. 24 euros. pedroolalla.com.
antoniomuñozmolina.es/
el dispensador dice: las personas necesitan descubrirse... entonces, las personas necesitamos descubrirnos... entonces, los seres humanos necesitan descubrirse, y ello lleva tiempo, es decir, lleva la vida íntegra. Claro está, muchos pasan por la vida sin enterarse, y se van tal como llegaron, a veces quejándose, otras tantas reclamando, y muchas más negando sus propias incapacidades... desde luego, esto no tiene que ver ni con los griegos, ni tampoco con los romanos, y es de suponer que no tiene que ver ni con los egipcios, ni con los celtas, los druidas, los indos, o cualquier otro... pero las afinidades existen y viajan con el alma. Podría decirse que ello se relaciona con las sintonías, esas que no hacen falta buscar, que vienen solas, que se producen por "raras" casualidades, que no son otra cosa que "causas" que viajan con el espíritu, identificando recuerdos o algo semejante a ecos que se reflejan en un "algo" que atrae, que forma parte de uno mismo sin serlo de la conciencia temporal contemporánea. Es de suponer que no todos han pasado por la Grecia, o por algunos de los rincones de la Roma... desde luego, aún cuando se perciban extrañas afinidades, seguramente nadie será la copia de Cleopatra, ni de César, o de cualquiera de los destacados de la historia... dicho sea de paso, parece que Nerón anda suelto por el mundo, tratando de repetir viejas conductas imprudentes... pero, ¿será él quien dice la historia que fue?... o será como ahora, que los culpables de circunstancias emergen de las páginas de periodismos imprudentes que defienden conveniencias corporativas?... vaya uno a saber. La cuestión es que cada quien sintoniza con algo, un algo con el que se identifica en las propias fibras, en las células... viéndose ayudado por lecturas, por viajes, y hasta por sueños... Tal como es costumbre, estos tiempos no se viven, simplemente te atropellan y la mayoría de las veces, las personas se encuentran atrapadas en sus respectivas circunstancias... tan atrapadas están, que sus vidas se parecen a un Prometeo encadenado... "alguien", algún otro, un tercero, le devora el hígado, evitando que se detenga a reflexionar y a descubrir lo que le está sucediendo. Más allá de la rutina, la reflexión más que necesaria, aparece como imprescindible. A veces el túnel lo provee el arte... una buena pintura en la que una persona desea entrar, filtrarse en el entramado de la tela, escurriéndose hacia la profundidad de una imagen que no es plana, que ofrece perspectivas que parecen hablar. Sucede lo propio con el recorrido de las páginas de un libro... algo que no sabes qué es, te lleva, te impulsa a seguir, a querer saber qué hay en los párrafos que siguen... Cualquier obra que se sienta como tediosa, estará condenada a ser dejada de lado, a ser olvidada, inexorablemente. Aunque parezca escaso, el descubrirse demanda tiempo, y dicho tiempo se desvela a lo largo de una vida, entera... Indudablemente, Grecia aporta ángulos que agregan valor a las visiones, a los sentidos, a las sensibilidades, a los sentimientos... algo hay en esa filosofía socrática que despierta el alma, algo más le suma la platónica, y ni qué hablar cuando se alcanza la aristotélica... enseñando geometrías de una lógica abundante en detalles que, en general, se suelen perder entre tanta substancia. Pero lo que cada uno puede sentir ante el Partenón, también lo podrá percibir en otros lugares de la Tierra, por ejemplo en Heliópolis (Líbano)... pero los turistas son pocos, y los viajeros de alma son muchos, tantos que podría decirse que todos, alguna vez, se han despegado de sí mismos para "ser" más allá de sí mismos, de sus lugares y sus tiempos. Por supuesto, nadie se da cuenta y por ende, nadie es consciente de lo antedicho... Mientras te descubres, también lo haces (descubres) lugares de los que no querrás irte... o bien, momentos que parecerán eternos o tal vez, demasiado vertiginosos... pero que, con el tiempo, se tornarán irrepetibles, porque sus respectivas atmósferas los hicieron "únicos". Hoy, la humanidad se encuentra tan apurada que no hay tiempo suficiente para reparar en lo importante... que no es otra cosa que "vivir"... entonces, las visiones son tan rápidas como las visitas, y los detalles se ahogan en sí mismos, sin ser tenidos en cuenta, sin embargo lo que nutre la vida, justamente son los detalles, la acumulación de ellos, su suma, su multiplicación y hasta su entramado. Cada persona es algo semejante a un arqueólogo de sí mismo... es necesario encontrarse, tanto como lo es encontrar al otro, al prójimo. Si no excavas en tu propio espíritu, terminarás yéndote sin saber quién eres, o bien, quién fuiste... y más tarde, no hallarás excusas... porque "allá" no hay espacio para ellas, y desde allá todo se sabe y todo se ve. Así como puedes escarbar la vida de los otros, mejor es hacerlo con la propia... excavar el alma, te habilitará a dar sentido al altar que hay en ella. JUNIO 18, 2012.-
Soy más proclive a pensar en la tradición de los griegos porque hace solo unos días he estado en el lugar donde la descubrí. He visitado el instituto donde hace cuarenta años oí hablar por primera vez de Homero, de Sócrates, de Pericles, de la idea de la democracia y del pensamiento racional, del individuo como ciudadano, del héroe trágico que ejerce su libertad y ha de hacer frente a las consecuencias de sus actos. Ante un grupo de adolescentes bastante burdos y con frecuencia desganados, un profesor entonces mucho más joven de lo que nos parecía a nosotros explicaba los enigmas de la lengua griega y hablaba apasionadamente de dioses y héroes, de la guerra de Troya y la ceguera de Edipo y la condena injusta de Sócrates. Aquel profesor, don Francisco Navarro, habría merecido que le hiciéramos más caso. Y aunque uno andaba trastornado por sus efervescencias hormonales y por su hosca y confusa rebeldía algunas cosas se le quedaron para siempre de aquellas clases de Griego: el gran arquetipo narrativo del viaje de Ulises, por ejemplo; la idea de la resistencia frente a la tiranía, representada heroicamente por las ciudades griegas que se unen contra la invasión de los persas; la noción del individuo que somete a duda los dogmas acatados por todos y que en nombre de su soberanía personal está dispuesto a morir. Si teníamos la capacidad de imaginar un sistema político en el que se pudiera respirar más anchurosamente que en aquel país eclesiástico y cuartelario en el que habíamos nacido era gracias a que unos griegos de veintitantos siglos atrás habían inventado la palabra y la idea de la democracia.
Mucho más habría podido aprender si hubiera prestado atención, pero una palabra que le escuché por primera vez a mi profesor de Griego la he tenido siempre presente: hubris. La hubris era la desmesura en la ambición o el exceso de confianza en las propias fuerzas que ciega a los soberbios y los empuja al desastre. En todo empeño humano hay un límite, una medida que la embriaguez del poderío o del éxito anima a traspasar. El soberbio es el único responsable de su propia perdición, pero las consecuencias de su insensatez arrastran también a los inocentes y a los débiles. No es un mal dictamen para comprender estos tiempos.
El aula de instituto en la que yo aprendía estas cosas a los quince y dieciséis años podría formar parte de la trama del libro de Pedro Olalla. Por su título y su portada parece que trata en exclusiva de la Grecia clásica, pero va mucho más allá, y llega mucho más cerca de nosotros. Cada breve capítulo es como una polaroid en la que la imaginación literaria se combina con el conocimiento histórico más serio para ofrecer un episodio de los orígenes o de la larga cadena de transmisiones y resonancias de la actitud humanista hacia el mundo, que es el legado específico de los griegos. En las costas de Jonia, en torno al año 750 antes de Cristo, un poeta decide que además de los hechos de guerra y las proezas de los héroes contará sus debilidades humanas, su capacidad de ternura o de sufrimiento; en Atenas, el año 431, todavía en los principios de la guerra del Peloponeso, Pericles pronuncia un discurso fúnebre en el que celebra la libertad personal y el respeto a las leyes de todos como rasgos de la ciudadanía; en Alejandría, dos siglos después, un poeta llamado Dioscórides copia sobre un papiro unos versos celebrando la belleza y la sensualidad de su amante Doris; el año 10 de nuestra era Pítilo, ciudadano de Antigonia, dedica en un templo la inscripción en piedra en la que conmemora la liberación de sus esclavos. Todo sucedió hace mucho tiempo y ayer mismo: Eratóstenes calcula con precisión asombrosa el diámetro de la Tierra; se funda la biblioteca de Alejandría y al cabo de unos siglos ya está incendiada y no quedan ni ruinas de ella; la filósofa Hipatia es martirizada por una chusma de cristianos fanáticos; Petrarca recibe unos códices recién llegados de Bizancio que contienen la Ilíada y la Odisea y apenas puede descifrar unas palabras, porque no sabe griego; solo en su torre, en 1571, Montaigne decide que irá tomando apuntes de sus lecturas de los maestros griegos y latinos, y nutriéndose de ellos funda la conciencia moderna. En 1955, en la isla de Ischia, un arqueólogo descifra en los fragmentos recién excavados de una copa de barro la que bien podría ser la inscripción más antigua en griego…
Pedro Olalla dice que aspira a ser rigurosamente histórico en cuanto al contenido y rigurosamente literario en cuanto a la forma. En ese propósito se parece al inmenso Gibbon, que en los miles de páginas de su Historia de la decadencia y caída del Imperio Romano junta la potencia narrativa de varias docenas de novelas. Y también me recuerda las melancólicas evocaciones de la historia antigua de Cavafis, y esas viñetas históricas insuperables en las que Borges mezcla la erudición de Gibbon con las visiones fantásticas de Marcel Schwob. La trama abarca milenios y sus ramificaciones son casi ilimitadas, pero la médula de lo que Pedro Olalla quiere contar es el devenir de la noción ilustrada del individuo autónomo y la sociedad libre gobernada por la ley. En cada ser humano y en cada momento de la historia se está debatiendo siempre la primacía de la racionalidad o de la barbarie oscurantista, la de la libertad o la sumisión. El ahora mismo es un capítulo en esa Historia menor que Pedro Olalla podría seguir escribiendo.
Historia menor de Grecia. Una mirada humanista sobre la agitada historia de los griegos. Pedro Olalla. Prólogo de Nikos Moschonas. Acantilado. Barcelona, 2012. 384 páginas. 24 euros. pedroolalla.com.
antoniomuñozmolina.es/
el dispensador dice: las personas necesitan descubrirse... entonces, las personas necesitamos descubrirnos... entonces, los seres humanos necesitan descubrirse, y ello lleva tiempo, es decir, lleva la vida íntegra. Claro está, muchos pasan por la vida sin enterarse, y se van tal como llegaron, a veces quejándose, otras tantas reclamando, y muchas más negando sus propias incapacidades... desde luego, esto no tiene que ver ni con los griegos, ni tampoco con los romanos, y es de suponer que no tiene que ver ni con los egipcios, ni con los celtas, los druidas, los indos, o cualquier otro... pero las afinidades existen y viajan con el alma. Podría decirse que ello se relaciona con las sintonías, esas que no hacen falta buscar, que vienen solas, que se producen por "raras" casualidades, que no son otra cosa que "causas" que viajan con el espíritu, identificando recuerdos o algo semejante a ecos que se reflejan en un "algo" que atrae, que forma parte de uno mismo sin serlo de la conciencia temporal contemporánea. Es de suponer que no todos han pasado por la Grecia, o por algunos de los rincones de la Roma... desde luego, aún cuando se perciban extrañas afinidades, seguramente nadie será la copia de Cleopatra, ni de César, o de cualquiera de los destacados de la historia... dicho sea de paso, parece que Nerón anda suelto por el mundo, tratando de repetir viejas conductas imprudentes... pero, ¿será él quien dice la historia que fue?... o será como ahora, que los culpables de circunstancias emergen de las páginas de periodismos imprudentes que defienden conveniencias corporativas?... vaya uno a saber. La cuestión es que cada quien sintoniza con algo, un algo con el que se identifica en las propias fibras, en las células... viéndose ayudado por lecturas, por viajes, y hasta por sueños... Tal como es costumbre, estos tiempos no se viven, simplemente te atropellan y la mayoría de las veces, las personas se encuentran atrapadas en sus respectivas circunstancias... tan atrapadas están, que sus vidas se parecen a un Prometeo encadenado... "alguien", algún otro, un tercero, le devora el hígado, evitando que se detenga a reflexionar y a descubrir lo que le está sucediendo. Más allá de la rutina, la reflexión más que necesaria, aparece como imprescindible. A veces el túnel lo provee el arte... una buena pintura en la que una persona desea entrar, filtrarse en el entramado de la tela, escurriéndose hacia la profundidad de una imagen que no es plana, que ofrece perspectivas que parecen hablar. Sucede lo propio con el recorrido de las páginas de un libro... algo que no sabes qué es, te lleva, te impulsa a seguir, a querer saber qué hay en los párrafos que siguen... Cualquier obra que se sienta como tediosa, estará condenada a ser dejada de lado, a ser olvidada, inexorablemente. Aunque parezca escaso, el descubrirse demanda tiempo, y dicho tiempo se desvela a lo largo de una vida, entera... Indudablemente, Grecia aporta ángulos que agregan valor a las visiones, a los sentidos, a las sensibilidades, a los sentimientos... algo hay en esa filosofía socrática que despierta el alma, algo más le suma la platónica, y ni qué hablar cuando se alcanza la aristotélica... enseñando geometrías de una lógica abundante en detalles que, en general, se suelen perder entre tanta substancia. Pero lo que cada uno puede sentir ante el Partenón, también lo podrá percibir en otros lugares de la Tierra, por ejemplo en Heliópolis (Líbano)... pero los turistas son pocos, y los viajeros de alma son muchos, tantos que podría decirse que todos, alguna vez, se han despegado de sí mismos para "ser" más allá de sí mismos, de sus lugares y sus tiempos. Por supuesto, nadie se da cuenta y por ende, nadie es consciente de lo antedicho... Mientras te descubres, también lo haces (descubres) lugares de los que no querrás irte... o bien, momentos que parecerán eternos o tal vez, demasiado vertiginosos... pero que, con el tiempo, se tornarán irrepetibles, porque sus respectivas atmósferas los hicieron "únicos". Hoy, la humanidad se encuentra tan apurada que no hay tiempo suficiente para reparar en lo importante... que no es otra cosa que "vivir"... entonces, las visiones son tan rápidas como las visitas, y los detalles se ahogan en sí mismos, sin ser tenidos en cuenta, sin embargo lo que nutre la vida, justamente son los detalles, la acumulación de ellos, su suma, su multiplicación y hasta su entramado. Cada persona es algo semejante a un arqueólogo de sí mismo... es necesario encontrarse, tanto como lo es encontrar al otro, al prójimo. Si no excavas en tu propio espíritu, terminarás yéndote sin saber quién eres, o bien, quién fuiste... y más tarde, no hallarás excusas... porque "allá" no hay espacio para ellas, y desde allá todo se sabe y todo se ve. Así como puedes escarbar la vida de los otros, mejor es hacerlo con la propia... excavar el alma, te habilitará a dar sentido al altar que hay en ella. JUNIO 18, 2012.-
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