domingo, 13 de junio de 2010

EL ARTE DE TRANSFORMAR PENSAMIENTOS EN LETRAS



EL ARTE DE TRANSFORMAR PENSAMIENTOS EN LETRAS


[I]
Cómo escriben los que escriben
Trucos, secretos, cábalas y manías de Brizuela, Caparrós, Castillo, Coelho, De Santis, Fogwill, Heker, Pauls y Piñeiro. Además, las distintas estrategias: los que planean y los que improvisan

Noticias de ADN Cultura: Sábado 12 de junio de 2010 | Publicado en edición impresa
Por Ezequiel Vinacour
Para LA NACION - Buenos Aires, 2010

Cada mañana, Jorge Luis Borges registraba sus sueños y luego utilizaba ese material para enriquecer sus ficciones. Ernesto Sabato tenía el hábito de incendiar por la tarde lo que había producido hasta el mediodía. Y Carlos Fuentes contó que componía "mentalmente" sus seis o siete páginas diarias en un paseo que incluía la casa de Albert Einstein, la de Hermann Broch y la de Thomas Mann, en Princeton.

Pero de todas las historias sobre escritores a la hora de encarar la rutina del oficio, quizá la más singular pertenezca a Abelardo Castillo. Años atrás, el autor de Crónica de un iniciado sufría de una extraña afección: sentía que no podía ponerse a trabajar si antes no limpiaba su máquina de escribir. Para ello, tenía un pincelito especial para repasar los tipos y evitar que se empastaran. Su obstinación, a menudo, surtía efectos no deseados: como utilizaba querosene, los mecanismos muchas veces terminaban por ensuciarse y, al final de la tarea, no se podían usar. "Cuando me quería acordar, habían pasado tres horas y no había escrito nada. Creo que estas costumbres pertenecen más a la zona de la demencia que a la zona ritual", dice Castillo, un poco en broma, a adncultura .

¿Cómo escriben los escritores? ¿Cuántas horas diarias trabajan? ¿En qué momento del día? ¿Qué estrategias prefieren para crear tramas y personajes? ¿Qué tipo de letra usan? Las respuestas a estas preguntas suelen estar confinadas al ámbito de las entrevistas y de las leyendas, antes que al de los estudios literarios. Sin embargo, aportan datos valiosos a la hora de trazar el perfil de un autor y abordar su obra.
Dashiell Hammett, quien en su caótica etapa de Hollywood se había instalado en una suite del Beverly-Wilshire y recibía a sus pocas visitas vestido con una costosa bata con sus iniciales, solía decir que un hombre puede hacer con su vida lo que quiera, pero que la escritura tiene ciertos principios que deben respetarse. Puede discutirse si la vida de Hammett acabó con su escritura o si la escritura acabó con su vida. Lo único cierto, en todo caso, es que los escritores son animales de costumbres y que la mayoría de ellos tiene una debilidad por los rituales y la disciplina.

Hemingway, que en París era una fiesta dejó muchos consejos sobre el arte de escribir, dijo que se requiere disciplina para trabajar todas las mañanas y también para dejar de pensar en la obra al levantarse del escritorio, de modo que ésta se siga escribiendo sola en alguna parte de la mente. También recomendaba dejar de escribir cuando la historia fluía, de modo de poder retomarla sin inconvenientes a la mañana siguiente.

El escritor, fatalmente, se hace. Y en esa tarea, los ritos y los métodos ayudan. Así pensaba Faulkner, quien además tenía una áspera receta para cualquier aspirante a narrador. Según el autor de Luz de agosto, se requería un 99% de talento, 99% de disciplina y 99% de trabajo para lograrlo.

Claro que ese talento y esa disciplina, muchas veces, pueden parecerse al caos. Un buen ejemplo de ello es la anécdota de Antonio Dal Masetto durante el proceso de escritura de su novela Siempre es difícil volver a casa. Para producir esa obra, el escritor se propuso recopilar diálogos, apuntes de personajes y descripciones en servilletas de bares y papelitos sueltos, que fue acumulando en numerosas cajas de zapatos. Para imponerse un orden, dividió las cajas en tres grandes grupos: inicio, nudo y desenlace. Siguió así hasta que, en un momento dado, le puso punto final a esa tarea, se sentó frente a la máquina, vació las cajas y a partir del material acumulado redactó una página, un capítulo y, finalmente, el libro entero. "Es un método que no se lo recomiendo a nadie", bromeó después Dal Masetto en una entrevista.

Otro estadounidense que ha revelado algunas de sus costumbres más extrañas es Gay Talese. El autor de "Frank Sinatra está resfriado" confesó que su día de escritura no comienza en su escritorio, sino en el vestidor del cuarto piso de su casa. Allí, cada mañana se viste como si fuera un ejecutivo de Wall Street, con camisa y corbata. Cuando está listo, baja cinco plantas hasta su búnker, una antigua bodega sin puertas ni ventanas, en el sótano de su casa. Una vez allí, se quita el traje y se pone un pantalón común y un suéter. Trabaja sin descanso hasta tener una página nueva sobre su escritorio. Una vez que ha consumado esa tarea, vuelve a vestirse como si fuese un banquero y sube a su casa para almorzar.

Detrás de escena, lejos de las interpretaciones académicas, algunos de los más destacados escritores argentinos le contaron a adncultura cómo enfrentan su trabajo, y cómo sus hábitos y sus rituales forman parte, también, de su estética. Hablaron de sus temores y de los fantasmas que los visitan con mayor frecuencia: el terror a la página en negro (la página llena de escritura inútil), el bloqueo de la creatividad, la soledad que rodea al oficio del escritor y el necesario equilibrio, siempre sordamente amenazado, entre la creación genuina y la escritura "por dinero".

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Cómo escriben los que escriben

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lanacion.com | ADN Cultura | S�bado 12 de junio de 2010



[II]
Ritos de escritor
Por Jorge Fernández Díaz
Director de Adncultura

Noticias de ADN Cultura: Sábado 12 de junio de 2010 | Publicado en edición impresa

Mientras recorríamos los mágicos prados de La Rioja española, a punto de llegar a dos monasterios de los siglos V y X donde se hallaron las primeras evidencias escritas del castellano, Manuel Vicent y yo no podíamos dejar de hablar de literatura. Vicent, uno de los más geniales articulistas que ha generado la España democrática, me recordaba, entre otras cosas, que hay muchas clases de escritores. Están, en principio, aquellos a los que les descubrimos el truco por la portada de un libro y aquellos a quienes se lo descubrimos inevitablemente en las primeras líneas o a mitad de una novela. Pero ya en los máximos niveles, están también aquellos excelsos a los que les descubrimos el truco recién al cabo de leer toda su obra, como Borges, y aquellos a quienes jamás logramos descubrírselo, como Shakespeare.

Más allá de la literatura experimental, que seguirá existiendo y tendrá siempre su valor, Vicent considera que ya no resulta creíble escribir "Julia se sirvió una copa y caminó hasta la ventana". "Es que no me lo puedo creer", comenta. La vida moderna, la intercomunicación instantánea, la posibilidad de ver y oír en directo a través de las pantallas de los medios o de Internet, la chance de entrar fácilmente en mundos cotidianos o viajar a cualquier rincón del planeta le quitan de algún modo verosimilitud a la novela actual y dejan al desnudo su impostura. "Es por eso que sostengo que si Dickens viviera, sería reportero", dice Manuel para provocar. El reportaje o crónica novelada le parece, por lo tanto, el gran género literario del siglo XXI. Tal vez tenga razón.

Luego hablamos de Frank Sinatra, a propósito de la legendaria crónica de Gay Talese, y pienso de improviso que hay también dos clases de escritores: los que componen y los que interpretan. Aquellos que dan a luz algo nuevo y aquellos que convierten esa obra ajena en nueva con su interpretación llena de matices. Los primeros son la vanguardia que va creando; entre ellos hay genios y mediocres. Pero luego están los que cantan a su manera esas canciones, poniéndoles su sello y haciéndolas sonar como si fueran propias y flamantes. También dentro de este grupo hay comerciales, bastardos y grandísimos artistas, como Frank Sinatra.

Los periodistas que escribimos literatura siempre estamos hablando acerca de estos temas misteriosos del arte, tratando de entenderlos más allá de lo que nos cuentan los críticos y los libros de ensayo. Nos interesan los métodos de la escritura: si el narrador aborda sin ideas preconcebidas y va creando página a página (Aira, Simenon, Marías), si conoce sólo el principio y el final del relato (Borges, Bioy, Poe) o si antes de sentarse lo imagina y planifica todo (Conan Doyle, Joseph Roth, Sarmiento, Galdós, Pérez-Reverte).

Finalmente, el renglón inconfesable y cholulo de nuestra curiosidad radica en saber además cómo escriben los que escriben. Pero ya no en un sentido de práctica literaria sino de mera operatividad de escritorio. En la mesa del narrador hay cábalas, caprichos, técnicas y secretos fascinantes que a veces revelan mucho más del autor que diez entrevistas de prensa. Acerca de estos secretos trata precisamente nuestra nota principal de esta semana.
jdiaz@lanacion.com.ar

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Ritos de escritor

Por Jorge Fernández Díaz

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[III]

Abelardo Castillo

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Escribe por las noches en cuadernos cuadriculados que confecciona él mismo, preferentemente con lápiz (odia los bolígrafos)

Era 1966 y Alfredo Alcón ensayaba su personaje de Edgar Allan Poe para la interpretación de Israfel, la obra de Abelardo Castillo sobre la vida del autor de "Los crímenes de la calle Morgue", en el Teatro San Martín. En pleno delirium tremens, Poe (Alcón), debía hacer rodar una moneda por el escenario luego de recitar un parlamento sobre las ratas. Pero, en lugar de echarla a rodar, hizo como si la arrojara al público. Ese gesto fuera de libreto tuvo un efecto "místico" sobre Castillo, quien, sentado en el fondo de la sala, sintió que esa moneda imaginaria surcaba el aire y lo golpeaba la frente. De inmediato, decidió incluir esa acción en la pieza.

"Alfredo casi se muere. No podía entenderlo. Pero después, cuando se estrenó la obra con ese gesto incorporado, a las mujeres se les caía la cartera del regazo y había tipos que se iban para atrás. ¡Y no tiraba nada! ¡No había ninguna moneda! Lo interesante es que eso no era lo que escribí yo sino lo que inventó Alfredo", cuenta Castillo acerca del efecto benéfico de ciertas "erratas" que surgen durante el proceso de creación de un texto literario.

El autor de El que tiene sed escribe por las noches en cuadernos cuadriculados que confecciona él mismo, preferentemente con lápiz (odia los bolígrafos), sobre su escritorio y rodeado de cientos de libros. Sólo cuando el texto está avanzado, lo pasa a la computadora. "Mi realidad entera sucede a la noche. Y no me refiero a la hora. Para mí, la noche puede ser artificial. La ventana de mi escritorio está siempre cerrada y yo escribo con luz de lámpara, aunque sean las dos de la tarde", dice.

A pesar de haber dedicado su vida a la literatura, Castillo nunca se pensó a sí mismo como un escritor profesional. "Creo que la palabra profesión está prohibida en algunas disciplinas. Van Gogh no era un buen profesional, era un buen pintor, pero era lo menos profesional del mundo."

Es capaz de escribir durante horas, "incluso días", aunque luego deba "tirar a la basura" buena parte de lo producido. "He llegado a escribir dieciocho horas seguidas. Tengo tendencia a escribir de un tirón, por lo menos hasta el lugar donde sé que se ha resuelto el problema literario. Eso puede llevarme un día, diez horas o lo que fuere. El otro Judas, por ejemplo, lo escribí en una noche, después de haberlo pensado durante más de un año."

Entre sus secretos menos conocidos a la hora de encarar el oficio, se cuenta un extraño rechazo por la letra "a". "Siento aversión por esa letra, que es la letra de mi nombre. Es muy difícil que encuentres un texto mío que empiece con una ´a´, o una ´A´ mayúscula luego de un punto. Soy capaz de dar vueltas buscando una solución verbal a un párrafo que empieza con esa letra", dijo.

El hombre que soñó con ser un poeta maldito y brillante, morir joven y dejar una obra genial detrás de sí asegura que escogió la prosa a los 22 años, luego de haber destinado al fuego más mil poemas, tras descubrir que no sería el poeta que quería ser. "Cuando escribo poesía, me importa un comino el lector -dice-. Pero cuando escribo prosa, se me impone la necesidad de comunicar algo. No te olvides de que yo soy cuentista y autor dramático y que, por lo tanto, debo apegarme a un plan. El cuentista en serio (no el escritor que escribe cuentos) conoce de antemano lo que va a ocurrir y, cuando escribe, es como si lo estuviera dictando."


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Abelardo Castillo
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[IV]
Claudia Piñeiro

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Redacta directamente en una laptop.

El 26 de noviembre de 2006, a las seis de la mañana, sonó el teléfono en la casa de Claudia Piñeiro. Era un periodista radial que quería conocer su opinión sobre el asesinato de una mujer en la ciudad de Río Cuarto. Le dijo que la víctima se llamaba Nora Dalmasso y que, aparentemente, había sido estrangulada. Luego, le habló de "literatura premonitoria" y le aseguró que los oyentes estaban ávidos de conocer su opinión sobre el tema. Claudia, que estaba durmiendo en el momento del llamado, cordialmente le respondió que no tenía nada para decir y cortó. "Las viudas de los jueves es el libro que me trajo más satisfacciones y también más problemas. Mucha gente me conoce por ese libro y estoy muy agradecida. Pero, por otro lado, cada vez que roban en un country me llaman para preguntarme qué opino. Tengo la sensación de que, debido a su éxito, me encasillan como la especialista en countries", dice.

Madre de tres hijos, Claudia Piñeiro confiesa que su horario de producción está marcado por el de los colegios de sus chicos: "Generalmente escribo desde las ocho y media, cuando ellos se van, hasta las cinco y media, cuando regresan. Ahora son más grandes y ya no me necesitan tanto, por lo que a veces puedo seguir con lo mío".

Redacta directamente en una laptop y, a pesar de que tiene un escritorio acondicionado especialmente para trabajar, prefiere hacerlo en otros espacios, como la cocina o la cama. No es de quienes le temen a la página en blanco. Su preocupación, en cambio, pasa por cortar y reelaborar la gran cantidad de prosa que brota de sus dedos. "Mi escritura es verborrágica y mi cuidado mayor es saber cortar después. Escribo muchas horas. Si tengo el día libre, puedo escribir más de seis horas. Pero eso no pasa siempre. En general, trato de completar un capítulo y eso me sirve para ordenar el trabajo."

Además de escribir en su casa, suele hacerlo en bares, donde no le molesta el ruido ni lo que ocurre a su alrededor. Por lo general, elige un bar de Palermo que se llama T-Bone, otro de Del Viso, Navajo, o bien Rond Point.

A pesar de que no suele escribir sobre cosas que ha vivido, la autora de Las grietas de Jara asegura que ciertos contenidos autobiográficos alimentan su ficción. "Elena sabe es una novela sobre una mujer que tiene mal de Parkinson y que espera que la medicación le haga efecto para volver a caminar. Mi mamá tuvo esa enfermedad y yo la vi muchas veces esperando que la medicación le hiciera efecto, de modo que aunque no me hubiera pasado a mí, era algo que yo conocía muy bien", cuenta.

Actualmente trabaja en una novela cuyo título aún no decidió. Pero eso para ella no representa un obstáculo. "Las viudas de los jueves tenía un título de archivo de Word que no me gustaba. Se llamaba La cascada, que era el nombre del country en el que ocurre la acción. Pero antes de terminar la novela, me enteré de que existía un country con ese nombre. Entonces, lo modifiqué y le puse Altos de la cascada, pero ya no tenía nada que ver. Para resolver el problema, hice una lista con cincuenta y ocho títulos posibles y quedó Las viudas de los jueves, que por suerte funcionó muy bien."

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Claudia Piñeiro
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[V]
Pablo De Santis

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La primera versión la hace a mano y bastante rápido, en cuadernos escolares Laprida, Rivadavia o Gloria. En la segunda trabaja en computadora y con letra Courier New
Hacia 1984, cuando Juan Sasturain era jefe de redacción de la revista Fierro, un chico de 21 años ganó el premio del concurso al mejor guión de historieta. El galardón, módico, consistía en una máquina de escribir y una lámpara de escritorio, además de la posibilidad de comenzar a trabajar para la revista. "Ésa fue la primera vez que gané dinero con mi escritura de ficción -recuerda Pablo de Santis-. Además, empecé a hacer historietas con el dibujante Max Cachimba, que era el que había ganado en la categoría de dibujo. Max tenía 15 años y las historietas que hacíamos nos las pagaban."

Más de 25 años después y con los premios Konex de Platino y Planeta-Casa de América de su haber, el autor de El enigma de París confiesa que escribe cuando puede. "Escribo en casa y en el estudio. La primera versión la hago a mano y bastante rápido. A veces me tomo menos de un mes, pero es sólo un boceto", cuenta. Para la primera versión de sus ficciones, De Santis prefiere trabajar en cuadernos escolares Laprida, Rivadavia o Gloria. Y, a contramano de Alan Pauls y Martín Caparrós, quienes sólo usan estilográficas con fuente de tinta, no tienen ninguna preferencia especial en ese aspecto. "Uso lo primero que encuentro en casa", dijo. En la segunda versión, De Santis trabaja en computadora y con letra Courier New, tamaño 12.

El autor de El calígrafo de Voltaire es de los que trazan un plan de la historia que va a narrar. "Necesito conocer la estructura para poder ir después por otro camino. Si uno va en auto y sabe adónde va, puede charlar o escuchar música. Pero si uno se pierde, no puede relajarse ni tampoco atender lo que hay alrededor." Como Marguerite Duras, De Santis considera que la escritura es un ejercicio que no se limita al momento de la redacción: "Para mí es tan importante escribir como pensar la trama, la estructura y los personajes. Trato de pensar mucho antes de ponerme a escribir, y la escritura se alimenta de esas reflexiones".

La llegada de la computadora y el avance de la tecnología, asegura, han alterado la naturaleza de esos procesos de creación. "Antes de la computadora había una elaboración interna del texto mucho mayor. Cuando uno hacía una versión a máquina se parecía mucho más al texto definitivo. La computadora transformó mucho la forma de escribir. A lo mejor, una novela se escribía dos o tres veces. Pero ahora, ¿quién sabe cuántas veces fue corregida?"

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Pablo De Santis
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[VI]
Rodolfo Enrique Fogwill

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Trabajo con fondo oscuro, azul, en Word. En Linux, fondo negro y letra blanca. En Word, uso tipografía automática. Tamaño 10, formato Arial.La letra la ves blanca
Años atrás, Fogwill contó que había escrito Los pichiciegos en lo que tardan en consumirse dos días y medio y doce gramos de cocaína, a partir de un comentario de su madre sobre el hundimiento de un barco inglés, en Malvinas. La anécdota se hizo muy conocida. En una visita a su madre, ella le dijo: "¡Hundimos un barco!". Fogwill convirtió: Mamá hundió un barco. La frase dio origen a la novela.

Casi 30 años después, ya sin recurrir a los estimulantes ("cero absoluto, hace más de diez años que no me drogo"), Fogwill escribe entre las seis y las siete de la mañana ("cuando me despierta la vejiga") y no precisa más que treinta o cuarenta minutos para producir entre tres y cuatro carillas. "Me burlo de los que temen a la página en blanco. Antes que a la página en blanco, yo le temo a la página en negro, a preguntarme: ¿cómo pude haber escrito esta estupidez?"

No escribe a mano porque no entiende su letra y es un precursor entre los escritores argentinos que redactan en computadora. "Yo pude acceder a la máquina IBM con bochita en 1976, que para mí era como para otros tener una Mont Blanc. Me sentí globalizado. En 1979 tuve mi primer procesador de palabras. Y escribo en computadora desde que apareció la Commodore." Hoy utiliza una notebook y una configuración del procesador de palabras, por lo menos singular. "Trabajo con fondo oscuro, azul, en Word. En Linux, fondo negro y letra blanca. En Word, uso tipografía automática. Tamaño 10, formato Arial. La letra la ves blanca sobre azul." El uso intensivo de la computadora, sin embargo, le produce una curiosa reacción cutánea. "A pesar de que uso el fondo oscuro, cuando escribo me tengo que poner Bagovit A en la cara porque la luz de la pantalla te reseca la piel", dice.

En cuanto a la composición de la trama y de los personajes, Fogwill se declara un escéptico. "No existen los personajes. Invento en el momento. No soy de los que saben la última frase, ni soy de los que les ponen nombre a los personajes. Ahora todos tienen un nombre y un apellido. ¡¿Por qué no les ponen el DNI también?!"

Tampoco le gusta la idea de redactar en las mesas de café. "Ése es un goce perverso y burgués del escritorzuelo", dice. Sin embargo, no necesita la comodidad y el silencio de un estudio para producir. "Puedo escribir en lugares públicos, como en aeropuertos o el Club Ciudad. Pero mi mejor cuento lo escribí en un barco. Cuando salió la Smith Corona a pila, me compré un transformador, la conecté en la batería del barco y escribí, Muchacha punk, en la noche de Navidad de 1978."

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Rodolfo Enrique Fogwill
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[VII]

Liliana Heker

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Escribe por las mañanas, muy temprano, en un gran escritorio en el que tiene a mano su computadora y sus libros

Mientras escribía su cuento "Antes de la boda", que abunda en diálogos breves, Liliana Heker no daba con la forma de redactarlo. Tenía los personajes, sabía hacia dónde iba la historia, pero no lograba avanzar. Entonces, un problema en su procesador de texto le dio una solución. El Word comenzó a tomarse atribuciones y a colocar automáticamente una sangría y un guión de diálogo que interferían en su escrito. Al no encontrar una solución, a los pocos días Liliana decidió sacar todos los guiones y dejar los diálogos intercalados en el texto. "Cuando llevaba escrita media página, descubrí que ésa era la forma de narrarlo. Era una forma que no había buscado, pero era la forma del cuento", comenta.

Heker escribe por las mañanas, muy temprano, en un gran escritorio en el que tiene a mano su computadora y sus libros. A veces deja de teclear para mirar por la ventana o caminar por la habitación, lo que según sus propias palabras no constituye una pausa en la escritura. "No soy de esos escritores que están atornillados a la silla durante horas. Cuando estoy muy embalada necesito pararme y empezar a caminar para estructurar lo que estoy escribiendo", dice.

Sin embargo, y como muchos de sus colegas, Heker también atraviesa etapas de parálisis creativa. "Sufro los bloqueos. Cuando son muy prolongados, me provocan angustia. El más largo terminó hace poco. En ese tiempo no es que no haya escrito nada, pero no pude terminar de encontrar lo que quería escribir. Fue una época durísima."

Avezada cuentista, no duda de su método a la hora de trazar la arquitectura de un relato. "La primera frase, especialmente en un cuento, ya viene con el final incorporado -dice-. Empiezo a escribir un cuento sólo cuando tengo la primera frase, cuando conozco el punto de vista y hasta la música del cuento. Entonces, todo se va desencadenando hacia el final."


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Liliana Heker
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[VIII]
Martín Caparrós

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Escribe por la tarde. En general, después de comer, entre las tres y las siete, durante no más de cuatro horas

Una tarde, en El Tropezón, la posada de Tigre en la que Leopoldo Lugones se quitó la vida, los anteojos de Martín Caparros resbalaron de sus manos, cayeron entre dos tablones y se hundieron en el río. El escritor había llevado una pila de libros, temeroso de que el diálogo con su ocasional compañera se agotase a lo largo del fin de semana, y vio con desesperación cómo los lentes se perdían en el agua. Ese hecho infortunado, sin embargo, devino en la escritura del libro que él mismo considera el más importante entre los suyos, La Historia. "Desde que se me cayeron los anteojos al río y no podía leer, empecé a pensar y pensar en La Historia y a construir mentalmente el libro", confiesa.

Como muchos otros escritores, el ganador del Premio Planeta 2004 no recuerda el momento en que empezó a escribir. Ya a los ocho años, escribía los versos para las fiestas escolares y nunca dejó de hacerlo hasta la actualidad. "Desde esa época siento que mi manera de estar en el mundo es escribir. Las cosas se me ocurren en forma de frases, como a otros se les ocurren en forma de imágenes o de melodías", dijo.

Caparrós escribe por la tarde. En general, después de comer, entre las tres y las siete, ya que las mañanas las dedica a "asuntos corrientes", artículos, trabajos por encargo y traducciones. Le gusta ese momento en el que enciende un cigarro y se sienta a producir. Lo hace en su escritorio, frente a una ventana grande. Caparrós disfruta de levantar la cabeza y mirar el mundo que hay afuera. Escribe durante no más de cuatro horas. "Me parece que el período en el que estoy concentrado y afilado no es mucho mayor que ése."

Caparrós no duda en asociar la escritura creativa con el placer intelectual. "Lo que me gusta de estar escribiendo un libro es que la obra actúa como un principio ordenador que organiza el caos del mundo. Si no estoy escribiendo algo, todas las cosas que percibo pasan, se pierden, se dispersan. Para mí, es muy placentero el falso orden que propone al escritura".

Orhan Pamuk y Gabriel García Márquez han dicho que la primera oración es la más importante de todo el texto. Pero Caparrós no comparte esa idea. "La primera oración está sobrevaluada. Cualquier frase que empiece como clave me parece falaz. Si hubiera una clave, todo sería aburrido. Lo bueno de esto es que no las tiene. La escritura, para mí, es una especie de descubrimiento permanente."

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Martín Caparrós
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[IX]
Oliverio Coelho

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Redacta en una PC de escritorio y sobre un teclado viejo y pesado, que suena casi como un pequeño órgano, prefiere las horas de la noche

Oliverio Coelho se tropezó en una calle de Estambul y se abrió el mentón. Sangraba mucho y debió ir al hospital. Era 1999 y el médico turco que lo cosió nunca supo que las puntadas que le daba se convertirían en el principio de una excitante novela. "Toda la situación de extrañamiento, ir al hospital turco, que me cosan y andar casi mal herido por la calle produjo una especie de alucinación continua. Ahí empezó a organizarse Tierra de vigilia [su primera novela]. Salía y recorría los barrios periféricos de Estambul observando cómo vivía la gente para tratar de colar por esos intersticios los personajes que ya tenía en la cabeza", cuenta.

Nacido en 1977 y con siete libros publicados, Coelho es uno de los escritores más prolíficos de la nueva generación. Persona de hábitos nocturnos, trabaja en un pequeño altillo que hay sobre su cuarto, en su casa de Boedo. "Empiezo a escribir después de medianoche; mientras más tarde, mejor. Lamentablemente es algo irreversible. Me gustaría despertarme a las siete de la mañana y empezar a escribir con la mente en blanco. Pero desde chico me levanto tarde y me acuesto tarde."

Redacta en una PC de escritorio y sobre un teclado viejo y pesado, que suena casi como un pequeño órgano. "Me gusta sentir el peso de cada tecla. A los 13 años hice un curso en la Pitman y me acostumbré a presionar las teclas muy fuerte. He roto algunos teclados. Incluso mi mujer, mientras duerme en nuestro cuarto, abajo, me oye", dice.
Hay sobre el escritorio de Oliverio (y muy pronto la habrá sobre el de su editor) una nueva novela terminada a la que sólo le resta un detalle menor: el título. "Nunca escribo pensando en los títulos, siempre los encuentro al final. Generalmente uso el mismo título provisorio."

Lejos de Emily Dickinson, para quien la publicación era un hecho secundario, Coelho, que ha visto aparecer su primera novela a los 23 años, le otorga una gran relevancia. "Pasar al estado público cambia las reglas de juego para un escritor, empieza a tomarse en serio. Antes de publicar, uno suele preguntarse: ¿y si todo esto fuera en vano?"

Devoto lector de Céline, de Borges y de Arlt, Coelho pertenece a esa casta de escritores que priorizan el trabajo sobre la lengua al trabajo sobre la trama o la construcción de los personajes. "No siempre tengo un plan. Pongo más el acento en el lenguaje que en la trama. Siempre fui consciente de que para que una novela funcionara debía arriesgar ahí. Excepto por mi última novela, las tramas son secundarias para mí. No es que crea que la literatura es así, pero, en mi caso, funciona de esa manera."

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Oliverio Coelho
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[X]
Alan Pauls

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Tipea en una Mac plateada portátil y cambia de letra según el "mood gráfico" que lo sorprenda en ese momento: Verdana, Didot, Courier New, Cambria, Century y Georgia
Dos gélidos meses de estadía en una residencia para escritores y traductores en el puerto de Saint-Nazaire, Francia, inspiraron la novela Wasabi; dos informaciones sucesivas y contradictorias dadas por su hija desde un número de teléfono desconocido inspiraron el cuento "El derecho a leer mientras se cena solo", y la devoción con la que los lectores de la revista Penthouse mandaban a la sección "cartas de lectores" sus relatos eróticos derivó en El pudor del pornógrafo.

Todos los días, entre las nueve y media y las cinco, Alan Pauls trabaja en un lugar "solitario" y "confortablemente espartano" al que llama "estudio" y en el que debe tener a mano, "sí o sí", un contestador automático. Allí escribe (o no, "según los hados"), relee, toma notas, corrige y le da vueltas a lo que está produciendo hasta que "al cabo de un rato, algo tiene que salir".

Tipea sobre el elegante teclado de una Mac plateada portátil y cambia de letra según el "mood gráfico" que lo sorprenda en ese momento: Verdana, Didot, Courier New, Cambria, Century y Georgia son las más frecuentes.

El ganador del Premio Herralde de Novela 2003 cuenta que sintió una "rara decepción" cuando vio su primer libro editado. "Impreso, encuadernado, el libro era escuálido y no parecía reflejar el trabajo que me había costado escribirlo, sino más bien mofarse de él."

Como Caparrós, Pauls prefiere las lapiceras fuente para tomar notas. Lo hace en libretas, en páginas en blanco y en papeles sueltos que acumula sobre su escritorio. "Uso lapiceras fuente con pluma caligráfica, que es la que permite las mejores falsificaciones, y uso lápiz mecánico para anotar cosas en los márgenes de lo que leo. No uso biromes, las detesto casi tanto como a los celulares."

En cuanto a la planificación de la trama y de los personajes, Pauls no pertenece a ese grupo de escritores rigurosos y obsesivos. "En El pasado tenía una especie de hoja de ruta, pero a las cien páginas me di cuenta de que me interesaba mucho más contar las pequeñas señales, las escaramuzas frustradas y las promesas sin consecuencia que florecían entre los grandes momentos dramáticos del relato. En Historia del llanto y en Historia del pelo no hubo ni siquiera eso: apenas un fósil para empezar (las lágrimas, el pelo) y una alucinación melódica rondándome la cabeza."

Lector exquisito, reconoce haberse sentido impulsado a escribir inspirado por obras tan disímiles como el cuento "Las babas del diablo", de Cortázar; los Diarios, de Kafka; Lolita, de Nabokov y Del amor, de Stendhal.

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Alan Pauls
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[XI]
Leopoldo Brizuela

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Produce las primeras versiones de sus relatos a mano tomando notas en cuadernos y en papeles sueltos que acumula en su escritorio.

El ganador del Premio Clarín 1999, autor de Inglaterra. Una fábula y de Lisboa. Un melodrama, entre más de una decena de títulos, asegura que nunca escogió la escritura como un oficio, sino como una forma de evitar volverse loco. "Siempre quise ser escritor y todas las fichas de mi vida están puestas ahí. Pero no sólo por elegir una profesión, sino para salvarme de un montón de cosas. Yo crecí en un mundo muy negador y tenía que escribir para no volverme loco", cuenta. Sobrio y metódico, produce durante la mañana su ficción y por la tarde se ocupa de las correcciones, las notas y los trabajos por encargo.

A pesar de que concibió Inglaterra, la novela que le valió el Premio Clarín, directamente en su computadora, jura que no volverá a emplear ese método nunca más. Desde hace años, produce las primeras versiones de sus relatos a mano "y de forma muy desordenada", tomando notas en cuadernos y en papeles sueltos que acumula en su escritorio. Sólo cuando tiene una "primera arquitectura del texto", comienza a trabajar en la pantalla de la computadora y avanza a mucha velocidad hasta obtener un borrador de su historia. Luego corrige obsesivamente hasta que siente que empieza a acercarse a la versión definitiva. "Corrijo mucho. Y reescribo mucho. A veces, incluso, reescribo partes enteras."

Lejos de escritores como John Irving, quien dijo que conoce la última oración de sus novelas antes de empezar a escribirlas, Leopoldo mantiene cierta zona de oscuridad en lo que está produciendo. "Construyo un plan a medida que lo voy creando. Pero pienso que siempre debe haber una zona de oscuridad que hay que develar, porque sino es muy aburrido. En mi caso, esa zona de oscuridad funciona como motor del resto", dice.
Fanático de la épica y de la narrativa del siglo XIX, especialmente de Joseph Conrad, Jack London y Henry James, Brizuela se declara con poca paciencia para la vanguardia. "Trabajo sobre un concepto de la escritura que actualmente escasea. Lo veo en los concursos literarios y en los alumnos que vienen a casa. Hay un desmedro de las formas tradicionales del relato, que son precisamente las que más me interesan", dice.

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Leopoldo Brizuela
lanacion.com | ADN Cultura | S�bado 12 de junio de 2010




[XII]

De la manía al procedimiento
Noticias de ADN Cultura: Sábado 12 de junio de 2010 | Publicado en edición impresa
Por Pablo Gianera
De la Redacción de LA NACION

Los conjuntos de reglas que la teoría llama procedimiento son menos numerosos que las manías, pero determinan de manera mucho más decisiva los libros que leemos. La literatura entera, aun la más industrial, se da sus propias reglas. En verdad, la historia de la literatura no está hecha de asuntos sino de maneras, el cómo, de organizar esos asuntos. Que un escritor necesite un clavel en su estudio, una pared blanca delante de los ojos o una manzana podrida en el cajón, que escriba por la mañana o por la tarde o que lo haga en pantalla o en papel cuadriculado, liso o rayado no modifica en primera instancia aquello que escribe. El hábito (en este caso la rutina) no hace al monje y tampoco necesariamente al escritor.

Pero los rituales no son nunca inocentes. Cuando uno se entera de que Roberto Arlt corregía sus novelas recortando y pegoteando papeles, aparece allí un indicio que excede las extravagancias de la faena diaria y apunta a un método: Arlt concluía sus novelas como si trabajara en una mesa de edición cinematográfica, algo que tiene una correspondencia en sus montajes léxicos, en sus raros cambios de registro. Aquí podría encontrarse acaso un punto de contacto con Manuel Puig.

El método del montaje reconoce avatares que no necesariamente corresponden a la poética de Arlt y de Puig, y a veces ni siquiera coinciden entre sí. El montaje, que ensamblaba unidades de acción, puede manipular unidades de estilo, y a veces ambas, como suele hacerlo Oliverio Coelho. La unidad de estilo es la frase. Hay escritores de frase. Alan Pauls es uno de ellos. Quizá Borges, antes, haya sido otro, aunque en su caso la frase era efecto de otras pasiones: su organización de la frase procede, entre muchas otras causas, de un modo de inscribir en palabras la erudición (no importa si real o simulada) y de desarrollar una sintaxis a medida. En ocasiones, esa sintaxis deriva asimismo de un tipo particular de atención. En la obra de Juan José Saer, se pliega a la observación que demandan los objetos. La escritura de Saer es la correspondencia de la duración de esa contemplación.

Después, como en todas las literaturas del mundo, hay grandes líneas: la de quienes creen en la transparencia del lenguaje y la de quienes no; las de quienes escriben una ficción desde el final y la de quienes descubren el final en el despliegue de la historia (si es que hay historia). Estas dos últimas definen dos estrategias de escritura radicalmente diferentes: una segura, solvente; la otra más intrépida, poco confiable y por eso mismo menos previsible, aun en contra de la calculada sorpresa de la otra línea.

Escribía Maurice Blanchot que la literatura empezaba en cuanto se convertía en una cuestión, una pregunta que adopta la forma interrogativa "cómo": cómo se escribe lo que se quiere escribir, cómo se sabe qué cosa se quiere escribir. Esa pregunta contiene otra. Para volver a Blanchot: es posible escribir sin preguntarse por qué se escribe. Aunque, según observaba el francés, "¿Tiene un escritor, que mira cómo su pluma traza las letras, el derecho de dejarlas en suspenso para decirle: ¡Detente!, qué sabes de ti misma, con miras a qué avanzas?". Pero esas preguntas no pertenecen a las maneras sino a sus justificaciones: no son ya el cómo sino el porqué.

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De la manía al procedimiento
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el dispensador dice: siempre he creído (entendido, sería el término correcto) que las empresas editoriales son máquinas de impedir, esencialmente destructoras del ideario colectivo ya que "evitan" mediante mecanismos sutiles abrir la puerta de las oportunidades a cientos de miles de "creativos" que llevan en su alma el arte y la capacidad de transformar pensamientos en letras... antes, década de los sesenta y setenta no era tan marcado, hoy sí lo es. Pero Dios siempre tiene una carta de sobra en su diestra y este universo de la electrónica bloguera nos ha brindado a los eternos anónimos la posibilidad de compartir sentires y sentimientos, ideas y pensamientos, trascendiendo las limitaciones que imponen los editores al desarrollo de la cultura... permitiendo que se exprese sólo aquello que les conviene a unos pocos en desmedro de los muchos. Hoy, rota esa frontera, el mundo va y viene ofreciendo un ideario potencialmente rico, nutritivo en vivencias, y ese es el punto... terminar con las fronteras, compartir, cultivar los vínculos y los afectos, construir un mundo sin barreras y sin otra patente que no sea el talento creativo intrínseco, el don íntimo de las personas para enseñar su mejor parte. Junio 13, 2010.-
DEDICADO A: Matías Nicolás y sus aportes al pensamiento, sin miedos... a los hermanos kapasulinos y su afán por crear... a Lydia Raquel Pistagnesi y sus convocatorias a la reflexión... a Alicia María Abatilli y sus destellos... a Marga Fuentes y sus legados incunables... a mi hermana Sedemiuqse y sus iluminados mensajes... a Isabel Miralles y sus ochocientos mil rayos de luz... a los que crean colores, a los que crean imágenes, a los que dan vida a otros restándoles sus penas... a todos los que están aquí, sin vernos, los llevo en mi alma...

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