EL LIBRO DE LA SEMANA
Realidad vence a ilusión
Paul Theroux recurre a un héroe viajero que combate con su pasado y la naturaleza
La costa de los mosquitos (1982) lo hizo famoso por su historia entrañable de renuncia al sistema, de búsqueda de un paraíso de antemano perdido, y por su adaptación cinematográfica. Muchos recordarán el personaje de Allie Fox, el estrafalario inventor norteamericano que, harto del modo de vida consumista e hipócrita, embarca a su familia en un viaje a la costa de Honduras en la que refundar el mundo. La novela que consagró a Theroux se convirtió en una lectura a contrapelo del Robinson Crusoe, en modélico ejemplo de cómo la búsqueda de utopías no acostumbra a tener un final feliz.
Antes había escrito ya algunos de sus memorables libros de viajes, El viejo expreso de la Patagonia (1979) o Las columnas de Hércules(1995), escribiéndole al mapamundi jugosas notas a pie de página, de Hawai al Cono Sur, de China al Mediterráneo mítico de Grecia o de Córcega a Andalucía, crónicas de periodista sensible a la realidad humana, capaz de reflexionar ante el lector acerca de la comunión con frecuencia imposible entre la naturaleza y el ser humano. Y después deLa costa de los mosquitos vinieron novelas de enjundia como Chicago Loop (1990) u Hotel Honolulu (2002) —el escritor extraviado en busca de inspiración en una isla que devendrá remedo de la sociedad de la que huye— y candidaturas a los mejores premios, y también amargas disputas con el Nobel V. S. Naipaul que no vienen al caso, y una larga carrera de escritor a caballo siempre entre la ficción disfrazada de crónica o de fábula moral y crónica de viajes disfrazada de ficción de verdad, dividido entre el interés por la madre naturaleza y la repulsa hacia lo que denominamos primer mundo, entre la utopía rousseauniana y la realidad de la alienación y la demagogia social.
Mucho de Mr. Fox hay en Mr. Hock, Mr. Ellis Hock, el protagonista de su nueva novela, el propietario soñador de una tienda de ropa masculina, un hombre maduro visto en el punto de inflexión de su vida por el narrador desde un plano cenital, y el relato de las circunstancias que también le conducen a tomar la decisión de abandonar su entorno rutinario y frustrante y de refundar su vida somewhere else, como preámbulo para el desarrollo de su aventura de peregrinaje, primero, y más tarde de litigio con un lugar en el que busca de algún modo la Arcadia y en el que no encuentra en cambio sino una suerte de infierno moral, de corazón de las tinieblas, un remoto lugar de África en Malawi al que regresa cuarenta años después, que su memoria había idealizado (“había soñado que Lower River era un refugio jubiloso”) y que ahora su experiencia en busca del tiempo perdido desmitifica y condena.
Una novela categórica en la que tiene lugar el combate entre el hombre y su pasado, y entre el hombre y la naturaleza, una fábula en torno a cómo la realidad miserable acaba con el recuerdo idealizado, en fin, un relato que desea exhibir desde la impudicia que nunca segundas partes fueron buenas y que ningún tiempo pasado fue peor, una canción triste acerca de la degradación del recuerdo y de la imposibilidad de la utopía: “—Cogí el tren para ver a Haile Selassie. Diez horas en tercera clase. —Ese tren ya no existe. —Fui feliz en Lower River. —Las cosas son diferentes hoy[…]. Antes yo dejaba la puerta de mi casa sin cerrar”. Un nuevo héroe viajero, un nuevo héroe idealista, un nuevo héroe frustrado, esto es, un nuevo antihéroe que desea cultivar el jardín de la quimera, pero al que, hélas,se le marchitan las flores. Theroux, excepcional descriptor de la naturaleza, la ensalza en sus libros de viaje imprescindibles, locus amoenus felizmente encadenados, y la degrada o la escarnece ante su protagonista en su narrativa de ficción. Y En Lower River, una novela escrita desde el compromiso de su pasión por África, pero desde el adeudo de tener que vulgarizarla. “El barro del dique era denso y oscuro, un engrudo resbaladizo de un caramelo insustancial, plagado de escarabajos y recubierto con raspas de pescado y mondas de fruta”: no busque aquí el lector un África de ensueño a color en un catálogo de agencia de viajes, porque no encontrará sino un África real, degradada por la explotación salvaje, la falsedad de la apariencia y el conflicto inevitable entre culturas, convertida sin remedio en metáfora de la distopía y en ejemplo de lo cándida o de lo inútil o superflua que puede resultar con frecuencia la ilusión.
Ellis Hock abandonó el primer mundo y regresó a África en busca de una vida plena y con sentido, y se encontró con “chozas, un chico de ojos estupefactos, una mujer que avivaba una fogata con la tapa de una olla y un perro en pleno bostezo”. En Lower River es un espejo de hermoso marco en el que solo se refleja la cruda realidad. Theroux en estado puro, luciendo oficio y empleándose a fondo.
En Lower River. Paul Theroux. Traducción de Ezequiel Martínez Llorente. Alfaguara. Madrid, 2014.372 páginas. 19,50 euros.
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de repente navegas sin tiempo,
te has quedado sin cuerpo,
y todo es cuestión de espíritu,
navegas con la vela del alma,
y ya no recuerdas dónde estaba tu ombligo...
de repente el espacio es tangible,
de pronto ya no hay destino,
ha comenzado la vida,
y los sentidos de los caminos,
se puede navegar sin nave,
cuando el viento habla por sí mismo...
creerás haberte perdido,
cuando la esperanza se ha caído,
cuando la ilusión que iba a ser, no ha sido,
cuando la mirada del ayer se ha ido,
y ya no sabes con qué miras,
porque brotan en ti otros sentidos...
todo es cuestión de sapiencias,
sabidurías... no ciencias...
razonar pierde al humano,
cuando la solución está en su mano,
y siempre anda buscando atajos,
que lo conducen a andar perdido,
y cuando cree encontrar algo,
justo allí se envuelve en olvidos...
y te cuento esto,
para que vayas comprendiendo,
los hitos de cada destino,
las paradas de los caminos,
del otro lado hay océanos,
donde el universo es distinto,
allí no rigen los tiempos,
sino la calidad de los espíritus.
MARZO 09, 2014.-
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