interruptor_Las virtudes de no entender
AUMENTAR LA COMPRENSIÓN
Las virtudes de no entender
Carlos Rehermann
Muchas instituciones emprenden cada año actividades de estímulo a la lectura, especialmente a la lectura infantil. Algunas de esas instituciones están relacionadas con la educación, otras son depósitos de libros y bibliotecas, y muchas agrupan a editores y libreros. Son frecuentes las lecturas maratónicas de clásicos, las búsquedas del tesoro (libros ocultos o a la vista en distintos puntos de la ciudad), las cadenas humanas para transportar ejemplares de algún punto a otro de la ciudad.
Muchas de estas actividades llaman la atención acerca de los libros como objetos y no tanto como textos, pero eso no necesariamente está mal: todos quienes tenemos el hábito y la afición por la lectura adolecemos de cierto grado de fetichismo, sea en la acepción marxiana, sea en la freudiana. La imparable carrera hacia un predominio del libro electrónico probablemente acentúe el carácter de fetiche del libro impreso, asunto que ya es posible percibir en las mejoras que se están produciendo en el diseño y la calidad material de los libros actuales. Pero si bien es deseable que el comercio de libros tenga buena salud, para favorecer tanto la producción como el intercambio de textos, no deberíamos olvidar que lo que se hace con los libros es leerlos.
La dificultad de los estudiantes para leer es una de las pesadillas de los maestros y profesores de secundaria y también, cada vez más, de niveles terciarios de la enseñanza. La desesperación de los profesores los lleva a veces a intentar facilitar la lectura a sus alumnos, por lo que muchas veces los profesores de literatura o los maestros llevan películas a la clase. Por ejemplo, cuando el libro El mundo de Sofía, de Jostein Gaarder, se convirtió en un bestseller, muchos maestros se lo sugirieron a sus alumnos; era una manera de acercarse a una historia de la filosofía inmersa en un cuento, algo que, suponían los adultos, sería más fácil para los alumnos que una recopilación de los textos originales de los filósofos. Pero cuando se produjo la película, ya ni siquiera se hizo necesario el libro de Gaarder, y uno empieza a sospechar que la dificultad para leer podría estar, además de entre los alumnos, entre los maestros.
La justificación de estas prácticas didácticas se encuentra en parte en el uso que impuso hace medio siglo el estructuralismo y sus amantes para el término “leer”. No hace mucho presentábamos en estas páginas una acepción de la palabra empleada en nuestros días en un libro especializado en lectura, publicado por la UNESCO, y editado por especialistas en la enseñanza de la lectura y la escritura, perfectamente alineado con esa acepción voraz de “leer”.
La idea de que se puede leer un texto pero también los movimientos corporales de una persona, la paleta de colores de la serie Mégane de Renault o cualquier otra cosa producida o no por el hombre es acogedora. Nos hace creer que el mundo se sostiene en un orden que consiste en un grupo de signos organizados por una serie de códigos. El mejor lector, para esta idea de la lectura, sería el que es capaz de entender todo lo que lee.
En realidad, lo más interesante de la lectura ocurre cuando uno se enfrenta a un texto que no entiende completamente.
* * *
Mortimer Adler fue uno de los responsables de que el sistema de enseñanza estadounidense, desde la escuela primaria hasta la universidad, explore una lista más o menos fija de “grandes libros” (443), que para Adler estaban estrechamente relacionados con una serie igualmente acotada de “grandes ideas” (102). En los años 1950 fue responsable de la edición de una notable colección de títulos respaldados por el prestigio de la Enciclopedia Británica (que en ese entonces ya hacía 40 años que no era británica, sino estadounidense): los 54 volúmenes de Great Books of the Western World están dedicados a su lista de casi medio millar de grandes libros occidentales. Contra lo que podría creerse de un académico norteamericano, en su selección hay autores de numerosas nacionalidades y lenguas, diversidad hoy perdida en el hemisferio norte.
Podría creerse que una persona que defiende el valor de las listas tiene una concepción de la lectura pasiva, receptora, aceptadora. Pero un libro que Adler publicó por primera vez en 1940, y que desde entonces sigue publicándose regularmente en todo el mundo, contradice puntualmente ese prejuicio. El libro de titula Cómo leer un libro.
En primer lugar, dice que algunas personas entienden más que otras. ¿Qué entienden más?, preguntará el desconfiado. Todo, responde sencillamente Adler. Pero para lograr altos niveles de comprensión, Adler dice que “debemos aprender de nuestros mejores”. Para algunos es evidente que hay personas mejores que otras, y para otros esa afirmación es una manifestación decididamente hereje, elitista y aristocrática. Aunque Adler liquida el asunto con un “es evidente que algunos entienden más que otros”, en nuestros días conviene detenerse a contener a quienes están en este instante a punto de sufrir un ataque cardíaco por la indignación que le provocan esas palabras.
La mayor parte de las personas estará de acuerdo en que algunos son expertos en ciertos campos; saben más que otros en esos campos específicos. Pero con frecuencia nos limitamos a creer que ese saber se reduce a la acumulación de cierta cantidad de información que unos tienen y otros no, o unos tienen en mayor medida que otros.
Así, algunos creen que un médico sabe más que su paciente porque tiene más información sobre las enfermedades y su cura. Bastaría, según esa noción, que el paciente tuviera tiempo para dedicar a la acumulación de la información faltante, para que se igualara en saber con su médico. De hecho, con la facilidad que da hoy el acceso a sitios con información médica, muchos pacientes van al consultorio con bastante información absorbida por ese medio, incluso, a veces, con más información que la que tiene el médico.
La idea de Adler es que la lectura de provecho es un proceso vertical: el autor entiende más el mundo, y por eso, cuando el lector atraviesa su libro, sale de él con una mayor capacidad para
comprenderlo. Lo que en realidad ocurre es que el lector se ve obligado a pensar del mismo modo que piensa el autor; no necesita creer las mismas cosas que cree el autor, sino que debe mover su inteligencia de acuerdo a los mismos empujes, rodeos, retrocesos y desvíos que el autor. Esto permite, finalmente, no solo entender algunos asuntos propuestos en el texto, sino además a entender el modo de pensar del autor, lo cual coloca al lector en un lugar privilegiado, desde el que puede ser consciente de las circunstancias que llevaron a determinado autor en particular a producir determinado texto.
Adler vivió 99 años e hizo una lista de 500 libros. Para él es imprescindible conocer esos libros, aunque no porque en la obra de Lavoisier o en la de Tirso de Molina vayamos a encontrar información que nos resulte valiosa, sino porque por allí pasa el curso del entendimiento humano que nos conduce hasta nuestros días, es decir, hasta nuestras mentes. No importa si los autores son filósofos, poetas, dramaturgos o novelistas, científicos o místicos. El objetivo es, en todos los casos, aumentar la comprensión de quien se acerca a esos libros.
Aquí empiezan a aparecer los problemas, pues elaborar una lista supone asumir un rol de juez para el que no es fácil llegar a un acuerdo. ¿Por qué esos 500 autores y no otros? En la línea de Adler, Harold Bloom hizo su propia lista cuatro décadas después de las ediciones de Adler. El debate se había instalado ya en los años 1960, a partir de numerosos cuestionamientos a las listas tradicionales, especialmente a horcajadas de los estudios culturales que establecieron líneas de crítica asociadas a minorías o a reivindicaciones de derechos para las mujeres o para comunidades estadounidenses explotadas como los afrodescendientes, aborígenes americanos o inmigrantes de América Latina. La crítica marxista también fue dura con la idea de una lista de libros notables, que podría hacer caso omiso al punto desde el cual se produce el libro, de manera de no tomar en cuenta ni las circunstancias de su producción ni las de su recepción, de tal modo que, si el caso fuera posible, un aborigen norteamericano estudiaría interpretaciones del mundo dictadas por un cura italiano extremadamente obeso que vivió hace un milenio en Roccasecca como si pudiera ser aplicable a sus condiciones actuales o a la historia de su etnia.
Las listas de “grandes libros” son discutibles y podrían ser empleadas con la intención de dominar y controlar a los estudiantes y sus mentes. Pero en realidad eso parece difícil, si se acompaña la lista con una enseñanza de la lectura en el sentido que propone el propio Adler: una lectura crítica con la consciencia de que no entender lo que estamos leyendo es parte del proceso para aumentar nuestra capacidad de comprensión.
el dispensador dice: no por casualidad me formé como docente, primero primario, luego secundario, y finalmente para el grado y el posgrado universitario, no obstante ello, debo confesarte que el "docente" tiene que tener "esencia" de tal, ya que de no ser así... nadie te puede enseñar a "enseñar"... y llevo conmigo una frase determinante que me ha acompañado desde siempre... algunos profesores enseñan, pero muy pocos "inspiran"... y allí reside una diferencia abismal que hace a/de cómo los talentos desarrollan los dones covirtiéndolos en genuinas expresiones de cada espíritu /persona /alma...
la docencia no se aprende... se lleva en el alma... y ésa es y ha sido mi consigna...
hoy, no en todos los ámbitos claro está, hay mucha mezquindad en la docencia... en especial cuando comienzan a competir las soberbias académicas con los ejercicios profesionales, donde cada título concedido es sinónimo de competencia en el campo de los negocios que han quebrado todas las éticas y todos los equilibrios...
algunos países, algunas culturas, se distinguen por sembrar conocimientos, pero antes que ello priorizan la capacidad de razonar... porque al fin y al cabo, si no hay lógica matemática en el pensamiento, desplegar las velas del razonamiento se torna complicado y hasta se produce una extraña repulsión o rechazo al pensamiento reflexivo... y curiosamente, eso afecta al pensamiento en general, a la lectura, a lo que se comprende, a lo que se discierne, a lo que se entiende de aquello que se escucha o se lee... asumiéndose que cuanto más digerido es lo que se recibe, menos ejercicio neuronal habrá para las capacidades que miden las causas y los efectos de cada hecho... más allá, la civilización humana de estos tiempos abundantes en mediatismos, ha perdido el número y el ángulo del sentido común... léase, la solución está allí, a los ojos, pero todos intentan ir por el camino que más lejos los sitúa de cualquier respuesta...
las matemáticas no son complejas... no en sí mismas... aparecen como complejas cuando su enseñanza hace deficiente su aprendizaje... sucede lo propio con la física y con la química... demasiados dogmas y escasa apertura para comprender que no todo es ni funciona como está escrito...
curiosamente, lo propio sucede con el lenguaje... cuando no se cultiva, se torna desierto... y las pruebas están también a la vista... cada vez es menor la porción de la humanidad con capacidades para leer y entender lo que se lee... e ir más allá... elaborar pensamientos propios a partir de lo leído... una vez más, cuando las neuronas no se ejercitan se van fosilizando hasta quedar como huesos de dinosaurios, convertidos en piedras... saben cortar... saben pegar... saben plagiar... pero no saben cómo elaborar, y ello denigra la condición del pensamiento humano... o lo que es lo mismo, lo involuciona...
alguien en su sano juicio podría preguntarse para sí mismo: "¿por qué si Nikola Tesla logró transferir energías sin necesidad de cables conductores, la civilización se ha empecinado en emplear millones de toneladas de cobres para llevar corriente eléctrica de un lado a otro?"... y aparece la miseria humana... o lo que es lo mismo, el negocio que favorece a pocos y esclaviza a muchos... o lo que es lo mismo, la recaudación que somete al soberano para hacerlo felpudo y súbdito eterno... o lo que es lo mismo, las ciencias de conveniencias no son ciencias, son intereses y conveniencias que reflejan la deficiencia humana de querer ser más de lo que es... sucede que la miseria humana supera cualquier geometría del pensamiento, por consiguiente, transitamos una civilización miserable en esencia, que prefiere involucionar a cambio de dar de comer a pocos y matar de hambre a muchos... parece una barbaridad, pero esa barbaridad está tan vigente que apabulla al pensamiento social, frustrándolo e hipotecándolo, es decir, sometiéndolo de cara al porvenir...
el otro factor que le está jugando en contra a la humanidad, es que cada vez son más los que atan su pensamiento pragmático a los resultantes computacionales de cualquier fórmula... de allí que si la máquina da error, nadie atinará a darse cuenta, justamente porque ha perdido su propia geometría de su propio pensamiento reflexivo, ése que le dice que lo que está mal, está mal a pesar de lo que digan las computadoras en sus ejercicios simulados...
en lo personal, dado que me estoy yendo, veo la circunstancia con mucha claridad... todo está servido en bandeja, pero nadie se anima a atesorarlo, antes bien todo se ha vuelto tan mediático, que es mejor no pensar y comer lo que ya se le proporcionan digerido... tanto es así, que las corporaciones han logrado crear un marketing que todo lo miente, y mientras las gentes compren las mentiras, nada debe cambiar, so pena de exterminar el negocio que hace de la mentira un altar ante el que la mayoría de la humanidad se arrodilla... y encima reza...
traducido: no creo en la inquisición y sus razones... no creo en el Vaticano y las propias... pero sí creo con FE en Dios y el Verbo, tal vez más en el Verbo que en Dios... no creo en las ciencias de conveniencias ni en las soberbias académicas, mucho menos en las corporaciones, luego de haberlas conocido desde adentro por casi toda mi vida... acto seguido, creo en el pensamiento matemático tanto como en el lingüístico, que funcionan al modo de vasos comunicantes o si se quiere, de puentes que entrelazan las geometrías del pensamiento proactivo que avanza a medida que la civilización lo hace... cuando ello sucede, cuando los vasos comunicantes se obstruyen, cuando el puente se quiebra o se disloca, la civilización se transforma en un felpudo de pocos que son cada vez menos, y esos menos, por lo general, suelen creerse mucho más que el resto, superiores, dioses o semidioses, dioses o casi dioses, mesías de la imbecilidad ajena, profetas de la ignorancia de los prójimos...
debe ser por eso, que la Tierra se ha convertido en una hoguera de vanidades irracionales...
cuando las virtudes se extravían, o bien, cuando las virtudes se diluyen... sobrevienen las intolerancias y los conflictos... y cuando el ser humano prescinde de sus humanismos, se transforma en un dinosaurio depredador... que muere igual que los otros dinosaurios herbívoros... pero creído de sí mismo, asumiéndose que gracias a sus suculentas limosnas producto del robo, alguién le obsequiará un lugar en el cielo... sin estrellas y sin paraísos...
cuidado, lo que no induce el pensamiento reflexivo, conduce a la esclavitud... y cada vez, el paisaje se parece más a un felpudo humano donde sólo sobreviven los que abdican a sus dignidades. MARZO 30, 2015.-
No hay comentarios:
Publicar un comentario