Safari en el Kilimanjaro
En Durban las grandes potencias pretenden preocuparse del futuro de la Tierra mientras su hipocresía perpetua el saqueo para la mayor producción de capital
Lectores corresponsales | 12/12/2011 - 19:44h
MÁS INFORMACIÓN
Viajando a través de África en 1966, llegamos a Moshi, en la falda de la montaña, en enero, canícula del verano en el hemisferio sur. Desde abajo, el contraste ambiente-color-sol-nieve era soberbio. La cima parecía ejercer una atracción psíquica indefinida que culminaba en el deseo imperioso de subir a ella. Llenos de emoción anticipada dimos comienzo a los preparativos. La ascensión toma normalmente tres días. La bajada dos. Los pertrechos debían ser lo menos pesados posible si bien completos.
Agua y vituallas para los cinco días, así como ropa de abrigo, eran elementos insustituibles. Durante todo un día nos ocupamos en la selección de un guía y porteadores. Numerosos jovenzuelos se ofrecían para el trabajo, deseosos de ganarse un dinero con facilidad, amén de la generosa propina generosa que el hombre blanco no puede dejar de darles. Finalmente nos decidimos por un trío que además de experto era modesto en sus exigencias. Con ansiedad esperamos la llegada del nuevo día. Por fin amaneció. Un día caluroso desde primeras horas. Atravesando plantaciones de tabaco y plátanos ascendimos paulatinamente. Los nativos nos saludaban al pasar. Sus alegres "¡Jambo!" nos acompañaron hasta la selva a partir de la cual quedábamos a nuestro albedrio: pasamos a depender del guía y portadores. Con lentitud, para acostumbrarnos a la creciente altitud, anduvimos los 13 kilómetros de la primera etapa. Atrás quedó la selva con sus pájaros vistosos, monos "baboons" y ruidos un tanto misteriosos. El atardecer nos encontró frente al refugio Mandara donde pasaríamos la noche a más de 2.700 metros de altitud. Una buena hoguera, mantenida a lo largo de la noche nos sostuvo en buen estado de ánimo hasta la mañana siguiente.
La segunda etapa fue dura. El aire se hacía más ligero cada momento. El viento azotaba nuestros rostros y el frío penetraba hasta los huesos. Las nubes quedaban ya muy por debajo de nuestros pies. La vegetación se redujo a arbustos, luego plantas aromáticas. Nos adentramos en terreno formado por la lava del extinguido volcán. A nuestro alrededor, rocas de lava, buenas solamente para resguardarnos del viento y la lluvia en nuestros frecuentes altos. La naturaleza muerta nos rodeaba. La cima, Uhuru, aparecía y desaparecía de la vista a capricho del serpenteante sendero. Por fin, al doblar un recodo, apareció el refugio Horombo. Nadie había pensado en recoger leña cuando se podía y, a más de 3.700 metros de altitud pasamos una larga y fría noche. La tercera etapa, hasta el refugio Kibo, fue una caminata lenta y dolorosa, una lucha contra viento, llovizna y nieve sobre un suelo resbaladizo, de experiencias dolorosamente húmedas. Sin haber podido dormir a causa del frío, a la una de la madrugada del día siguiente salimos con el guía. Sólo faltaban por cubrir unos mil metros de escarpada pendiente. El único apoyo, los salientes de las rocas, cubiertos de nieve como el resto del camino que nunca llegamos a ver a la luz del día.
A las dos horas de penosa y lenta marcha, parándonos cada tres pasos para coger fuerzas y respirar, incapaces de dar un paso más, nos dimos por vencidos y regresamos al refugio. Al cabo de dos días en el calor de Moshi, contemplábamos de nuevo, con respeto, las nieves perpetuas del Kilimanjaro, orgullosos a pesar de no haber triunfado".
Hoy, 45 años después de esta experiencia, las nieves del Kilimanjaro ya no son perpetuas. 45 años no es nada en términos históricos. En estos mismos momentos, en Durban, Sudáfrica, las grandes potencias pretenden preocuparse del futuro de la Tierra y de sus habitantes mientras que su hipocresía perpetua el saqueo para la mayor producción de capital. No importa si las nieves del Kilimanjaro han sido reducidas por el efecto del calentamiento global o por la tala masiva de árboles en el monte, reduciendo la humedad que mantenía la nieve inmóvil. El resultado es el mismo: estamos destrozando un trozo de nuestro planeta. Y no es el único, desgraciadamente.
Cientos de niños sudafricanos forman la cabeza de un león como llamada de atención para pedir medidas urgentes para combatir el cambio climático, en Durban (Sudáfrica) hoy, miércoles 7 de diciembre de 2011 Efe / Shayne Robinson/Greenpeace
el dispensador dice: tomo lo escrito ayer mismo en otro blog de mi factura... el mal está muy acostumbrado a ganar, siempre haciendo trampa, siempre tomando ventaja de los silencios, siempre engañando a los prójimos que andan distraídos, haciendo lo propio con los anónimos que andan por la vida ensimismados en sus quehaceres, como siempre... sin capacidad alguna para medir las consecuencias de sus actos diseñados para el atropello del esfuerzo de los otros, de la apropiación de las voluntades ajenas... al mismo tiempo, el mal guarda el artilugio de confundir, de traslocar el sentido de las cosas, induciendo a que la víctima asuma como "real" algo que no lo es... induciendo a la víctima a asumir que lo que hace está bien... cuando en verdad lo que ha sucedido es que el mal le ha comprado su dignidad, para luego tener acceso a su alma, y más tarde apropiarse de su espíritu. A mis sesenta años y un poco más, he llegado a la conclusión que el infierno está desbordante de confundidos que en el curso de sus tiempos respirables (vida), entendieron que la ventaja les brindaba "poder" sobre los otros, propios o ajenos... aquellos que hacen culto de la segunda intención, de la competencia y la ventaja, de la descalificación y la discriminación, terminan siendo atrapados por esa extraña tela de arañas tejidas por aquellos que están lejos de los ángeles de blanco. Raras son las humanidades que repiten los errores generación tras generación, reclamando los tristes beneficios del diluvio o asintiendo el desmerecer a Dios a través de la Babelia del pensamiento en singular, nunca plural, jamás multiplural. Por su parte, el bien está muy acostumbrado a esperar, a guardar la paciencia en cualquier rincón del alma, ganándose por el sentido de la reflexión en los silencios, asumiendo un singular sentido de la oportunidad, del nunca antes, del nunca después, porque apresurarse nada cambia, porque demorar puede significar la ruptura de los puentes, porque invadir significa ser invadido y capturar implica ser capturado. Entonces, la sabiduría del bien es distinta de las inteligencias del mal. No puede utilizar los mismos procedimientos, ya que de lo contrario, se equipararían los sentidos de las miserias. Lo que hay en el cielo no puede estar en el inframundo y viceversa. Mientras los hijos del mal arrasan con todo lo que se les cruza, y eso es lo único que saben hacer, los hijos del bien construyen o reconstruyen de manera permanente, piedra sobre piedra... sin embargo, más allá de los vaivenes del pensamiento y sus raros equilibrios, más allá de la FE y sus entregas, más allá de las creencias y sus fundamentalismos, el punto de quiebre está demasiado cerca, próximo, inmediato. La Tierra, su creador y su formador, el verbo causal y sus ángeles creadores y los otros formadores, no soportan más al hombre y la mujer como falsos intérpretes de sus propias conveniencias, de sus intereses, de sus ventajas y del culto al conflicto como eje de vida que condena a los destinos... e igual circunstancia se traslada a todos los elementos que acompañan la vida del ser humano desde la creación misma (agua, aire, fuego, y tierra). Difícil es elucubrar cómo sucederá el quiebre de la naturaleza que nos contiene, que nos fue concedida por un tiempo, tiempos y la mitad de un tiempo... pero una cosa sí es segura... el quiebre está delante de las narices de todo el mundo, de aquellos que lo han propiciado y de aquellos muchos que no lo desean aún cuando sí lo perciben, de los que admiten que la circunstancia no da para más y también de aquellos que la niegan, partiendo de la falsa premisa del positivismo sin sentimientos genuinos en el propio corazón. La consecuencia de la cumbre de Durban ha dejado en ridículo a aquellos que se autodenominan dueños del mundo, podrán creerse tales pero la realidad es bien otra, y ése mundo del que ellos dicen ser propietarios por derecho de herencia de vaya a saber qué artilugio, está por enseñarles la peor de sus lecciones... lo lamentable es que las consecuencias serán vistas y padecidas por todos, por igual, sin atenuantes. No será un diluvio, tampoco será un fuego universal, Dios tiene métodos que siempre sorprenden al hombre y sus soberbias, a la mujer y sus disimulos... por ende, lo que será está por verse, aunque a decir verdad no hace falta disponer de mucha imaginación para descubrir que lo que será, efectivamente no es lo deseable para nadie, no para el ser humano como individuo, no para ser humano como raza, no para el espíritu encarnado, no para el alma caminante. El papel de las mal llamadas potencias mundiales es lamentable, tanto como lo son sus intérpretes y traductores... enseñando conductas que son mucho más que ridículas, negligentes, despreciativas, aunque esencialmente soberbias. Y así como así, el mundo se vaciará de cuerpos y este delito de lesa humanidad gestado en apenas un siglo de mesianismos demenciales, de demonios sueltos, de diablos de las ilusiones, se verá exterminado en menos de una hora sidérea... no dejando lugar a quejas ni reclamos... el mal se verá atrapado y al mismo tiempo guardado para la posteridad, mientras que el bien se dará a la tarea de recomenzar, de refundar el mundo humano, su suelo, su aire, su agua, su fuego... si es que esa es la voluntad de la creación, sólo que el verbo sea pronunciado desde la FE de la creación misma. Contrariamente a lo que se cree, la manipulación de los datos del clima están dibujados hasta el hartazgo, tanto por oficinas estatales como por falsos informes científicos nacidos por universidades donde las ciencias son apenas una entelequia de conveniencias. Mientras unos elucubran como engañar a la conciencia pública, la Tierra ya no tiene tiempo, pero la humanidad que la transita, que la pisa, que la respira, que la bebe, mucho menos... y esta ecuación enseñará, de una vez por todas, que ningún hombre ni ninguna mujer son dueños de nada más que de la gracia de su espíritu y por un lapso efímero, apenas de su tiempo. Existe un juego maquiavélico que desciende desde los medios involucrando a Nostradamus o yendo más lejos aún, responsabilizando subliminalmente a los mayas por las profecías sobre el fin del mundo... sin embargo, las profecías son revelaciones de las sabidurías que descienden hacia las inteligencias para concederles la opción de la gracia o el dolor... casi siempre, el facilismo común al oportunismo opta por la senda equivocada, esa misma que conduce al dolor, negando la gracia, ya que una cosa es consecuencia indefectible de la otra. Hoy, el hombre ya no viene a guardar sus días en la Tierra, antes bien la Tierra padece al hombre cada uno de sus días... y ello impulsa una de mis lágrimas que se encamina a la resignación de lo "inevitable". El observador del Nayjama dice que el hombre no aprende de las lecciones que le imponen sus creadores y sus formadores, peor aún, suele burlarse de ellas para luego nadar y sumergirse en las soberbias... todo indica que la sal puede ser fuente de los miedos, miedo a los sueños, temor a las esperanzas, ilusiones desertificadas por aquel culto a los atajos. El ser humano no es nada sin su tiempo, sin su espíritu, sin su gracia, sin su don, sin su talento en los lapsos respirables, legados que hacen al sentido del regreso a las praderas del paraíso del Señor... no obstante ello, no obstante lo establecido en las escrituras que devienen desde el "antes" de los tiempos, el mal representado por los "pocos" no entiende de contenidos, de señales o de signos, porque asumen que el bien es una "inocencia" que no merece lugar en el tiempo... mientras tanto, los muchos ven que los ciclos se enredan y se transforman en madejas que no guardan extremos... y cuando el todo del espíritu se torna denso, no hay capacidad para poder ascender al Kilimanjaro... y sin perspectiva, el alma es ganada por las tinieblas... acto seguido, se perderá en el salario de los miedos. La humanidad depende de un mañana necesario, sin él no hay humanidad, y ello es inapelablemente así, más allá de los demonios y sus oportunismos sueltos por la Tierra. La vida es un safari, si te pierdes, no importa la vida en sí misma, pierdes el destino y con él el sentido de la gracia de haber nacido... de allí que mucha gente crea que sabe para qué esta aquí, pero en verdad esté atrapada por la confusión de falsas visiones que se sustentan en los ejes del desconcierto... los que en verdad pueden, los que en verdad hacen, los que en verdad construyen, los que en verdad crean, los que en verdad ejercen la compasión, los que en verdad ejercen la humildad como convicción, los que en verdad guardan la misericodia en sus almas, lo hacen porque creen (FE mediante) que pueden... sin tomar ventaja de nadie. La lágrima se me seca en la mejilla, dejándome un raro sabor salado... he llegado al salario, pero les aseguro que en mi alma no hay lugar para los miedos, sí para las convicciones y sus certidumbres, esas que emanan de las fuentes y sus sentidos. Diciembre 13, 2011.-
No hay comentarios:
Publicar un comentario