domingo, 9 de mayo de 2010

AMANDO LAS CONFLUENCIAS... A FONDO: FLAMENCO y TANGO


Foto: Facundo Basavilbaso

Cuando el flamenco canta el tango
Diego el Cigala, maestro del cante jondo, llevó a cabo un experimento histórico: reunir dos culturas que estuvieron juntas en sus orígenes pero que hoy expresan de modo completamente distinto un mismo sentimiento. Crónica de ese proceso original y arriesgado

Noticias de ADN Cultura: Sábado 8 de mayo de 2010 | Publicado en edición impresa
Por Leonardo Tarifeño
De la Redacción de LA NACION

Qué mejor lugar que una casa en la calle Corrientes para el ensayo de un grupo de tangueros. Casualidad o no tanta, en el 938 de Corrientes, en Olivos, el cantaor Diego el Cigala y sus músicos españoles y argentinos preparaban la gira que empezó en Córdoba y que luego, una semana y un par de conciertos después, terminó en una ya histórica grabación en vivo en el teatro Gran Rex de Buenos Aires. Esta Corrientes de Olivos nunca podría ser una meca del tango como su célebre homónima; sin embargo, entre las hojas de sus árboles, la llovizna oportunísima y el piso cubierto de ramas creció la melodía de un arrabal imaginario y real a la vez, que de tan inesperado y bonito abolió todo tipo de fronteras -geográficas, musicales, generacionales- a fuerza de belleza, embrujo y pasión.

Hasta hace unas semanas, el inconfundible aleteo de una voz flamenca se escuchaba cada tarde desde afuera de esa casa. Un lunes, el día siguiente a un tormentón que arrojó minimeteoritos de granizo, la luz de la tarde empañada en la garúa abría paso a esa mansión antigua, profunda, teatral. En uno de los cuartos de la izquierda, entre las cortinas de terciopelo rojo, el Cigala cantaba los últimos versos de "Alfonsina y el mar" acompañado por Jaime Calabuch, "Jumitus", al piano, Diego "El Morao" en la guitarra, el contrabajista cubano Yelsy Heredia, Sabú Suárez en el cajón, y el bandoneonista Néstor Marconi y sus músicos argentinos. Diego sonreía y saludaba mientras cantaba, miraba a los ojos de todos y cada uno de quienes lo rodeaban y de vez en cuando parecía que su atención era directa, auténtica y volátil como la de un niño. Esto último lo sospeché entonces, pero recién lo entendí mucho después. Durante diez días estuve a su lado en los ensayos y conciertos, compartimos las lentejas de una cena casera en Olivos, lo vi perder 1-5 en el FIFA World Player ("Esto no puede ser, tío, ¡cinco goles sólo me hace mi niño!"), nos encerramos juntos en el camerino de Andrés Calamaro apenas terminado el show de Córdoba, lo escuché bromear mientras veía las imágenes del video clip que grabó en la confitería Ideal ("Y ahora, ¡que me llamen los Coen!") y me pregunté, con él, si su osadía de unir el tango y el flamenco no es una de las aventuras más hermosas de nuestra música popular. "De lo que se trata es de respetar las melodías y aportarle el toque Cigala. Para tanguear están los maestros Goyeneche, Julio Sosa, tantos grandes. Yo sólo quiero sumarle el sentimiento flamenco, como en su momento hice con Lágrimas negras . Para mí, es como si hubiera hecho esto mismo toda mi vida", me dijo, para contestar a esa pregunta, pero la respuesta definitiva la obtendría la pasada noche del jueves 29, sobre el escenario del Gran Rex. Y con el tiempo, lo que yo entendí es que el Cigala sólo es feliz si se divierte, para divertirse tiene que estar en familia y, como él mismo contaría más tarde, el tango vibra en la sangre gitana de su dinastía familiar.

"¿No estamos muy rápidos?", preguntó Marconi mientras terminaban "Alfonsina...", y el eco de esa duda decía que, a dos días de la presentación en Córdoba, aún había mucho trabajo por hacer. Como ocurre con las historias mágicas de veras, el origen de este encuentro es incierto y fantasmal. Quizás todo comenzó la tarde en que César Luis Menotti le dijo a su amigo el Cigala que buscara a otro amigo suyo, Néstor Marconi, para encargarle los arreglos de los tangos que Diego quería cantar en versión flamenca. A lo mejor nació entre los CD de Aníbal Troilo, Edmundo Rivero y el "polaco" Goyeneche que los amigos argentinos de Diego le regalaban en Madrid y en Buenos Aires. O tal vez empezó cuando el cantaor decidió, para el legendario Lágrimas negras (2003), atreverse con "Nieblas del Riachuelo", tangazo continuado en el aire arrabalero de "Caruso", del exquisito Dos lágrimas (2008), con Richard Galliano al bandoneón. Según el propio Cigala, en cambio, para entender este proyecto hay que remontarse varias décadas atrás, cuando en la carrera de su padre, cantaor también, irrumpió un jugoso contrato que incluía varias presentaciones en la Argentina. "De regreso, él cantaba tangos en la casa, y a mí me tocó crecer con esas canciones -me explicó Diego-; pero yo era un chaval y por esa época veía cantar a mi tío, Rafael Farina, todo vestido de blanco, con sombrero, ese porte tan suyo y una voz que era un metal... cuando llegó el día de Reyes, yo pedí ser como él y poder cantar las canciones de mi padre". Los Reyes Magos, que según dicen no existen, le cumplieron ambos deseos, y así fue como un lunes de abril el Cigala se encontró en pleno ensayo porteño de "Sus ojos se cerraron", "Las cuarenta", "Tomo y obligo" y "Nostalgias", entre otros clásicos. "Yo no sabía quién era, lo conocí antes de ayer y nunca había escuchado su música -admitió Marconi, en un descanso-, y ahora eso me parece mejor, porque lo importante es conocerlo mientras compartimos todo esto. Lo primero que descubrí es que su voz es impresionante, llega a notas increíbles, y así es más fácil acompañarlo. Y me gustó mucho que él no pretenda cantar el tango como un tanguero; lo interpreta a su manera, con su estilo, y está muy bien que sea así."

-¿Se pueden unir dos géneros en apariencia tan distantes como el tango y el flamenco?
-Y, al principio a mí este proyecto me pareció un poco loco, pero en el fondo cualquier música se puede fusionar. No es una cuestión de este género sí y este género no. Depende de los músicos, de la actitud que tengan y la versatilidad que muestren a la hora de tocar.

Por lo que se veía en la casa de Olivos, esa unión también depende del carácter, el talante y la sencillez desprejuiciada que permite aprender de unos y de otros. Algo de puente tiene este Cigala, que antes unió el bolero y el flamenco y ahora se atreve hasta con tangos que cantaba Gardel. ¿Pero qué hay que tener para ser un puente? ¿Por qué los acordes de este ensayo fueron de un lado al otro del océano y decidieron instalarse en algún lugar del corazón? Vestido con ropa de gimnasia negra y cigarrillo en mano, el único detalle argentino que Diego traía en su indumentaria eran unas sandalias de River. "¡Hostia!, pero si yo soy de Boca", dijo, asustado, cuando se le recordó la identidad patriótica que delataban sus pies. Y se reía, preguntaba de dónde salieron esas sandalias y si realmente el escudo con esa banda roja correspondía al archienemigo. La risa, la curiosidad, el cariño, ¿será que con esos materiales están hechos los puentes? Sin quererlo, Marconi iluminó la cuestión.
A las nueve y media de la noche, cuando se despedían bajo los árboles de una Corrientes rara, como encendida, el bandoneonista abrazó al cantaor y en voz baja le dijo: "El ensayo estuvo muy bien, era un placer escucharte cantar. Pero en Córdoba no necesariamente tenés que cantar así. Cantá como sabés, como te salga. Cantá como sos vos". Sólo si el Cigala era fiel a sí mismo iba a poder serle fiel al tango, y a los mundos que se le unían en su voz y en su piel.

A las tres de la tarde del día siguiente, el que cantaba ante el micrófono era el niño Rafael, Cigala junior , dirigido por un eufórico Andrés Calamaro. "El tango tiene tanta letra, tanta letra, que en algún momento la voy a cagar", me había confesado Diego la noche anterior; bajo la batuta de Calamaro, el milagroso Rafaelito demostraba que "Sus ojos se cerraron" no tenía secretos para él. Se la sabía de pe a pa, hacía los mismos gestos que su padre y emocionaba con su tierna pero desoladora queja ante el carnaval del mundo, que siempre goza y ríe en el peor de los momentos. "Ala, niño, ¡que me vas a quitar el curro! Espérate un poco, ¡todavía no!", intervino el cantaor senior , mientras tomaba el cajón flamenco para improvisar la percusión. Quién sabe si los shows no deberían ser esto mismo o al menos tener más de esto. Los artistas maravillan con el resultado de su esfuerzo, pero también durante el proceso que incluye prueba, error y humillación a cargo del propio hijo. Al Cigala se lo notaba más contento que la tarde del lunes, y era probable que el renovado brillo en sus ojos se debiera a la presencia de Andrés Calamaro. En el mundo personal de este tanguero ultramarino, Marconi es el maestro y Calamaro es el amigo, el cómplice, el anfitrión. Todos los días, quien creó la rumba rockera con "Sin documentos" llegaba a la casa con un vino distinto (esa tarde, el elegido era un pinot noir), recomendaba restaurantes -armenios, japoneses, turcos- y jugaba aquí y allá con los cantaores de la familia. Minutos antes de saltar al escenario del Gran Rex me contó que cuando vio por primera vez al Niño Josele y al Cigala en vivo, en un teatro de Madrid, sintió que "tenían el mismo poderío que los Rolling Stones". Esa tarde de Olivos se despachó a gusto sobre el tango y la importancia cultural que tiene el interés de Diego por esta música, motivo de agrias disputas por la identidad que alguna vez enfrentó a sectores tradicionalistas con un renovador de la dimensión de Ástor Piazzolla. "Diego tiene un fraseo, una afinación y un caudal vocal que lo hacen un elegido entre todos los cantantes del mundo; no hay muchas voces como la suya -dijo- y hoy por hoy el tango ya es canción universal, ésta no es una época para encerrarse en su forma prosaica. Al contrario, éste es un buen momento para escuchar tango heterodoxo."
-Da la impresión de que lo de Diego es un regalo que el flamenco, a través de él, le hace al tango. ¿Cómo crees que el conservadurismo tanguero verá ese regalo?
-Yo creo que ya no hay una sola manera de ver el tango. Seamos completamente sinceros: el tango volvió al baile, que es su forma primitiva, y lo bailan japoneses y escandinavos. Café de los maestros es un epitafio. Yo respeto a los segmentos intransigentes del tango, pero ya no tienen más importancia que la simbólica. Frank Sinatra grabó bossa nova con Tom Jobim y eso no fue una tragedia cultural en Brasil, quizás todo lo contrario. Diego trae el embrujo propio de un cantante único; me cuesta creer que pueda discutirse a un cantante así, pero en la vida aprendí a no sorprenderme demasiado con nada.

-¿Y qué te une más a él?
-La amistad, el afecto genuino, el respeto, la familia y la música. El destino, quizás.

Mientras Calamaro se ponía la capa y enfundaba la espada para defender al caballero español, desde la sala llegaban las notas dibujadas por el piano de Jumitus. De lejos, el pianista era el que más sufría la adaptación del tango y el flamenco a un solo pentagrama. "Es que es a todo trapo, tío, ¡son veinte acordes por segundo! ¡La verdad es que no sé si lo podré tocar!" se quejaba, con "Tomo y obligo" entre ceja y ceja. De nada le servía renombrar el tango de Gardel y Romero como "Tomo tu ombligo", tampoco sumaba mucho imitar el acento argentino y hablar de vos y decir "vijte" para que el espíritu canyengue se apoderara de él. "Yo creo que estoy poseído, ¡sólo puedo hablar como argentino!", decía a los gritos y así se daba ánimos para intentarlo otra vez. Sobre la barra del cuarto contiguo, Diego y Calamaro liquidaban el pinot noir y el argentino se disculpaba por no quedarse a cenar. "Alguna noche tengo que volver a casa, y más aún si después me voy a ir de parranda dos noches seguidas con vos", explicaba Andrés.

-¿Pero no te perdonan ni aunque sea algo tan especial como mostrarle la noche argentina a Diego, que es extranjero? -interrumpí .
-No -aclaró el Cigala-; yo sé que a él no se lo deberían perdonar, y la verdad es que a mí tampoco.

La dama española del perdón difícil es Amparo Fernández, esposa, manager y alma detrás de las andanzas de Diego. Sin la dulzura y fuerza de esta mujer, seguramente el Cigala no sería el que conocemos. Los niños, como Rafael, Diego o Calamaro, juegan y se divierten; la que pone las reglas es la mujer. O mejor dicho, las mujeres, ya que el complemento de Amparo es la incombustible roadie Janette, mítica ex novia de Nick Cave, alguna vez encargada de la imagen de Plácido Domingo y Anna Netrebko y actual cerebro en las sombras de esta troupe . El sueño de Janette es unir a Nick Cave y a Diego en un concierto en Londres; el de Amparo, que su marido sea feliz. Y el Cigala sólo es feliz si se divierte, y para divertirse tiene que estar en familia. Claro que su familia incluye a sus músicos, sus amigos, el equipo de filmación del documental que incluirá el CD Tango , los cocineros de la casa de Olivos y, en definitiva, todo aquel que al menos por un rato le caiga bien. "Maestrito -me dijo esa noche, emocionado-, ¿sabes una cosa? ¡Me llamaron de Toy Story 3 para ponerle la voz a Buzz Lightyear!" Luego Amparo aclaró que sólo serán los pocos diálogos que Buzz tendrá cuando un insólito guión de Pixar lleve al personaje a Andalucía, pero para Diego era como si le hubieran dado un Oscar. Cuando se me acercó, pensé que era para "hablar un rato", como me venía prometiendo desde el día anterior, mucho antes de que yo me diera cuenta de que él hace lo que quiere y cuando quiere, sin ataduras a la vista. Su informalidad gitana es tan simpática que hasta parece razonable. ¿Y quién quiere una entrevista hecha y derecha cuando lo que se ve y vive es todavía más revelador? ¿O no dice mucho de Diego que se sentara a jugar en la Playstation con un miembro del equipo de filmación y que mientras lo goleaban discutiera con Amparo, convencido de que "la playstation es deporte"? "Claro que es deporte, mujé, o no ves que así se practica la agilidad mental?", argumentó, y no quedaba nada claro si hablaba en broma o en serio. Un rato antes cenábamos en la cocina de la casa y ahí aprovechó para contar que la noche anterior había "flipado" al ver videos en vivo de Miles Davis en YouTube ("...l solo con la trompeta, adelante, sonaba más fuerte que la orquesta que tenía detrás") y aprovechó para recomendarles Amadeus y Ray , sus dos películas musicales preferidas, a Jumitus y Yelsy. "Pero ésas son las musicales, ¿eh? Porque la más preferida mía es El Padrino . Cuando la vi, yo decía: "Pero qué es eso, tío, ¿cómo se puede hacer algo tan bonito?¿Y ya vieron que Coppola va a hacer una nueva? ¡Queda Talia Shire como Padrino!", contaba. Del tango, del ensayo o del show, el Cigala decía poco y nada. Le comenté que por lo que los fundamentalistas del 2x4 consideraban una irreverencia hubo una época en la que apedreaban a Ástor Piazzolla, pero prefirió asombrarse a reclamar más información. Parecía que para estar de veras preparado debía estar contento, encontrar el espacio justo para desparramar su alegría y su pasión (pasión que, en el caso de El Padrino , lo llevó a ponerle letra a la melodía de la película e incorporarla a sus shows tangueros). Por eso se divertía al imitar los gestos rockeros de Calamaro ("mi compare "), comentaba unos videos graciosos de caídas que había encontrado en YouTube y, sobre todo, gozaba del momento y de la situación. El día siguiente era su debut tanguero en el teatro San Martín, de Córdoba, y el buen ánimo compartido con la familia garantizaba que todo sólo podía salir bien.

La prueba de sonido en el teatro San Martín incluía un último ensayo general previsto para las siete de la tarde. A las seis y cuarto, Diego apareció en el hall del hotel Interplaza; media hora después se abrazaba con Calamaro, quien se mostraba orgulloso de haber traído "el mejor merlot del momento" para esa noche histórica. Luego hubo tiempo para que el Morao se lamentara de no tener zapatos negros, mientras Janette enloquecía porque los productores del show de Montevideo habían cambiado el horario del regreso a Buenos Aires. La atmósfera de vértigo y ansiedad devoraba sólo a quienes no saldríamos a escena; los demás ironizaban sobre la pinta de cada quien o se burlaban de la borrachera que había hundido a Sabú durante toda la noche anterior. Cuando llegó Jumitus, entre Diego y Yelsy le hicieron creer que Marconi había quitado unas partes de piano en varios tangos y que debía esperar al maestro argentino para saber lo que iba a tocar. La cara y el ánimo del pianista se fueron al piso, y esta broma cruel fue tan larga que por eso nos subimos a la van con todo el equipo entre las 19.30 y las 19.40. Adelante, el precoz Rafael cantaba "Las cuarenta", otra vez sin perder el hilo; al fondo, Cigala explicaba lo contento que lo ponía saber que este disco va a venderse a un precio accesible, y Jumitus saludaba al violinista Pablo Agri con un "¿Qué hacés, boludo?", marca inequívoca de su reciente argentinización. ...ramos una caravana alegre y confiada, una banda de gitanos sin más destino que su propio arte. ¿Y si esa noche era histórica en serio? ¿Y si lo que iba a ocurrir resultaba inolvidable para los testigos de esa magia? ¿Y qué sabían esas luces, esos palcos y esos pasillos por los que llegamos al escenario, qué sabían todos ellos que yo todavía sólo podía ignorar? El extraordinario guitarrista Juanjo Domínguez y Marconi fueron los primeros en desenfundar sus instrumentos, unidos por "El día que me quieras". Diego apareció con las hojas que disponían el orden de los temas, y "Tomo y obligo" (con una muy leve cadencia de rumba) y "En esta tarde gris" sonaron mejor que nunca. A las 21, los encargados del teatro querían abrir las puertas para que empezara a entrar el público, pero aún faltaban ensayar "Youkali" (el tango habanera de Kurt Weill que Cigala enlaza con "Libertango") y "Los hermanos", con el simbolismo de Diego y Calamaro a cada lado, acompañados con gran sutileza por Domínguez. Al rato, con la demora inevitable de las grandes citas, el rumor de la gente que se ubicaba empezó a escucharse desde los camerinos. Diego avanzaba por el pasillo y probaba su voz con notas altísimas. Los españoles zapateaban y bailaban al compás del cajón de Sabú. Calamaro preguntaba quién quería probar el vino, "a ver si es tan bueno como dicen", y una vez en su camerino, mostraba las botellitas de tequila que escondía en un bolso. En la puerta del pasillo que llevaba a los cuartos, el Morao rasgaba su guitarra con acento flamenco, y no sé por qué pensé, mientras lo miraba, en un hombre a la espera de la mujer que ama. Todos se habían vestido para una cita especial, de las que a veces dependen la felicidad o la angustia; cada uno daría lo mejor de sí sobre una partitura aún incierta, como el porvenir siempre inasible de un loco amor que más que amor es un soñar. ¿Y luego?

Ya con sus músicos sobre el escenario, Diego abrió con "Garganta con arena", que entre nosotros hizo famoso Adriana Varela. El tango es refinamiento, elegancia, melancolía, seducción. Justo lo que tienen la voz y la presencia de Diego el Cigala. Con el show terminado, la gente reclamaba más bises de lo esperado. Además de su participación en "Los hermanos", de Atahualpa Yupanqui, Calamaro se unió para el bolero "Inolvidable" y el teatro deliró. Con las palmas aún en el aire, Diego llegó a los camerinos y se encerró con su compare . "Eres un monstruo, tío, ¿cómo haces para salir así al escenario? -le dijo, antes de abrazarlo-; esto estuvo muy bien, y ahora hay que arreglar un par de cosillas y ya. ¡En los próximos cantemos juntos "Obsesión" y van a flipar! ¡Pero cómo hemos gozao!" En el pasillo, Yelsy preguntaba por qué había desaparecido el sonido del contrabajo durante "Dos gardenias". Los demás se abrazaban, brindaban y reían. Los aplausos que no dejaban de escucharse gritaban que habían estado a la altura.

El tema elegido para el videoclip es "En esta tarde gris", una de las más emocionantes del show junto a "Los hermanos", "Nostalgias" (interpretada como bulería) y "Tomo y obligo". Cuando el Cigala canta "ven, que te quiero tanto...", su voz se vuelve colorida y profunda, como si pintara en el aire. La filmación se hizo en el primer piso de la confitería La Ideal, a metros del Gran Rex, justo a una hora en que en la planta baja se dictaban clases de tango y milonga. En la primera imagen del video, Marconi y Diego contrapuntean mientras una pareja baila un poco más atrás. "Qué lugar más bonito éste, y así parece como si al final de una noche de baile sólo nos hubiéramos quedado Marconi y yo", dijo el cantaor, entre susurros, ataviado con el traje que se mandó a hacer a medida. Para el espíritu tanguero, Diego sonreía demasiado; por suerte, ante las cámaras se controló y fijó la mirada como el hombre desengañado que la letra lo obligaba a ser. "A mí, los dos tangos que más me tocan son ´Garganta con arena´ y ´En esta tarde gris´. O no sé, todos, me cuesta elegir. Pero esos dos los siento muy míos. Es como si quienes los escribieron hubieran sabido que los hacían para mí, sin conocerme, sin siquiera saber que yo existía", me dijo. Y un segundo después, otro tema: "¿Ya viste que perdió el Barcelona? Menos mal, tío, porque si ganaba debía jugar la final de la Champions en el estadio del Real Madrid. Y eso, maestrito, ¡iba a ser la Tercera Guerra Mundial!".

Para que la tarde gris del clip fuera literal, Cigala debía salir a la puerta de La Ideal bajo una lluvia organizada por la producción. El semáforo se ponía en rojo, el agua empezaba a caer, Diego salía a la puerta y encendía un cigarrillo. Decirlo es fácil, pero el semáforo cambiaba más rápido de lo previsto, el agua caía diez segundos después, Diego aparecía antes y el agua le apagaba el cigarrillo. La toma se repitió cinco veces y en la tercera un porteño motorizado gritó "Dale, travesti", tal vez para remarcar que estábamos en la siempre malhumorada Buenos Aires. Es difícil saber si Diego escuchó el agravio. Estaba en la entrada de La Ideal, concentrado en el manejo del encendedor Zippo, y una vez que aprendió a encenderlo como Clint Eastwood buscaba ante quien presumir de su nueva habilidad.

En el flamenco dicen que alguien tiene o no tiene "duende". La palabra se refiere al talento, pero también al carisma, a todo aquello que convierte a una persona en mágica y especial. En Centroamérica, para hablar de algo semejante se dice que alguien tiene o no tiene "diablo". El "diablo" es la malicia del talentoso, los defectos que por alguna razón se transforman en raras virtudes, el toque de distinción de quien puede hacer el Bien o el Mal y siempre a las mil maravillas. Después de varios días de andar de aquí para allá con Diego el Cigala, creo que la mejor manera de verlo es como el artista que empezó con "diablo" y terminó con "duende". Su voz es un puente entre culturas y épocas, y también une la alegría y el dolor, el amor y el desengaño, la soledad y los reencuentros. En ella late la vida de un gitano que no olvida las raíces ni el pasado difícil, aunque hoy luzca más collares y anillos de oro que Mike Tyson. "Esta noche va a estar buena", me dijo, mientras bajábamos a su camerino en el Gran Rex, y lo primero que vimos cuando entramos fue a su mujer y manager, Amparo, que terminaba de plancharle la camisa para el show. La escena sorprendía pero no era extraña, porque lo único que nunca le falta al Cigala son sus raíces, sean éstas familiares, musicales o afectivas. Lo miré y por alguna razón sentí que estaba ante el pirata que se persigna antes de arrasar un bergantín. Con la camisa ya puesta, fuimos al camerino de sus músicos y allí improvisó "Nostalgias" y los versos "amor es la copa divina / que obsesiona al hombre / por una mujer...", esta vez con Calamaro de invitado especial. "Diego tiene la mejor media voz del flamenco -me explicó Álvaro, el sonidista que lo acompaña desde la grabación de Undebel , en 1998-; la media voz es aquella que se mantiene sin saltar a los agudos, y en su caso es muy sugerente. Para mí, es caramelo puro. Y lo que va a cantar hoy yo se lo escuché durante años; él siempre amó el tango, sólo que se decidió a grabarlos cuando se dio cuenta de que estaba listo." A un costado, Sabú ensayaba percusión con la caja donde estaba una manguera contra incendios. Sobre la repisa de ese cuarto, una botella de whisky. En la del gran protagonista, una de ron cubano. Y cuando llegó la hora, de camino al escenario se abrazó con Marconi y le dio un beso a Amparo. La gran noche que todos esperábamos había comenzado.

Detrás de las cortinas, enfrente de la mesa del sonidista, Calamaro bailaba con su hija mientras esperaba salir para "Los hermanos". En "Tomo y obligo", la quinta canción del concierto, vi por primera vez que todos disfrutaban -especialmente Jumitus, el pianista. La voz de Diego erizaba la piel en muchos versos y conmovía un poco en cada canción; así fue cuando decía "no puedo más seguir así.." ("En esta tarde gris") u "hoy está solo mi corazón.." ("Sus ojos se cerraron"), y entonces entendí por qué me había dicho que, para él, es como si hubiera cantado (¿o vivido?) esto mismo desde siempre. Tras el último bis, Diego salió del escenario, buscó a Marconi y le dijo "Gracias, maestro, muchas gracias". El tango lo esperaba sin siquiera saber que él existía.

Diez ovaciones después, salí a la calle convencido de que la magia puede contarse un poco, pero explicarse jamás. En la vereda de enfrente del Gran Rex busqué el 938 de Corrientes y encontré un portal que nunca había visto, a pesar de que casi todos los días paso por ahí. Tal vez necesitaba que alguien me lo mostrara con nuevos ojos, para poder disfrutar de lo que hasta entonces creía conocer.
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Cuando el flamenco canta el tango

Diego el Cigala, maestro del cante jondo, llevó a cabo un experimento histórico: reunir dos culturas que estuvieron juntas en sus orígenes pero que hoy expresan de modo completamente distinto un mismo sentimiento. Crónica de ese proceso original y arriesgado

lanacion.com | ADN Cultura | S�bado 8 de mayo de 2010





La lección del Cigala
Por Jorge Fernández Díaz

Director de adnCULTURA
Noticias de ADN Cultura: Sábado 8 de mayo de 2010 | Publicado en edición impresa

El flamenco está en los orígenes del tango. Separados al nacer, esos dos hermanos musicales de la noche, la melancolía y el desgarro encararon sus caminos sin volver a cruzarse. Diego el Cigala, una leyenda viva, un clásico moderno del cante jondo, tuvo alguna vez la osadía de entreverarse con la música cubana y de hacer con Bebo Valdés un disco de fusión que resultó inolvidable. En los bises del año pasado, durante su última visita al Gran Rex, este gitano de voz portentosa y delicada, llena de matices, cantó como una travesura "Garganta con arena". Los argentinos, en esa Meca de la calle Corrientes, lo ovacionaron, y él tuvo entonces el presentimiento de que investigar el tango era posible.

Estuvo meses escuchando a Gardel, a Goyeneche y a Julio Sosa, y viendo en Youtube a los grandes cantores de milongas y tangazos, y al final eligió diez o doce canciones que ya las sentía como propias, y en las que su voz gitana podía intervenir sin necesidad de imitar a nadie o falsificar un sentimiento. Es una gran lección artística lo que ocurrió. Grandes músicos e intérpretes fracasaron al intentar emular el modo de tocar y cantar de los paradigmas del tango. El Cigala, en cambio, decidió jugarse por entero a su propio estilo, sin pretender tanguear el tango, sino aflamencándolo de un modo absolutamente personal. Logró, con ayuda de dos maestros del género -Néstor Marconi y Juanjo Domínguez- una fusión original que pone la piel de gallina. Esa lección del Cigala podría aplicarse a cualquier arte. El verdadero artista no se contenta con seguir a quienes lo precedieron. Corre el riesgo de romper respetuosamente con ellos y jugarse a suerte y verdad con su propio sello, pareciéndose sólo a sí mismo. Algo que, en este caso, espantará seguramente a los tradicionalistas del dos por cuatro. El coraje y los frutos conseguidos, sin embargo, ennoblecen este proyecto único. Y el proyecto consiste, curiosamente, en reunir a los hermanos perdidos, esos dos relatos cantados donde siempre hay un hombre en la barra de un bar llorando masculinamente sus penas frente a un vaso de whisky. Esas dos tragedias del desamor son idénticas, y pueden cantarse por igual en Jerez, en el barrio madrileño de Lavapiés o en San Telmo y el Abasto.

Teniendo siempre en cuenta que éramos testigos de un experimento histórico, seguimos día y noche al Cigala, quien aterrizó en Buenos Aires, se instaló en una casa de Olivos, conoció a los tangueros, ensayó con ellos sus temas, hizo un videoclip en la confitería La Ideal, filmó un documental, protagonizó shows en varios escenarios rioplatenses y finalmente grabó en vivo el disco de sus desvelos con un éxito atronador. Todo eso ocurrió en apenas veinte días.

Leonardo Tarifeño, que además de periodista y gran lector es un fanático de la música, fue su sombra a lo largo de esta verdadera maratón. La larga crónica de Leo sirve además para ver cómo funciona la trastienda de la música, y cómo los verdaderos artistas trabajan en la incertidumbre de lo completamente nuevo hasta conseguir un diamante milagroso. Un diamante que no se parece a nada.
jdiaz@lanacion.com.ar

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Por Jorge Fernández Díaz

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el dispensador dice:
cuando confluyen los tonos,
se sintonizan las almas,
resuenan espíritus, regalando las calmas,
algunos lo sienten en sus pies,
otros se complacen en sus oídos,
prefiero llevarlos en el alma,
donde se guardan los sonidos,
se conservan los recuerdos,
sintonizas las miradas,
vibrando junto con las cuerdas,
armonías de lo eterno, flamenco y tango,
regalos al sentimiento...
DEDICADO A: Marga Fuentes y Alicia María Abatilli... consonantes de lo eterno. Mayo 09, 2010.-

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