MITIKO II©: SIRENAS, NÁYADES & OCEÁNIDAS
Navegando con la mente, sin otra computadora que los recuerdos, mezcladas con las Hadas que flotan en el ambiente del lugar, aparecen imágenes de las sirenas, personajes míticos que con distintas capacidades devoraban a viajeros intrépidos, luego de cautivarlos con sus cánticos.
Muchas tradiciones tenidas por leyendas se confunden al llegar al medioevo. Sin embargo, las sirenas no eran habitantes propios del mar, antes bien las había de agua dulce, de las costas marinas, del océano profundo, de las islas lejanas, de los pantanos, de los ojos de agua… y hasta de los aires, donde reside su verdadero origen.
Distintas estirpes, diferentes capacidades.
El vínculo imaginario con los seres del agua se apropia del propio sentido de la palabra Cafayate, en realidad K-Fa-Ya-T ha sido traducido como “cajón de agua” (entre las muchas interpretaciones que tiene la palabra). Sin embargo, abordando las raíces confluyentes del quechua-aymara y el guaraní, quizás más apropiado sería aceptar que significa “suelo de aguas claras”… y es verdad, cuando uno se mira en las cascadas del Río Colorado no ve la propia imagen del rostro, sino del alma. Lo mismo ocurre cuando se asciende por el otro ángulo de la ciudad, en la Banda de Arriba, camino de piedras y energías disueltas, que toman forma al paso del foráneo.
Más aún, cuando se observa los valles desde la altura (casi mil metros arriba) y se divisa Cafayate sobre la derecha, queda claro (para los sensibles) que el lugar tiene custodia ancestral de seres invisibles, eficientes en su responsabilidad, más en su compromiso… ya que pocos son los que acceden a las fuentes que aparecen y desaparecen en la montaña, ofreciendo incluso visiones fantasmales de una ciudadela perdida en el mismo lugar.
Podrá creerse en las leyendas, intentar descifrar los mitos, pero en todo caso los seres del mundo diminuto tienen la habilidad de mostrar variantes que parecen no terminar nunca. Se revela entonces que ni los mitos, ni tampoco las leyendas, son patrimonio de culturas extintas (egipcios, nubios, persas, e incluso griegos), ya que formaban parte del mundo antiguo y todas y cada una de sus expresiones culturales, aceptadas sin tabúes y menos vergüenza que la que se enseña hoy, donde los cuerpos son densos, las almas de piedra y los espíritus con auras amarillas, carentes de energías genuinas.
Sea como sea, espíritus custodios de las aguas y los aires, los aires y las aguas. No obstante, la leyenda va mucho más allá del pensamiento griego, y habla de los espíritus que cuidaban de la pureza de las fuentes de agua, de sus equilibrios, de su pureza, protegiéndola de los seres humanos y sus contradicciones.
“El hombre nunca llega a las fuentes”, declara una frase caracterizada en tablillas cuneiformes. Claro está que no sólo no las alcanza (fuentes) sino que no está capacitado para desentrañar la esencia del origen, reservado al árbol del conocimiento.
En el portal del paraíso en la Tierra (Cafayate), el mundo de las ideas flota protegido por seres extraordinarios, convergencia de duendes, gnomos, elfos, y otros seres del inframundo que con sus sabidurías cambian las cosas de lugar para que el hombre se distraiga prestando su atención a lo intrascendente.
La tarea de estas entidades no es simple, sin embargo sus capacidades son suficientes como para cumplir con la misión que se les ha encomendado desde el comienzo de los tiempos. Escurridizos, aprovechan sus habilidades para transponer los límites del espectro visible, siempre vibrando en rojos invisibles o ultravioletas inalcanzables por la mente humana.
Los antecedentes de las sirenas, perdidos en páginas olvidadas de bibliotecas de papel que ya casi nadie visita, han sido recuperados por la electrónica de Wikipedia y se exponen a la curiosidad (escasa por estos tiempos) de buscadores e inquietos, movidos por su curiosidad, o bien empujados por elfos que intentan despertar a algunos elegidos de sus letargos e inercias.
Veamos que recita la Wikipedia… En la mitología griega, las náyades (en griego antiguo Ναιάδες Naiádes, Ναίδες Naídes o Νάιτιδες Náitides, de ναίω ‘fluir’) eran las ninfas de los cuerpos de agua dulce —fuentes, pozos, manantiales, arroyos y riachuelos—, encarnando la divinidad del curso de agua que habitan, de la misma forma que los oceánidas eran las personificaciones divinas de los ríos y algunos espíritus muy antiguos habitaban las aguas estancadas de los pantanos, estanques y lagunas, como en la Lerna premicénica de la Argólida.
Aunque las náyades estaban asociadas con el agua dulce, las oceánides con el agua salada y las nereidas específicamente con el mar Mediterráneo, había cierto solapamiento debido a que los griegos pensaban en las aguas del mundo como en un sistema único, que se filtraba desde el mar a profundos espacios cavernosos en el seno de la tierra, desde donde subía ya dulce en filtraciones y manantiales. Aretusa, la ninfa de un manantial, podía abrirse paso a través de las corrientes subterráneas del Peloponeso para salir a la superficie en la isla de Sicilia.
En su calidad de ninfas, las náyades son seres femeninos, dotados de gran longevidad pero mortales. La esencia de una náyade estaba vinculada a su masa de agua, de forma que si ésta se secaba, ella moría. Aunque Walter Burkert señala que «cuando en la Ilíada (xx.4-9) Zeus llama a los dioses a asamblea en el Monte Olimpo, no son sólo los famosos olímpicos quienes acuden, sino también todas las ninfas y todos los ríos; sólo Océano queda en su puesto» (Burkert 1985), los oyentes griegos reconocían esta imposibilidad como una hipérbole del poeta, que proclamaba el poder universal de Zeus sobre el mundo natural antiguos: «la adoración de estas deidades», confirma Burkert, «está limitada sólo por el hecho de que están inseparablemente identificadas con una localidad específica».
Su genealogía cambia según el mitógrafo y la leyenda consultada: Homero las llama «hijas de Zeus», pero en otras partes se afirman que eran hijas de Océano. Es más común considerarlas hijas del dios-río en el que habitan. Su genealogía, en cualquier caso, es variada. La ninfa acuática asociada con una fuente particular fue conocida por toda Europa, en lugares sin relación directa con Grecia, sobreviviendo en los pozos celtas del noroeste de Europa que más tarde fueron rededicados a los santos, y en la Melusina medieval.
Todas las fuentes y manantiales célebres tienen su náyade o su grupo de náyades, normalmente consideradas hermanas, y su leyenda propia. Eran a menudo el objeto de cultos locales arcaicos, adoradas como esenciales para la fertilidad y la vida humana. Los jóvenes que alcanzaban la mayoría de edad dedicaban sus mechones infantiles a la náyade del manantial local. Con frecuencia se atribuía a las náyades virtudes curativas: los enfermos bebían el agua al que estaban asociadas o bien, más raramente, se bañaban en ellas. Era éste el caso de Lerna, donde también se ahogaba ritualmente a animales. Los oráculos podían localizarse junto a antiguas fuentes.
Las náyades también podían ser peligrosas. En ocasiones, bañarse en sus aguas se consideraba un sacrilegio y las náyades tomaban represalias contra el ofensor. Verlas también podía ser motivo de castigo, lo que normalmente acarreaba como castigo la locura del infortunado testigo. Hilas, un tripulante del Argo, fue raptado por náyades fascinadas por su belleza. Las náyades eran también conocidas por sus celos. Teócrito contaba la historia de los celos de una náyade en la que un pastor, Dafnis, era el amante de Nomia, a quien fue infiel en varias ocasiones hasta que ésta en venganza le cegó para siempre.
En el origen de muchas genealogías, como las de Icario, Erictonio o Tiestes, aparece una náyade. Cuando se creía que un rey mítico había desposado una náyade y fundado una ciudad, Robert Graves ofrece una lectura sociopolítica: los recién llegados helenos justificaban su presencia tomando como esposa a la náyade de la fuente, como en la historia anterior al mito de Aristeo en la que Hipseo, un rey de los lapitas, se casó con la ninfa Clidanope, con quien tuvo a Cirene. Entre los Inmortales se da el paralelo de los amoríos y violaciones de Zeus, que según Graves registran la suplantación de antiguos cultos locales por otros olímpicos (Graves 1955). Aristeo tuvo una experiencia más allá de lo común con las náyades: cuando sus abejas murieron en Tesalia, fue a consultarlas. Su tía Aretusa le invitó a pasar bajo la superficie del agua, donde fue lavado en un manantial perpetuo y recibió consejo. Un mortal pero relacionado se había ahogado, siendo enviado como mensajero de esta forma para lograr consejo y favores de las náyades para su pueblo.
Las sirenas (en griego antiguo, Σειρήν Seirến, ‘encadenado’, seguramente inspirado en el sánscrito Kimera, ‘quimera’) son seres fabulosos, originarios de la mitología griega y ampliamente extendidos en las narraciones fantásticas de la literatura occidental, cuya función y representación han variado con el tiempo.
Aunque en su forma original eran seres híbridos de mujer y ave, posteriormente la representación más común las describe como mujeres jóvenes con cola de pez. Es por ello que en muchas lenguas no latinas distinguen la sirena original clásica (inglés siren, alemán Sirene) de la sirena con cola de pez (inglés mermaid, alemán Meerjungfrau).
En la mitología griega, las sirenas son una clase difusa que comprende varios seres que se distinguen por una voz musical y prodigiosamente atractiva; las representaciones artísticas más antiguas, que las muestran como aves con rostro o torso femenino, se deben probablemente a la asociación de las aves con el canto, así como al frecuente uso iconográfico de los seres alados para representar a los espíritus de los muertos. Muchas de las huellas gráficas más tempranas de las sirenas están en monumentos y ofrendas funerarias.
En época preclásica comenzaron ya a identificarse con náyades, y su canción a describirse como un atractivo irresistible que llevaba a la perdición a los marinos. Distintos relatos las hacen descender de los dioses fluviales Aqueloo o Forcis, sea sin intervención femenina o de las musas Estérope, Melpómene o Terpsícore, relacionadas con el canto y con el baile. Su número es también impreciso, contándose entre dos y cinco; los nombres registrados incluyen Agláope (la de bello rostro), Telxiepia (de palabras aclamantes) o Telxínoe (delite del corazón), Pisínoe (la persuasiva), Parténope (aroma a doncella), Ligeia(empleado luego por Edgar Allan Poe para el célebre cuento homónimo sobre una mujer de mortal belleza), Leucosia (como un ser puro), Molpe (la musa), Radne (mejoramiento) y Teles (la perfecta).
Los antropólogos debaten sobre si esas figuras no son genios de los pasos que guardan (o, en este caso, invitan) las Puertas de la Muerte, emparentadas con Escila y Caribdis, a las que están próximas en los mitos homéricos. Eurípides, en una estrofa del coro de Helena (verso 168) las llama παρθηνικοι κοραι parthenikoi korai, ‘jóvenes doncellas’; en este fragmento se apoyan Laurence Kahn-Lyotard y Nicole Loraux para incluirla dentro de las figuras del más allá, identificándolas con las cantoras de la Islas de los Bienaventurados descritas por Platón.
Figuran con frecuencia en episodios míticos, muchas veces reminiscentes de su antiguo papel como deidades ctónicas. Algunas versiones narran que acompañaban a Perséfone cuando fue raptada por Hades, y que su apariencia bestial fue el castigo impuesto por Deméter por no proteger a su hija del dios del inframundo. En otras, el cuerpo alado es un don de Zeus para permitirles perseguir al raptor, y en aún otras es una pena impuesta por Afrodita por resistirse a la voluptuosidad.
Hasta aquí las consideraciones de la Wikipedia. Pero más allá de lo expuesto, más son las precisiones perdidas que aquellas otras conservadas… Pocos son los registros históricos que la literatura guarda acerca de las “sirenas” con alas, custodios de los aires. Evidencias egipcias, persas, nubias, perduran en estatuas tenidas como imágenes míticas, imposibles, siempre femeninas ya que se entendía que sólo el género capaz de dar vida, estaba en condiciones de preservar las esencias.
En Cafayate, como todo ámbito de alta montaña, las fuentes, manantiales, arroyos, ríos, pantanos, merecen el cuidado de seres invisibles, por ende sensibles, capaces de invitar a sus elegidos a conocer el reverso del conocimiento, la dimensión de lo intangible. Quién haya sido capaz de llegar más allá de la quinta cascada del Río Colorado, sabe bien a qué me refiero… el agua revela un manto, y según las horas del día, las visiones difieren en el mensaje.
Aquel que haya superado los piletones, en el ángulo opuesto, varios kilómetros por sobre las terracerías Incas, podrá decir cuán ciertas son mis palabras. Ascendiendo se descubren grutas donde los espíritus vagantes anidan, e invitan a las almas puras a compartir sus secretos.
Es muy posible que MITIKO dé acceso a una nueva puerta espiritual en CAFAYATE, el portal del paraíso en la Tierra. ¿Cómo está tu espíritu para sentir lo esencial?... Las energías pueden percibirse, pero el fundamento es descubrir sus contenidos tanto como sus destinos.
Más allá de las creencias de cada quién, ellas seguirán estando allí, invisibles a los ojos humanos, mucho más a sus intenciones...
mitiko_defabulasyleyendas@hotmail.com
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