Intentar mostrar la riqueza de la cultura saharaui. Ese es el objetivo de este espacio. Una cultura nacida de la narración oral, de los bellos paisajes del desierto, de las vidas nómadas y el apego a la tierra, de su origen árabe, bereber y musulmán, de sus costumbres únicas y de la relación con España que se remonta a más de un siglo. Una cultura vitalista, condicionada por una historia en pelea por la supervivencia desde 1975. Coordina Sukeina Aali Taleb
El pullover
Por: Bahia M.H Awah | 03 de agosto de 2018
Texto: Ebnu Abdelfatah, escritor, poeta y diplomático saharaui
Ilustración: Óleo del pintor saharaui Fadel Jalifa
En el Parque Santa Catalina, me subí a la guagua. Enseguida reparé en su melhfa de flores. No había asientos vacíos y decidí detenerme a su lado, en el pasillo cerca de la puerta de salida. Ella me miró como si mirara a un ser querido en una vieja fotografía, con los ojos de la ternura.
Los primeros días en las Palmas, yo saludaba, Salamaleikum, cada vez que me cruzaba con una darraa o con una melhfa. Aleikumbisalam, me respondían, a veces.
Venía de la península y no estaba acostumbrado a ver tantos trajes típicos saharauis pasearse por una ciudad y el instinto me indujo a acercarme a saludar, a averiguar, a buscar lajbar.
Pero pronto me di cuenta de que la mayoría, ni siquiera eran saharauis y los que lo eran vivían al compás que marcaba una ciudad cosmopolita, cuyos habitantes tenían los colores del arco iris y no había tiempo para detenerse y menos para curiosear o preguntar por Lajbar en este mundo urbano.
“Deja ya de saludar, chico, que no estás en el desierto” me dijo un amigo saharaui Canarión, cansado de mis salutaciones.
En una semana dejé de saludar y comencé a ignorar aquellas vistosas vestimentas que me trasladaban a mi orilla del mundo, a mi calle, a mi casa.
Aquella mañana, a pesar de que por mis venas mi sangre hervía por saludar, no lo hice. Me quedé de pie sin saber cómo reaccionar ante aquellos ojos grises y melancólicos que me buscaban el corazón.
Cuando el autobús se detuvo en su parada, la mujer se levantó y antes de bajar se volvió y mirándome a los ojos, dijo con firmeza:
“Si hablas mi lengua, quiero que sepas que le doy gracias a Dios por haberme subido en esta guagua y poder ver esa bandera que llevas en el pecho.”
La mujer de la melhfa de flores desapareció por una calle de las Palmas de Gran Canaria, mientras yo me arrepentía de mi silencio.


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