lunes, 1 de octubre de 2018

¿Qué diría Madame de Staël? | Opinión | EL PAÍS

¿Qué diría Madame de Staël? | Opinión | EL PAÍS

IDEAS / UN ASUNTO MARGINAL COLUMNA 

¿Qué diría Madame de Staël?

Esto va más allá del feminismo y de la revolución sexual, más allá de los derechos individuales y de los condicionantes biológicos

Retrato de Anne-Louise Germaine Necker, baronesa de Staël-Holstein.
Retrato de Anne-Louise Germaine Necker, baronesa de Staël-Holstein. 
Leer a Madame de Staël es un ejercicio desasosegante. Anne-Louise Germaine Necker, baronesa de Staël-Holstein, fue una de las mentes más brillantes de su tiempo, la del tumultuoso tránsito desde el siglo XVIII al XIX, y no solo fascinó a sus contemporáneos, gente como Stendhal o Chateaubriand: hoy sigue deslumbrando. Feminista, liberal, irónica, capaz de analizar las situaciones más diversas con una precisión científica, firme en sus principios, despliega todos los talentos atribuibles a esa figura que los franceses llaman maître à penser. No hace mucho que se publicaron en España sus Consideraciones sobre la Revolución Francesa (Arpa). Línea por línea, resulta casi irrebatible.
Era hija del banquero suizo Jacques Necker, eficiente ministro de Finanzas de Luis XVI, y creía en el reformismo sensato. Compaginaba un talante romántico y un conocimiento profundo del espíritu germánico con una admiración completa por el sistema político británico, tan pragmático que rozaba la mezquindad. Sus Consideraciones rebosan desprecio hacia los abusos del jacobinismo revolucionario francés y hacia la tiranía de Napoleón, quien la forzó a exiliarse. ¿Cómo no darle la razón en su crítica al pequeño general corso? ¿Cómo no empatizar con su repugnancia ante la turba que torturó a la pobre princesa de Lamballe, que celebró delirantes juicios populares y coreó cada caída de la guillotina?
Pero leerla obliga a mantener en la cabeza un constante “sin embargo”. Porque de la turba despreciable y de las guerras napoleónicas surgió el impulso de la Europa liberal, en una continua cadena de incoherencias (pensemos en el triste final de las Cortes de Cádiz y de la primera Constitución española) que condujo a la caída de los sistemas absolutistas. Y, por otra parte, al fenómeno de las naciones, un asunto engorroso que extrajo de Europa lo peor de sí misma. Madame de Staël murió en 1817. ¿Qué habría opinado de la revolución industrial iniciada por sus admirados británicos? Esa revolución causó más miseria y probablemente más muertes que la iniciada con la toma de la Bastilla.
La historia, vista de cerca y examinada al detalle, no suele ofrecer un espectáculo edificante. La justicia de los grandes movimientos sociales conlleva un caudal de pequeñas injusticias y raramente respeta las formas.
Esto va más allá del feminismo y de la revolución sexual, más allá de los derechos individuales y de los condicionantes biológicos
Creo que ahora contemplamos una revolución. Comenzó hace mucho, porque, como todos los movimientos revolucionarios, se nutre de ideas y luchas antiguas, y cuesta adivinar su ritmo y sus consecuencias en un futuro inmediato. Como es habitual en estas cosas, exige estar de un lado o de otro: la defensa de la sensatez y los reparos ante algunos excesos (las denuncias populares no se atienen a códigos procesales) no deberían privarnos de una visión global. Una causa justa es una causa justa. Me refiero a lo que este año llamamos Me Too y quizá luego adopte otras denominaciones. Esto va más allá del feminismo y de la revolución sexual, más allá de los derechos individuales comúnmente reconocidos y de los condicionantes biológicos. Se trata de una revolución social que ha de acabar con absurdas estructuras patriarcales y con la inercia de un machismo (perdón por la simplificación) tan evidente que no requiere denuncia: está ahí, basta con mirar.
¿Qué diría Madame de Staël de todo esto?

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