El secreto del éxito del Stephen King francés
Con siete millones de libros vendidos en Francia, Maxime Chattam reflexiona sobre la violencia, los placeres culpables y la literatura de entretenimiento
Madrid
El escritor Maxime Chattam, el pasado 5 de mayo en Madrid. LUIS SEVILLANO
La mente de Maxime Guy Silvaine Drouot, alias Maxime Chattam, es una fiesta de la ficción. Tras haber publicado 23 novelas desde su debut en 2002, el autor deLa señal (Alfaguara, traducción de José Antonio Soriano) asegura con una sonrisa entusiasta y un brillo de orgullo que tiene “otras 17 en la cabeza”, listas para pasar al papel y engrosar sus cifras y sus arcas, bien surtidas con los beneficios de los siete millones de ejemplares que ha vendido. “Escribo lo que me apetece escribir. No tengo presión porque tengo muchas ideas y el éxito me da libertad. No escribo por dinero porque ya no lo necesito”, contaba a EL PAÍS en una terraza del Parque del Retiro en Madrid en plena Feria del Libro.
Chattam (París, 43 años) no tiene problemas para admitir que él escribe “novelas populares y divertidas”, que sus fuentes, su imaginario y su cultura literaria y audiovisual provienen en gran parte de EE UU. La señal cuenta la historia de Mahingan Falls -el idílico pueblo al que se trasladan Tom y Olivia Spencer con su familia para olvidarse del estrés y la competitividad de la vida neoyorquina- un lugar en el que están pasando cosas raras: ancianas que se suicidan a la vista de todo el mundo; jóvenes que desaparecen; muertos por extraños aplastamientos; perros que se tiran al fuego en estado de locura; niños que oyen voces y tienen pesadillas imposibles de olvidar… A partir de este planteamiento, Chattam superpone la novela policiaca, el thriller de terror y la novela fantástica en un cóctel armado con oficio, un espectáculo que entra sin complejos en la categoría de placer culpable. “Sí, es un placer culpable. Mucho”, confiesa divertido.
Se trata de enfrentar al lector a la transición de la normalidad a lo brutal, que sufra el choque
Tras estudiar criminología, acompañar a distintos policías de EE UU en su trabajo y asistir a decenas de autopsias, Chattam tenía claro que no quería edulcorar la violencia que hay, siempre, en sus novelas. “Es algo que odio. No quiero dar una visión espectacular, hollywoodiense”, afirma antes de dar paso a la parte más estudiada de su discurso. “Se trata de enfrentar al lector a la transición de la normalidad a lo brutal, que sufra el choque. Pero hay encontrar un momento para contarlo, que la violencia sea útil desde un punto de vista literario. Si no ocurre, es cuando me doy cuenta de que se trata de violencia gratuita y lo corto”. Todo, siempre, con el ritmo como bandera. “Es mejor que el lector lo vea venir de lejos y cuando llegue, por sorpresa, sean dos o tres escenas y ya. A otra cosa”, cuenta con los ojos soltando las chispas que emite su cerebro.
Hay un personaje detrás del que Chattam está cómodo, casi una máscara. “Dejé el policial puro y duro tras la Trilogía del mal (la serie con la que empezó y con la que se lanzó a la fama) porque no quería hacer una serie de 15 libros, todo tan redundante. Cambié al fantástico y triunfé. Ahora con el terror y esta mezcla, también”, cuenta un escritor que ya no se puede esconder tras el pseudónimo pero que lo sigue usando. “Me gusta porque me permite separar. Cuando entrego un libro, cuando hablo con los lectores, soy Chattam. En casa, soy Maxime”.
No tengo presión porque tengo muchas ideas y el éxito me da libertad
La mayoría de los personajes de Chattam no terminan bien. ¿Por qué? “Los maltrato, mueren, porque el mundo es cruel”, contesta. Amante de Stephen King - “sus personajes no son héroes, son muy creíbles”- y de Lovecraft - “él supo llevar el terror más allá de lo cotidiano, a lo monstruoso”- tampoco esperen finales amables, ni soluciones sencillas dentro del plano de lo creíble. ¿Qué pacto tiene firmado con sus lectores? “Todo esto no funciona si los personajes no son creíbles. Pero si lo son, se puede creer la historia, aunque sea fantástica. Esto es lo que doy a mis lectores”, resume.
Hay algo en La señal de teoría de la conspiración que nos lleva directamente a nuestra vida, nuestro desarrollo, el mundo tecnológico en el que vivimos. “Ante todos estos avances”, asegura señalando un teléfono que está encima de la mesa, “yo me pregunto: ¿Esto es comunicación? ¿Dónde está el límite? Mi oficio es también hacer preguntas. Sé que una historia es buena cuando me permite plantear otras cuestiones”.
Dueño de un método de trabajo obsesivo, Chattam va rellenando fichas con cada idea, planos con cada personaje, hasta que los relaciona, surge un nexo. “Es un equilibrio entre los temas y los protagonistas, siempre pensando en que la historia avance”, insiste consciente de lo que alimenta su maquinaria. Antes de encontrar a su mujer, cuenta, solo vivía para escribir, siete días a la semana, sin parar. Ahora, a pesar del cambio de ritmo, pasa los dos últimos meses antes de entregar cada novela en una especie de trance, durmiendo poco, trabajando a destajo, sin esperar a una inspiración en la que no cree.
Tras la promoción de la novela ha vuelto a su casa en las afueras de París -“una gran casa, no exactamente un castillo”, asegura desmintiendo en parte una de las leyendas que lo rodean- a su despacho, un lugar lleno de objetos traídos de todo el mundo, desde momias de Egipto a trozos de meteorito, cráneos y otras rarezas. Y allí volverá a dejar que la ficción se apropie de su cabeza y se dé una barra libre.
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