El drama de los dos exilios
Verna Calverton escribe con gran inteligencia y honestidad una novela formidable y nada maniquea sobre un tema recurrente: la Alemania pos-Hitler
Ciudadanos alemanes en Berlín en 1945 . WILLIAM VANDIVERT GETTY
Dicen los editores de esta gran novela que bien podría ser un relato perteneciente a Somerset Maugham o a Graham Greene. Cierto, tiene ese poderío narrativo, esa capacidad de construir una buena historia, ese magnetismo y empatía de ambos maestros, pero es una novela de Verna B. Carleton; quiero decir que es una novela con una personalidad definida, de una solvencia moral y una sensibilidad como pocas veces una autora es capaz de reunir en torno a una historia admirablemente concebida y admirablemente expuesta.
Basándose en un viaje a Alemania que la autora hizo con su íntima amiga la gran fotógrafa Gisèle Freund, Verna B. Carleton tuvo ocasión de conocer el ambiente alemán tras su derrota en la Segunda Guerra Mundial y el comienzo del llamado “milagro alemán”. Estamos, pues, en los años cincuenta. La narradora, una periodista norteamericana, se encuentra a bordo de un viejo barco italiano que navega por el Caribe recogiendo pasajeros para Southampton y Génova. Allí conoce a un matrimonio inglés que regresa a su país, Nora y Eric Devon. Desembarcados en Inglaterra, decide acompañarlos en un viaje a Berlín.
La novela tiene una personalidad definida y una solvencia moral y una sensibilidad como pocas veces una autora es capaz de reunir en torno a una historia
Eric es un hombre lleno de rencor que se ha creado una explicación de lo que le sucedió, pues la familia (que lo sacó del país) quedó atrás. Su padre murió en la cárcel. No sabe dónde vive su hermana Käthe. Visitan la vieja casa familiar, convertida en un solar. Buscando en la guía telefónica encuentra su apellido en una dirección que le deja estupefacto: es la de la casa que compró su padre, a la que se mudaron y que suponen confiscada por los nazis. Deciden acudir a ver quién la habita con su apellido y la sorpresa es mayúscula: se trata de su tía Rosie. Rosie es para Eric la traidora, la que abandonó a la familia a su suerte apoyada en su marido nazi. En las siguientes 20 páginas llega una escena portentosa, soberbia, un increíble cambio dramático que hará de la tía Rosie el personaje más memorable de la novela.
Eric, parapetado tras su fachada de inglés impecable, empieza a descubrir la diferencia entre la realidad urdida por él en la distancia de la Alemania del Führery de la derrotada y arrasada, que es lo que han vivido directamente su hermana Käthe y la tía Rosie. La novela se convierte entonces en un viaje en el tiempo, un viaje espiritual y mental a la vez que físico, en el que Eric se adentra en “el otro lado”, el que él no vivió y que imaginó, del que se hizo una composición de lugar en la que el rencor tuvo protagonismo fundamental; una visión, la suya, basada en el egocentrismo de su dolor, que le impide abrirse a la otra realidad, la que representa a los que se quedaron y hubieron de soportar el régimen. Estamos, pues, ante un drama clásico, el de los dos exilios: el exilio del que escapa del horror y la muerte y el exilio interior, el de las almas decentes que se ven obligadas a sobrevivir por todos los medios a su alcance.
Y, como es natural, Eric, que ha vuelto a hablar alemán empujado por las circunstancias, sólo que poco a poco y no sin desagrado, descubre también que su huida causó no pocos problemas a quienes lo ayudaron o se encontraban a su lado y, de pronto, quedaron al descubierto. Eric, en realidad, está saliendo de un mundo donde todo encajaba y le justificaba a otro donde la sensación de culpabilidad e incluso de injusticia en algunos de sus actos empieza a abrirse paso. Lo que era un edificio de solidez personal, sin una sola grieta ni una sola duda, empieza a mostrar su verdadera cara, las marcas del tiempo, los vicios ocultos.
La verdad oculta de los alemanes antinazis o simplemente no-nazis emerge en la novela con el dolor y el empuje inevitable con que sucede todo en la obra: saliendo de las sombras, emergiendo de pozos ocultos y estancias cerradas, como emisarios dolientes de una doble injusticia: la de ser perseguidos primero e ignorados después; su valerosa supervivencia es desgarradoramente humana, heroica a veces, bajo ese heroísmo de la cotidianeidad que se debate entre el miedo y la carencia. Esto es lo que el viaje en el tiempo de Eric le muestra y por ello su realidad cambia también, lejos de la versión única o el maniqueísmo. Es un viaje a la conciencia a través del tiempo, acompañado de los seres queridos y de los seres justamente odiados, que rompe la capa de olvido y rencor bajo la que se ocultaba Eric.
El descubrimiento de las cartas de Walter, el padre de Eric, es el tercer y último aldabonazo de realidad. Quedan los miles de nazis reciclados, disimulados o incluso nostálgicos, como el primo Albrecht, que “lo que lamentan es haber perdido la guerra, no haberla empezado”; quedan los jóvenes pos-Hitler que hasta se ríen de él y no se entienden con sus padres; queda… Queda una novela formidable, de una honestidad, una limpieza y una calidad moral e intelectual de primer orden; queda una escritura solvente e inteligente como pocas; queda, en fin, la asombrosa sensibilidad de esta mujer y su temple para narrar una realidad recurrente en la historia de la humanidad sin un desmayo y sin una concesión.
Regreso a Berlín. Verna B. Carleton.Traducción de Laura Salas Rodríguez Periférica & Errata Naturae, 2017. 408 páginas. 21,50 euros
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