FOTOGRAFÍA
David Jiménez: “Una imagen tiene su propio significado y debe explicarse por sí sola como tal”
La Sala Canal Isabel II dedica al fotógrafo una retrospectiva que destaca como uno de los platos fuertes de la vigésima segunda edición de PHotoEspaña
Aura. Díptico nº119, 2016 DAVID JIMÉNEZ
De la misma forma que un poeta o escritor busca su voz a través de su interpretación del mundo, David Jiménez (Alcalá de Guadaira, Sevilla, 1970) encontró su mirada yuxtaponiendo imágenes que dialogan y se asocian entre sí. Uno tras otro, estos fragmentos de la realidad, a veces inconexos, se convierten en metáforas; en una poética que lucha con su propio yo incitando al espectador a sumergirse en una experiencia, o universo, que le conduce por los inabarcables e intangibles resquicios de aquello que llamamos realidad.
“La oscuridad, el misterio, el silencio y la dramatización de las penumbras han sido elementos habituales en la obra del artista”, señala Alejandro Castellote, comisario de Universos. Una exposición que pone por primera vez en diálogo la trayectoria de 25 años del autor, premiado como fotógrafo revelación durante PHotoEspaña 99. Tomando como referencia los fotolibros del artista, Infinito (2000), Versus, (2014), y Aura (2018), incluye obras especialmente realizadas para la Sala Canal Isabel II, donde cada planta queda concebida como “un universo desgajado de una trayectoria que tiene mucho que ver con la representación. Cuando el espectador se acerca a cualquiera de las obras con la intención de relacionarlas con algún referente, no acaba de discernir bien su significado. La ambigüedad de la imagen le predispone a la contemplación. Empujándole a una lectura a partir de su propia vivencia. Se ha adentrado en un escenario emocional, donde la fotografía se convierte en una excusa”, apunta el comisario. La luz de penumbra que ilumina la sala hace que el visitante tenga que acostumbrar sus pupilas y ralentizar el tiempo de observación. En la planta superior un audiovisual sirve de colofón; una experiencia contemplativa alejada de todo elemento narrativo, concebida como una inmersión espacial un tanto planetaria.
“Lo difícil no es huir de la representación. Lo difícil es huir de su historia”, escribe el poeta peruano Mario Montalbetti en El abanico trabado, un precioso texto incluido en el catálogo que acompaña la exposición. Para ello el fotógrafo recurre al desenfoque, a la fragmentación, a la composición minimalista, al ocultamiento, o al planteamiento en dípticos de las imágenes. Mediante “el bloqueo de las propiedades narrativas de la fotografía, se asegura una lectura evasiva”, destaca Castellote. “No hay una voluntad de hacer una reproducción de la realidad exquisita. Todo tiene una temperatura que está más pactada con lo emocional, con lo mítico, con esas sensaciones que produce la memoria en las que se ve algo que al cabo de un rato desaparece”, explica. Así, al abrirse, el abanico ha dejado un momento efímero trabado como imagen, cuyas formas ya no pueden desaparecer.
“La idea de un caballo tiene su sombra en una voluta de humo;/ la de la estela de vapor que dejan los aviones en el cielo/ en los diseños de fondo de una taza de té;/ la idea de la cola de un animal en la espuma del mar”, escribe Montalbetti.
“Trabajo a largo plazo”, explica Jiménez. “Concibo y desarrollo mis proyectos con la idea de un río o camino cuyo tránsito conlleva años. Como una investigación que te va arrastrando”. De esta suerte, ha ido acumulando un archivo personal cuya atemporalidad le permite incorporarlo a cualquiera de sus proyectos. En el caso de Aura y Roma, hace uso de las fotografías tomadas allí mismo (en la India y en la capital italiana) “Viajé a la India varias veces. Pero mis imágenes no tratan del país. Allí me di cuenta de que nuestra cultura es muy racional y mecanicista. Nos regimos por unas leyes que si fuésemos capaces de conocer sus variables casi podríamos predecir lo que va a ocurrir. La realidad queda concebida como una máquina. En la cultura oriental las cosas se relacionan entre sí de otra manera, trascendiendo a nuestro pensamiento cartesiano. La idea de la armonía entre las cosas está mucho más latente. Me interesa esa red de conexiones a través de un universo cargado de claves ocultas, abiertas a la interpretación”, cuenta el fotógrafo, para quien “una imagen tiene su propio significado y debe explicarse por sí sola como imagen. Las palabras no sirven se quedan cortas, una imagen habla su propio lenguaje”.
Su pasión por la fotografía comenzó mientras cursaba estudios en la Facultad de Bellas Artes. Dice trabajar con ideas, claves o conceptos. La semilla para un proyecto puede ser cualquier cosa y suele trabajar distintos en paralelo. “Los libros de notas que voy acumulando son mi mayor tesoro. Las ideas van tomando forma, acoplándose y dialogando con otras que podrían tener otro tipo de cariz. Así, voy desarrollando relaciones, como por ejemplo, las que dan forma a mi fotolibro, Infinito, que encierra una serie de simetrías, las cuales hay quien las descubre y quién no”. Mediante una narrativa fragmentada, que rompía la secuenciación tradicional, dando pie a múltiples lecturas y sin texto alguno; Infinito supuso un hito en la historia del fotolibro español y aparece citado en libros de referencia como The Photobook: A History de Martin Parr y Gerry Badger. El formato del fotolibro se adapta muy bien al grado de intimidad y cercanía que el autor requiere para que la gente se relacione con su fotografía. En un libro la experiencia se completa cada vez que uno lo ve.
“La mirada no es solo una cuestión de estilo, en sentido estético. Es una forma de ver el mundo”, afirma el autor. “El fotógrafo interpreta el mundo. No está diciendo que sea así, está produciendo una metáfora, un poema sobre lo que piensa y observa“. Dice tener mucho en cuenta al espectador a la hora de elaborar su obra. “Para mí un proyecto es un universo de imágenes concebido para crear una experiencia.”. Así, cuando el espectador se enfrenta a uno de los mosaicos que componen Aura, formado por imágenes muy contrastadas y fragmentadas que rozan la abstracción, poco a poco va identificando las claves, hasta poder ver claramente que se trata de imágenes de hombres cargando troncos. En otro de los mosaicos unas imágenes etéreas que sugieren formas antropomorfas animadas, resultan ser tomas de dos elementos que nunca podrían existir juntos: el fuego y el agua. “En el arte la experiencia es creada. No solo la imagen, sino todo lo que va ocurriendo. Mi obra la cierra el espectador”. Huye de las obras que son explicativas, que proponen entender un concepto. Es con la fragilidad de los significados, con la posibilidad de que algo sea otra cosa con la que juega el autor.
“Toda la obra tiene una conexión con el funcionamiento de la memoria”, añade Castellote, “Hay veces que la propia percepción que tenemos de la realidad está en función de cómo estamos en ese momento. Así la memoria no reproduce la realidad sino que muestra fragmentos de lo que uno recuerda sin tener una correspondencia tautológica. De ahí, ese juego del autor con las luces y con las formas”. Destaca la precisión de su lenguaje poético ensalzado por una gran destreza técnica. “La técnica ayuda a que el resultado sea el que uno quiere”, afirma el artista. “Cuido mucho todo; el positivado, el montaje, encontrar las calidades justas en la copia, o dar con el contraste de tono adecuado. Por ejemplo, en la impresión de Versusdonde todo es tan blanco y tan negro, está todo al límite y tiene que ser muy atinado. Es ese punto límite el que crea las sensaciones que busco”. Afirma que su necesidad de control no llega a anular el azar y que en su obra existe el diálogo entre el azar y la intención.
En algunas obras introduce el color, fundamentalmente en las proyecciones que se encuentran en la planta baja de la sala. Imágenes inmateriales que nos refieren lo efímero y lo evanescente. En esta misma planta se encuentra la serie Roma, realizada tras su residencia en la Academia de España entre 2016 y 2017. “El pasado adquiere un protagonismo que va más allá de la cronología”, destaca Castellote. En su evolución se distingue una tendencia cada vez más explicita hacia la abstracción, hacia la búsqueda de la estructura misma de la realidad, “a generar formas más que a contar historias”, observa el comisario. “Nuestra mirada es una mirada completamente de trasformación”, explica Jiménez. “Ves una imagen y la construyes de forma subjetiva. En la medida en que uno no puede ver un objeto sin saber lo que es, se ve el objeto no la forma, Así, se acaba transformando esa realidad. Se fotografía lo que uno tiene en la cabeza y como uno lo ve. Fotografiar la realidad es imposible. Se fotografían cosas reales que son imaginaras”.
“Sus fotografías son como piedras arrojadas a un estanque”, escribe el crítico británico David Campany en el catálogo. “Las piedras desaparecen enseguida y nos quedamos mirando cómo las ondas concéntricas se agradan y entrecruzan siguiendo formas demasiado complejas para poder darle una explicación”.
David Jiménez, Universos. Sala Canal de Isabel II. Madrid. Hasta el 28 de julio.
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