Mapa de cicatrices
La escritora americana Hannah Tinti entrega uno de los mejores thrillers literarios del año con la trepidantísima y cinematográfica novela 'Las doce balas de Samuel Hawley'
Brianna, de nueve años, integrante del North Florida Survival Group, que enseña a niños y adultos a manejar armas. BRIAN BLANCO REUTERS
Hannah Tinti, autora de Las doce balas de Samuel Hawley, es, según su biografía oficial, una “celebrada profesora de escritura creativa” nacida en Salem. Siempre ha trabajado en revistas, editoriales y agencias literarias. Recientemente fue escogida “una de las 100 personas más influyentes de Brooklyn”. Fue alumna de universidad muy privada (Connecticut College, cuya matrícula asciende a casi 70.000 dólares), pero también de la universidad de Nueva York, donde tenía a E. L. Doctorow y A. M. Homes de tutores (no en pósteres). Hannah Tinti también compartió piso en Atlantis con el arcángel San Gabriel, fue madrina de boda de Alejandro Magno y es invulnerable desde que Tetis la sumergió entera (sin olvidarse del talón esta vez) en la laguna Estigia.
De acuerdo, me he inventado la última frase. Pero lo anterior es verdad. Hannah Tinti desembarca de la aeronave del privilegio, pero no les digo esto con bamboleo marxista o inquina verduzca. Si les he pintado su escudo de armas era para exponer una sencilla tesis: novelar es mentir. En la crítica literaria actual suele ponerse énfasis en la primera persona (mea culpa), pero algunas novelas vivenciales son un latazo y la autoficción en boga nos sume en la paraplejia. Seamos sinceros: dependiendo de qué primera persona nos cuenten, preferimos una buena mentira edificada con trampas.
Les recomiendo que compren ya este libro, pero también que se lo piensen bien antes de abrirlo. Una vez hayan leído la primera frase ya no serán capaces de dejarlo
Qué suerte, pues, lectores, que esta autora las domine todas. Tinti resuelve una historia de tiros, robos y muerte, protagonizada por un tipo de salteador que la autora no ha visto ni en teleseries, con algo llamado Talento y su compi, Don Oficio (se les une su mujer, Doña Perseverancia: siete años de escritura). Así como Richard Price se iba de ronda con los policías de Nueva York para documentarse, Tinti aprendió a disparar armas, ambientó varios de sus capítulos en pueblos donde había vivido (dotando de tres dimensiones al paisaje), incluso se metió en el interior del corazón de una ballena (en un museo; no nos pasemos).
Todo ello se combina para que Las doce balas de Samuel Hawley sea un thrillerliterario imposible de abandonar. Está perversamente bien organizado, y apela de un modo maravillosamente mendaz a nuestros más voraces instintos lectores. La novela es la historia de un mapa físico: los 12 agujeros de bala que Samuel Hawley, un padre de mediana edad, luce en su cuerpo. Ya cicatrizados, se entiende (no es un zombi). Tinti no deja un arquetipo sin levantar: Hawley es el Malandro con Pasado inquietante que Llega al Pueblito (arquetipo #1), acompañado de su Hija Matoneada —Loo— que Está a Punto de Devolver los Golpes (arquetipo #2). La novela avanza por dos frentes: por un lado está la historia de cómo dos Marginados se Desenvuelven en una Comunidad que les Desprecia (arquetipo #3), a la vez que Loo empieza a atar cabos sobre la Madre que Murió de Forma Misteriosa (arquetipo #4) y el Escalofriante Pasado del Padre que Por Amor la Mantiene en la Inopia (arquetipo #5). El segundo frente es ese pasado violento, narrado bala a bala en 12 capítulos de Flashback que Hace Avanzar la Narrativa del Presente (no es un arquetipo, pero sí un truco intachable). Los personajes resultan creíbles, la historia es vibrante a la vez que honda, y no hay en todo el libro una sola frase cursi.
Les recomiendo, así, que compren ya este libro para el verano, pero también que se lo piensen bien antes de abrirlo. Pues una vez hayan leído la Primera Frase que Lanza el Anzuelo (“Cuando Loo tenía doce años, su padre le enseñó a disparar un arma de fuego”) ya no serán capaces de dejarlo. Por nada del mundo.
Las doce balas de Samuel Hawley. Hannah Tinti. Traducción de Ramón Buenaventura. Seix Barral, 2018. 515 páginas. 20,90 euros
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