FOTOGRAFÍA
Ken Van Sickle; bailando a su ritmo sin perder el compás
Lleva más de seis décadas fotografiando las calles y los habitantes de distintas ciudades a ambos lados del Atlántico. Un libro recorre por primera vez su trayectoria
Cafe Tournon, París, 1955 KEN VAN SICKLE
En el centro de Manhattan, justo enfrente del edificio Flatiron, vive Ken Van Sickle (New Brunswick, Nueva Jersey, USA, 1932). Son noventa y uno los peldaños que conducen a su estudio. Algo que no parece alterar a este fotógrafo de 87 años quien durante más de seis décadas ha fotografiado la vida de las ciudades en ambos lados del Atlántico. En silencio, ajeno a cualquier moda estilística que pudiera alterar su propia búsqueda y visión, busca siempre la belleza que se esconde en aquellos momentos tan fugaces como reveladores que componen nuestro día a día. Su periplo queda recogido en Ken Van Sickle, Photography 1954- 2009, el primer monográfico dedicado al autor, que publicado por la editorial Damiani agrupa 140 imágenes en blanco y negro seleccionadas por él mismo.
Kiki había dejado de reinar en Montparnasse, y en el Dingo Bar ya no retumbaban las voces de Hemingway y Scott Fitzgerald cuando el joven americano llegó a París. Aun así, ansiaba encontrar el espíritu libre y creativo de aquella bohemia que animó la época de entreguerras. Una noche escuchó a Chet Baker tocar en un club. Hizo dos fotos. Una salió desenfocada. La otra, atestigua un estilo atemporal que admite comparaciones con el uso de la luz de Irving Penn y las composiciones de Henri Cartier-Bresson. Sus fotografías parecen tomadas con algo más que un ojo diestro para registrar, “contienen el dulce anhelo de los sueños recién interrumpidos esta mañana”, escribe Tom Shane en la página web del artista.
Fue su abuelo quien le introdujo en la práctica del dibujo y en la pintura. Tuvo de maestro a George Grosz en el Art Students League de Nueva York. Al finalizar su servicio militar en Corea, en 1955, decidió instalarse en París. Comenzó sus clases de pintura en el estudio de André Lothe, pintor y teórico del cubismo, cuyas enseñanzas resultaron fundamentales en la educación visual de uno sus alumnos más destacados, Henri Cartier- Bresson. Con este último, el joven americano compartiría otra afinidad: su devoción por la cámara Leica. Un buen día, paseando por los jardines de Luxemburgo un amigo le recomendó cambiar los pinceles por su cámara. Desde entonces nunca olvida su cámara en casa.
Su escaso presupuesto le hizo aprender a ser certero al disparar; apenas llegan a sesenta los carretes que disparo en la ciudad del Sena. “Ken no solo homenajea a París, sino que su presencia queda reflejada en cada foto”, escribe Jim Wintner en el prólogo del libro. “Cada fotografía es una revelación personal que él comparte con el espectador. Nada resulta habitual. Como por arte de magia, Ken transforma lo cotidiano revelando el intrincado puzle de su composición”.
Su estancia en París duró solo un año. Instalado en Nueva York afinó aun más su mirada en busca de composiciones que resultan tan armónicas como complejas, donde la luz, la textura y el gesto se conjugan dando lugar a un estilo que extrapola sus posibilidades estéticas sin perder su carácter documental. Asiduo del Village fue testigo del despreocupado fluir de la bohemia de los sesenta. Fotografió a Allen Ginsberg leyendo Howl en una de sus frecuentes y nocturnas lecturas de poesía. La enigmática Yayoi Kusama le abrió las puertas de su estudio. Se introdujo en The Factory, donde Andy Warhol, en cuclillas, aparece absorto sentado al lado de un descolocado comprador. El libro también incluye imágenes tomadas en otros lugares del mundo, entre ellas varias realizadas en Valencia, San Sebastián y Mallorca.
La melancolía inunda las escenas de las calles y cafés donde aun se puede respirar el humo que vela la presencia de unos protagonistas que permanecen tan ausentes como presentes. Es a través del misterio por donde el fotógrafo nos traslada su curiosidad por los sujetos que componen sus imágenes. ¿Qué es aquello que convierte las fotografías de Ken en algo especial?, se pregunta Wintner. “Sus fotos no congelan el tiempo —no hay un momento decisivo— por el contrario, existe una exploración multifacética que aúna coherencia y disolución; movimiento y reposo, dentro (de la fotografía) y fuera”.
Hay algo de onírico en la fotografía de calle de Van Sickle: en la luz que difumina las figuras tras una tormenta de nieve, en la fantasmagórica mujer que pasea rodeada de palomas en un patio situado en lo más alto de un edificio, en la escultura de mujer asomada a una ventana mientras parece oír los pasos que reverberan en la acera, en el rostro difuminado tras el cristal de una copa, o en el papel pintado con nubes que cubre la habitación de un hombre con bigote del que solo vemos su rostro. Lo mismo ocurre con las obras fruto de sus experimentos con las exposiciones múltiples, utilizando un carrete dos veces. “Resulta siempre una agradable sorpresa, una regalo, una imagen que no habría podido construir conscientemente , pero que verdaderamente he creado”, escribe el autor. “Así como ocurre en el cubismo, o en el surrealismo, [los lugares y sus gentes ] no están sometidos a las leyes naturales de la gravedad, la escala o la perspectiva, de alguna manera como en las pintura de Chagall”, escribe el artista.
Sus imágenes captaron la atención de Edward Steichen quien adquirió dos para la colección del MoMA y fueron incluidas en la primera exposición de fotografía realizada en el Metropolitan Museum en 1960. Expuso junto a Duane Michaels y realizó varias exposiciones individuales, Sin embargo, poco a poco fue desapareciendo de la escena de la fotografía, sumergido de lleno en el mundo del cine donde ha trabajado durante 25 años como director de fotografía.
“La cámara de Ken registra solamente lo que ve, no lo que él piensa que él, o nosotros debemos ver”, escribe Jim Witner. “No ha sentido vergüenza por su elección por lo bello, y su aversión por el lado oscuro. Baila a su propio ritmo, y nunca pierde el compás”.
Ken Van Sickle: Photography 1954- 2009. Damiani Editore. 160 páginas. 42 Euros
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