El misterio de las tumbas “han” de Mawangdui
En 1972 se descubrió en Mawangdui el cadáver milenario, todavía incorrupto, de Xin Zhui (217-168 a.C.), la “bella durmiente de Oriente”. El hallazgo del cadáver “inmortal” de Xin Zhui conmocionó el mundo arqueológico, provocó un inusitado interés académico por el personaje y se convirtió en un hito en la historia de esta disciplina científica.
“No esperes que pasen mil años, cuando ya no esté en este mundo”. La canción Mil años después, del famoso cantante de Singapur J. J. Lin, se hizo muy popular hace unos años en toda China. Quizás la vida de una persona no se extienda más allá de unas cuantas décadas y acabe una vez fallecida. Pero el descubrimiento en 1972 de la momia de una mujer hizo dudar de la veracidad de esta noción popular, asombró al mundo entero y se convirtió en uno de los grandes enigmas de la historia de la arqueología. Se trataba del cadáver milenario, todavía incorrupto, de Xin Zhui (217-168 a.C.), la “bella durmiente de Oriente”.
Al escribir sobre Xin Zhui se debe comenzar por Mawangdui. En el este de la ciudad de Changsha, capital de la provincia meridional de Hunan, hay un terreno baldío en el que se alzan dos grandes promontorios. Como su perfil se asemeja al de una silla de montar a caballo, eran conocidos por la gente del lugar como “montículos de la silla de caballo” (maandui) y, más tarde, la zona pasó a llamarse Mawangdui. Hace más de cuarenta años se decidió construir allí un hospital subterráneo pero, durante los trabajos de excavación, se desmoronó por sorpresa una parte del montículo. Lo que más asombró a quien se encontraba en ese lugar fue el misterioso gas azulado que emanaba sin cesar del interior del sector derrumbado. Los trabajadores fueron sacando de debajo de la superficie una arcilla blanda y pegajosa, de color blanco y aspecto grasiento, que por sus excelentes propiedades para sellar era empleada a menudo en las sepulturas. No resulta extraño entonces que el equipo de arqueólogos se encontrara con tres grandes enterramientos al comenzar los trabajos. Poco a poco, los especialistas fueron descubriendo el misterioso velo de uno de los mayores sepulcros de la Antigüedad.
De los tres enterramientos, el primero era el que presentaba un mejor estado de conservación. En su parte central se encontraba la cámara sepulcral, algunas de cuyas losas pesaban más de 500 kilos, que estaba compuesta por dos áreas: una sala interior en la que se habían depositado los restos humanos, y un ala cuadrangular que custodiaba una extraordinaria colección de joyas y piezas lacadas de diferentes estilos. En estos más de dos mil años de continuas transformaciones, los objetos hallados en esta tumba han permanecido inalterados, como si el tiempo no les hubiera hecho mella. Aún más asombroso, sin embargo, fue el descubrimiento en su interior de un bello receptáculo de un vetusto pedazo de raíz de loto completamente preservado que, desgraciadamente, se desintegró al contacto con el aire durante el proceso de transporte para gran pesar de los arqueólogos. Al abrir la cámara sepulcral, los especialistas comprobaron que la sepultura tenía una factura muy elaborada y hallaron cuatro sarcófagos de madera que hicieron muy complicado su posterior despiece. Lo sorprendente fue que una vez abierto el último estrato tampoco fue posible descubrir la apariencia de la persona enterrada allí, ya que su cadáver se encontraba envuelto cuidadosamente por veinte capas de ropaje de muy diverso tipo y para cualquier clima. Todos estos detalles indicaban que el personaje sepultado allí era, con bastante certeza, alguien de muy elevado estatus social, y cuya sepultura habría precisado numerosa mano de obra además de enormes recursos materiales y financieros.
Hito arqueológico
Durante el largo proceso de desvelamiento, los arqueólogos se quedaron admirados por lo que iban descubriendo: el cadáver de esa mujer no era un simple puñado de huesos sino un cuerpo aún recubierto de carne y de una piel de color amarillo pálido con una textura todavía suave y elástica. Gracias a un sello encontrado junto al cadáver los arqueólogos pudieron conocer su identidad: Xin Zhui, esposa de Li Cang (segunda mitad del s.III-185 a.C.), primer ministro del Estado de Changsha (202 a.C.- 7 d.C.) durante la dinastía Han del Oeste. El hallazgo del cadáver “inmortal” de Xin Zhui conmocionó el mundo arqueológico, provocó un inusitado interés académico por el personaje y se convirtió en un hito en la historia de esta disciplina científica.
Los más de mil objetos desenterrados en las tres sepulturas de Mawangdui poseen un gran valor tanto estético como cultural y académico. Entre ellos se encuentra la blusa de gasa más ligera jamás hallada de la que no se conoce la técnica de su manufactura; la pintura en forma de T sobre seda que recubría la losa de la sala interior de la cámara sepulcral constituye un raro tesoro del arte pictórico de los han; los especímenes de animales y plantas, las pequeñas figurillas de madera, las varillas de bambú, los instrumentos musicales o los sellos, entre muchos otros objetos funerarios, reflejan con su refinada factura un elevado nivel y un alto desarrollo técnico. Gracias a todos estos testimonios históricos se puede reconstruir de manera fidedigna la sociedad y la cultura de la época.
Dos mil años después, Xin Zhui reposa tranquilamente en el Museo provincial de Hunan, donde atrae a numerosos curiosos llegados de todos los rincones del mundo deseosos de explorar sus arcaicos secretos. Al contemplar desde cerca este cuerpo que interpela desde un pasado remoto, al visitante le resulta imposible evitar que su mente divague y se haga numerosas preguntas: “¿Qué tipo de existencia llevó Xin Zhui? ¿Cómo murió? ¿Quién le construyó esa suntuosa sepultura? ¿Cuál es el secreto de su cadáver incorrupto?” Su presencia, así pues, también es fuente de infinita inspiración. Muchas de esas preguntas permanecen a la espera, quizás, hasta que se viaje a Changsha para averiguar las respuestas.
Publicado originalmente en: Revista Instituto Confucio.Número 55. Volumen IV. Julio de 2019.
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