Hombres, devolvednos la cortesía
Conviene que comencemos a leer y hablar de política sin entregar la voz cantante al paso que marcan nuestros diputados
La escritora Grace Paley, en 2003. TOBY TALBOT AP
Este sábado quiero hablarles de un libro que viene muy a cuento. Conviene que comencemos a leer y hablar de política sin entregar la voz cantante al paso que marcan nuestros diputados. Hoy quiero mostrarles mi entusiasmo por un libro que ve la luz esta semana, La importancia de no entenderlo todo, de Grace Paley. Esta mujer fue tantas cosas que casi no sabe una por dónde empezar. Nació en 1922 en el Bronx y murió en 2007. Algunos la conocimos por la edición que Anagrama publicó de sus cuentos y ese único volumen sirvió para que algunos la amáramos. Alguien dijo que a Paley se la lee para amarla. Pero el libro que me encantaría que leyeran es una recopilación de sus experiencias como activista. Grace, con esa familiaridad se la nombraba, llegó al feminismo, a la literatura, al activismo contra la guerra del Vietnam, a las protestas sociales inspirada por su vida diaria. Era una de esas amas de casa, al estilo de Alice Munro, que escribían a ratos en la cocina, cuando los niños estaban en la escuela, pero al contrario que Munro su espíritu fue siempre social, alegre, comprometido, gregario, callejero, valiente. No vivió la maternidad de manera conflictiva, sino que se sirvió de ella para escuchar la voz de las mujeres y entablar conversaciones en los parques del barrio. Grace nos cuenta su crianza en un hogar de judíos rusos que encontraron en Nueva York refugio tras ser expulsados por el zar. En las conversaciones familiares encontró su primera instrucción política, por ser sus padres socialistas, pero a lo largo de su vida optaría por el compromiso con las causas concretas.
Todo está contado en la prosa de Grace de manera tan vital y alegre que parece que a esta mujer no le costara trabajo dejar a los críos de la escuela para unirse luego a los que tozudamente se manifestaban contra la guerra. Una de aquellas sentadas la llevó a la cárcel durante unos días y esa experiencia está en el libro. Tiene la facultad de encontrar la comedia y la humanidad hasta en tan crudas circunstancias. Estar en la cárcel fue una manera de entablar conversación con las otras presas, prostitutas, rateras, drogadictas, madres como ella; en la maternidad encontró Paley la ternura y el coraje.
La leo y siento que me contagia su falta de miedo y su resistencia ante la adversidad. Sus editores le reclamaron desesperadamente una novela pero ella no amaba tanto la literatura como para dejar de intervenir en los conflictos que agitaron su tiempo. Todo se cuenta a través de su vida, comenzando por sus reflexiones sobre el aborto, que entiende como una dura experiencia aunque confiesa no haber sentido culpabilidad alguna. Escribe lo que piensa. Ahí reside el valor de su voz. Una puede imaginar a esa mujer inquieta de pelos siempre alborotados entablar una conversación con uno de los policías enviados para dispersarlos. Encuentra al ser humano en cualquier ser humano.
Defensora de la resistencia pacífica, empecinada, que no se rinde, que apela a la desobediencia civil si es preciso. Junto a otras madres tozudas consiguió detener los planes del director de obras públicas de NY, Robert Moses, de atravesar Washington Square con una autopista. Fueron esas mujeres, lideradas por Jane Jacobs, las que plantaron cara al Ayuntamiento y se atrevieron a reclamar una ciudad más amable para sus hijos. La presencia de los niños en este libro es constante, y sí, señores, hablamos de política. Grace viaja a Vietnam para observar que la guerra desbarata tan abrasivamente la vida de la gente común que ya nada volverá a su ser. Los niños muertos, los niños huérfanos, pero también los niños que se quedan atrás en las clases de lectura de los colegios públicos de su barrio. ¿De dónde sacaba la fuerza esta mujer?
De fondo, siempre se aprecia, por supuesto, la lucha de una sociedad de iguales, hombres y mujeres, blancos y negros. Cuenta que en un viaje hacia el sur, cuando los negros tenían prohibido ocupar los asientos de los blancos, Grace le ofrece a una madre que de pie carga con su niño dormido, llevarle al crío en sus brazos. Un hombre blanco, observa la escena, mira al bebé con desprecio y dice, “ése tendría que estar colgado de un gancho”. Grace abraza al bebé que duerme confiado en sus brazos y es, dice, como si hubiera sido un presentimiento del nieto (también negro) que muchos años después amaría.
Hay que leerla. La política no puede dejarse solo en boca de los políticos. Cierras el libro queriendo parecerte a ella, a la feminista que amaba a los hombres, y que decía con sorna: “Las mujeres han comprado libros escritos por hombres desde siempre, y se dieron cuenta de que no eran acerca de ellas. Pero continuaron haciéndolo con gran interés porque era como leer acerca de un país extranjero. Los hombres nunca han devuelto la cortesía”.
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