LA VIDA EN COMUNIDAD DEL ABEJARUCO
Carlos de Hita
Una gravera excavada junto al Tajo, un gran socavón encharcado por las filtraciones de agua y cerrado por taludes, terraplenes arenosos. Un paisaje artificial, efímero.
En uno de los taludes, cientos de agujeros excavados, de cuevas en miniatura. Un poblado troglodita, vertical, resultado de la paciente labor de zapa de abejarucos y aviones zapadores, que cohabitan pacíficamente dada la disponibilidad de alimento y de agujeros vacíos. Aquí, al igual que en tantos otros lugares habitados, la oferta de viviendas supera con creces a la demanda.
La colonia tiene, además, los días contados hasta lo que podríamos llamar siguiente recalificación urbanística, cuando las excavadoras y las cintas transportadoras rebañen los terraplenes y la gravera se ensanche unos pocos metros.
Pero mientras llegan tiempos peores la actividad es intensa en esta comunidad rupícola y sus aledaños.
Posada en los matojos del borde silba una cogujada común. Y por todas partes se escuchan los chillidos de los gorriones chillones.
En el talud los aviones zapadores no paran de picotear contra los muros, de ensanchar sus habitaciones. A diferencia de sus parientes los aviones comunes y las golondrinas, que necesitan acarrear el barro para construir sus nidos, la técnica constructiva de los zapadores es la contraria; en vez de aportar barro, lo eliminan. Pero sus voces son muy similares, un parloteo continuo, líquido, inextricable.
Por encima de ellos se escuchan los silbidos aflautados de los abejarucos. La voz del abejaruco, tan simple, es algo así como la negación de su plumaje, una mezcla indescriptible en la que caben todos los colores.
Dos abejarucos posados en una rama seca. | Carlos de Hita.
Una charca de aguas estancadas, filtradas desde el río, llega casi hasta el pie de la pared de arenisca. Allí, entre las cañas y al calor del mediodía, croan, sin muchas ganas, las ranitas meridionales, estornuda una gallineta y relincha un zampullín chico, un ave buceadora que debe tener grandes problemas para sumergirse y ver algo bajo estas aguas turbias y someras.
Pero el cañaveral es el dominio de las nubes de mosquitos, como los campos aledaños lo son de las abejas; las mismas a las que deben su nombre los coloreados y sociables abejarucos.
Graveras junto al Tajo, Talavera de la Reina, junio de 2012
el dispensador dice:
me ha subyugado tu amarillo,
más lo ha hecho tu sonido,
es de azules raros tu trino,
¿por qué nos habrá cruzado el destino?...
un día, saliendo de la Iglesia de Cafayate, crucé la plaza y descubrí a esta hermosura mirándose en el espejo retrovisor de un auto estacionado a pleno Sol. El pájaro estaba tan ensimismado atendiendo sus propios reflejos, que no notó que estaba a menos de medio metro de él, contemplando y admirando su curiosidad... allí permaneció durante varios minutos, hablándose a sí mismo... y entendí la circunstancia como un "mensaje"... ininteligible, pero mensaje al fin.
Me fui sin saber de qué pájaro se trataba, hasta que alguien me explicó que se trataba de un "naranjero"... algo que no me dejó conforme... y averiguando por otros mecanismos, llegué a descubrir que se trataba de un chogüi, también conocido como "celestino común" (thraupis sayaca)... y no me conformé... seguí empecinado en averiguar más sobre él, hasta que nuevamente otra coincidencia del destino nos cruzó.
un día distinto al anterior, un ave de la misma especie recaló en mi jardín... durante el invierno pasado, y no era uno sino varios... que se habían detenido a comer migas de pan que suelo echar al suelo convocando a la presencia de diversas especies pajariles. Me sorprendió que permanecieran viniendo al jardín durante varias semanas, bien temprano por la mañana, desapareciendo luego hasta el día siguiente...
hoy mismo ha estado aquí... picoteando migas con una maestría singular. Sé ahora que el chogüí es un hábil comedor de naranjas, a las que pela sin dejarlas caer del árbol, incluyendo en ellas a las deliciosas (para mí) naranjas amargas, esas mismas que se utilizan para fabricar medicamentos, frutas abrillantadas y más...
aquí, fuera de su hábitat común de monte y libertades, se muestra asustadizo de tantos ruidos humanos, y aunque me encuentro residiendo en una zona relativamente tranquila y cercana a los dichos montes, el ave sigue atenta a todo lo que acaece a su alrededor, aunque sí compartiendo su presencia con gorriones y numerosas otras especies...
algo ha hecho que nos sintonicemos en presencias y conjunciones celestiales... gracias! verte cada día hace el momento irrepetible... divino
Cuenta la leyenda que en un árbol se encontraba encaramado un indiecito Güaraní que sobresaltado por un grito de la madre perdió apoyo y cayéndose murió y que de los brazos maternales por extraño sortilegio en chogüí se convirtió . . . Chogüí, chogüí, chogüí, chogüí, cantando esta, mirando acá, mirando alla, volando se alejó, chogüí, chogüí, chogüí, chogüí, que lindo va, que lindo es, perdiéndose en el cielo azul turquí. Y desde aquel día se recuerda al indiecito cuando se oye como un eco a los chogüí, es el canto alegre y bullanguero del gracioso naranjero que repite su cantar, salta y picotea las naranjas de su fruto brota herida repitiendo sin cesar . . . Chogüí, chogüí, chogüí, chogüí, cantando esta, mirando acá, mirando alla, volando se alejó, chogüí, chogüí, chogüí, chogüí, que lindo va, que lindo es, perdiéndose en el cielo azul turquí....
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