Irene Solà gana el Llibres Anagrama de novela con una fantasía rural
'Canto jo i la muntanya balla' es la segunda incursión en el género de la joven escritora barcelonesa
Barcelona
La escritora Irene Solà. ANAGRAMA
Hablan las personas, claro, contando su día a día, pero también deslizan sus sueños y anhelos, mezclado todo en una realidad irreal de trasunto mágico, fantástico, que refuerzan las voces de ninfas de agua, nubes, fantasmas, setas, perros y corzos. Ese es el marco de Canto jo i la muntanya balla, segunda novela de la joven barcelonesa Irene Solà, con la que ha obtenido el cuarto premio Llibres Anagrama, que convoca la misma editorial, dotado con 6.000 euros.
La vitalidad, la naturalidad y las ganas de vivir que ya desprendía Els dics, elogiado debut en el género de Solà (Malla, Osona, 1990) que mereció ya el premio Documenta, reaparecen en esta obra, ambientada en una zona montañosa y fronteriza, indefinida entre Camprodón y Prats de Molló. Ahí, entre áreas boscosas y leyendas, llega la muerte de Domènec, un payés-poeta, que deja a una cada vez más desorientada Sió criando sola a Mia e Hilari, en un escenario que parece inmutable, ni tan siquiera ante la chocante actitud de Dolceta, que cuenta, entre risotadas, la terrible vieja historia de cuatro mujeres ahorcadas acusadas de brujería...
"Es una novela particularmente coral: quería junto a las voces de los hombres y mujeres del pueblo otra perspectiva, la de los fantasmas, las nubes, las brujas, las ninfas..., cosas que nunca han tenido voz directamente; deseaba que la montaña misma hablara, expresando la brutalidad de la naturaleza, la dureza, la inclemencia, pero que es capaz de proporcionar a la vez el espacio y las fuerzas para volver, para redimirte... La vida, que va tirando adelante", asegura con voz entrecortada y profunda Solà. Es acorde al ambiente que parece destila la novela , pero en realidad es fruto de la lejana conexión por internet con Hanoi, donde la ha alcanzado el premio disfrutando de unas pequeñas vacaciones en las que, reconoce, se está impregnando también de historias locales y del imaginario poular: "Todo es alimento literario", desliza. Ese viaje, sin embargo, imposibilitará que el libro no aparezca en librerías hasta mayo, coincidiendo entonces con su traducción al castellano.
Esa "polifonía" buscada, que da a la novela, según su autora, momentos de "tonos muy distintos, lúdicos e irónicos a ratos y trascendentales y oscuros en otros", se refleja en el mismo título, pues "esa vibración de las distintas voces es la que hace bailar la montaña; es también el reflejo del poder de la palabra y la literatura", asegura quien admite que en el substrato de la novela están tradiciones orales y escritas de una zona que conoce, pero sobre la que también ha investigado. Y luego están lecturas como el Canigó de Jacint Verdaguer, la Mercè Rodoreda última de La mort i la primavera, o Víctor Català ("la he leído mucho, la tengo siempre cerca"). Esos dos últimos nombres ya habían sido detectados por la miembro del jurado Mita Casacuberta, que destaca de la novela, amén de su entroqnue con la tradición de "un mal llamado ruralismo", su creación "a partir de texturas muy distintas, demostrando que con una lengua poética se puede hablar del mal". En realidad, en la obra, según desvela su autora, hay dos muertes: la inopinada, de Domènec, tocado por un rayo descargado por unas nubes que hablan y juegan entre ellas liberando su barriga llena, y la de su hijo Hilari, veinte años después, en un accidente de caza.
El choque entre ignorancia y fanatismo, belleza, imaginación y, sobre todo, ganas de explicarse y el ansia de vivir se combinan de nuevo en lo que parece ser el núcleo fundacional de la carrera literaria de Solà, que por ahora cuenta sus libros por premios. En la que ya ha dejado de ser una curiosidad de la reciente narrativa catalana, Solà –como en los casos de Eva Baltasar o de Josep Pedrals– tiene sus orígenes literarios en la poesía. Miembro de la que se ha bautizado ya como la “generación poética del tercer milenio”, esta licenciada en Bellas Artes y máster en Literatura, Cine y Cultura Visual por la Universidad de Sussex recibió en 2012 el premio Amadeu Oller por el poemario Bèstia. Cinco años después obtenía el Documenta por su primera novela, Els dics.
Solà ha sido escritora-residente en EEUU, en la que apunta, junto a la juventud y un estilo y un léxico literario en catalán más fresco, una constante en buena parte de los ganadores del Llibres Anagrama, que hasta la fecha ha reconocido a Albert Forns (Jambalaia, 2016), Tina Vallès (La memòria de l’arbre, 2017) y Llucia Ramis (Les possessions, 2018).
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