lunes, 2 de abril de 2018

DE LA INFELICIDAD || La albacea de la infelicidad | Cultura | EL PAÍS

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La albacea de la infelicidad

Las memorias de Linda Gray Sexton, que se publican por vez primera en España, desvelan la atormentada convivencia junto a su madre, la poeta Anne Sexton

La poeta Anne Sexton lee con sus hijas Linda Gray y Joy.
La poeta Anne Sexton lee con sus hijas Linda Gray y Joy.  GETTY IMAGES

Anne Sexton fue un milagro literario. Empezó a escribir poesía en 1957 aconsejada por su terapeuta. Tardó apenas dos años en publicar su primer libro. Pronto la reclamaron para recitales por todo Estados Unidos y una década después, por Vive o muere, recibió el Pulitzer. Escribió una obra de teatro autobiográfica, libros infantiles, lideró una banda de rock poético (Anne Sexton and Her Kinds) y recibió varios doctorados honoríficos, incluido el de Harvard. Un éxito de este a oeste, fulgurante e intenso, que no alivió la inmensa desconexión con la realidad que sentía. En 1974, a los 45 años, se encerró en el garaje, encendió su Cougar rojo y respiró monóxido de carbono con una copa en la mano.
El décimo intento de suicidio que conoció su hija mayor, Linda Gray Sexton (Newton, 1953). El definitivo. El que traspasó todas las barreras. “Su suicidio me aterrorizaba y lo anhelaba a partes iguales. Deseaba librarme de la tiranía de las múltiples neurosis que ese último año parecían haber traspasado su personalidad. Aquel último verano mi madre ya no me gustaba. Anne era su enfermedad mental”, confía Linda Gray Sexton en Buscando Mercy Street(Navona), las memorias donde revive la relación entre ambas, publicadas en inglés en 1994 y traducidas por vez primera al español de la mano de Ainize Salaberri. Un libro sobre degradación, creatividad, abandono, locura y honestidad.
"Su suicidio me aterrorizaba y lo anhelaba a partes iguales"
Cuando murió la poeta, Linda Gray Sexton tenía 21 años y acababa de ser designada albacea literaria. Tuvo que afrontar el dolor por la pérdida al mismo tiempo que se aventuraba por intimidades que habría preferido ignorar, desde las aventuras extraconyugales a la violencia maternal confesada en una sesión de terapia: “Hace tres semanas cogí las cerillas y fui a la habitación de Linda. Escribir es tan importante como mis hijas. Odio a Linda y la abofeteo”.
Anne Sexton escribía una poesía que fluía de sus propias heridas, versos que eran dagas en el alma propia y de los demás (“Me iré ahora / sin vejez ni enfermedad, / salvaje pero certeramente, / conociendo mi mejor camino”). A veces versos sobre tabúes, asuntos socialmente vergonzantes como la menstruación, el desapego maternal o los repetidos internamientos en clínicas psiquiátricas. Sus dos hijas asistieron a esas idas y venidas entre el vivir y el morir durante dos décadas, víctimas del desorden mental de su madre, tan colosal en sus infiernos como en sus alegrías.
En sus memorias, Linda Gray Sexton viaja desde el rechazo (su madre confesó que intentó ahogarla en varias ocasiones y que solo tenía energía para cuidar a su hija pequeña, Joy) a su estrategia para atraer el amor materno. Con la intuición propia de los menores arrinconados decidió que había un camino a su alcance: la poesía. La niña se convirtió en una precoz crítica literaria de Anne Sexton, además de una cuidadora siempre alerta para evitar la enésima pelea doméstica que acabaría con el padre, Alfred Muller Kayo Sexton, maltratando a la madre mientras ella misma se autolesionaba.
Linda Gray Sexton con sus hijos Nathaniel y Gabe.
Linda Gray Sexton con sus hijos Nathaniel y Gabe.  GETTY
Tanto Linda como Joy crecieron suspirando por una madre tradicional, de delantal y pasteles, en lugar de convivir con una que frecuentaba abismos, que bebía en exceso, que se masturbaba o seducía a hombres distintos al padre ante sus narices. Pero Sexton les ofreció lo que tenía: experiencias salvajes, pasión por la verdad y por el arte, además de una creatividad desbocada en cada cosa que hacía. “Si pudiera, bajaría una estrella y la pondría en un elegante joyero. Si pudiera, sellaría el amor dentro de una larga y fina botella para que le pudieras dar un trago cuando lo necesitases”, escribe, poco antes de suicidarse, en la carta donde nombra a su hija mayor su albacea.

Más sola que nunca

 Después de querer salvarla de sí misma durante la infancia y la adolescencia, Linda Gray comenzó a apartarse de su madre a partir de los 16. Más sola que nunca, tras el divorcio, la entrada de Linda en Harvard y el hastío de sus amigos, Anne Sexton se hundió más y más: “Y ahora dicen que soy adicta. / Y se preguntan ahora por qué”. Al mirar atrás, durante su duelo, Linda Gray se culpabiliza: “Me negué a hacer que sus últimos días fuesen menos dolorosos. Al final, dejé que muriera sola”.
Sus memorias —que continuaron en 2011 con Half in Love, inédito en España, donde ahonda en sus propias experiencias suicidas— fueron casi tan controvertidas como la biografía de Anne Sexton, que publicó Diane Middlebrook en 1991, con material radiactivo procedente de las cintas de las sesiones de la poeta con el psiquiatra Martin Orne, que desataron un proceso de la Asociación Estadounidense de Psiquiatría contra el médico.
A Linda Gray Sexton, que hasta entonces había publicado cuatro novelas, le criticaron por usurpar la vida de su madre en beneficio propio. Una parte de la familia dejó de hablarle. Martin Scorsese compró los derechos para el cine, pero la escritora rechazó finalmente el proyecto porque Miramax no le garantizó el control sobre el resultado. Con la misma devoción por la verdad, “sin importar lo dolorosa que fuese”, que sentía su madre, Linda Gray Sexton concluyó que la poesía de Anne Sexton no podría entenderse sin sus secretos: “Lo fácil que hubiera resultado cerrar las puertas de nuestras vidas en vez de invitar a todo el mundo a entrar”.

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