Editorial II
Leloir, un ejemplo siempre vigente
Premio Nobel de Química en 1970, la vida y la obra de este científico merecen ser recordadas por sus conciudadanos
Miércoles 6 de octubre de 2010 | Publicado en edición impresa
Este año se cumplirá el 40º aniversario de una noticia memorable: el Premio Nobel de Química otorgado a Luis Federico Leloir por sus descubrimientos en el campo de los compuestos orgánicos denominados nucleótidos y su función en la biosíntesis de los hidratos de carbono. Esa consagración universal fue el logro de un científico austero que se dedicó de modo abnegado a la investigación y dejó el legado de una conducta ejemplar que merece ser recordada y difundida.
Recibido de médico en la UBA, buscó orientación para su tesis doctoral. Una feliz mediación lo hizo contactarse con Bernardo Houssay, quien lo guió para elegir el tema de su tesis, más tarde premiada por la Facultad de Medicina. En 1935 dejó la práctica clínica e ingresó como ayudante en el Instituto de Fisiología que conducía Houssay. Allí inició Leloir sus trabajos en bioquímica, disciplina que venía creciendo en el tiempo de su vida, como solía decirlo. Buscó enriquecer su preparación en la materia. Para ello se trasladó a la Universidad de Cambridge, donde permaneció durante un año.
A su regreso se incorporó al Instituto de Fisiología e integró un equipo de alta calidad profesional. Encaró el problema de la hipertensión y sus aportes coincidieron con los de otro investigador, Irving Page, de Indianapolis, de modo que sus descubrimientos fueron compartidos. Sus trabajos no menguaron por la escasez de recursos y las resistencias que emergieron. Chocó con los obstáculos que planteó el régimen político instalado en el país en 1943. Cuando Bernardo Houssay fue dejado cesante en el Instituto de Fisiología, Leloir se trasladó a los Estados Unidos. Allí se conectó con investigadores prestigiosos y siguió profundizando en el tema del metabolismo de los azúcares. Regresó al país en 1946, cuando Houssay había sido repuesto en su cargo; no obstante, luego fue jubilado de oficio. Abandonó entonces Leloir el Instituto de Fisiología y se puso en tratativas para crear otro instituto, que logró con el apoyo de la Fundación Campomar, obra de un empresario con visión y compromiso con el país.
Sus trabajos en esa sede consolidaron los conocimientos sobre la función de las enzimas en el metabolismo del azúcar. Al fallecer Houssay, se le ofreció a Leloir la dirección del Consejo Nacional de Investigaciones Científicas y Técnicas, que él rehusó porque prefería seguir con sus investigaciones y su grupo de trabajo. Así llegó al Nobel de Química; prosiguió después consolidando sus avances en la investigación, tuvo la satisfacción de ver un nuevo edificio para el Instituto que dirigía y promovió desde allí el periodismo científico, por la importancia de difundir el conocimiento.
Ahora que como todos los años comienzan a entregarse los premios Nobel, el nombre de Leloir cobra actualidad, porque comprendió la condición central que debía asumir la educación y la producción de conocimientos en la sociedad contemporánea y en el desarrollo del país, y supo cultivar los valores morales y políticos en su carrera profesional; eludió la burocratización, promovió la formación científico-tecnológica de los más jóvenes, dejó un instituto en marcha con visión de futuro en sus líneas de investigación. Finalmente, ayudó a que nuestro país adquiriese un estatus reconocido en materia científica.
Por todo ello, pronunciar el nombre de Luis Federico Leloir significa traer al presente el ejemplo de un argentino que nunca pasará de moda y que siempre enorgullecerá a sus conciudadanos.
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