COLUMNA
Fenómeno extravagante
El día de Reyes de 1936 el embajador de la Segunda República en Italia trasladaba a la Academia española en Roma un telegrama enviado desde Madrid por el Ministro de Estado: “Ayer falleció en Santiago de Compostela Don Ramón del Vallé Inclán”. La Academia es una residencia de artistas con vistas al Trastevere cuya dirección ejercía oficialmente Valle desde 1933 aunque dimitiera meses después de ser nombrado. Al día siguiente de recibir el citado telegrama, el secretario de la institución realizó un inventario de los efectos personales que el escritor, de 69 años, había dejado en la Ciudad Eterna, entre ellos, dos pares de zapatos de baile, las obras completas de Rubén Darío, los 22 tomos de las memorias de Casanova, tres cuadernos con copia a máquina de ‘Divinas palabras’, una bufanda y un automóvil matrícula 35562.
Sin pretenderlo, esa lista póstuma contiene los restos de la vida y las claves de la obra de un autor interminable: el modernismo, el erotismo, la escritura, la velocidad, la vida mundana… y una bufanda, como la que suele vestir su estatua en el Paseo de Recoletos los días de fiesta mayor. En enero pasado, al cumplirse 80 años de su muerte, los derechos de autor de Valle-Inclán -Ramón José Valle Peña para la vida civil- pasaron al dominio público, algo que se ha traducido en un desembarco valleinclanesco en las librerías. Así, semanas después de que la editorial Hiperión reeditara ‘La pipa de Kif’, un poemario de 1919, Visor acaba de publicar las ‘Poesías completas’ del escritor gallego en un solo volumen. Mientras, el sello Debolsillo y la Biblioteca Castro se han lanzado a publicar sendas ediciones de las obras completas del padre del esperpento. La primera corre a cargo de Ignacio Echevarría y recupera como presentación una ya clásica semblanza bio-bibliográfica firmada por Alonso Zamora Vicente. La segunda, que ve la luz en la colección dirigida por Darío Villanueva, director de la RAE y gran experto en el autor de ‘El Ruedo Ibérico’, está al cuidado del Grupo de Investigación Valle-Inclán de la Universidad de Santiago.
Gracias a ambas puede empezar a leerse al escritor gallego por el principio, es decir, por ‘Femeninas’, un libro publicado en 1895 en Pontevedra y que su autor nunca quiso reeditar, aunque dispersó sus “seis historias amorosas” por diversas colecciones de cuentos con su firma. Borges decía de Quevedo que no era un escritor sino una literatura. Lo mismo podría decirse de Valle, que se autorretrató como alguien “con rostro español y quevedesco”, un hombre torrencial con barbas de profeta al que Primo de Rivera llamó “extravagante” y Manuel Azaña, “fenómeno”. Que un político español tenga opinión sobre un escritor dice mucho de lo que este representa. En este caso ambos tenían razón.
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