La eterna búsqueda de la ingravidez
Suso Saiz, el gurú español de la música ambient, regresa con un ambicioso álbum doble sobre los fantasmas de la enfermedad mientras su obra de los años ochenta goza de un prestigio renovado
El músico y productor Suso Saiz, en abril pasado en Madrid. JAIME VILLANUEVA
Hace tres años, el mismo día que afrontaba un ingreso hospitalario bajo unos dolores insoportables, el compositor y productor Suso Saiz (Cádiz, 1957) recibió una admonición inequívoca por parte de su doctora. “Lo suyo es una pancreatitis crónica. Tendrá que cuidarse mucho a partir de ahora. De lo contrario, en cosa de año y medio ya no andará usted entre nosotros…”.
Desde aquella, la vida le ha cambiado mucho al gran patriarca español de la música ambient. Para bien, paradójicamente. Haciendo bueno el pronóstico médico, varios de los compañeros de Saiz en su unidad hospitalaria han fallecido. Él, por el contrario, pesa 30 kilos menos, presenta un envidiable aire jovial, dice encontrarse “en el mejor momento de la vida”, se ha habituado a pensar serenamente en “el desastre de la muerte” como una “aceptación de la ruina” y acaba de publicar un abrumador álbum doble en vinilo, Nothing Is Objective, que él, siempre tan alérgico a pompas y solemnidades, accede a calificar como “lo mejor” que ha hecho jamás.
Lo asegura un hombre con cuatro décadas de trayectoria a las espaldas, tres docenas de obras propias y “entre 200 y 300” producciones discográficas, de las que “quizá no recuerde el 80%”. Las más decisivas (Esclarecidos, Los Piratas, Duncan Dhu, Javier Álvarez, Diego Vasallo, Pablo Guerrero…), evidentemente, sí cuentan. Lo que sigue es el resultado de dos horas de conversación apasionada en una cafetería a la vera del Retiro, durante las que Saiz apenas dio cuenta de un botellín de agua mineral con gas y ni se asomó al platito de los frutos secos.
Los hispanos somos obedientes, unos esclavos culturales: consumimos lo que nos dicen que debemos consumir
“A mí no me importa que mis discos se utilicen como música de fondo”, avisa, por aquello de ahuyentar los sacrilegios. “Brian Eno ya admitió el uso del ambient como un acompañamiento agradable. La clave pasa por llenar a quien dé un paso más allá y afronte la escucha”. Y especifica: “Busco un oyente activo, que sea capaz de crearse a partir de estos sonidos su propio microcosmos. He creado dos horas de música sin propiedad, una obra libre que no cumple ningún requisito ni satisface ningún objetivo. Solo el de que el cerebro de cada cual viaje hacia donde le dé la gana”.
¿Se filtró la angustia de la enfermedad durante el proceso de grabación? “No”, responde el interpelado tras una larga pausa. “Durante este tiempo he reflexionado sobre el abandono y todas esas mierdas, los pensamientos más recurrentes de la humanidad. Pero no creo que en el disco aparezcan esas vibraciones, sino, en todo caso, la idea de la reconstrucción. De ahí que la pieza inaugural se denomine ‘Meccano”. Bueno, algo del desbarajuste gastrointestinal pueda quizá intuirse a partir de un corte como ‘Healthy Digestion’, punto cumbre de este universo planeante. “Tengo la certeza de que mi música resulta sanadora”, asume, “pero, como buen melómano, creo que lo son todas”. ¿También el reguetón, pongamos por caso? “Todas sin excepción. En mi fuero interno pienso que existen músicas nocivas, dañinas como la peste, pero prefiero respetarlas y neutralizar cualquier reacción negativa. La música es la mejor píldora que he probado en mi vida”.
Y la generosa píldora que representa Nothing Is Objective tampoco está exenta de efectos; ninguno de ellos indeseado, si nos atenemos a la reputación del ilustre alquimista. “Es un disco ante el que sugiero no hacer nada. Neutralizarse. Escuchar esta música implica ser también autor de ella. Experimentar ese punto de ingravidez que siempre busco; alcanzar un ecosistema envolvente”.
En un contexto exento de reglas armónicas o melódicas convencionales, en esa tierra de nadie donde no existen fórmulas ni asideros, la única ética artística posible, asegura Suso, es la del esfuerzo. A destajo. Hasta que duela. “Cada día invierto horas en sesiones libres de improvisación”, revela. “Es música sin automatismos, de concentración máxima, y quiero tener la musculatura bien activa para no soltar ningún ladrillazo vacuo”. Oyéndole hablar, cualquiera diría que Saiz no se ve como un creador de larga trayectoria y conocimientos enciclopédicos, sino como un mero perseverante. Y algo de ello hay. “En España es muy clara la ausencia de una cultura del esfuerzo. Lo fiamos todo al talento o el duende, a la genética. Mi único talento es el trabajo. O dicho de otro modo: carezco de talento, pero soy un trabajador a saco, un currante. Puedo considerarme una persona de gusto refinado y muy culto musicalmente, pero solo desde el trabajo se desarrolla el gusto”.
Su desapego hacia los valores que él considera “clásicos” de la cultura española explicaría que Saiz solo venda en España el 1% de sus vinilos y que los tres últimos lanzamientos con su firma provengan de una refinadísima discográfica holandesa, Music from Memory, que le ha adoptado como máximo referente de su catálogo. “El olvido es muy característico de los españoles”, resopla nuestro personaje, que a estas alturas ha abandonado a medias su botellita de agua con gas. “Yo me aparté de la liturgia del consumo, pero este país es muy refractario a quienes permanecen fuera de las normas. Los hispanos somos demasiado obedientes, unos esclavos culturales: consumimos lo que nos dicen que debemos consumir…”.
Nothing Is Objective. Suso Saiz. Music from Memory.
PADRE DE ARTISTA Y ADMIRADOR DE ROSALÍA
Suso Saiz considera “poco probable” que retome su faceta más popular, la de productor, a la vista de que la tendencia preponderante es ahora la de “producir basurillas a bajo coste, deprisa y corriendo” y de que el pop español actual “no es de una riqueza, digamos, increíble”. Pero establece una excepción clamorosa con el caso de Rosalía, de la que se declara “fan absoluto”. “Es una mujer de creatividad apabullante, pero también una persona muy inteligente y esforzada. Una obra como El mal querer solo puede ser fruto de muchísimas horas de reflexión”, diagnostica. Por eso intuye que con una artista de sus dimensiones sí que accedería a colocarse otra vez ante la mesa de grabación. Con ella y con su hijo, Emilio Saiz, al que está ayudando a dar “los últimos toques, se supone” a la tercera entrega de su proyecto solista, Nothing Places. “Emilio es otro como yo, un neurótico del perfeccionismo. Por eso lleva meses y meses a punto de acabar el álbum. Y por eso hay muchas noches que se le hace tarde y no vuelve a casa: termina quedándose a dormir en el propio estudio…”.
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