jueves, 15 de marzo de 2018

HONRARÁS LO QUE MEREZCA SER HONRADO ▲ 'Honrarás a tu padre y a tu madre': Dos Españas, la misma sangre | Cultura | EL PAÍS

'Honrarás a tu padre y a tu madre': Dos Españas, la misma sangre | Cultura | EL PAÍS

Dos Españas, la misma sangre

Un abuelo de Cristina Fallarás fue fusilado en 1936, el otro formaba parte de los pelotones de fusilamiento. Ahora publica la historia de su familia en 'Honrarás a tu padre y a tu madre'

Honraras a tu padre y a tu madre libro
La abuela Presen y el abuelo Pablo de la autora Cristina Fallarás.
El día 5 de diciembre de 1936 Félix Fallarás, de 35 años, casado y con dos hijos, tramoyista del Teatro Argensola, fue fusilado en el cementerio de Torrero, en Zaragoza. No se le conocía militancia política. Su familia siempre pensó que ocupó por error el lugar de su padre, dirigente de la UGT. Se llevaban mal, se llamaban igual. Por aquellas fechas, uno de los encargados de los pelotones de fusilamiento era Pablo Sánchez, un alférez de dos metros y rasgos indios. Bisnieto del presidente mexicano Benito Juárez, colaboró con la Gestapo y terminó alcanzando el grado de coronel en el ejército de Franco. Pasado el tiempo, un día de 1957, acudió a la sucursal de su banco acompañado de su hija María Jesús. Les presentaron a un nuevo empleado. Era el hijo pequeño de Félix Fallarás, tenía tres años cuando mataron a su padre y se llamaba como él. Diez años después de aquel encuentro se casó con María Jesús. Al año de la boda nació su hija Cristina.
Durante años, la escritora y periodista Cristina Fallarás (Zaragoza, 1968), que se ha decidido a contar la historia de su familia en Honrarás a tu padre y a tu madre(Anagrama), no supo nada de su abuelo paterno. Su abuela Presentación, una “mula de carga” que trabajaba desde niña fregando suelos, “se quedó sin marido” y ya está. En su casa no se hablaba de la guerra. “En la de mis otros abuelos, sí”, cuenta la autora en la cafetería de la librería La Central de Madrid. “Mi abuelo Pablo, franquista de arriba abajo, era oficial de caballería y las espuelas colgaban en las paredes. A veces sacaba un sable y decía: ‘Entonces se lo clavé a un rojo…’ No preguntábamos nada. Era lo que tenía que ser. A veces venía mi otra abuela y nunca hubo un roce”.
Cristina Fallarás, en una librería madrileña.
Cristina Fallarás, en una librería madrileña. JAIME VILLANUEVA
Cristina Fallarás, que vive en Madrid desde hace cuatro años, estudió periodismo en Barcelona. Allí conoció a Vázquez Montalbán, a quien contó la peripecia de la parte mexicana de su familia, la que ella conocía, las vueltas que los Sánchez Juárez dieron para terminar en España. “Escríbela ya”, le dijo el creador de Carvalho. “Fue en 1992 y mira cuánto tiempo ha pasado”, se lamenta ella. “Un día me puse a escribir un novelón sobre los Juárez y no funcionaba”. Y empezó a preguntarse por su otro abuelo. En 2014 dio con una pista en un libro de Julián Casanova sobre los fusilados en Zaragoza. El historiador recuerda la consulta de Fallarás. Mientras habla por teléfono, consulta una base de datos “con 9.000 fusilados” y confirma los datos: “Aquí está. Carpintero, 35 años. Causa de la muerte: fractura de cráneo. El eufemismo habitual”. Sus restos fueron a parar a una fosa común, pero su nombre aparece en el memorial construido en el cementerio para recordar a los asesinados allí.
Julián Casanova recuerda que, en los años noventa, las familias de los fusilados “lloraban y agradecían” que les diesen señales de sus muertos pero nunca reivindicaron nada. “A muchas viudas se las condenó a la muerte civil y los hijos eran gente sin estudios, descendientes de obreros y jornaleros. Tenían interiorizado el silencio. Son los nietos los que han tenido acceso a la educación. Ellos sí preguntan”. Cristina Fallarás es nieta por partida doble y preguntó. “Que cercenen una parte de tu memoria, te modifica; recuperarla te modifica dos veces”, dice. Su libro, mezcla magistral de contención y brutalidad, arranca: “Me llamó Cristina Fallarás y he salido a buscar a mis muertos”. Y termina: “Ya no tengo miedo. Apártense los vivos”. ¿Lo leyeron sus padres? “Sí, porque los utilizo. No lo habría publicado sin su consentimiento. Mi madre me dijo, como es ella: ‘Cariñico, es mi familia, pero también es la tuya”, recuerda. Y añade: “He conseguido no juzgarlos. Como mucho me juzgo a mí misma. Y no a mí cuando era una niña de 12 años que asistía es casa de mi familia franquista a escenas humillantes para mi abuela Presen, me juzgo a mí de adulta. He tenido que cumplir casi 50 años para preguntarme de dónde vengo y quién soy: si soy una intensa, una payasa, una hija de puta o una escritora”.
Fallarás no juzga “lo íntimo” pero sí “lo público”. ¿Habría que juzgar el franquismo? “Por supuesto” ¿Aunque afecte a su abuelo materno y, por ende, a su madre? “¡Y a mí misma! ¿De quién había sido antes de la guerra la casa gigantesca en la que yo viví si ninguno de mis abuelos era de Zaragoza? Hay que juzgar los delitos de lesa humanidad, pero también a las empresas del Ibex que se enriquecieron durante el franquismo y lo siguen haciendo ahora. No seremos un país culto si no devolvemos a la sociedad lo que le robó un país de patanes que no leía un libro. Yo he escrito este para mis hijos, para que podamos mirarnos a la cara”.

LA 'VIDA JABALÍ' QUE SIGUIÓ AL DESAHUCIO

Dos Españas, la misma sangre
Cristina Fallarás reconoce que no habría tenido fuerzas para contar la historia de su familia a sangre y fuego si en 2012 no la hubieran desahuciado de su casa de Barcelona. Embarazada de ocho meses, la despidieron del diario ADN y no pudo pagar la hipoteca. Lo contó en el libro-crónica A la puta calle (Bronce, 2013). Lo que no contó es que terminó viviendo dos años en una cabaña de La Floresta, en la sierra de Collserola. “Las paredes eran así”, dice enmarcando entre el pulgar y el índice un pedazo de aire de unos cuatro centímetros. Allí mismo, tras aquel proceso de “empobrecimiento radical”, empezó a escribir Honrarás a tu padre y a tu madre. “Algo tiene que sacarte muy violentamente de la comodidad para que cuestiones tu propia comodidad pasada y futura”. La cabaña tenía una sola habitación. Sus hijos, 10 y 4 años. “A veces dicen que les gustaría volver. ‘Volverás tú’, les respondo yo. Es duro decirlo, pero su apego a La Floresta y a aquella vida jabalí está ligada a la coherencia con la que yo les digo que tienen que vivir. Ahora nuestra incomodidad es la diferencia entre lo que les enseño y la vida que llevamos allí”.
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Autor: Cristina Fallaras.
Editorial: Anagrama (2018).
Formato: tapa blanda (224 páginas)

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