El cuento chino de “Los Cuatro Dragones”
El cuento de “Los Cuatro Dragones” explica el origen legendario de los cuatros grandes ríos chinos: el Heilongjian (Dragón Negro); el Huanghe (Dragón Amarillo); el Changjiang (Gran Dragón) y el Zhujiang (Dragón de la Perla).
Tradicionalmente el dragón occidental es, en el mejor de los casos, aterrador, y en el peor, ridículo; sin embargo, en China, el dragón (el lóngde las tradiciones) posee características divinas y es como un ángel que fuera también león.
La imaginación popular china vincula el dragón a las nubes, a la lluvia que los agricultores anhelan y a los grandes ríos. Así se cuenta el origen de los cuatros grandes ríos chinos en un cuento originario de la provincia de Zhejiang escrito por Liu Hanwei:
Los Cuatro Dragones
Hace muchos, muchos años, en el principio de los tiempos, no había ríos ni lagos sobre la tierra. Solo había el Mar del Este donde vivían cuatro dragones: el Gran Dragón –enamorado del agua–, el Dragón Amarillo –enamorado de la Tierra–, el Dragón Negro –el mejor volador– y el Dragón de la Perla –el dueño del fuego–.
Un día los cuatro dragones fueron volando desde el mar hasta el cielo, persiguiendo las nubes, cuando de golpe el Dragón de la Perla señaló hacia la tierra. Los otros tres dragones se reunieron a su lado, mirando entre las nubes en la dirección que el compañero señalaba.
Los dragones vieron muchísimas personas haciendo ofrendas extraordinarias y quemando barritas de incienso. Una anciana estaba arrodillada sobre el suelo desértico, con un niño muy delgado entre sus brazos, gritando: “dioses de los cielos, por favor envíen lluvia para que puedan sobrevivir nuestros hijos”.
Los dragones vieron que los campos de arroz estaban secos, los cultivos se habían estropeado y hasta los árboles parecían esqueletos. Se veía que no había llovido en mucho tiempo.
– ¡Mirad qué hambrientas y débiles están estas personas!- dijo el Dragón Amarillo. –Si no llueve pronto morirán.
Hace muchos, muchos años, en el principio de los tiempos, no había ríos ni lagos sobre la tierra. Solo había el Mar del Este donde vivían cuatro dragones: el Gran Dragón –enamorado del agua–, el Dragón Amarillo –enamorado de la Tierra–, el Dragón Negro –el mejor volador– y el Dragón de la Perla –el dueño del fuego–.
Un día los cuatro dragones fueron volando desde el mar hasta el cielo, persiguiendo las nubes, cuando de golpe el Dragón de la Perla señaló hacia la tierra. Los otros tres dragones se reunieron a su lado, mirando entre las nubes en la dirección que el compañero señalaba.
Los dragones vieron muchísimas personas haciendo ofrendas extraordinarias y quemando barritas de incienso. Una anciana estaba arrodillada sobre el suelo desértico, con un niño muy delgado entre sus brazos, gritando: “dioses de los cielos, por favor envíen lluvia para que puedan sobrevivir nuestros hijos”.
Los dragones vieron que los campos de arroz estaban secos, los cultivos se habían estropeado y hasta los árboles parecían esqueletos. Se veía que no había llovido en mucho tiempo.
– ¡Mirad qué hambrientas y débiles están estas personas!- dijo el Dragón Amarillo. –Si no llueve pronto morirán.
Los otros dragones asintieron con la cabeza enmudecidos por la escena que estaban contemplando. Entonces el Gran Dragón se puso en pie y sugirió:
– ¿Por qué no le pedimos al Emperador de Jade que llueva?
Los cuatro dragones se elevaron entre las nubes volando hasta el lejano palacio celestial, residencia real del Emperador de Jade. Al todopoderoso monarca no le gustó demasiado la llegada intempestiva de los cuatro dragones y exclamó:
– ¡Cómo osáis interrumpir el trabajo tan importante que llevo entre manos! ¡Tengo que encargarme de todos los asuntos del Cielo y de la Tierra y de todo lo demás! ¡Volveos al mar que es vuestro sitio y comportaos como os corresponde!
– Pero Majestad, ¡los cultivos están secos y las personas se están muriendo de hambre!- dijo el Dragón Negro –Por favor, ¡mandadles lluvia enseguida!
– De acuerdo, volveos al mar, tranquilos que yo mañana mandaré lluvia a esa gente- dijo el rey con ganas de echar otra cabezadita.
– Muchas gracias Emperador de Jade, nos vamos más tranquilos- dijeron al unísono los cuatro dragones.
Así que volando los dragones se fueron felices de vuelta al Mar del Este. Cuando el rey se quedó solo mandó a un grupo de hadas celestiales que le cantara una linda canción y se quedó profundamente dormido.
Pasaron diez días y los dragones decidieron dar otro paseo por el Cielo a ver cómo estaban aquellas personas en la Tierra. Y se quedaron muy asombrados al ver que todavía no había caído ni una sola gota de lluvia. Los hombres estaban en una situación desesperada y más hambrientas que antes. ¡Tanto era así, que se comían hasta las hierbas y las piedras!
Los cuatro dragones se dieron cuenta enseguida de que el todopoderoso Emperador de Jade solo pensaba en su propio beneficio y no deseaba ayudar a los humanos. Así que pensaron que debían encontrar una solución ellos mismos a este acuciante problema.
Los dragones pensativos se miraron mientras observaban la vaga extensión del Mar del Este. Entonces, el Gran Dragón tuvo una excelente idea:
– ¿Acaso el mar no está lleno de agua? Debemos absorberla toda y esparcirla por el Cielo para que llueva, y así salvaremos a las personas, los cultivos y a los animales.
Los otros dragones estuvieron de acuerdo en llevar a cabo esta idea y empezaron a sobrevolar aquella región vaciando sus barrigas repletas de agua del mar. Después cien viajes llenando y vaciando sus estómagos, comenzó a llover sobre la Tierra. Las personas que estaban abajo empezaron a gritar sorprendidos y llenos de alegría:
– ¡Llueve! ¡Llueve!
Entonces, por todas partes, empezaron a brotar pequeños ríos que recorrían los campos de arroz y todos los cultivos. En ese momento, el Emperador de Jade se enfureció mucho y mandó apresar a los cuatro dragones. Cuando los tuvo delante les recriminó:
– ¿Cómo osáis hacer llover sin mi permiso? ¡Es la última vez que me desobedecéis!
Así, el Emperador de Jade llamó al Dios de la Montaña y le pidió que colocara cuatro inmensas montañas encima de los dragones, quedando, de este modo, capturados para siempre.
Sin embargo, a la ninfa Xin Jing, la Emperatriz del Coraje, no le gustó nada el castigo impuesto por el emperador y fue a hablar con él, quien no la temía.
– Tu belleza es incomparable- le dijo para embelesarla.
Pero la ninfa se mostró indiferente ante dichas palabras del emperador y le replicó:
– ¡Tu venganza será tu castigo! Mira bien esas montañas, pues no las volverás a ver así nunca más.
– ¿Qué piensas hacer? No puedes anular mi veredicto.
Era cierto, aunque no podía eliminar el veredicto real, sí que descargó todo su poder sobre las montañas, traspasándole su magia a los dragones, los cuales se convirtieron en cuatro grandes ríos: el Heilongjian (Dragón Negro), al norte, alejado y frío; el Huanghe (Dragón Amarillo), en el centro; el Changjiang (Gran Dragón), en el remoto sur; y el Zhujiang (Dragón de la Perla), ocupando el sur lejano y tropical.
Como se puede observar, existe una gran similitud con la tradición occidental en cuanto a la existencia de un personaje benefactor de las personas, en este caso representado por los cuatro dragones. Estos roban un elemento fundamental para la supervivencia de la especie humana, en este caso el agua, y se lo entregan sin el permiso del dios superior, por lo que el benefactor acaba siendo castigado a pesar de haber realizado una buena acción.
En la tradición occidental correspondería al caso del robo por parte del titán Prometeo del fuego al Dios Zeus, escrito por el dramaturgo clásico griego Esquilo (525-456 a.C.) en su obra Prometeo encadenado. Si sustituimos a Prometeo por los dragones, el fuego por el agua, y al dios Zeus por el Emperador de Jade, siendo los dragones castigados de forma que queden encerrados en cuatro grandes montañas y Prometeo encadenado a una montaña donde un águila le come el hígado permanentemente entre grandes dolores, vemos que, en realidad, tenemos el mismo tipo de mito.
Así pues, la gran diferencia con el dragón occidental –que escupe fuego, vuela, amenaza las aldeas y encarcela a princesas–, es que el dragón chino, a pesar de que en otros cuentos se utiliza como elemento para asustar a los niños, es en realidad un animal mítico divino benefactor de la Humanidad, amigo de todos y símbolo imperial chino.
Más sobre el mito del dragón chino en ConfucioMag:
Publicado originalmente en:Revista Instituto Confucio.Número 10. Volumen I. Enero de 2012.Leer este reportaje en la edición impresa
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