domingo, 26 de diciembre de 2010

de ACEBOS y otros MUÉRDAGOS... signos druidas





el dispensador dice:
vi la felicidad reflejarse en sus ojos,
llenos de lágrimas aún reían,
sonriendo aún lloraban,
algo emanaba de su piel,
imposible de descifrar,
sólo se podía sentir,
los efluvios de las esencias,
no encuentran razón en las ciencias,
los hilos de plata entre las personas,
hilvanan tejidos de eternidad,
pero el sentimiento de felicidad,
emergía de su alma,
como energías de sus calmas,
porque su espíritu estaba en paz,
una paz que no era sólo calma,
con él mismo, con su destino,
quizás por haber sido elegido para nacer,
tal vez por verse llevado,
nadie más puede saberlo,
apenas el que guarda sentimientos,
humildes en sus recuerdos,
quizás descubra lo que digo,
lo que se lleva en silencio,
no es castillo de tormentos,
cuando el vínculo es sincero,
no lo deforma el aguacero,
no lo atemoriza la amenaza,
si lo oculto está expuesto,
la luz será su testigo,
y aún haciendo frío,
nada ni nadie demandará abrigo...

en el aire estaba el hilo,
flotando sin ser visto,
lo que unía esas almas,
trascendía las ventanas,
no se describe con palabras,
lo que no se inscribe en las palmas,
quien no atiende con sus manos,
se grabará entre olivos en ramos,
y nada debe agregarse,
ni otras cosas contemplarse,
lo que se sustenta en lo puro,
excede cualquier apuro,
superando aquello humano,
lo que mide más de un codo,
se pierde entre los llanos,
y si no reconoces paralelas,
si no atiendes horizontes,
se te perderán hasta los montes,
aún cuando los estés mirando,
para apreciar lo que se ofrece,
hay que escalar atento,
las caricias de aquellos vientos,
nunca deben despreciarse,
cuando te envuelven las brisas,
te liberan de las prisas,
entonces entiendes los tiempos,
sus brotes y también sus frutos,
si no hay flores en sus hebras,
llegarán tarde las brevas,
perdiéndose las consecuencias,
de aquellas causas por ausencias,
las circunstancias no regresan,
cuando de intenciones se tratan...




íbamos a paso lento,
observando, sin pensar en el aliento,
despojados de cualquier tiempo,
ser feliz es sentimiento,
de humildades genuinas,
cuando te liberas de las ruinas,
también lo haces de las espinas,
y aún cuando te atraviesen,
hasta tu piel sea la herida,
habrá algo que te proteja,
sin aferrarte a la vida,
existen los campanarios,
de hierros olvidados,
pensamientos oxidados,
entre vacíos y candados,
torres inalcanzables,
sometidas a intemperies,
para conveniencia de llamados,
aquellos que dan sermones,
destruyen corazones,
desatendiendo sus razones,
altares de justificaciones,
inventando argumentos,
para deformar intenciones,
vendiendo los corazones,
al diablo de los lamentos,
quien no reconoce esfuerzos,
se apropia de los ajenos...

cuando se descubre el hilo eterno,
entre el aquí y el allá,
subes y bajas, no te atas,
no habrá sentido de ancla,
reconoces que aquello escrito,
mucho antes del destino,
ese que caminas con tu sombra,
no se estira ni es alfombra,
de mentidos sentimientos,
ni de burlas y reclamos,
aquello que has sembrado,
asegurado con tus manos,
raíces de las calmas,
crecerá según lo eterno,
todo aquello que no se ve,
es lo que evita el infierno,
que no está donde se cree,
puede llevarse como mochila,
puede traerse por suela,
puede ser cruz y hasta muela,
puede enseñarse como capa,
pero se distingue por ausencias,
por disimulo de presencias,
negando aquellas esencias,
que consumen las tendencias,
comiéndose los destinos...




y no es posible describir,
de la paz el sentimiento,
felicidad es sinónimo,
de algo que es eterno,
no hay palabra ni lengua,
que justifique su olvido,
el hombre que no hace ovillo,
que no observa,
que no es testigo,
de la pelusa en su ombligo,
nunca podrá descubrir,
de los sueños sus sentidos,
la esperanza no se ha perdido,
cuando la senda signada has seguido,
si entiendes lo que es elegir,
asumirás la gracia del elegido,
quién hace culto a sus dones,
quién se entrega a alma abierta,
siempre hallará una puerta,
esperando a quien alienta,
a pasar dejando huella,
para señal de otras huertas,
las semillas que guardan amor,
brotarán tu sensación,
enseñándote el valor,
de la tierra y su vapor...

cuando llegó el momento,
entre muérdagos y frutos,
sin necesidad de decir nada,
sabíamos de cercanías,
habían terminado los días,
concluídos los sueños,
los afanes eran otros,
cuando aprendes a mirar lejos,
justo allí descubres las praderas,
por allá no hay alambradas,
tampoco alas cercadas,
las aves cantan calladas,
y el viento es apenas calma,
cuando no hace falta cuerpo,
te conformas con un alma.






El acebo muerdaguino (distinto del muérdago europeo) se colocaba a las entradas de los hogares (sobre los dinteles) en señal de expresión comunitaria, sentimiento acogedor del visitante de espíritu cristalino. Asimismo, los druidas y los celtas lo llevaban en el cuello y su intercambio significaba lealtad eterna aún bajo distintas convicciones, asumiendo que las canciones que contienen ciertas notas en sus giros de armonías, suelen unir voluntades como tejidos en ramas. Aún cuando no consta en los textos bíblicos, aunque sí en los evangelios apócrifos (esos que han sido intencionalmente olvidados, burlados, escondidos, negados), Juan el Bautista lo portaba como símbolo de profecía y como legado anterior al bautismo, no pocos lo seguían buscando la paz que no hallaban en sus días. Era portado entre los esenios en la comunidad del Qumran y también lo fue por María la de Magdala (Magdalena) quién lo entregó de herencia a sus hijas, las gemelas, esas que han sido madres sin que las escrituras registren que la herencia también existe más allá de las mentiras, las conveniencias y sus heridas. Tanto el muérdago como el acebo, protegen de malos pensamientos y de malos sueños ajenos, confiriendo visiones mágicas pero mucho más místicas, ya que quien lleva paz en sus plantas y la va diseminando en su vida, si se enfrenta a una mentira, a un desprecio, a más olvidos, observará sin sorpresa, en quietud, que aquello que lleva consigo se le regresa a sus plantas con sólo sentir intenciones escondidas tras caricias que son dagas en el cuerpo del humilde de alma.

Cada cual habla de felicidad cuando se encuentra a sí mismo, cuando se halla en plenitud y se llena de algo que no se puede traducir con palabras... y ésta, la felicidad, se traduce como una sensación que jamás se pierde y nunca se olvida, regresando a la memoria en los momentos más raros, a veces podrá ser por fragancias, por olores o sabores, pero suelen llegar como ecos a las playas de las soledades, ya que aún cuando se lo cuente, se lo explique o se lo intente, la esencia de ese legado no podrá ser entregada ni tampoco regalado. El sentimiento es muy íntimo, puede reconocer a la piedra tanto como al viento y sus sentidos. Lo que para uno es la gloria, para otro es un abrigo, mientras que para las intrascendencias todo es fuente de olvidos.
El dispensador: de muérdagos, acebos y sensaciones. Diciembre 26, 2010.-
DEDICADO A: los que tienen plantas limpias, y la paz mora en ellos.

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