¿Ama de casa, yo?
Laura Freixas escribe con la valentía de sumergirse en su propia biografía para abordar asuntos como la herencia machista, la tiranía de la belleza, el matrimonio, la maternidad y la ambición intelectual
La escritora Laura Freixas, en La Térmica de Málaga en 2018. DIPUTACION DE MÁLAGA
El filósofo danés Sören Kierkegaarddesarrolló, a mediados del siglo XIX, un pensamiento personal que se proponía salir al paso del sistema hegeliano, el cual, pese a la defensa suprema que hacía del espíritu, parecía negar el ser y el valor del individuo en favor de las totalidades. Podría decirse que, culturalmente, nosotros venimos de la oposición Kierkegaard-Hegel, pues ambas posiciones generaron a su vez potentes doctrinas e ideologías que atravesaron el siglo XX y todavía nos alcanzan. La verdad, sostendrá Kierkegaard, no se encuentra en los argumentos conceptuales, sino en el compromiso con la propia subjetividad. Y la mejor literatura autobiográfica procede de este compromiso apuntado por el danés, y antes formulado a su modo por Rousseau. Siempre he creído que esta era la mejor herramienta metodológica para juzgarla. No la única, por supuesto, pero sí la fundamental. Si no hay compromiso, cuando el sujeto tiende pertinazmente a la fuga, el pensar autobiográficamente resulta mucho más difícil.
Evoco al filósofo danés para acercarme al nuevo libro de la escritora y feminista Laura Freixas. Un nuevo ejercicio autobiográfico que añadir a Adolescencia en Barcelona hacia 1970 y a sus dos entregas de diarios hasta la fecha, Una vida subterránea (1991-1994) y Todos llevan máscara (1995-1996). Gracias a todo ello vamos conociendo ya con cierta profundidad el universo Freixas y su lucha por llevar una existencia auténtica que la autora opone sistemáticamente a una existencia inauténtica, ajena a su ideal de vida. La segunda se caracteriza por estar sometida al interés, a la obediencia a unas convenciones que, tratándose de una mujer, han sido y todavía son muy distintas a las de un hombre. La tiranía de la belleza, de la elegancia (cuando se procede de una familia de buena posición, y es su caso), del matrimonio como única identidad relevante para la mujer, pues la fuente de su estatus social todavía procedía, en los años setenta y ochenta de los que habla, del acierto de su casamiento, son algunos aspectos que explican la dificultad de la construcción de una identidad femenina. Son aspectos que angustiaron mucho a la generación de Freixas (y de ahí la clave generacional de su autobiografía anterior, con la que esta enlaza cronológicamente). La posibilidad de otro mundo más autónomo era ya una línea firme del horizonte, otros modos de realización personal se abrían camino con fuerza. Freixas se quería muy lejos de la alienación conyugal que veía en las mujeres de su alrededor. Y de ahí el título del libro, A mí no me iba a pasar. Es decir, yo (por la autora) no sería una de esas mujeres de identidad borrosa, más o menos forjada a la sombra de la única voluntad que cuenta, la del marido y patria potestad de lo fungible y no fungible de una casa. La única que proporcionaba hasta hace unos años el tan ansiado reconocimiento social. Y de algún modo, todos buscamos eso: ser vistos, ser considerados por los demás, que nuestra labor merezca algún tipo de dignidad o de reconocimiento.
La angustia de la libertad y de la falta de ella es el tema que cruza la autobiografía femenina española del siglo XX (Rosa Chacel, María Teresa León, Federica Montseny, Mercedes Formica, Lidia Falcón…) y esa angustia por ser, la honda melancolía derivada de la carencia de un verdadero lugar en el mundo ha constituido la principal preparación mental y psíquica de la que han partido las mujeres a la hora de decidirse a romper su aislamiento existencial. Lo hacen ahora de forma nítida y asumiendo los riesgos que toda ruptura de la hegemonía conlleva. No siempre esa ruptura se practica con la delicadeza debida, es cierto (aunque al otro lado la delicadeza sea muy inferior y la contemos por muertes), pero por encima de todo es necesaria, es imprescindible para el futuro de la humanidad. Sin embargo, ¿hasta dónde puede llegar esa ruptura? ¿Qué hacemos con la maternidad, por ejemplo? ¿Cómo se integra en la nueva autonomía femenina? La autora de A mí no me iba a pasar es un mar de contradicciones: quiere y no quiere. Quiere el estatus, pero no sus servidumbres; quiere sentirse amada por un hombre pero necesita saberse igual a él; quiere ser madre pero actuar con sus hijos como si fuera un padre (de los de antes); quiere ser escritora (eso por encima de todo) pero contando con que serlo le conllevará dinero y reconocimiento. La autora, en fin, lo quiere todo porque es fruto de la herencia social que le inoculó su padre, acostumbrado a ser por el brillo del tener, pero también es resultado de una herencia intelectual transmitida por su madre y que la conduce hasta el presente. Estas dos herencias moralmente entraron en disputa muy pronto y a ellas se vendría a sumar la herencia biológica: es una mujer y la sociedad tiene determinados patrones establecidos para ella. En este libro, Freixas asume las tensiones que habitan en su interior (siempre lo hace), asume sus contradicciones, su desespero por ser, rechazando progresivamente lo que representa su marido: esto es, una vida mullida y segura.
¿Cómo gestionar la ambición profesional cuando eres mujer y nadie espera que la tengas? La autora asume su sesgado punto de vista —creo que es injusta con la opinión que le merecen las amas de casa—, y lo hace con una franqueza conmovedora. A Laura Freixas en A mí no me iba a pasar la vemos de muchas formas, pero sobre todo la vemos valiente, con la valentía de sumergirse en la propia subjetividad para contar el largo y contradictorio camino hacia su ser actual, un ser sutilmente empoderado. Sin considerar si su personaje cae de pie. Se busca la verdad al modo kierkegaardiano. Y eso lo convierte en un gran libro.
A mí no me iba a pasar. Laura Freixas. Ediciones B, 2019. 336 páginas. 17,90 euros.
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