Mar Abad: “Los medios necesitamos una cura de humildad brutal, saber cuál es nuestro sitio”
Mar Abad: «Los medios necesitamos una cura de humildad brutal, saber cuál es nuestro sitio»
Publicado por Ángel L. Fernández Recuero y Teresa GalarzaFotografía: Jorge Quiñoa
Tras pasar por las redacciones de medios tan heterogéneos como Canal Sur, CNN, Cinco Días o Esquire, y vivir intensamente la burbuja de las punto com, la periodista Mar Abad (Almería, 1972) hizo un paréntesis en su carrera profesional para viajar a Alemania y aprender chi kung y taichí durante casi dos años. Al volver a España con lo aprehendido fundó Yorokobu, un medio completamente diferente a lo que había entonces en el panorama nacional y cuyo sugerente título en japonés significa «estar feliz».
A Mar le gusta el periodismo, la comunicación, el diseño y la tecnología, y aunque pertenece a la generación X su confianza en la humanidad descansa sobre la generación Z. Quedamos con ella en una céntrica cafetería de Madrid donde como imaginarán acabamos tomando té, para hablar sobre la revolución tecnológica en la que estamos inmersos y cómo en el pasado podemos encontrar respuestas a los retos que nos depara el futuro.
¿Casi todo lo que sabes de periodismo se lo debes a…?
Mucho a Manuel Chaves Nogales porque, después de leer casi todos sus artículos, creo que tiene una mirada increíble y una valentía brutal. A Carmen de Burgos, una de las primeras periodistas españolas y la primera corresponsal de guerra. Para mí es una inspiración vital por lo atrevida, lo valiente, lo decidida, lo brava, lo autosuficiente, lo ambiciosa. Es la persona que me hubiese gustado ser. Y también a las personas con las que he trabajado. Aprendí muchísimo en La Voz de Almería, de mi jefe que se llamaba Antonio Fernández, por la mañana me mandaba a que me buscase la vida y encontrase temas. Esto me hizo una todoterreno y me enseñó muchísimo más que internet e incluso más que la facultad.
Empezaste en la redacción de Canal Sur y La Voz de Almería. ¿Qué recuerdas de aquella etapa?
Pues mira, de Canal Sur recuerdo mi primera noticia que fue de un atraco, fue que a una mujer le pusieron un cuchillo entre las piernas. Supongo que siempre la primera noticia te deja huella. Recuerdo la primera de Canal Sur y recuerdo la primera de La Voz de Almería, que curiosamente fue también de un tema de inmigración, de marroquíes que venían en pateras, eso ya ocurría en aquella época y parece que por desgracia se ha convertido en un tema recurrente que ha ido a más. Estaba en la sección de Local haciendo prácticas en verano porque estaba estudiando y en época estival no hay nada de información, entonces tienes que buscarte un poco la vida porque están paradas las administraciones y las empresas también están un poco más a medio gas, por lo que en ciudades pequeñitas como Almería recurres a los sucesos y alguna vez también tocaba escribir del calor que hacía, que eso era quizás lo más complicado.
Luego pasaste por EFE, la CNN en Estados Unidos, Cinco días y Esquire… y ahí fuiste viendo cómo funcionaba el mundo del periodismo. Ya en el 2000 decides empezar a montar chiringuitos. ¿Cómo arranca y acaba tu primera experiencia empresarial?
Pues la primera fue una agencia interactiva de internet, que pertenecía al grupo McCann. Cuando empezó el boom de internet, que fue a final de los noventa, yo trabajaba en la revista de publicidad Anuncios y también hacía algunas colaboraciones, sin embargo, ya estaba entusiasmada con internet. Pensaba que ese sería el momento histórico más interesante de mi vida, una oportunidad increíble en la que íbamos a ser los pocos humanos que a lo largo de la historia viesen cómo pasábamos de un mundo analógico a un mundo digital. Entonces, me surgió la oportunidad de trabajar en una empresa interactiva que se llamaba WYSIWYG.
Dudé mucho, porque dejar la prensa era bastante doloroso, pero me dije: «Esto hay que vivirlo». Era la época de las puntocom y de la locura. Estábamos en la agencia y de pronto venía alguien y nos decía: «Me voy porque me han triplicado el sueldo», y esto te lo decía un chaval de veintidós años. Había tres fiestas a la semana. En cierto modo ya teníamos la sensación de que estábamos inmersos en una excentricidad histórica. En ese momento nos surge la oportunidad de montar nuestra propia empresa dentro del grupo McCann. Éramos ocho personas, nos fuimos a McCann, lo montamos. Fue muy interesante y fue muy distinto a las otras ocasiones en que he comenzado un proyecto empresarial. Teníamos un gran grupo detrás, con un fuerte músculo financiero.
La experiencia fue muy buena. Con el tiempo me di cuenta de que una gran multinacional no es lo más apetecible, no hay personas, hay números, y hay demasiados murmullos de pasillo, y también mucha pelea. Una de las cosas que recuerdo de WYSIWYG es que las primeras presentaciones que se hacían de banners y de publicidad interactiva ¡nos la pedían en cartón pluma!, no las querían ver en el ordenador, las querían ver en un papel. Los anunciantes de entonces querían ver de forma fija y estática las imágenes que después vería su público en movimiento. No entendían el movimiento. Necesitaban que se lo explicáramos en una especie de fotogramas. Era muy gracioso porque tenías que convencerlos: «No, no, aunque yo te voy a enseñar esto, esto es ficticio, tu público luego lo va a ver de otra manera». Para entenderlo, lo querían ver dibujado en un cartón.
Y un día lo dejas todo y te vas a Alemania.
Considero muy interesante, si puedes, hacer un parón en tu vida, pegarte un año sabático y ocuparte en una cosa que no tenga nada que ver con tu trabajo habitual. En mi caso me dediqué a hacer chi kung y taichí, casi dos años. Fue un cambio de vida total, dejé absolutamente todo lo que había en mi vida y dije: «Voy a empezar de nuevo» [risas], y me dediqué a eso, al taichí, a meditar, que además es de las mejores enseñanzas que puedas tener en tu vida porque luego este ralentí se te queda ya para siempre. Haces las cosas con calma, con distancia, espacio, un poco sevillano o cubano… [risas]. Tranquilidad.
En mitad de tu cambio te llaman para montar la revista Brandlife.
Me contactaron para ver si quería volver y empezar una revista nueva de un grupo de publicitarios, en la que ellos hacían la inversión y nos contrataron a dos periodistas para que les ayudáramos a montarlo. Estuvimos haciendo el monstruo, como decimos nosotros. Nuestra idea era estar dentro del sector que era publicidad y marketing; y era en esa línea, lo que pasa que no queríamos replicar lo que ya había porque no tenía ningún sentido y además teníamos otros intereses. Empecé a trabajar en anuncios porque me surgió esa oportunidad, pero nunca había tenido especial interés por la comunicación o la publicidad.
Total, que volví de Alemania y empecé a hacer lo mismo que hacía antes de irme. Creo que lo bueno está en el equilibrio. Tienes que tener tus momentos de quietud y luego un poquillo de adrenalina. Esa experiencia fue muy bonita porque éramos menos, y yo conforme voy madurando me voy dando cuenta de que es muchísimo más fácil trabajar con grupos pequeños, que las cosas sean familiares. Soy muy, muy partidaria de lo micro más que de lo macro, porque en lo macro todo se pierde, se pierde la humanidad, se pierden los modales… Mejor así: lo de barrio, lo pequeñito.
Y por fin nace Yorokobu.
Sí, en Brandlife estuvimos un tiempo, hasta que llegó un momento en el que los inversores querían una línea, nosotros queríamos otra y entonces cuatro personas nos fuimos de ahí y montamos Yorokobu. Al haber trabajado los cuatro juntos, el arranque fue más fácil porque ya sabía cada uno de lo que se encargaba. También nuestros perfiles son muy distintos y complementarios, pero, claro, como cada uno va por un lado… así rueda la máquina. Y, bueno, empezamos los cuatro en 2009, en esa época ya se notaba la crisis y habíamos notado un descenso cultural brutal, se contenían muchísimo los presupuestos, pero dijimos: «La oportunidad se presenta ahora: o la tomas o la dejas». Tienes que aprovechar la oportunidad cuando se presenta. Y si decides hacer algo y sale mal, no pasa nada. De los batacazos se aprende. O más nos vale aprender si no queremos pegárnosla de nuevo. Es parte de la vida. Hay que asumir riesgos o vivirás toda tu vida en la quietud de un ataúd.
Empezamos los cuatro, estuvimos un año sin cobrar porque esta vez no teníamos inversor. Lo bueno es que teníamos completa libertad. Afortunadamente fue bien. Y así llevamos siete años y medio, hemos evolucionado muchísimo porque somos muy flexibles. Creo que la flexibilidad y la aceptación son dos valores muy útiles. No puedes ir contra el mundo. Tienes que intentar moverte con soltura dentro de una corriente vital que es mucho más poderosa que tú: las circunstancias y el contexto histórico. Creo que lo más importante en la vida es la aceptación, porque las circunstancias son mucho más poderosas que nosotros mismos. La clave es moverse lo mejor que puedas en un mundo que te lleva por donde le da la gana.
Hemos intentado siempre ser muy flexibles, y empezamos tratando unos temas y luego hemos ido cambiando conforme hemos visto que los intereses de los lectores iban por otro lado. Nos ayudan muchísimo las herramientas digitales, aunque también pienso que cada vez somos más esclavos de ellas. Nos volvemos adictos a Analytics, a un contador de WordPress… Pero también hace que estemos muy en conversación con nuestro lector, en tiempo real, numérica y diariamente y así hemos ido también cambiando en el diseño, en los temas que tratamos e incluso también en el tipo de negocio que hacemos, porque empezamos pensando que se podía vivir solo de la prensa: «Como somos poquitos, pues con una revista…», quizás porque veníamos de un tiempo en el que sí se podía vivir solo de la prensa, pero luego nos dimos cuenta de que era imposible. Entonces lo que hicimos es pensar y, antes de decir: «¿Qué hacemos para salir adelante?», vinieron empresas y nos pidieron que les hiciésemos la revista de Vueling, o que les hiciésemos libros de contenidos… De todo, nos han pedido hasta fiestas.
En 2009 os llega el éxito con Yorokobu, una revista difícilmente clasificable. ¿Cómo la definirías?
Me cuesta muchísimo trabajo definir Yorokobu, de hecho era una pregunta que me incomodaba bastante, porque te quieren meter en etiquetas. Primero, las etiquetas no me gustan nada, y segundo, no hay ninguna con la que de verdad me identifique, pero hace como un año y medio o así dije: «Creo que ya sé con lo que me siento cómoda», y con lo que me siento cómoda es con decir que Yorokobu es una forma de contar las cosas.
Somos un medio en distintas plataformas y una forma de contar las cosas. Si no te agarras a una palabra en concreto, luego cuando vuelva a haber cambios tecnológicos va a ser mucho más fácil que te ubiques otra vez en un sitio. Lo importante no es si estás en Twitter, o si estás en Instagram, o si estás en Snapchat, lo importante es cómo cuentas las cosas, la voz que tienes. También es importante ser pequeñitos, ya que mantienes tu identidad y tienes claro qué voz quieres potenciar y cómo cuidar de tu comunidad. Tenemos que entender que las cosas han cambiado. Creo que los medios necesitamos una cura de humildad brutal, saber cuál es nuestro sitio. Ya hay muchísimos dirigentes que lo cuentan todo por Twitter y no necesitan a los medios de comunicación y me parece muy bien que existan muchas voces distintas. La de los medios, que deberían tener la función de informar, contextualizar y denunciar; y las voces directas que hablan por cualquier canal (Facebook, Twitter, blogs…) para decir lo que quieran sin intermediarios que manejen sus palabras.
¿La tecnología nos ayuda a que progresemos como humanos, éticamente?
Absolutamente nada, y ese es un tema que me fascina y me obsesiona bastante. El pasado verano leí un libro fantástico, que es El mundo de ayer, de Stefan Zweig, y se te ponen los pelos de punta cuando ves que lo que él contaba a finales del XIX y a principios del XX se está repitiendo de una manera casi calcada. Él, al igual que muchos escritores de finales del XIX, incluso Julio Verne, hablaba sobre el progreso tecnológico.
Pensaban que ya estaba la telefonía, que estaba la radio, que parecía que se podía volar… ¿Cómo iba a haber una guerra? La guerra era cosa de antiguos, eso no podía pasar. Y después Zweig habla de Viena, una ciudad con un nivel cultural enorme, con tertulias… y de pronto vino la I Guerra Mundial, vino el nazismo y vino la II Guerra Mundial. Se dio cuenta de que no nos podemos dejar engañar por el espejismo del progreso tecnológico.
Antes hablaba de la primera noticia que escribí, de unos pobres magrebíes que llegaban en una patera, eso no era nada en comparación con lo que estamos viendo de los sirios, porque no los apedreaban, porque no había niños muertos, eran chavales de veinte años que llegaban. Creo que tenemos que estar muy alerta y ser conscientes de que las decisiones que tomemos ahora van a ser muy, muy importantes. Yo voy un poquillo más allá en el tiempo, tengo confianza, esperanza y fe en la generación Z. A los millennials los hemos frustrado porque les hemos vendido la moto de que son los mejores preparados de la historia y no les hemos dado trabajo, y están bastante pegados a los baby boomers y a la Generación X. Sin embargo, los Z, que ya medio viven con los videojuegos, que no ven tanto la tele, van a producir un cambio interesante otra vez hacia arriba.
Nosotros aún vivimos con esa resaca de los grandes medios masivos, nacidos a mitad del siglo XX, que ya no tienen sentido. Ahora nos estamos comunicando de manera completamente distinta, con redes sociales, con pildoritas que lanzamos a través de Twitter, Facebook o Instagram. ¿Qué estamos haciendo con colegios donde todavía hay pizarras y tizas? ¡Todavía se estudia de memoria! Es un modelo del siglo XIX. Entonces, yo tengo mucho interés por ver qué hará la generación Z con la comunicación, porque va a hacer algo muy distinto.
Yorokobu es un término japonés que significa «estar feliz», y desde que nace la revista representa ese espíritu. ¿Ser positivo cansa?
Muchísimo [risas]. Hay una frase de Julio Caro Baroja que me fascina y la repito siempre que puedo, y es: «Ni soy feliz ni puñetera falta que me hace», es grandiosa y creo que hay que repetirla de vez en cuando. Creo que hemos caído un poco en el tontismo de «Ah, qué feliz soy». En esa tontería exhibicionista que tenemos todos en las redes sociales entran todas las generaciones: los baby boomers, los X, los millennials y los Z más mayores. Es una pospeste. Va más allá del género, la edad o la nacionalidad. Yo creo que lo de publicar «Mira qué bien me lo paso» es un efecto contagioso; te abrazas al amigo, pones un sonrisón, luego lo dejas y sigues tomándote la cerveza ahí más aburrido que un piojo.
Al final hay mucha pose tanto en la pena permanente como en la felicidad permanente, ni es humano ni es aconsejable, ni siquiera es interesante. Hay momentos de euforia, hay momentos de encerrarse en uno mismo, hay momentos de ver las cosas estupendas y hay momentos en los que tienes que decir: «Atención, que estamos al borde del precipicio».
Mucha felicidad nos haría ser ingenuos y dejar de ver cosas que nos están avisando de peligro. El miedo tiene su sentido, si no existiese el miedo estaríamos muertos, si no existiesen las amenazas habría muchísimas más catástrofes. Sí creo que hay una base, un poso de ser feliz, que vuelve otra vez al taichí: aunque el mundo sea un desastre, aunque hoy las hormonas me tengan aquí que lo veo todo negro, hay un punto de aceptación de la vida, de «bueno, es lo que hay, ya que estamos aquí vamos a disfrutarlo», dentro de la basura siempre puedes encontrar un caramelillo dulce. Es la filosofía de la ataraxia, lo mejor que nos ha llegado por el Mediterráneo.
Vuestros lectores son en su mayoría millennials, ¿qué contenidos culturales demanda esta generación?
Pues es muy curioso, porque es muy distinta a lo que demandan los baby bommers. No son nada mitómanos o no tan mitómanos como a lo mejor éramos antes. No tienen esa idea del gran escritor, eso que a nosotros nos enseñaron del filósofo en el café. Creo que este tipo de cultura bohemia no les interesa nada, les interesa mucho más lo que está pegado a la calle, y creo que les gustan las cosas en cuanto que son anécdotas y tienen cierta chispa. A nosotros lo que nos funciona mejor siempre es un poco más lo insólito, lo diferente, pero muy a pie de calle. Ese concepto tan mitómano de los años cincuenta, sesenta y setenta ya no interesa tanto. Mitos como Brigitte Bardot, James Dean, Marilyn… Ahora hay otros figurines, como las Kardashian, pero ya no los admiramos y respetamos como antes.
El concurso de portadas de Yorokobu va por la 6.ª edición, ¿tenéis algún ganador al que este premio le haya servido de trampolín? ¿Qué experiencias hay chulas?
Sí, por ejemplo Andrés Lozano y Ricardo Cavolo, que ganaron el concurso de portadas y luego hemos hecho muchas cosas con ellos. Cavolo es un hit internacional. A Andrés Lozano también le ha ido muy bien, se fue a Inglaterra y está trabajando allí para clientes internacionales y luego nosotros, después de todo ese porfolio que vemos, que son cientos de trabajos, hay muchos a los que luego les pedimos encargos, y luego ellos, ya no sé, porque ya no nos hablamos con todos, pero sí que nos han dicho muchísimos que por una portada se han dado a conocer. Al final, es entrar en un círculo donde te conozcan, en el momento en que te conocen pues ya salen trabajos, eso sí que nos lo han dicho muchísimo, que a partir de salir en Yorokobu, no solo en la portada, sino con ilustraciones, luego los han llamado para trabajar y les han dicho: «Te he visto en Yorokobu». Es una plataforma que puede ayudar a los profesionales de la ilustración, el diseño y las artes gráficas..
¿Eso lo tenéis vosotros como cultura de empresa?
Absolutamente. Pienso que es un escaparate y ser un escaparate también tiene dos cosas interesantes, por un lado, le da proyección al autor y, por otro, le da referencias a quien está buscando talento en el mercado. Muchas veces, nos pasa a todos, a veces buscas un perfil y no sabes a quién recurrir, y entonces, cuando te encuentras alguna plataforma donde sabes que hay promoción de cierto tipo de talento y que tiene cierto estilo, esto ayuda muchísimo a hacer la búsqueda, y sobre todo ahora que hay tantísima movilidad y que a lo mejor ya no estás buscando a alguien para contratarlo, sino «quiero a una persona que haga este tipo de infografía», o lo que sea; entonces, eso ayuda mucho.
Este concurso es un branded content patrocinado por WV. ¿Cómo se convence a las marcas de que el contenido patrocinado es mejor que la publicidad intrusiva?
Volkswagen lo entendió muy bien desde el principio, y hay más anunciantes que nos piden esa misma fórmula, porque al final lo que todos vemos es que se hace partícipe a una comunidad, o sea, no solo yo te estoy contando esta historia, sino que «Oye, vamos a hacer algo juntos. Por supuesto que tú vas a prestar atención a mi marca, pero yo te voy a dar una plataforma que te beneficia a ti». Al final, si los dos estamos contentos con algo, va a funcionar.
¿Vosotros tratasteis directamente con la marca o fue una cosa negociada con una agencia intermediaria?
Fue con la marca directamente.
¿Crees que las agencias deberían desaparecer?
Bueno, todo el mundo tiene su función en la vida. Hay personas que mejoran tu trabajo y mejoran tu vida y hay personas que la hacen peor. Con las agencias pasa exactamente lo mismo, depende de con quién estés trabajando. Hay muchas agencias, y de hecho yo he estado trabajando con agencias que te facilitan muchísimo las cosas y te aportan. Luego hay otras que asumen el papel de toda la vida, que lo único que hacen es transmitir el mensaje y cobrar la comisión y no aportan absolutamente nada más. A lo mejor también lo que te aportan es que te traen el cliente. Cuando estamos en el vagón de metro cuatro personas, todos tenemos asiento, todos estamos a gusto y no nos molestamos, pero cuando estamos doscientos, nos pegamos codazos, el otro huele mal, el otro no me gusta la cara que tiene y entonces empieza la ira. Por eso es mucho más fácil si tú trabajas solo con el cliente y hay dos interlocutores, eso es la felicidad, pero el mundo real, y tenemos que adaptarnos a ello, es que muchas veces son cuatro interlocutores; la agencia, que a lo mejor no te aporta nada, pero te ha traído al cliente, o sea, te aporta mucho. Este es el mercado que tenemos, vamos adaptándonos lo mejor que podemos y, si no nos gusta, ya está, vamos a intentar hacerlo de otra manera y proponer otra cosa, pero de entrada esto es lo que hay.
La matriz de Yorokobu se llama Brand&Roses. Toda una declaración de intenciones…
Es un poco broma. Cuando empezamos la idea era funcionar solo con Yorokobu, sin embargo, al poco tiempo comenzaron a llegarnos encargos de contenido de otras empresas. Entonces dijimos: «Tenemos que separarnos», porque un medio no puede estar haciendo gestión de contenidos para otros. Brand&Roses era uno de los nombres que barajábamos para dar nombre a la revista, así que lo aprovechamos. El nombre es un juego de palabras con brand (marca) y Guns N’ Roses. Tenía todo el sentido, y aunque no somos Mongolia, nos gusta mucho el humor.
En el 2015 habéis facturado casi dos millones quinientos mil euros y lleváis creciendo sin parar desde que empezasteis. ¿Cuál es el secreto?
Creo que trabajar mucho y echarle ganas, porque no somos tiburones, ni financieros. Muchas veces, si trabajas muchísimo, tienes suerte y el mercado tira, puedes crecer sin obsesionarte con los números. Prefiero hacer las cosas bien a cumplir a lo loco un business plan. Tuve la suerte de hacer un proyecto con Ferrán Adrià y con Fundación Telefónica, y durante meses estuvimos investigando y documentando la creatividad en El Bulli y otros genios de la creatividad. Analizamos cómo habían trabajado muchos genios y la conclusión que yo saqué de ahí es que el secreto era una combinación entre la genética y trabajar sin parar. Y eso es lo que han hecho los grandes genios de la historia, y eso es lo que ha hecho Ferrán Adrià aparte de toda su inteligencia, que no le quito ni un milímetro, pero es: trabaja, trabaja, trabaja…
Luego hay una cosa que me parece interesantísima, a mí me fascina y un poco me obsesiona. Los grandes genios y los que han hecho cosas interesantísimas eran personalidades obsesivas, y es fascinante, porque a mí me cambió el sentido de la palabra «obsesión». Siempre entendí el «ese es un obseso» como algo peyorativo. De pronto, (de esto hace dos años), dije: «Sin obsesión no avanza el mundo. Sin obsesión no se hacen cosas grandísimas». Y «el que consigue cosas suprahumanas es el que está obsesionado», es el Tesla que vive por y para sus estudios y que no quiere ni a mujeres, ni a hombres, solo un poquillo a sus palomas [risas], no tiene tiempo ni para querer, porque está en lo suyo.
Entre otros productos editáis la revista Ling. ¿Qué aporta a la empresa este proyecto?
Le tenemos un cariño especial porque fue la primera que llegó y la primera que nos planteó hacer algo distinto a planificar publicidad, y fue un poco la que nos abrió los ojos. Se pueden hacer otras cosas aparte de hacer nuestra revista. Con lo que estamos contentísimos este año, cuando nos hemos puesto a hacer números, es que hemos visto que de 2015 a 2016 Yorokobu ha crecido mucho, ha crecido en planificaciones, pero más que en la masa publicitaria de toda la vida ha crecido en propuestas que nos pedían para hacer contenido dentro de la revista y dentro de la web. Entonces, cuando nosotros pensábamos que la publicidad estaba muerta y que teníamos que potenciar Brands&Roses para financiarnos, en 2016 hemos crecido. Eso nos da esperanza, porque la información no es un negocio con el que vivir, es un negocio que te permite ser superfeliz y entender mejor la vida.
¿Quizás los anunciantes se están dando cuenta de la importancia del branded content con relación al banner y a la publicidad intrusiva?
Absolutamente. Os contaba antes que cuando empezamos con internet lo entendían muy pocos, solo los atrevidos, lo querían en cartón pluma, y que internet no fuese lo cutre nos llevó muchísimos años, y todavía hay quien piensa que internet es cutre, sin embargo, en el contenido para marcas es alucinante lo rápido que lo han entendido y lo rápido que han querido apostar por ello. No sé si quizás porque no tiene un factor tecnológico tan importante como lo tuvo internet, pero sí que creo que hay una efectividad importante que se entiende fácil y que gusta.
¿Cuando navegas usas ad blockers?
Los usé, al principio de forma instintiva. Luego me di cuenta de que me estaba perdiendo muchas cosas, como por ejemplo aprender de los demás, y los quité. Nosotros en Yorokobu no tenemos pop-ups, ni otra publicidad molesta. Otra cosa que hicimos como apuesta, cuando cambiamos el diseño de la web (en el último diseño de tres que llevamos), fue usar formatos que fuesen más grandes y más vistosos. Era un riesgo, porque las agencias quieren medidas estándar, pero la verdad es que están funcionando muy bien, lo han entendido y lo han aceptado, y también es muy de agradecer, porque les dijimos: «Os va a dar más trabajo, pero pensamos que funciona mejor».
En 2011 escribes junto a Mario Tascón el libro Twittergrafía. ¿Cuál era el objetivo del libro? ¿Ha quedado ya anticuado?
Creo que sigue siendo actual. El libro intenta explicar los cambios que se han ido produciendo en la escritura por la llegada de la tecnología digital. Si te gusta el lenguaje y te gustan las palabras, Twittergrafía te podría gustar.
Fue idea de Mario. Me llamó por si lo quería escribir con él. Me pareció muy interesante analizar cómo estaba cambiando la forma de escribir, porque, claro, es muy distinto cómo se escribía una carta cuando éramos pequeños en papel a cómo se escribe un mail o cómo se está escribiendo en las redes sociales; no se escribe igual en Facebook que en Twitter o que en Instagram.
Twitter ha cambiado desde entonces y ahora, al igual que Facebook, nos filtra los contenidos. ¿Cómo crees que eso ha afectado a la red?
Es horroroso, tanto en Facebook como en Twitter. Se llama la burbuja de filtros y es muy criticable, porque empequeñece el mundo y lo hace muy aburrido. De hecho, la burbuja de filtros es una de las cosas por las que cada vez Facebook me aburre más, solo lo utilizo para trabajar. Con Twitter busco aplicaciones en las que no te apliquen esos filtros. Hay varias apps que lo hacen, como TweetDeck. Entras con tu perfil y te van apareciendo como antes, al principio, sin cifrar. Porque, ¿qué me pasa a mí en el móvil? Que como me lo filtra solo leo los tuits de tres personas, ¿y qué hago? Que ya no leo Twitter, porque son siempre los mismos, y son tres personas maravillosas, pero no necesito saber todo lo que hacen y dicen en cada momento. Lo que me gusta de Twitter es que en dos minutos puedes saber un poco el estado de opinión popular y de tu comunidad, no olvidemos que es de tu comunidad, porque es a quien sigues. Otra cosa que me gusta de Twitter es que la limitación de los ciento cuarenta caracteres limita el exhibicionismo y potencia el titular escueto y preciso frente a esas parrafadas que se pega la peña en Facebook para detallar si «hoy se siente así o asá».
Hoy es lo normal, pero a mí cada vez me parece más sobrecogedor que una persona publique sus sentimientos más íntimos en un tablón de anuncios planetario. Será porque yo soy muy reservada…
¿Cuál es el futuro de Facebook?
Estoy convencidísima de que a la generación Z no le interesará Facebook y, con el tiempo, acabará desapareciendo. Aunque no sabemos cuándo, porque los humanos somos más impredecibles de lo que pensamos. Facebook, como dinamizador, nos ha ayudado mucho a los medios nuevos y los medios pequeños. Pero tiene lados oscuros, como, por ejemplo, que premie o castigue a los formatos según sus intereses empresariales. Me parece aberrante que castigue el texto y que premie el vídeo. Un contenido tiene más posibilidad de ser visto si está en vídeo que si está en texto. Me parece loco. No es ni democrático ni meritocrático.
¿Habéis notado vosotros el cambio de algoritmos en Facebook?
Cuando cambió el algoritmo lo supimos todos. Tenemos una dependencia enferma de Facebook, porque es el gran dinamizador, junto con otras redes como Menéame, que no se pueden descartar. Yo le hago reverencias a Menéame, me parece muy interesante que haya distintos centros que distribuyan la información. Si dependiésemos solo de Facebook sería terrorífico. El otro día circulaba un extracto de un texto de Carl Sagan que escribió en 1995 y ahí hablaba de cómo en la sociedad del futuro y en la sociedad de la información íbamos a sufrir una dependencia y un autoritarismo brutal. O sea, en 1995 ya se anticipaba lo que está pasando ahora, igual que lo hizo Orwell en 1949 con 1984. Creo que debemos reflexionar sobre ello. Por miedo a estar fuera, por salirnos del negocio, no hacemos nada, y somos nosotros los que estamos alimentando al monstruo.
¿Qué red social será la próxima que se pondrá de moda?
Estoy aburridísima de las redes sociales. Llevo como un año o dos diciendo, por favor, que salga una nueva que me divierta, porque de Snapchat yo ya no soy público, podría estar encantada con trece años, ahora no me interesa nada.
Eres videoblogger de tecnología. ¿Cómo te pilla el fenómeno youtuber? ¿Lo entiendes? ¿Sigues a algún youtuber?
Lo respeto y me gusta muchísimo, alucino cuando veo todo lo que aprenden mis sobrinos con los tutoriales de YouTube. Yo no soy público, y lo que veo es por trabajo y por estar al día. Toda acción tiene su reacción y los que nos empachamos de tecnología hemos vuelto al libro de papel, y eso no significa ser viejuno, eso significa que no puedo vivir sin mi móvil y yo voy a trabajar con mi portátil, pero a la vez necesito mis libros. Siempre fui una enamorada de la tecnología desde que entró en mi casa un Spectrum cuando era pequeña. Mi hermano, que es ingeniero de telecomunicaciones, lleva toda la vida trabajando en Movistar y el primer «zapatófono» entró cuando todavía no los tenía la gente. Recuerdo la primera vez que lo utilicé, estaba en Madrid, salí a la terraza y llamé a un amigo irlandés y flipé, le dije: «¡Estoy en una terraza hablando con Irlanda y aquí no hay ningún cable!». Pero en los últimos años nos hemos empachado, y sobre todo hay cierta decepción. Pensábamos que la tecnología nos haría más civilizados, que nos haría más modernos, más libres, más poderosos; que haría la vida mejor, y no, lo que pasa es que las cosas, en vez de estar escritas en papel, están escritas en píxeles, pero el ser humano sigue siendo el mismo de siempre..
Un ordenador acaba de ganarles al póker a cinco de los mejores jugadores del mundo. ¿Hacia dónde se dirige la IA? ¿Tenemos que preocuparnos?
Creo que no. Hace poco, este verano, escribí un reportaje sobre Watson, que es una tecnología de IBM, y tuve la suerte de que me dedicaran horas para explicármelo. Pienso que no tienes que tener más miedo a una máquina que a un humano, al final todo dentro tiene el bien potencial y el mal potencial. Puede que haya humanos que utilicen las máquinas, y que programen las máquinas, y que les den libertad a las máquinas para funcionar, pero siempre detrás hay un humano. Confío bastante en la especie, siempre hemos sobrevivido a barbaries horrorosas gracias a nuestro instinto de supervivencia. De hecho, me gustaría vivir la era de la computación cognitiva. Imagina cuando ya no necesitemos aprender idiomas y podamos comprender todos los idiomas del mundo, sin que desaparezcan, y cuando un ordenador pueda hacer por nosotros esa labor de pasearnos por Google de arriba abajo a ver qué encuentro, de ir a bibliotecas, de llamar a tu amigo… y te ponga la mejor información sobre la mesa en un segundo, imagínate.
Se habla mucho del boom digital, pero se consume más televisión que nunca…
Son complementarios. Tenemos en el presente una prepotencia brutal de mirar el pasado por encima del hombro como si nosotros fuéramos mejores. Pensamos que los antiguos eran tontos y no sabían nada y nosotros ya lo sabemos todo. Hay una cosa ahora que no tenemos que perder de vista, el que llegue un medio nuevo no tiene que matar al anterior. Aprendemos mucho leyendo en las hemerotecas. Nos enseñan que casi todas las reacciones se repiten. Cuando llegó la radio, los periódicos de papel temblaron; cuando llegó la televisión, la radio tembló; cuando llegó internet, el papel tembló e incluso la radio tuvo miedo. Entonces, cuando viene alguien nuevo, lo tomas como una amenaza y luego te das cuenta de que convives con todo. Hoy tenemos radio, tenemos tele, tenemos internet…
Incluso, en ese sentido, hay como una vuelta a los formatos físicos como el vinilo o las revistas de papel, ¿no?
Sí, de hecho ahora estoy trabajando en un proyecto que me está haciendo documentarme mucho sobre la historia reciente de los vinilos y me he encontrado con los comediscos, y dices: «Pero ¡qué cosa tan bonita!, ¿por qué tiene que desaparecer un comediscos?», si solo la palabra es para besarla, es una cosa preciosa. Creo que lo interesante es que vayamos incorporando todo y luego siempre llegará una selección natural en la que las cosas que no interesen irán desapareciendo solas. Eso lo explica muy bien Harari, en su libro Sapiens; el ser humano se impuso sobre otras especies porque las mató. Somos un poco genocidas. Solo hay que mirar el presente y la historia. Ahora es tiempo de acabar con esa idea de que por llegar unos nuevos matamos a otros.
En 2003 un nuevo medio digital holandés, De Correspondent, conseguía un millón de euros en una campaña de crowdfunding. Este mes llegaba a los cincuenta y dos mil socios de pago, batiendo todos los récords. Con cifras como estas, ¿crees que el periodismo de reportajes está en peligro?
Pienso que el periodismo nunca va a estar en peligro, lo que pasa es que tiene que ir cambiando de forma, por supuesto, y tiene que encontrar un medio de financiación, que nunca ha sido fácil. Si vas a las hemerotecas y ves artículos de 1920 y 1930, ya cuentan lo mismo. La información siempre ha sido un negocio ruinoso. Solamente hubo un poco como de excentricidad histórica al final del veinte, cuando surgieron las grandes corporaciones y se forraron, pero porque era otra coyuntura. El periodismo va a existir siempre porque es una necesidad humana.
Holanda tiene dieciséis millones de habitantes y hay cincuenta y dos mil suscriptores. El medio eldiario.es tiene veinte mil y es el medio con más suscriptores en España. ¿Por qué nos cuesta pagar por estar informados?
Estamos hablando de Holanda, cuyo nivel económico es más alto, quizás tenga otros referentes culturales y tengan otra idea, no tienen tan asumida la cultura de la pillería. Eso es un clásico, y nos tenemos que reír y estar orgullosos de lo que somos. No es que haya que sacar pecho de ser unos pillos, pero no podemos negarlo. Tenemos que asumir lo que somos, nos guste o no.
¿No os acordáis, hace ya mucho tiempo, cuando éramos pequeños y en el viaje de estudios, cuando teníamos dieciséis años e íbamos a Europa, que había que robar periódicos de la calle? Todos los adolescentes veníamos con la misma historia. Hay un paralelismo.
Nosotros, los que vivimos del periodismo, estamos concienciados con pagar por la información e intentamos que más gente lo esté, pero es difícil. Hay una cultura muy extendida entre los usuarios de internet que es «si es gratis, para qué voy a pagar». La información no se valora, se paga más por el entretenimiento.
¿Vale para algo estudiar Periodismo?
Eso es como el huevo o la gallina. Creo que muchas veces se hace demasiada sangre con la carrera de Periodismo y no estoy de acuerdo. Yo estudié el plan de cinco años, que era un poco picaflor, nos enseñaban un poco de Derecho, un poco de Economía, hicimos poquísimas prácticas… Por supuesto ese plan era muy mejorable, sobre todo faltaban muchas prácticas. Pero si yo no hubiese hecho esa carrera, no tendría ni idea de qué es el derecho, no sabría que es un balance de cuentas, y nadie me hubiese hablado de los flujos de información. En la redacción te echan a la calle o te dicen «tráeme esto», pero no te hacen crítico y no te hacen ver cómo se maneja la información y cuáles son los grandes emporios de la comunicación. Creo que sí que es necesaria la carrera. Me da igual si se estructura en una carrera de Periodismo y luego ya te buscas la vida o te especializas, o si estudias Derecho y luego haces un «bloque» que sea de Periodismo, pero lo que sí es imprescindible es que te enseñen el oficio, porque es un oficio. Que te enseñen cómo se estructura la información, que te enseñen la diferencia de la opinión y de la información, porque eso es una cosa que se ha perdido con los blogs.
Hay datos actuales que indican que el 95% de los estudiantes de Periodismo no compran el periódico.
No compran el periódico, porque el periódico en papel, con perdón, murió hace mucho tiempo. Tenemos ahí el cadáver todo el día en el kiosco, que no sirve de nada. Es que es tan terrible que cuando yo voy a un bar y veo el periódico de papel, cojo mi móvil para leerlo ahí. Eso es un cadáver ya.
¿Estás suscrita a algún medio digital? ¿Compras alguna revista en papel?
Comprar revistas sí. Con respecto a las revistas digitales, les he regalado a mis padres la suscripción a eldiario.es.
¿Cuáles son tus revistas de cabecera?
La última vez que fui al aeropuerto compré Jot Down. Sobre todo compro mucho papel cuando voy fuera, me traigo un montón de revistas porque se aprende muchísimo, aunque yo, la verdad, soy muchísimo más digital.
¿Tienes algún proyecto nuevo en mente?
Ahora, mientras me dejo veinticinco horas al día en Yorokobu, estoy escribiendo un libro, del que no puedo decir nada porque tengo un contrato de confidencialidad. Me hace muchísima ilusión. Fue una propuesta de una editorial y me lo estoy pasando de flipar, porque toda la idea que tenía yo de cómo era nuestro país está cambiando mucho a mejor, es fantástico. Me estoy dando cuenta de que vivimos de muchos tópicos y de muchas generalidades y de muchísimos prejuicios, y esa imagen que muchas veces tenemos de esa España casposa, cuando te pones a excavar, descubres que no es así y surge un sentimiento de admiración muy, muy bonito por la gente que vino antes, y también de entenderlos y de entenderlo todo, y de hecho una de las cosas más fascinantes que me ha ocurrido con esto es que, como dije al principio, yo pensaba que el acontecimiento histórico más brutal que se había producido en muchos siglos era el cambio del mundo analógico al digital, y ahora piensas «pues no». Pienso que hay que hacerles muchas reverencias a los baby boomers, porque el verdadero cambio lo dieron ellos con las lavadoras, con las minifaldas y con ese cambio tan brutal que le sdebemos a las mujeres que nos criaron.
Si lees mucho, ¿se te seca el cerebro?
[Risas]. Al contrario, lo que pasa es que Don Quijote existe, es mi amor, entonces es un homenaje a él, y es justo lo contrario, es una amenaza a la lectura. De hecho pienso que, si no lees, se te seca el cerebro y eres un esclavo, que es peor.
¿Qué estás leyendo ahora? ¿Qué libro recomendarías a los lectores que les hiciese más felices?
Ahora, como estoy escribiendo un libro, estoy leyendo muchísimo sobre la historia de España. Hay un libro que he releído porque me parece maravilloso: Plomo en los bolsillos, de Ander Izagirre. Lo acabo de terminar de releer por segunda vez porque me fascina. También he vuelto a releer, porque son maravillosas, las Crónicas de los años cincuenta de García Márquez. En su tercer volumen hay un reportaje de un tipo que estuvo atado dos años a un palo, se enfadó con su mujer, salió como «aquí te quedas» y volvió a los treinta y tantos años. La historia es increíble, es mejor que cualquier serie, es una cosa brutal. Entonces yo insisto siempre: cuidado con la ceguera del presente, porque la innovación está en el pasado, no está en el futuro, que no lo conocemos. Si queremos ser creativos, si queremos innovar, si queremos hacer cosas distintas, si queremos cambiar las cosas, tenemos que aprender del pasado, porque si miramos solo el presente nos quedamos sin perspectiva. Y, si no hay perspectiva, vemos el mundo deformado.
No hay comentarios:
Publicar un comentario