En una hamaca de lona
La asombrosa categoría de Youtubers en la que se consignan próximas novedades me confirma en la idea de que la literatura ya no es lo que era (sino, a lo peor, mejor)
1. Odios
Pasé una hermosa tarde de agosto tumbado en una hamaca bajo un arce frente a la resplandeciente quietud del lago Rangeley (y no lejos de donde Wilhelm Reich investigaba con su generador de energía orgónica), leyendo Pierre y Jean (Alba; traducción de María Teresa Gallego Urrutia y Amaya García Gallego), una nouvelle de Guy de Maupassant publicada en 1889 y famosa no sólo por su excelente factura, sino por incluir, a modo de prólogo, un breve ensayo (‘La novela’), bastante flaubertiano, acerca del naturalismo literario y contra las manías taxonómicas de la crítica. La historia, que ha sido llevada muchas veces a la pantalla (Buñuel se basó en ella para su Una mujer sin amor, 1952), es una variación más del utilizadísimo tema del odio entre hermanos, un asunto recurrente en la literatura desde los episodios de Caín y Abel o de Atreo y Tiestes: uno piensa en los Karamazov (Dostoievski), en los dos hermanos de Dombey e hijo (Dickens), en Jason y Quentin de El ruido y la furia (Faulkner), en los conflictos fraternos de Galdós, de Balzac, en la rivalidad entre los dos hermanos confinados en el Gulag en La casa de los encuentros, una novela de Martin Amis (2006) que he vuelto a leer con placer. Odio entre hermanos: a veces por una primogenitura y un plato de lentejas, otras por amor, otras por una imprevista herencia. Como sucede en la vida “real”, a veces la inquina estalla por nimiedades: Olivia de Havilland y su hermana Joan Fontaine envidiaban sus respectivas popularidades; las hermanas Margaret Drabble y Antonia Byatt dejaron de hablarse por la posesión de un juego de té familiar. Y pocos odios tan intensos pueden verse en el cine contemporáneo como el que le profesa el triunfador Chuck (Michael McKean) al fracasado Jimmy (Bob Odenkirk) en la serie Better Call Saul. Por lo demás, y como exclama Stephen Dedalus en Ulises, haciéndose eco de la derrota de Ricardo III: “Estoy cansado de mi voz, la voz de Esaú; mi reino por un trago”. Y qué pereza, tener que regresar a Madrid.
2. Estreno
Acudí al estreno de la apabullante librería “de verdad” o, como dicen ellos, de brick and mortar (de ladrillo y cemento”) de Amazon en la icónica calle 34 de Manhattan, justo en frente de la fachada norte del Empire State Building. Gente guapa, diseño al modo Apple o Uniqlo (luminosidad, limpieza de volúmenes, elegancia minimal, incluida la inequívoca voluntad de que la acumulación de libros no “malogre” el efecto estético) y la nada oculta intención de seguir mordiendo terreno a las grandes cadenas. Además, los de Amazon escogieron bien el tempo: la inauguración de la librería coincidió con el primer día de la eraBezos en Whole Foods, la más célebre cadena de alimentos de calidad de Estados Unidos, un acontecimiento autocelebrado por el astuto nuevo propietario con rebajas de hasta el 40% en muchos productos y un eficacísimo y ultrarrápido servicio de envío a domicilio. Y es que a Jeff Bezos no le importa perder dinero en una primera fase con tal de laminar a la competencia, cosa que va logrando urbi et orbi. Capitalismo monopolista en acción a escala planetaria: lástima que a Paul Sweezy y Paul Baran, los dos grandes economistas marxistas, no les diera tiempo a analizarlo. Amazon arrasa porque, con su enorme despliegue de medios estratégicos, simplifica el trabajo del consumidor. Pobre competencia: como reza el lema de la megacompañía de Bezos, you are done,que podríamos traducir irónicamente como “estás listo”. Por aquí se temen que, en muy pocos años, las librerías independientes se conviertan en pintorescas rarezas reseñables en las guías turísticas. Por cierto, el único libro de autor español que pude ver en la flamante librería analógica de Amazon fue The Infatuations, de Javier Marías. Felicidades.
3. Estupefacciones
Lo que más me llama la atención en la programación de Espasa —uno de los sellos más comerciales de Planeta— no es ni Os salvaré la vida, una novela sobre el “buen” anarquista Melchor Rodríguez (1893-1972) escrita al alimón por Joaquín Leguina y Rubén Buren, bisnieto del protagonista; ni tampoco Toda la poesía (noviembre), del “polifacético” Luis Eduardo Aute; ni siquiera el prometedor Querido diario: hoy ha empezado la guerra (octubre), un dietario que, de 1935 a 1940, llevó la joven barcelonesa Pilar Duaygües Nebot y que han editado Tània Balló y Gonzalo Berger. No; llámenme frívolo, pero lo que me ha tenido colgado del catálogo espasiano no se encontraba ni en la sección de poesía, ni en la de ficción, ni en la de no ficción, sino en una asombrosa categoría, más allá de los géneros, denominada YOUTUBERS —así, como suena—, y en la que se consignan próximas novedades que me confirman en la idea de que la literatura ya no es lo que era (sino, a lo peor, mejor). De entre los títulos propuestos, me fijo, por ejemplo, en Eres el príncipe de todos mis palacios(octubre), una “reflexión poética sobre el más universal de los temas: el amor”, de Celopan, de quien se afirma que cuenta con 800.000 seguidores en Twitter (y, seguro, mucho menos improbables que los míos); o en El juego del hater(octubre), un“thriller sobrecogedor” de alguien (los nombres que eligen los youtubers no presentan marca de género) que se hace llamar Auron Play (así), que tenía cinco millones de seguidores en abril de 2017, y que “en su canal trata temas de humor y gasta bromas telefónicas”. No se sonrían: todos han escrito libros de éxito. Lo que tengo claro a estas alturas de mi vida, y a punto de ingresar en el tacho de basura de la historia, es que he equivocado mi vocación. Lo que yo quería, madre, es ser youtuber.
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