Los puentes de viento y lluvia, obra maestra de la arquitectura “dong”
Los puentes de viento y lluvia son un tipo de construcción característica del pueblo dong. Como el cuerpo central de dichos puentes está constituido por una galería cubierta, debajo de la cual los transeúntes que cruzan de un lado a otro pueden encontrar refugio contra las inclemencias del tiempo, recibieron el ya mencionado apelativo de “puentes de viento y lluvia”.
A esta etnia le gusta construir sus aldeas junto a un curso de agua y, donde hay agua, son necesarios los puentes que se hacen imprescindibles en la vida de dicha minoría del sur de China. En sus asentamientos persiste la tradición según la cual “si hay una aldea, tiene que haber una torre del tambor y, si se encuentra junto a un río, hace falta construir un puente de viento y lluvia”. Su diseño es extremadamente particular y su característica más apreciada es la destreza constructiva. Durante todo el proceso no se utiliza un solo clavo sino que se recurre al ensamblaje de caja y espiga, una antigua técnica consistente en el acoplamiento de piezas de madera entre sí sin recurrir a ningún otro método de fijación. El secreto radica precisamente en el citado procedimiento de ensamblaje, que se ha transmitido de generación en generación desde hace miles de años. La lengua de la espiga de cada pieza se introduce en el agujero de la caja o mortaja correspondiente y, de ese modo, se levantan las galerías cubiertas y los puentes que las sostienen. Los puentes de viento y lluvia condensan la enorme sabiduría y creatividad del pueblo dong y se cuentan entre las más increíbles construcciones de este tipo en todo el mundo.
De entre los numerosos puentes existentes, el más famoso es el de Chengyang, en la aldea de Linxi del distrito autónomo dong de Sanjiang, localizado en la provincia meridional de Guangxi. El puente, que se extiende sobre el río Linxi, tiene una longitud total de 64,4 m y consta de 5 pabellones y 19 galerías. Se trata del mayor y más largo conservado hasta la actualidad. Su construcción se prolongó durante 13 años y se concluyó finalmente en 1912. Con sus salientes y elevados aleros, exquisita decoración tallada en la madera y la peculiar alternancia de pabellones y verandas, su estampa recortada entre las montañas y el agua resulta extremadamente pintoresca. El puente de Chengyang posee ya una historia centenaria y, a pesar de haber sido dañado por las crecidas de las aguas del río, sigue en pie gracias a las sucesivas reparaciones. Se la considera una obra maestra de esta etnia, una materialización de su sabiduría ancestral y uno de los más valiosos tesoros de la arquitectura china en madera.
Para esta minoría, los puentes de viento y lluvia no constituyen solamente un medio de comunicación entre orillas, sino también el escenario donde se desarrollan los quehaceres cotidianos. Cuando el tiempo es bueno, quienes allí viven gustan de reunirse en los pabellones para echar una partida de cartas, jugar al ajedrez o charlar sobre sus asuntos a la vez que desempeñan labores artesanales. En dichos pabellones existe incluso un lugar específico para la población infantil; mientras adultos y mayores conversan o se ocupan de sus cuestiones, niñas y niños pueden jugar ahí con total libertad. Durante los periodos de descanso en el campo, también aprovechan el espacio para comprar o vender sus productos y, poco a poco, el puente se va convirtiendo en un animado mercado. En los puestos distribuidos a lo largo de los pabellones abundan entonces los coloridos vestidos tradicionales y los artículos de uso cotidiano.
Los dong también organizan grandiosos banquetes en el interior de esos pabellones cubiertos en los que cada familia contribuye con sus especialidades culinarias. Según sus ancestrales creencias, un buen banquete puede alejar todas las enfermedades y dar la fuerza necesaria para emprender cualquier actividad. Estos puentes no son una simple construcción de madera porque constituyen, asimismo, una creación artística y espiritual que resume la historia viva de la etnia.
Según la tradición dong, sus puentes representan un nexo entre la vida y la muerte. La construcción de uno de estos es una meritoria obra que puede resultar beneficiosa para uno mismo y para la propia familia y, por ello, se construyen en su centro pequeños altares en los que se realizan ofrendas a Guan Yu y otros seres inmortales. Y allí se reúnen para venerar esas figuras y rezar por una climatología favorable y una vida feliz y plena. Las bolas de colores que cuelgan a lo largo de las galerías, así como las inscripciones sobre el puente, registran los méritos adquiridos por las distintas generaciones de aldeanos gracias a la construcción y las sucesivas reparaciones del puente.
Las habilidades arquitectónicas dong para la construcción de puentes y viviendas están registradas ya desde finales de la dinastía Han, en el siglo III d.C. Para levantar sus construcciones, nunca utilizan planos, ya que pueden valerse exclusivamente de sus profundos conocimientos técnicos que se han ido transmitiendo y ampliando de generación en generación.
Los sencillos y elegantes puentes de viento y lluvia de las aldeas dong, situados entre las cristalinas aguas y las verdes montañas, desprenden un particular encanto que seduce al visitante. A pesar de las vicisitudes de su larga historia, siguen aguantando con firmeza y robustez y se han convertido en un símbolo cultural de este pueblo, sabio y laborioso, al que estas construcciones protegen calladamente de los rigores del tiempo.
Publicado originalmente en: Revista Instituto Confucio.Número 53. Volumen II. Marzo de 2019.
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