domingo, 2 de marzo de 2014

NEUTRÓN ► Crónicas del drama del fin de la URSS | Cultura | EL PAÍS

Crónicas del drama del fin de la URSS | Cultura | EL PAÍS



Crónicas del drama del fin de la URSS

La bielorrusa Svetlana Alexiyévich, una de las más lúcidas escritoras europeas, reflexiona sobre la pervivencia del espítitu soviético en la actualidad



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La escritora bielorrusa Svetlana Alexiyévich. / MARGARITA KABAKOVA


“En la Unión Soviética nos enseñaban a morir por el país, pero no a ser felices. Nuestra experiencia vital es la de resistirnos a la violencia”, afirma la escritora Svetlana Alexiyévich, cronista del impacto humano de las grandes conmociones de la URSS. Su último libro, El fin del hombre rojo o la época del desencanto (Vremia ´second hand´. Konets krasnovo cheloveka en el original ruso), ha tenido muy buena acogida en sus primeras traducciones europeas, que han recibido el premio de la Paz de la Feria de Frankfurt y el premio Médicis de Ensayo en Francia, ambos en 2013, año en el que Alexiyévich fue propuesta también para elNobel de Literatura.
“La URSS fue un intento fallido de crear una civilización alternativa”, dice Alexiyévich en su casa de Minsk, la capital de Bielorrusia, adonde ha regresado, --porque “necesito oír las voces de la calle”--, tras una larga estancia en el extranjero. En Bielorrusia, el país del que es ciudadana, la escritora, de 65 años, se siente “en un gran vacío”, ignorada por los medios de comunicación del régimen de Alexandr Lukashenko, mirada con frialdad por los nacionalistas locales (por escribir en ruso y no en bielorruso) y privada de su medio , los escritores o amigos “muertos, emigrados o envejecidos prematuramente”.
“Vivo con el sentimiento de derrota, de pertenecer a una generación que no supo llevar a cabo sus ideas”, afirma Alexiyévich. “Nadie quería el capitalismo, queríamos el socialismo con el rostro humano. En los años noventa éramos muy ingenuos y muy románticos, creíamos que existía una nueva vida y que éramos capaces de crearla, que la culpa de nuestros males estaba tras los muros del Kremlin y era de los comunistas, no nuestra”, razona. “¿Y qué tenemos más de dos décadas después?”, exclama, y contesta: “un líder medio bandido y autoritario y un entorno provinciano en Bielorrusia” y “un presidente que habla como un “govnik” (terminó que designa un individuo con escasa educación procedente de un entorno marginal) en Rusia, y lo peor es que eso es lo que pide la sociedad”.
El “hombre soviético”, producto del plan para transformar la naturaleza humana en el laboratorio del marxismo-leninismo, sigue existiendo en Rusia, Bielorrusia, Turkmenistán, Ucrania, Kazajistán, y el resto del territorio de la URSS, opina Alexiyévich. “Creo que conozco a este hombre, que lo conozco muy bien, que he vivido con él muchos años. Él soy yo, yo y mis conocidos, amigos, padres (…) Ahora vivimos en distintos Estados, hablamos en distintas lenguas, pero no nos puedes confundir con nadie. Nos reconocerás enseguida. Somos la gente del socialismo, iguales y diferentes del resto de la gente, tenemos nuestro léxico, nuestras ideas del bien y del mal, de los héroes y los mártires, tenemos una relación particular con la muerte (…) estamos llenos de envidia y de prejuicios. Venimos de allí donde existió el Gulag…”, escribe en su elocuente prólogo.
La situación en Rusia, Ucrania o Bielorrusia hace recomendable la lectura del último libro de Alexiyévich. El fin del hombre rojo abre espacios psicológicos inexplorados, con muchas paradojas y amargos reconocimientos sobre el derrumbamiento de la URSS y los años que siguieron. La obra va más allá de de las voces que recoge y del esfuerzo creativo de la autora para entretejerlas en un producto literario. Alexiyévich documenta un sufrimiento en gran parte ignorado por los occidentales que formulan políticas para esta parte del mundo.
No es fácil desprenderse de la identidad de ciudadano de una superpotencia para identificarse con uno de sus territorios. En Bielorrusia “Lukashenko ha parado el tiempo. La dictadura hace que la vida sea primitiva”. En Rusia, el tiempo se mueve pero en una dirección inquietante. De viaje por ese país, tras una ausencia de varios meses, Alexiyévich se sorprendió al encontrarse con “gentes que se habían transformado de repente en patriotas, que llevan enormes cruces y se creen muy importantes”. “En las provincias rusas han surgido grupos agresivos, ortodoxos, nacionalistas, de jóvenes fascistas”, dice y ella, que en los noventa salió a la calle para hacer caer la estatua de Félix Dzherzhinski (el fundador de la Cheka o policía soviética), se confiesa sorprendida por “los jóvenes rusos que idealizan la Unión Soviética”.
Opina la escritora que Rusia acabará yendo en dirección a Occidente, pero “es difícil saber de que forma y cuánto durará el camino, porque no ha superado la humillación y eso produce una agresividad antiliberal que viene de las provincias y que se plasma en el presidente”. “En Bielorrusia”, señala, “nadie ha adoptado leyes antigay o de defensa de la religión ortodoxa, pero creo que esto sucede sólo porque Lukashenko, de momento, controla la situación. En Rusia, esas leyes se han promulgado porque Putin no está en situación de controlar ese enorme país y ha apostado por la gente más analfabeta y no por la más progresista.”
A Alexiyévich no le importa que la etiqueten como “escritora soviética”. “Soy investigadora de aquel periodo y tanto yo como mis héroes hemos pasado de aquella época a otra nueva”, dice. “Escribo en ruso, mi país es Bielorrusia y he vivido una simbiosis que ha afectado a muchos en este país, donde el 90% de la población habla en ruso”. “La identidad bielorrusa no se ha formado y está bajo gran presión de la identidad rusa, y yo estudio a la gente real y trasmito su experiencia”, dice. “Hay un pequeño grupo que busca de forma agresiva su identidad bielorrusa, pero ésta, por desgracia, no existe”, agrega.
Los personajes de su libro discuten a favor o en contra del golpe de agosto de 1991, huyen de la violencia en Azerbaiyán, Abjazia o Tajikistán, sufren traiciones y decepciones y también se suicidan. Alexiyévich explica la abundancia de suicidas refiriéndose a la incapacidad de los ciudadanos rojos de reconciliarse con la pérdida del gran proyecto que supuso la URSS y de pasar de la “gran historia” a la “existencia individual”. “Somos guerreros. O luchamos o nos preparamos para la guerra. Nunca vivimos de otro modo. De ahí la psicología de guerra”, afirma en su prólogo.
Entre sus personajes hay una mujer decide casarse con un asesino condenado a cadena perpetua. Esa trayectoria personal refleja, según la escritora, tanto “la capacidad de sacrificio” de los rusos como la capacidad de “inventarse un amor, algo que forma parte de un entorno cultural “incomprensible desde una posición feminista”. Ese mundo arcaico y provinciano reflejado en el libro “no se ha resquebrajado todavía” afirma. Para Alexiyévich fue un descubrimiento el peso de lafigura de Stalin en la memoria de sus protagonistas. “Está vivo”, afirma.
Con El fin del Hombre Rojo, Alexiyévich concluye la “utopía roja”, un conjunto de cinco libros dedicados a las memorias y vivencias individuales de grandes acontecimientos históricos que comenzó con La guerra no tiene rostro de mujer (1983), donde se cuestionaba los clichés del heroísmo soviético en la Segunda Guerra Mundial. En El último testigo (2004), Alexiyévich exploró la memoria infantil sobre aquella guerra y en El Chico de Cinc, 1989, las vivencias provocadas por la invasión soviética en Afganistán. El accidente en la central nuclear de Chernóbil se convirtió en Voces de Chernóbil (publicado en España en 2006 por siglo XXI).

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La escritora bielorrusa Svetlana Alexiyévich. / MARGARITA KABAKOVA

Crónicas desde el drama humano del fin de la URSS

PILAR BONET Minsk 4
Svetlana Alexiyévich, una de las más lúcidas escritoras europeas, reflexiona sobre la pervivencia del espítitu soviético

el dispensador dice:
hubo un mundo humano, antes del átomo... pero el propio mundo humano se transformó a partir de él... y comenzó ingresando por la puerta de atrás... esto es, produciendo daños a las personas, a sus almas, a sus espíritus, a sus valores, a sus éticas, y en definitiva, a la naturaleza, a la madre Tierra, a la creación... y desde aquel agosto trágico de 1945... sin omitir los ensayos previos... la humanidad ha venido coleccionando errores y omisiones, siempre disimuladas, siempre pasadas por alto, siempre negadas... donde las víctimas lo son por doble vía... víctimas de la catástrofe... y víctimas de las omisiones y los olvidos... algo semejante a una daño a sus respectivas memorias... saltear el hecho de que sus vidas se vieron obligadas a extraviarse, para simplemente continuar como si nada hubiese pasado... 

el hombre no ha aprendido del átomo... ha tomado de él a su conveniencia y según su interés, pero no ha tomado lección alguna de la lección de las tragedias, de los daños reiterados, de los otros colaterales, y ni siquiera de los culturales... 

el hombre describe la energía atómica como un hecho meramente utilitario, cuando en verdad, desconoce su esencia, su permanencia, su continuidad más allá de cualquier vida humana, de cualquier número de generaciones humanas, incluyendo en ello los sentidos de la eternidad y sus ecos en la distancia... 

el hombre está lejos de dominar el átomo, sencillamente porque apenas si conoce alguno de sus ángulos, alguna de sus aristas, y no más que eso... luego, niega la evidencia de la multiciplicidad dimensional, concentrándose sólo en lo que ve con sus ojos y con lo que oye a través de sus oídos, un conjunto de sentidos demasiado limitados como para enfrentar las geometrías de las energías nucleares y sus variantes...

el hombre está lejos de comprender que el drama nuclear, una vez desatado, no tiene regreso... se transforma en un eco de sí mismo que perdura por tanta extensión que la humanidad misma puede disponer a lo largo de cualquier tiempo, allende ella misma, para siempre... y el átomo, por su condición intrínseca no se puede colocar bajo alfombra alguna, y las evidencias son terribles tanto como temibles... Chernobyl... Fukushima... son apenas muestra menores de las calamidades que pueden contribuir a la extinción de la especie humana, de cualquier especie, de todas las especies que son incapaces de convivir con semejantes radiaciones...

las instituciones caen, pasan, pero los hombres quedan... y lo único que guarda importancia para la humanidad en sí misma, es el valor contínuo del acto humano generando "humanismos" que deberían perfeccionarse unos a otros, agregándose valores, y no restando éticas que favorecen la transgresión de los equilibrios naturales...

la caída del Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas ha dado como consecuencia un desequilibrio peligroso... el imperio se ha quedado sin centro de gravedad... y la más afectada por los desequilibrios ha sido la propia humanidad, que se ha visto invadida de inequidades, de pobrezas, de ninguneos... como si las gentes no tuviesen el valor intrínseco de la existencia... y como consecuencia de ella, habilitando a los estados a hacer lo que les antoja con los destinos de las personas, las nacidas y las por nacer...

la caída de la URSS representa un drama... en sí mismo lo es...

la crisis económica permanente, inducida desde las entrañas del imperio desbocado, por meras conveniencias de partes, también es un drama mayúsculo que anuncia un fin semejante y equivalente para la trastocada y trasnochada unión europea...

indudablemente, el hombre no ha aprendido la lección más importante que puede extraer del átomo como ciencia... y esta es que todo depende de la función del neutrón, ya que sin él, los equilibrios se tornan utópicos y hasta paradojales... e insiste con el poder y abusos... curiosamente, la cultura humana no existiría de no ser por el neutrón, que en definitiva, tiene vida propia, desde antes que el ser humano ocupara un espacio infinitesimal... y se conserva gracias a sus propios sentidos de los equilibrios, mientras que el ser humano en sus soberbias, sigue pensando que todo depende de él y sus decisiones.
MARZO 02, 2014.- 

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