COLUMNA
Tranquilos, la literatura está a salvo del feminismo
No hay inquisición en el feminismo. Solo un anhelo de compartir el lugar y la mirada que hasta hace poco eran casi monopolio de los hombres
Joan Hickson como Miss Marple en la adaptación de la BBC.
En Crónica sentimental en rojo, la novela que ganó el premio Planeta en 1984, González Ledesma nos regala un momento de chispa, del humor rijoso que recorría España en esos años en que la modernidad incluía reírnos de la violación, del abuso, del machismo, del acoso y contemplar con desparpajo las relaciones sexuales que incluían el maltrato con naturalidad. Los españoles llevábamos tanto tiempo en la tristeza que al empezar a reír, nos podíamos reír de cualquier cosa. Ocurre también en Pepi, Luci, Bom y otras chicas del montón, película de Pedro Almodóvar de 1980, en la que, tras ser violada, Carmen Maura lo que lamenta es que ya no podrá vender su virginidad a buen precio, como era su principal propósito. Y no pasa nada. Es cine.
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En la citada novela de González Ledesma, que he recordado recientemente en la película de Rovira Beleta en 1986, la protagonista pregunta a su primo, a quien visita en su despacho: “¿Qué? ¿Ya hiciste abortar a la secretaria?” Y él responde: “Claro. A ver si se cree que es la primera que embarazo en esta mesa”. Y ambos pasan a hablar de otras cosas. Concretamente y como quien no quiere la cosa, de matar a un mal marido.
Y no pasa nada. La literatura y el arte son probablemente el único territorio de libertad real donde el deseo, la venganza, el crimen, la maldad, el amor, el abuso o cualquier sentimiento o acto pueden y deben fluir sin miedo a molestar. Aunque sea deleznable. Todo vale en las novelas salvo el aburrimiento.
La novela negra ha recogido en general mujeres neumáticas a mayor gloria de Chandler, Hammett, González Ledesma o Vázquez Montalbán, que redondeaban a sus personajes cínicos de whisky en la petaca y capaces de esquivar milagrosamente las balas con la capacidad de hacer caer rendidas o de rendirse ellos mismos a los pies de secretarias, telefonistas, hermanas o hijas voluptuosas, rebeldonas, pícaras. La imagen que ofrecían de la mujer solía ser bastante limitada, por ser generosos, pero el problema no era de su literatura, sino de la sociedad. El arte al fin y al cabo no es ni debe ser un código de buen comportamiento sino, por el contrario, el retrato de la realidad. Sus vicios, sus anhelos, sus pasiones, sus agujeros, sus debilidades.
La literatura y el arte son probablemente el único territorio de libertad real donde el deseo, la venganza, el crimen, la maldad, el amor, el abuso o cualquier sentimiento o acto pueden y deben fluir sin miedo a molestar
La Miss Marple de Agatha Christie fue una excepción entre Poirots, Sherlocks, Marlowes, Maigrets, Carvalhos, Spades y agentes de la Continental en general. Casi todos han reflejado una larguísima era de predominio masculino en la investigación. Con el cambio de siglo, sin embargo, ellos empezaron a convivir con nuevas protagonistas que aportan rasgos duros, de eficiencia y feminismo, muy lejos de los tópicos del género: la inspectora Petra Delicado(Alicia Giménez Bartlett), la juez Mariana de Marco (José María Guelbenzu), la cabo Chamorro de la mano del sargento Bevilacqua (Lorenzo Silva), Amaia Salazar (Dolores Redondo) o mi comisaria María Ruiz comparten escenario con el inspector Salgado (Toni Hill), Gálvez (Jorge Martínez Reverte) o Montalbano (Camilleri), Wallander (Henning Mankell), Brunetti (Donna Leon), Bosch (Michael Connelly), Bernie Gunther (Philip Kerr, que en paz descanse) o Rebus (Ian Rankin), por salir también de estas fronteras.
¿Femicrime?
Algunos lo han llamado “femicrime”, aunque nunca llamaron “mascucrime” al subgénero (¡o macrogénero!) que protagonizaban los hombres. Lo único que ha cambiado es que la nueva realidad, donde la mujer ya ocupa algunas cotas de poder y en la que la igualdad de género es una de las ambiciones de justicia más pendientes del pasado, se empieza a trasladar a los teclados.
En estos momentos de movilización por la igualdad, pero sobre todo en momentos en que algunos autores ponen en evidencia la curiosa incomodidad que ésta les causa, tal vez conviene subrayar que la libertad también incluye la de las demás.
La literatura no es machista o feminista, pero la gestión de la cultura, de la crítica y de las decisiones que importan sí lo puede ser
Sólo hace pocos años que las autoras de literatura policíaca empezamos a protestar en los festivales del género en los que nos convocaban para hablar de “mujer y novela policíaca”. ¿Les habrían convocado a ellos, los grandes escritores del género, para hablar de su condición de hombres y escritores? El sentimiento de agravio y ofensa empezó a extenderse y los organizadores comenzaron a ser conscientes de que esos planteamientos eran ridículos. Y están desapareciendo. Porque supieron escuchar o sencillamente porque los nuevos gestores ya traen la igualdad de serie. Hay fantásticos promotores de la buena novela negra en toda la geografía española a los que, sobre todo, lectores y autores debemos mucho. Entre todos han trazado un mapa interactivo criminal que viaja de Gijón a Barcelona pasando por Granada, Pamplona, Salamanca, Valencia, Castellón, Getafe, Tenerife o Cuenca, entre otros muchos sitios.
A partir de ellos se empieza a construir un panorama más inclusivo, como debe ser. Porque la literatura no es machista o feminista, pero la gestión de la cultura, de la crítica y de las decisiones que importan sí lo puede ser. Ni Vargas Llosa ni Bob Dylan ni Kazuo Ishiguro se van a quedar sin su Nobel por que lo ganen Elfriede Jelinek, Herta Müller, Svetlana Aleksiévich o Alice Munro. Pero tal vez les llegue a resultar un honor compartir la cumbre. No hay ninguna inquisición que amenace la literatura. Solo un anhelo de compartir el lugar y la mirada que hasta hace tan poco eran casi un monopolio de los hombres.
Berna González Harbour es escritora de novela negra y creadora de la comisaria María Ruiz.
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