Los ‘crisolines’ se van sin despedirse
Aguilar cierra la colección de pequeños libros iniciada en 1946 y que en algunos hogares se vivía como una tradición familiar
Madrid
Colección de 'crisolines' en la librería del Prado, en Madrid. JAIME VILLANUEVA
Quizá una parte de la fascinación que produce el objeto-libro se deba a que se trata de un pequeño artilugio que permite sostener en las manos mundos enteros. Si fuera así, sería fácil entender el tierno amor que muchos profesan por los crisolines, los minúsculos libritos (6,5 centímetros de base y ocho de alto) en los que la editorial Aguilar ha editado todo tipo de títulos —sobre todo, clásicos— desde 1946; uno al año, excepcionalmente, dos. Eso y, por supuesto, que se trata de una tradición forjada durante décadas, que ha pasado de padres a hijos, a hermanos, a nietos, de suegros a nueras y que ha convertido en un ritual para muchos el ir a comprar cada Navidad —para regalar o autorregalarse— el título que año a año iba completando la colección.
Sin embargo, esta vez los libreros han tenido que explicar a los clientes que llevan desde noviembre preguntando por la nueva entrega que ya no habrá más. “No sabemos por qué; solo sabemos que se han dejado de editar”, señala Nieves Cuevas, de la librería madrileña Pérez Galdós. Un portavoz de la empresa se limita a confirmar que se ha cerrado la colección “por motivos editoriales”. Preguntado qué significa eso, si se trata, como opinan algunos libreros, de un problema de falta de rentabilidad, este diario no ha obtenido ninguna respuesta.
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María José Blas Ruiz, de la Librería del Prado, les reprocha que haya terminado de esta manera, sin más, sin ni siquiera una última entrega que cerrara la colección de un modo especial. A la altura de la pasión y la lealtad que han demostrado tantos cientos de personas durante décadas. “Esta colección realmente es una tradición familiar. Que ha pasado por generaciones… Los clientes me enseñan fotografías de cómo los colocan en casa. Una mujer me decía: ‘Fíjate, hace cuatro o cinco años encargamos que nos hicieran un módulo para el mueble para seguir colocándolos y ahora ¿qué voy a hacer?”. Y añade: “Es más el valor afectivo y sentimental de lo que supone la colección y el formato que en sí los textos, aunque son textos buenos, seleccionados”.
Esta librera madrileña es una gran conocedora de la colección, y no solo por su trabajo ni porque en su familia se han coleccionado estos diminutos libros desde siempre —“todas las Navidades, debajo del árbol, había uno para mi hermano y otro para mí”—, sino porque además es autora del libro Aguilar. Historia de una editorial y de sus colecciones en papel biblia. 1923-1986. Explica por teléfono (también lo hizo en su blog) que la iniciativa nació como un detalle cariñoso del editor para clientes, libreros, colaboradores y amigos, y que su éxito fue tan rotundo que los 15.000 ejemplares que se editaron del primer crisolín (que contenía Amor e historia del libro, de Ricardo de Bury, y Negro sobre blanco, de M. Ilin) se agotaron en unos pocos días. El nombre oficial de era Colección Crisol Serie Extra.
A partir de ahí, llegaron El alma de Cervantes, de Agustín Herrera García (1947); Estudios sobre el amor, de José Ortega y Gasset (1950); Vida de Lazarillo de Tormes, en edición de Ángel Valbuena Prat (1956); La gitanilla, de Cervantes (1968); la Constitución de 1812 (1976); Ficciones, de Borges (1981); Poesías de san Juan de la Cruz (1991); Somos cuentos de cuentos, de José Saramago (2001), o Soledades, de Antonio Machado (2006), por mencionar unos pocos entre sus 90 volúmenes.
Como curiosidades, están las 11 ocasiones en las que las entregas anuales fueron dobles, por ejemplo, en 1951, cuando además de La ruta de Don Quijote, de Azorín, se publicó La leyenda del librero asesino de Barcelona, en edición bilingüe, para homenajear a lectores y libreros de Cataluña. Además, entre 1968 y 1973, además al librito navideño se sumaba otro en primavera durante la Feria del Libro de Madrid. También hubo cuatro crisolines sudamericanos, editados en este continente en 1953, 1954, 1962 y 1975.
Durante todo este tiempo, los fieles compradores han criticado la elección de algún autor, de algún título, o la pérdida de calidad de los materiales desde el cuero inicial de las pequeñas tapas, pero nunca han dejado de acudir a su cita anual para continuar la colección. De hecho, este año ha repuntado la venta, cuentan las libreras, tal vez porque la gente ha aprovechado para completar aquellos que le faltaban en la colección. Es posible, además, que aumente su precio. En otros momentos, explican las libreras, se han llegado a pagar hasta 2.000 euros por los más antiguos y más raros, aunque ahora pueden estar entre varios cientos y los 1.000 euros.
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