lunes, 11 de junio de 2012

SIN PALABRAS || Somos lo que hemos vivido y leído - La Gaceta

Somos lo que hemos vivido y leído - La Gaceta


Somos lo que hemos vivido y leído

La lectura es, además de aquella práctica solitaria y exquisita que a menudo referimos, un instrumento de intervención sobre el mundo que nos permite pensar, tomar distancia, reflexionar, una espléndida posibilidad para dar lugar a las preguntas, a la discusión, al intercambio de percepciones y a la construcción de un juicio propio.

POR MARIA TERESA ANDRUETTO
PARA LA GACETA TUCUMAN
"Los que más necesitan son los que menos pueden decir su palabra", dijo esa extraña obrera, filósofa, santa que fue Simone Weil.

Acercar la palabra a quienes más carecen de ella, hacer que tengan voz y voto en una suerte de "nuevo sufragio universal", es algo que todavía debemos construir. Cuando leemos, enseñamos, escribimos o ayudamos a otros a leer, a enseñar, a escribir, las palabras nos vinculan al mismo tiempo a lo individual y a lo social, porque la lectura es, además de aquella práctica solitaria y exquisita que a menudo referimos, un instrumento de intervención sobre el mundo que nos permite pensar, tomar distancia, reflexionar, una espléndida posibilidad para dar lugar a las preguntas, a la discusión, al intercambio de percepciones y a la construcción de un juicio propio.

"En un ámbito escolar no puede haber malas lecturas. Porque no sólo se trata de formar lectores: se trata de formar buenos lectores. Si no, es como una especie de fetichismo de la lectura por la lectura misma, o de la esperanza de que, aunque lea malos libros, 'ya lo hemos traído a la república de la lectura'. La escuela tiene que formar un lector que rechace un libro cuando está mal escrito", dice Martín Kohan.

Una lectura del mundo
Los libros que leemos son manifestaciones estéticas acerca de unos otros ficcionales, representativos de quienes antes fueron o están ahora, o podrían alguna vez estar; una forma de memoria hecha carne en el imaginario, en la que voces que creímos olvidadas o perdidas o imposibles son traídas para ayudarnos a ver y a construirnos.

En la literatura, en el arte, la humanidad encontró un vehículo para transmitir sus representaciones del mundo, diferentes según la época y las condiciones sociales, económicas, culturales. Cada libro -cada novela, cada cuento, cada poema- contiene, con mayor o menor felicidad, una lectura del mundo, y leer lo que fue escrito es ingresar al registro de memoria de una sociedad, a lo que esa sociedad considera (y esto no es orégano sino un verdadero campo de batalla) por alguna razón, perdurable; es entrar a ese inmenso tapiz tejido bajo distintas circunstancias por tantos seres, a lo largo del tiempo. Así entonces podríamos decir que la historia de la literatura y el arte es también la historia de la subjetividad humana y de las condiciones materiales y simbólicas en las que esa subjetividad se desplegó. Contra el solo impulso y la descarga individual, contra el puro entretenimiento y el adormecimiento de la conciencia, el arte nos recuerda quienes somos, nos propone una de las inmersiones más profundas en nosotros mismos y en la sociedad de la que formamos parte.

Ese tejido es tan intenso como heterogéneo, porque está hecho de infinitos aportes singulares. Tomar entonces la palabra para que ingresen también nuestros hilos en el tapiz, los hilos de todos. Múltiples memorias relativizándose unas con otras para que ni el pasado ni el imaginario se clausuren en un relato único, para que permanezca un estado de interrogación que nos permita encontrar las palabras necesarias para narrar lo que aún no se ha narrado.

En la construcción de ese tejido de subjetividades, se inscribe buena parte de la importancia de la literatura en una sociedad, ya que nuestros escarceos y sus manifestaciones son intensos ejercicios de comprensión de lo que a nosotros o a unos otros imaginarios les acontece o podría, en ciertas circunstancias, acontecerles.

Un camino de libertad
Así, leer/escuchar/escribir es abrir para nosotros y para otros un camino de libertad. Pero se trata no de algo dado de una vez y para siempre sino de un camino, porque no es ya en un libro o en una acción sino en el tránsito, en la precariedad de lo que está dejando de ser para convertirse en otra cosa, en ese río del tiempo que va de una palabra a otra, de un libro a otro, de un gesto a otro, donde se aprende y donde se enseña.

Podemos ofrecer libros y diseñar estrategias de lectura, pero servirán de poco si desarticulamos la capacidad de disparar la letra, si desactivamos su cualidad de transformarnos, de incomodarnos, de hacernos pensar.

Escuché decir una vez a una maestra: quiero ser un puente sencillo entre los libros y mis alumnos. No sé si pueda haber una definición mejor para un maestro, en cualquier nivel educativo, que la de ser un puente por el que transita un saber recibido, procesado en el crisol de lo más personal, puesto en discusión en el espejo refractario de la propia ideología, para pasarlo luego como un saber que se desea legar a los que llegan, un saber que, según consideramos, los que nos siguen no debieran perder, para que la vida se les haga más intensa, de mayor espesor, con más entidad e identidad o sencillamente más soportable.

Un maestro, entonces, como un puente entre lo que antes hubo y lo que vendrá, un puente a través del cual se produce un encuentro. Pero convertirnos en puente no es una tarea mecánica, ni ingenua ni exenta de ideología. Somos lo que hemos vivido y leído, y somos el resultado de poner en cuestión eso que vivimos y leemos. Tenemos para ello cierta libertad de elegir, aunque no podamos elegir las condiciones en las cuales hacemos esas elecciones; aunque muchas veces tampoco podamos decidir las condiciones en las que enseñamos, porque esas condiciones están atravesadas por una red social, económica, política de la que no siempre tenemos conciencia.

* Fragmento de la conferencia que dictó este jueves, en Tucumán.





PERFIL

María Teresa Andruetto ganó este año el Premio Hans Christian Andersen, el Nobel de las letras infantiles. Tiene una larga trayectoria en el campo de la literatura infantil forjada con numerosos libros, la formación de maestros y la dirección de revistas especializadas y centros de estudio. Publicó libros para adultos que le depararon distinciones como el Premio del Fondo Nacional de las Artes. Su novela Lengua madre fue finalista del Rómulo Gallegos, el máximo galardón de la literatura latinoamericana. Entre sus últimos libros figuran Hacia una literatura sin adjetivos, El taller de la escritura en la escuela, Miniaturas y Todo movimiento es cacería. Vive en un paraje de las sierras de Córdoba.


el dispensador dice: sin palabras... las carencias inducidas conducen hacia desfiladeros donde las palabras son escasas y las significancias mucho más. No obstante ello, pobreza no es sinónimo de ignorancia, antes bien se trata de un mecanismo perverso a través del cual, los estados ausentes, manipulan a su antojo las necesidades de las personas, y desde luego, atrapan sus dignidades. Indudablemente, cada espíritu humano funciona al modo de un huerto, cuanto más se cuida, cuanto más se cultiva, cuanto más se lo abona, cuanto más se lo protege y se lo alimenta, mejores frutos dará... leer enriquece, pero las lecturas que aportan la mayoría de las editoriales no son más que exponentes de la degradación social que padece el mundo. Se priorizan los mediatismos tanto como los vacíos de opinión, esto es, opiniones prolijamente deformadas a partir de engranajes distorsionados a través de lógicas corporativas, que resultan ser tan nocivas como cualquier populismo, o peor aún, como cualquier demagogia a la que estamos acostumbrados. Asistimos a un periodismo que desfocaliza intencionalmente a efectos que el lector equivoque la mirada, extravíe la reflexión, y obsequie su tiempo al negocio presuroso esgrimido tras el precio de tapa... en dicho concierto, la mayoría de los autores valorables, anónimos y desconocidos con capacidad para agregar valor social, permanecen ocultos y eclipsados por las urgencias que fabrican las editoriales de la tragedia, esas que poco y nada tienen que ver con la filosofía helénica, ni con ninguna otra, aunque justo es reconocer que sí se acercan a la destrucción de las concepciones imperiales de la Roma decadente. De allí, gentes mal alimentadas, demoran en comprender cómo y cuándo se los usa, o bien, demoran en entender cómo y cuánto se abusa de ellos, una y otra vez... será por ello que el precio de los libros seleccionan al lector, tanto como a su segmento social, asegurando que lo inaccesible se transforme en muralla china de las exclusiones imprudentes a las que nos tienen acostumbrados los estados ausentes. Si no tienes palabras, si no las encuentras, tampoco tendrás argumentos adecuados para enfrentar el desquicio a los derechos ciudadanos... más aún, las gentes pierden el sentido de las palabras y las usan según lo que perciben de discursos vacíos, entonces palabras vacías producirán temibles huecos... tanto como palabras agresivas expulsarán odios que se sembrarán al modo de nocivas semillas en huertos desérticos. Hubo un tiempo en que la docencia era motivacional y angular a efectos de construir "sociedad"... mientras que hoy, docencia es sinónimo de tiempo justificado... los docentes no pueden enseñar porque los alumnos no desean aprender, y la única consecuencia es una degradación social que es perfecta para fabricar "estados de indefensión"..., más aculturación... y luego de ello, dominación y sometimiento. Se ha dicho muchas veces, pero los resultados están a la vista... y ello no se resuelve con ferias de libros... tampoco con autores best seller, ya que los best seller de las editoriales no son más que "agentes de sus intereses y mensajeros de sus conveniencias". Somos lo que hemos vivido (nuestras circunstancias) y lo que hemos leído, pero para leer es necesario saber elegir las lecturas que alimentarán nuestras almas... entonces, si recorres ideas deformadas... tus reflexiones también lo serán (deformadas). Muchos son ejemplos silenciosos que la consciencia social aporta en favor de su salvaguarda, algo que opera a modo del blindaje que asegura que más allá de cualquier catástrofe, las esencias del pensamiento prevalecerán al modo de "manuscritos del Mar Muerto"... escondidos en grutas, en ánforas, grabados en pergaminos... se podrán apolillar, sí, pero algo quedará vivo como mensaje de eternidad. Sin palabras ciertas, adecuadamente utilizadas, la conciencia social se torna utópica, al tiempo que las vidas de dichas personas, no son más que un reflejo de reiteradas frustraciones. Por el contrario, cuando las personas se cultivan en sus propios huertos, también enaltecen sus altares interiores, y ello suma con tanta potencia... que los oportunismos empresarios o políticos, huyen a esconderse para no pasar vergüenza... la que ellos mismos saben cultivar. Junio 11, 2012.-





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