Las lenguas del poder
El argentino Damián Tabarovsky redefine el concepto de literatura de izquierda y pone en cuestión etiquetas como vanguardia, transgresión o escritura política
Interior de la librería argentina Ateneo Grand Splendid. JEFF GREENBERG GETTY
Cuánto agradezco los libros de Damián Tabarovsky. No paro de darle la razón y de discutir con él. Empuerco cada página con anotaciones que después me cuesta descifrar. La valentía de este intelectual argentino, capaz de nombrarse con esa palabra —“intelectual”— sin miedo ni falsas modestias, radica en su convencimiento de que literatura, sintaxis, frase y lenguaje como instrumento permeable a la ideología —a la hegemónica, pero también a la contestataria— han de reivindicar su centralidad en el debate público. Esa actitud, resistente y casi clásica, le lleva a diagnosticar los usos, productos y costumbres culturales de la globalización: el prestigio de las series de televisión, la homogeneización frente a la fantasía publicitaria del individuo, el valor económico de las lenguas, el colonialismo español de las traducciones…
En Fantasma de la vanguardia se retoma el concepto de “literatura de izquierda” que dio nombre a un ensayo publicado por Periférica en 2010. Para Tabarovsky, “… el interés de las mejores escrituras (…) reside en repensar la lengua. O más aún: ha sido demoler la sintaxis dominante. A ese tipo de narración llamo yo hoy literatura de izquierda”. Forma y fondo son indisolubles, y el estilo literario, con sus violencias y sus colocaciones de frases, es lo que se dice. El cómo es el qué. Flaubert, Borges, Fogwill, Almada o Harwicz escriben literatura de izquierda, mientras que no entrarían en esa casilla quienes toman la palabra para poner en práctica un tipo de escritura, estilísticamente decimonónica, calificada como “política” atendiendo solo al tema de la narración.
Tabarovsky mantiene su argumentario y yo, que comparto las ideas de que la literatura no es banal; de que existe una tensión entre uso y poder de una lengua que no podemos conservar en formol; y de que las representaciones y el estilo al fin son ideológicos, no puedo dejar de repetir la misma objeción que hice en 2010: tenemos que hablar del precio de las patatas. Y encontrar un punto de equilibrio entre lo popular y lo elitista, que no sea falsete o disfraz de los intereses de industrias culturales que asumen, atados de pies y manos, desde la conciencia de lo inexorable, un determinado modelo de negocio. Tabarovsky es, también, editor y analiza ese lugar en que la cultura no solo es mercado.
Leemos un libro que nos interpela con un lenguaje retador, culto y sanamente panfletario: “En los ochenta los hijos de los ministros se hacían cantantes de rock; en los noventa, poetas; en los dos mil, editores independientes. ¿En qué momento la edición se volvió un oficio glamuroso?”. Tabarovsky, como los mejores ensayistas, repiensa las palabras: registro frente a memoria, vanguardia, cosmopolitismo, argentinidad, periferia, democracia; sin embargo, lo hace a través de un molde retórico “conservador”: genéricamente sus ensayos son reconocibles, casi ortodoxos. Me alegro, porque lo más corrosivo de estas páginas reside en su intento de redefinir la literatura, la izquierda y la literatura de izquierda que se han situado al lado de la crítica posmoderna de los metarrelatos, pero también junto a la necesidad de volver a confiar en la razón ilustrada. Nos surge una duda magnífica mientras leemos Fantasma de la vanguardia: ¿el imaginario que Tabarovsky reivindica como “de izquierda” ha terminado convirtiéndose en discurso hegemónico?, ¿qué resulta hoy más transgresor, el laberinto borgiano y la reducción de toda realidad a lenguaje, o el retorno a una perspectiva positivista que trate de restituir, aunque sea de un modo precario, el concepto de verdad?, ¿la jaula a veces desrealizadora del lenguaje o la utopía? Le agradezco a Tabarovsky que se atreva a pensar más allá de la formula sujeto-verbo-predicado, apele a la inteligencia frente al sensacionalismo y estimule, con su lucidez, el lánguido cotarro intelectual.
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Autor: Damián Tabarovsky.
Editorial: Mardulce (2018).
Formato: tapa blanda (128 páginas).
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