Gloria Fuertes, una poesía mayor de edad
Siempre encasillada en el mundo infantil, la escritora resurge en el centenario de su nacimiento como la voz única que siempre fue
Gloria Fuertes en una imagen de promoción de 1976. 'EL LIBRO DE GLORIA FUERTES' (BLACKIE BOOKS)/ FUNDACIÓN GLORIA FUERTES
Encasillada hasta su muerte en la guardería de los ripios infantiles, Gloria Fuertes(Madrid, 28 de julio de 1917-27 de noviembre de 1998) fue mucho más que una entrañable caricatura televisiva. Infravalorada por los que desconocen el alcance de su obra poética y también por los que no han sabido calibrar la profundidad de su influencia en al menos dos generaciones de niños, hoy adultos que crecieron bajo el hechizo de su imaginación poética, Gloria Fuertes resurge en el centenario de su nacimiento con el aprecio literario que siempre mereció. Un libro con voluntad canónica de Blackie Books, El libro de Gloria Fuertes, con más de 300 poemas, algunos inéditos, 80 fotografías y dibujos y una pormenorizada investigación sobre su vida a cargo de Jorge de Cascante, abre un camino al que se suma Nórdica con la antología Geografía humana y otros poemas, prologada por su amigo el poeta Luis Antonio de Villena, Reservoir Books con otra antología, Me crece la barba, poemas para mayores y menores y una exposición que se celebrará a partir del 14 de marzo en el Centro Cultural Fernando Fernán Gómez de Madrid organizada desde la fundación de la poeta, de la que son albaceas Paloma y Marta Porpetta, hijas de la editora de Torremozas Luz María Jiménez Faro, a quien Gloria Fuertes dejó la misión de velar por su obra.
Además, el Ayuntamiento de Madrid, su ciudad, quiere sumarse al homenaje y ahora una plazuela de Lavapiés, barrio donde nació y se crio la poeta, es candidata a llevar su nombre. De fondo, lo más importante: devolver el nombre de Gloria Fuertes a la poesía adulta. O, mejor dicho, a la poesía, toda, sin prejuicios. Rehabilitar la obra de una mujer de personalidad compleja (“desde siempre mi alma cabalgando al revés”); que al final de su vida se entregó a la literatura infantil (“no es todo hacer una poesía para el pueblo, sino un pueblo para la poesía”); que logró una voz coloquial única (“escribo deliberadamente mal para que os llegue bien”) y que siempre estuvo, a su manera sencilla, castiza y juguetona, un paso por delante de su tiempo (“esto no es un libro, esto es una mujer”).
Ana Merino: “Fue revolucionaria en una época que no estaba preparada para entender todos sus códigos”
“Más que rehabilitar yo diría directamente habilitar, porque para la mayoría jamás estuvo reconocida”, apunta Jorge de Cascante. “Y Gloria Fuertes poseía una voz propia enorme”, añade Luis Antonio de Villena. “Con un tono coloquial muy especial, usando la rima como ironía. Quien lee un poema suyo ya no olvida de quién es, te puede gustar más o menos, pero la reconoces inmediatamente, y eso es muy raro en literatura”.
Como apunta el poeta granadino Luis Muñoz, nacido en 1966 y por tanto uno de esos niños que crecieron bajo el influjo catódico de la poeta, la inocencia en Gloria Fuertes era provocadora: “La inocencia desmonta valores instituidos para abordar valores universales reales”, afirma Muñoz. Y añade: “Cuando la veía en televisión de niño, me cambiaba instantáneamente el humor. La combinación de su imagen, con algo de clown, el flequillo canoso, las corbatas, los chalecos, las camisas de colores, unidos a su voz, tan grave y tan arrastrada, suponía la entrada en otro mundo. El mundo de la imaginación, pero de una imaginación íntima y lúdica, conectada a lo común y corriente, a lo inmediato, y, además, un mundo sin prejuicios. Creo que eso también era muy importante en ella, la combinación de humor, amor, dolor y una belleza elemental que resultaba enormemente efectiva”.
EN SU HOMENAJE
Ana Merino, directora del máster en escritura creativa en español en la Universidad de Iowa y una de las antólogas del libro Poesía soy yo. Poetas en español del siglo XX (Visor, 2016), que incluía a Fuertes en su canon, defiende “todas las etapas” de la autora, “incluso la de guionista de historietas”. “Creo que tenía una versatilidad maravillosa para llevar la poesía a todo tipo de público. Fue revolucionaria en una época que no estaba preparada para entender todos sus códigos. Sin embargo, ella resistió e insistió, y se reinventó muchas veces, y nos dejó una mirada poética formidable y llena de energía”. “Gloria Fuertes”, continúa Merino, “al igual que la chilena Violeta Parra o la panameña Stella Sierra, fue pionera en territorios culturales muy limitados. Su poesía, como la de sus coetáneas en otros países, abre fronteras y construye nuevos mundos, nuevas formas de entender la literatura”.
La Gloria Fuertes poeta adulta se consolidó entre los años cincuenta y sesenta. Pero la enorme fama que obtuvo a partir de los años setenta como poeta infantil marginó su obra anterior hasta obviar detalles relevantes, como que fue la única mujer incluida en la colección Colliure. “Jaime Gil de Biedma la incluyó en la colección, que era muy elitista”, cuenta De Villena. “No solo la incluyó sino que él mismo hizo una antología, algo que era poco habitual, por la enorme admiración que sentía por ella”. Como explica Paloma Porpetta, Gloria Fuertes “iba por libre”. “Mi madre la editó en su colección de mujeres de Torremozas y siempre se tuvieron mucho afecto. Vivíamos cerca de su casa de Alberto Alcocer y les gustaba verse. Hablaban de poesía, se tomaban unos whiskys y tan contentas”. “Desde siempre sintió un enorme despecho con el medio literario”, asegura De Villena, “y lo aplicaba a rajatabla, vivía apartada de camarillas y grupos, no le interesaban”.
Escribió que no sabía si su poesía era “social, rebelde…”; dejó claro que ser libre era la única etiqueta que aceptaba
Gloria Fuertes había nacido en una familia humilde y republicana de Lavapiés, su hermano pequeño y compañero de juegos murió en un bombardeo y su madre solía castigarla si la descubría leyendo o escribiendo. La marginalidad y el dolor formaban parte de su piel, pero ella, luminosa siempre, decidió sonreírle a la vida. En su libro, Jorge de Cascante recupera una anécdota que resume perfectamente la genialidad y temprana sabiduría de la escritora: como en el colegio le ponían ceros como una casa, ella, harta de sus malas notas, decidió invertir el sentido de la peor nota para convertirla en la mejor. Y así empezó a puntuarse a sí misma en sus cuadernos, diarios, dibujos y poemillas con una tabla de medir que iba del cero (muy bien) a los tres ceros (excelente). Contenta, se paseaba por la España de la posguerra en bicicleta, pantalón y corbata fascinando con su descaro a sus compañeros de las grutas del postismo, movimiento literario que promovía el “culto al disparate”. Francisco Nieva, postista también, la definió así: “Era una mujer nueva, que se enfrentaba con ternura a los hombres, tan brutos ellos, no era una maestrita repipi, era un compañero perteneciente a un tercer sexo divino que rompía con todo en aquella España de hierros y caspa, y el resto la mirábamos fascinados ante su aspecto y sus palabras, Rimbaud y Jarry habitaban en Gloria”. Lesbiana, la muerte en 1971 de su gran amor y compañera durante 20 años, la hispanista norteamericana Phyllis Burrows Turnbull, la sumió en una honda depresión de la que salió como pudo, es decir, a golpe de fiestas, farándula y bastante alcohol. Una mujer vital, que según contó Vicente Molina Foix, le describió así su adiós al infierno: “Fui al metro decidida a matarme, pero al ir a sacar el billete ligué, y en vez de tirarme al tren me tiré a la taquillera”.
Para Jorge de Cascante, indagar en su vida privada ha sido una sorpresa de la que destaca los años en EE UU. En 1961, Fuertes recibe una beca Fulbright para impartir clases en la Universidad Bucknell, en Pensilvania. Su plan inicial era permanecer dos semestres, pero se queda tres años más. “Fue la época más feliz de su vida porque encajaba perfectamente en el mundo de la contracultura. Recitaba sus poemas en bares y en universidades y hasta llegó a ser telonera de Joan Báez”, cuenta De Cascante. En su primera clase se dirige a los alumnos y les dice: “Es la primera vez que piso una universidad. Y no lo hago como estudiante, lo hago como profesora”. En esa misma época escribe el poema ‘No quiero ser maestra’: “No quiero ser maestra de nada, / me conformaría / con ser una lección / de algo’.
Gloria Fuertes es un personaje escurridizo y fascinante. En las fotos la vemos en moto, o sonriente bajo el sol con sus alumnas, en una clase de kárate o frente a la entrada de la Casa Española de Bucknell, residencia femenina que dirigió, con un cartel que dice: Victim of Oficial Tyrani (víctima de la tiranía oficial). Posando junto a Xavier Cugat o Lucía Bosé, y con Phyllis, juntas paseando su perro por Madrid o de turismo por Castilla. La poeta sentada en la casa de Alberto Alcocer, heredada de Phyllis, o en el campo, en la otra casa que compartieron, en Chozas de Sierra. En su poema ‘Hablo de Gloria Fuertes frente al Washington Bridge’, José Hierro escribe: “Pasea con el luto de viuda de sí misma, payasa, miliciana, / entre los arces plateados de New Jersey / (o tal vez sean pinos, encinas, jaras y retamas de Chozas de Sierra… Yo ya no sé). / La navaja del río corta pan y tomate / de la tarde que se evapora. (…) Y ahora vuelve sin Phyllis, cabalgando su cáncer, / ¡hasta mañana, Phyllis! / Más tarde, en tu memoria cristalizaban sombras, entre los rascacielos de acero y miel: / sombras de mondas de patatas / que has olvidado, pues no quieres morir, / no queremos morir (…)”.
“Lo que echo en falta en su obra es que no hubiera profundizado en su manera de vivir la homosexualidad”, dice Luis Muñoz. “Hay muchos poemas suyos de amor que pueden ser leídos en esa clave, pero pienso que hubiera sido enormemente rico para su poesía que hubiera abordado lo que eso suponía para ella en una sociedad como la española que le tocó vivir. Que no lo hiciera es más que comprensible, y desde luego, se me acumulan las razones, pero creo que tenía dotes, una perspectiva única para hacerlo y muchas cosas que decir en ese sentido”.
Jorge de Cascante recuerda que el día en que le propusieron armar su libro lo primero que hizo fue ver varios cortes de telediarios del día en que murió la poeta, “y en todos se referían a ella como ‘una niña grande”. Luis Antonio de Villena se suma al reproche a ese manido lugar común. “Cuando falleció Gloria la televisión estatal, que tanto la había querido, espetó muy seria esta vulgaridad: ‘Ha muerto la autora de Un globo, dos globos, tres globos’. Para mí aquello fue llamativo. La noticia salía al principio, en el sumario, con las noticias importantes del día, pero la degradaba. Alguien con su obra no podía quedar reducida a eso. El sambenito de la poeta infantil le hizo mucho daño. No sé si le gustaba ser un personaje tan mediático, pero sí sé que era una poeta muy notable, con ese elemento de vanguardia que le daba haber participado en el postismo, pero de signo social, muy trágica, de cuño existencialista, muy desgarrada. Para mí, mucho mejor poeta que Gabriel Celaya, con mucha más personalidad”. “Pero también es importante no descuidar su obra infantil”, añade Paloma Porpetta, “porque le dio una vuelta absoluta a la literatura para niños en España, la hizo coloquial sin cursiladas y logró que miles de niños se acercaran de su mano a la poesía”. “El tiempo le ha sentado muy bien a su obra”, concluye Luis Muñoz, “y la clave es doble: que bebe de la vida, no de la literatura, y que sus poemas parecen obedecer a una urgencia. Hay en ellos una especie de puesta a punto interior”.
Lo cierto es que Gloria Fuertes tocó asuntos como el hambre, el suicidio, el amor libre, la heroína, el feminismo o el ecologismo. La Guerra Civil marcó su vida y su obra (“no tenía más que un traje, un cuaderno y mucho miedo a que se gastara el lápiz”), y la experiencia del horror tiñó sus versos de una íntima fractura: “En mi poesía el tema que más me interesa es el dolor, en mí y en los demás, por este orden egoísta. Después, el amor. En tercer lugar, lo contrario del amor: las injusticias, las guerras y los bichos”.
Gloria Fuertes escribió que no sabía si su poesía era “social, mística, rebelde, triste, graciosa o qué”; dejó claro que ser libre era la única etiqueta que aceptaba (“ahora una minoría vendrá a catalogarme, a encasillarme literaria o sociológicamente; la etiqueta se me desprenderá con el sudor de mis versos, y si me encasillan, me escapo”) y nos descubrió el infinito valor de lo sencillo, cómo a sus ojos “todos los días son blancos, todas las noches son negras, y las tardes son azules y las mañanas son menta”
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