El otro Francisco Candel
Los diarios del autor de 'Los otros catalanes', que ahora ven la luz, son un repaso desigual a la posguerra española contada desde Barcelona
El escritor Francisco Candel en 1977. PILAR AYMERICH
Hubo unos años Candel, un paisaje Candel, cuando escribió Donde la ciudad cambia su nombre (1957) o Han matado a un hombre, han roto un paisaje (1959), a inicios de un trayecto literario que fue ajándose prolíficamente y que ahora retorna con sus diarios 1944-1975, El gran dolor del mundo. Las anotaciones de Francisco Candel (1925-2007) comienzan cuando fallece la madre del escritor y concluyen con la muerte de Franco. Posteriormente, Candel fue senador por Barcelona. En 1964 elimina parte del diario y mantiene en la penumbra los sesgos de su vivencia matrimonial. Poco antes de dejar sus diarios en suspenso, Francisco Candel subraya que se deja muchas cosas por apuntar, además de que le “ahoga este intento cosmogónico, por decirlo así, de querer plasmar o sujetar todo el mosaico”. Más que cosmogónico, el resultado tiene un aire de cronicón suburbial, lastrado por prolijas anotaciones, escasas de sugestión, sin afán interpretativo de la realidad que discurre al azar.
En sus mejores páginas, El gran dolor del mundo introduce retratos de personajes casi barojianos —Marcelino, vendedor de iguales; Medioreja, el Perchas— tanto como la pululación humana de las barracas, el mundo del Candel más próximo, Can Tunis en Montjuïc, las Casas Baratas, la rutina de barrio de la Barcelona que se llamó charnega. Candel sirve en caballería y escribe unas páginas de brío, incluso de júbilo hípico. Más tarde detalla fugaces apariciones de Louis Aragon y Josep Carner. Hace alusiones periódicas a una idea del bien y el mal, a la verdad impracticable del catolicismo —para él respetuosamente impracticable— y un ir y venir a la idea de un Dios cristiano cuya imaginación es “imponderable”: si existe, no existe la casualidad. Y la humanidad es el fracaso de Dios: “Sin Dios todo es confuso y Dios no existe”. Y al mismo tiempo: “Sólo la nada es lógica, lo único que tiene razón de ser”. Apasionado del canto litúrgico y a la vez atraído —dice— por el neocomunismo, en los sesenta vive en directo la ebullición del catolicismo social, las protestas universitarias, los conflictos laborales, el sindicalismo clandestino, detenciones y registros de la policía. Económicamente sobrevive al pairo, por achaques tempranos. A mil pesetas por semana, corrige galeradas, por ejemplo, del “moroso y plúmbeo Marcel Proust”. Candel escucha las noticias de Radio Pirenaica o Radio Paris, comenta los rumores sobre hipotéticas crisis del régimen, la huelga general, las octavillas, la visita de Eisenhower, la detención de Jordi Pujol, los jeeps de la policía, los interrogatorios, el contubernio de Múnich y el antifranquismo que entre los años sesenta y los setenta comienza a abrir ventanas.
De 1964 es el libro Los otros catalanes, de carácter polémicamente voluntarista, que en su día sedujo a Jordi Pujol porque indirectamente presentaba como meta una fusión catalana de todo ciudadano llegado de otras partes de España, su identificación casi automática con una Cataluña única, sin que la catalanidad tuviese que readaptarse sino al contrario. De hecho, con la publicación en catalán de este ensayo, los dietarios de Candel reflejan una dedicación prácticamente monotemática al tema de la emigración, en artículos y charlas en centros católicos, núcleos obreristas, la Francia de los exiliados y en ámbitos del catalanismo. Entonces es como si el Candel narrador quedase relegado. Tiene más presencia pública, es testigo directo de los movimientos antifranquistas y, sobre todo, expone sus criterios sobre los otros catalanes, entre el asimilacionismo y la integración. En 1973 incluso publica Algo más sobre los otros catalanes, y en 1985, Los otros catalanes veinte años después.
En la mejor de las expectativas, el valor testimonial de El gran dolor del mundolastra un despegue inaugural que no logra levantar el vuelo, desatento a las tonalidades de la prosa, a la elipsis y el símil, desdeñoso con las astucias sintéticas y sensuales de un estilo. “No sé inventar”, decía Candel, a sabiendas de que, de alcanzar la exactitud, el escritor sería omnipotente. Desea “que le pasen cosas para contarlas”. De repente: “¡Qué pesado es escribir, qué aburrido!”. Tal vez las urgencias testimoniales que le impone el yugo del régimen franquista le confinan en una cierta infelicidad expresiva y en la sufrida vocación de espectador secundario que acude a manifestaciones, firma manifiestos y topa con la censura, sin tiempo para anotar algunas líneas que conciernan a la literatura o a la lectura, porque a la espera del final de la dictadura y, tangencialmente, de una bancarrota del capitalismo —“El capitalismo da sus últimos coletazos, pero qué coletazos”, anota en 1961— no hay margen para la voluntad de estilo. Si la pregunta fuese hasta qué punto la publicación de sus diarios contribuirá a la recuperación de Candel, la respuesta es más bien incierta.
El gran dolor del mundo. Diarios 1944-1975. Francisco Candel. Edición de Anna Caballé y Gabriel Jiménez. Debate, 2017. 936 páginas. 27,90 euros.
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