Relato de una obsesión
Alexandria Marzano-Lesnevich aborda una investigación sobre la transformación de un joven tímido e infeliz en un frío asesino, un caso real que enlaza con su propia historia personal
La escritora Alexandria Marzano-Lesnevich
Este libro no es una novela, no es una autoficción (salvo excepciones, una excusa para hablar de uno mismo con tapadera literaria), tampoco es una realidad novelada al estilo de Capote o Mailer. Es una pieza literaria distinta, singular, el relato de una obsesión: la de la autora, una abogada contraria a la pena de muerte, por la historia de un joven asesino pedófilo, Ricky Langley; una obsesión que se convertirá literariamente en fe de vida cuando el caso Langley se cruce en la mente de Alexandria Marzano-Lesnevich con su investigación sobre el asesino y con la historia de su propia familia.
La ficción es una invención de autor que pretende crear un mundo imitando a la realidad; no es, pues, la realidad sino una invención donde lo verdadero es suplantado por lo verosímil; lo que hace el autor es utilizar la realidad para, en verdad, hablar de otra cosa: de aquello que le ha obligado a escribir una novela. El libro de Marzano-Lesnevich opera directamente sobre una doble realidad: la que constituye la vida del asesino Ricky Langley y la de la autora. Es, pues, un relato de verdad fundado en una doble historia real. La autora se preocupa constantemente de exigirse la reproducción de los hechos reales, hasta el extremo de añadir un apéndice de fuentes consultadas y, a pesar de todo, se ve obligada a imaginar para poder contar.
Lo que sucede, sin embargo, es que por mucho que quiera reproducir la realidad se encontrará siempre con el hecho de verse obligada a interpretarla y representarla: éste es el punto de coincidencia entre la verdad y la imaginación; la primera es inalcanzable y la segunda es el vehículo por el que transita la creación literaria. Leyendo este libro, la pretensión obsesiva de Alexandria Marzano-Lesnevich es arañar y rebañar los hechos para fundamentar la verdad de lo que sucedió, pero pronto nos damos cuenta de que va a necesitar especular sobre lo sucedido, que va a tener que recrear literariamente esa verdad que busca. Ahí es donde este libro toma personalidad propia porque, en su intento de descubrir la formación vital del asesino, se utiliza a sí misma. Eso sucede cuando, al tratar de entender a Ricky, comprende que debe empezar por indagar en su propia historia personal para averiguar su propia verdad. Este machihembrado de ambas vidas es lo que convierte al libro en un relato verdaderamente singular.
Por decirlo cuanto antes: Alexandria, una estudiante de Derecho en prácticas, que se define como contraria a la pena de muerte, se encuentra con que el asunto que tiene entre manos afecta muy seriamente a su convicción: ¿debe o no debe ser ejecutado este joven pedófilo, asesino confeso de un niño cuyo cadáver ha tenido escondido en una casa vecina a la de la madre del niño? La autora se emplea a fondo indagando en lo que ha convertido a este joven tímido e infeliz en un frío asesino, pero la indagación se cruza necesariamente con la historia personal de la autora, que contiene zonas de oscuridad concordantes con las del mismo Ricky Langley, aun tratándose de dos personas bien distintas. Hay un momento decisivo para la autora cuando la madre de Jeremy, el niño asesinado, declara ante el jurado que “podía oír el grito de Ricky pidiendo ayuda” y manifiesta que no desea la muerte del asesino de su hijo.
Langley hubo de soportar tres juicios. Once años después del crimen y nueve años después de que fuera condenado a muerte, se instruye un nuevo juicio tras el que se permutará la pena de muerte por la de cadena perpetua. Su abogado intentará por tercera vez, sin éxito, una declaración de inocencia. “Tengo una cicatriz dentro de mí”, dice la autora, “pero no puedo recordar qué la causó. Ricky abusó de Jeremy antes de matarlo; Ricky no abusó de Jeremy, pero lo mató; Ricky mató a Jeremy y después abusó de él; Ricky mató a Jeremy para no abusar de él. Tres juicios y ni aun así podrán concretarse los hechos”. ¿Dónde está la verdad?
Detrás de este libro hay una pregunta y una idea, ambas de gran trascendencia: ¿Qué es la realidad? es la primera; la segunda, la idea de que todo reo es también una víctima. Ni una ni otra son contestadas porque no es función de la literatura dar respuestas sino hacer preguntas. Las dos constituyen el meollo de esta historia narrada con la misma pasión con la que la autora se interroga sobre sí misma. Pero en la reconstrucción de vidas que realiza Alexandria Marzano-Lesnevich hay tal necesidad de indagar hasta en el último detalle que en muchos momentos tenemos la impresión de estar leyendo a un fedatario, no a un narrador. Este puede ser el talón de Aquiles del libro: la falta de narratividad; lo cual no es tan reprochable ante la magnitud de su dimensión como fe de vida.
El corazón de este libro se construye como un ejercicio de valentía, ambición y exigencia del todo infrecuente. No aleja de nosotros la duda sino que nos deja sumidos en ella, pero sí que nos deja una duda tan rica en la sustancia de la que está hecho el ser humano que sólo cabe saludarlo con el agradecimiento y la emoción debidos.
Nada más real que un cuerpo. Alexandria Marzano-Lesnevich. Traducción de Flora Casas. Libros del Asteroide, 2018. 376 páginas. 23,95 euros.
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