OPINIÓN
Un poeta con banda
Este artículo lo estoy escribiendo yo y eso significa que el premio Nobel a Bob Dylan lo celebramos por igual los aficionados a su música y los amantes de la literatura
Bob Dylan, a la izquierda, con el poeta Allen Ginsberg en Nueva York en 1964.
Empecemos por una obviedad: este artículo lo estoy escribiendo yo y eso significa que el premio Nobel a Bob Dylan lo celebramos por igual los aficionados a su música y los amantes de la literatura. Lo mires por donde lo mires, el autor de Knockin’ on Heaven’s Door es un poeta con banda, fue un cantautor que empezó su carrera en el café Wha? de Nueva York porque allí era donde iban a beber Jack Kerouac y Allen Ginsberg y un rockero que le puso a su guitarra el nombre de Rimbaud. Sus primeras grabaciones, las de la época de las marchas sobre Washington y la canción protesta, que cristalizan en su caso en discos memorables como The Freewheelin’ y The Times They Are A-Changing, muestran una influencia notable de las novelas de John Steinbeck, y en especial de Las uvas de la ira; las siguientes, las de los años eléctricos, los que van de Bringing it All back home y Highway 61 Revisited a Blonde on Blonde, tienen mucho que ver con el mundo del poeta visionario William Blake. Y recordemos que lo mismo que para algunos de nosotros sus discos fueron el kilómetro cero de nuestra escritura, para él todo empezó en un libro: Rumbo a la gloria, la autobiografía de su ídolo juvenil, el trovador rojo Woody Guthrie.
Hay canciones que apuntan a los pies y canciones que apuntan a la cabeza, como las de Dylan. La cantidad inaudita de libros que se publican cada año con el propósito de analizarlas, buscar sus claves e interpretar los significados ocultos que puedan esconder, demuestran la fascinación y el misterio que llevan provocando a lo largo de casi cinco décadas en quienes las oyen, las leen o ambas cosas. Dylan es un intelectual, alguien que no da respuestas sino que propaga dudas, hace pensar, busca con sus textos una explicación a eso que llamamos estar vivo. En una entrevista le preguntaron si era feliz y contestó que eso nunca había estado entre sus prioridades. En otra, el periodista quiso saber por qué nunca paraba de dar conciertos e ir de un lado a otro, haciendo buena aquella frase de Bono, el líder de U2, según la cual todos los lugares del planeta, por remotos que fuesen, se parecían en que tarde o temprano Dylan iría una noche a tocar allí, y el genio huraño sólo respondió: “¿Qué hay en casa?”.
El Nobel a Bob Dylan no es sólo para él, es un reconocimiento tardío, muy tardío, a la dignidad literaria de una parte de la música popular que ha luchado, justamente, por hacer buena poesía con las letras de las canciones. Es un galardón que tenía que ir al más grande para empezar, pero que de inmediato pondrá el foco sobre Leonard Cohen, Tom Waits, Patti Smith o Bruce Springsteen, cuya calidad como escritores les hace merecer cualquier recompensa en ese terreno. Que las comparaciones sean odiosas no significa que no sean un buen sistema de medida, y si le concedieron el Nobel de Literatura a Winston Churchill por sus discursos o el año pasado a la periodista rusa Svetlana Alexiévich por sus artículos y ensayos, ¿cómo no se lo van a dar a Dylan por sus canciones? Aunque tal vez resulte más fácil estar de acuerdo con esa afirmación si se mira a lo lejos que si se mira alrededor, le damos a esta cuestión un enfoque más local y nos hacemos una pregunta de andar por casa para comprender el debate que el reconocimiento a Dylan va a hacer estallar en el mundo entero: ¿en España estaríamos preparados para aceptar que le dieran el premio Cervantes a Joaquín Sabina o Joan Manuel Serrat?
En mi caso, si así fuera, iba a decir, salvando todas las distancias, lo mismo que ahora: el premio Nobel de Literatura ha recaído este año 2016 en un gran poeta que, además, canta. Así es como yo lo veo.
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