Desde noviembre de 2000 las grutas de Longmen son Patrimonio Mundial de la UNESCO.
Grutas de Longmen: tesoro arquitectónico sobre el precipicio
Las grutas de Longmen, uno de los cuatro grandes conjuntos de cuevas de China, representan el punto más álgido de la técnica escultórica y la quintaesencia del ancestral arte rupestre del país. Situadas a poco más de una decena de kilómetros al sur de Luoyang, en la provincia septentrional de Henan, constituyen un enorme conjunto de tesoros arquitectónicos y artísticos. Las montañas Xiang al este y las de Longmen en el oeste se alzan unas frente a otras a través del río Yi, que discurre mansamente de sur a norte entre ambas escarpaduras. Dicha disposición orográfica asemeja la solemne entrada a una fortaleza, de ahí que las grutas se conozcan también con el nombre de “puerta del río Yi”.
Las grutas de Longmen incluyen más de dos mil cuevas excavadas en la roca y un número superior a las cien mil esculturas, cifras que dejan atónitos a visitantes y turistas. Según el verso de un poema de la dinastía Tang dedicado a este lugar, “en sus escarpados precipicios, las exquisitas esculturas budistas se elevan unas sobre otras en innumerables estratos”, una forma clásica de resumir la espléndida belleza y el encanto de este lugar. A lo largo de los siglos, muchos literatos han dejado aquí su huella. A orillas del río Yi se alzan alrededor de dos millares de inscripciones en piedra, que conforman una especie de museo natural de epigrafía.
Las primeras cuevas del complejo de Longmen se remontan a la dinastía Wei del Norte (386-534). Con el fin de consolidar el poder en las Llanuras Centrales, en el año 494 el emperador Xiaowen (467-499) trasladó su capital desde Pingcheng (Datong), en la provincia de Shanxi, a Luoyang en Henan. Después, para ganarse el apoyo popular y otorgarle estabilidad a su reinado, ordenó tallar las primeras estatuas budistas en las grutas de Longmen, con lo que dicha religión comenzó a tomar fuerza de manera gradual en la región. Los posteriores cambios de dinastía no afectaron al desarrollo de las cuevas, que prosiguió durante varios siglos hasta alcanzar su punto más intenso con la dinastía Tang (618-907).
Los nichos excavados en las sucesivas etapas reflejan claramente las peculiaridades propias de cada momento histórico. Las imágenes budistas de época Wei siguen los modelos límpidos y gráciles de las grutas de Yungang en Datong; el puente redondeado de las narices revela la simplicidad y benevolencia del Buda, y los retratos femeninos expresan la delicada hermosura de la mujer de etnia han. Las representaciones de la época Tang, por su parte, conceden más importancia a la rotundidad de las figuras, y muestran la suntuosa belleza de la feminidad china, siendo el ejemplo más ilustre la llamada cueva de los diez mil budas. Dicha gruta está repleta de esculturas de la más alta calidad: lotos en forma de trono, apsaras (ninfas) voladoras, colosos soportando enormes pesos, todas ellas expresan la gratitud de la emperatriz Wu Zetian (624-705) hacia Buda tras haber ascendido al trono.
Estilo escultórico Tang
Las esculturas de Sakiamuni de la cueva de los diez mil budas son un fiel reflejo del estilo típico de la dinastía Tang. En su interior, desplegadas a lo ancho de los lados sur y norte de la cueva, podemos encontrar más de veinte mil pequeñas figurillas que representan a los diez mil budas del Paraíso Occidental y el mundo seglar que contempla regocijado. Esa grandeza del conjunto, y su elevada destreza artística, no dejan de asombrar a quien hasta allí se adentra.
La gruta más grande de los barrancos del lado oriental es la del templo Kanjing, construido por el budismo chan durante la dinastía Tang, en cuyo interior se encuentran los veintinueve luohan que simbolizan a los respectivos ancestros chan. Se trata de una muestra del ascenso de esa rama del budismo, y de la brillantez alcanzada por la cultura religiosa budista, durante los años de esplendor de esta época dinástica.
De las innumerables representaciones budistas de las grutas de Longmen, la más grande en extensión y la de mayor vigor escultórico es sin duda el Gran Buda de Lushena. La gigantesca escultura, mandada tallar por la emperatriz Wu Zetian hace ya más de 1.300 años, aparece sedente con ademán sereno en la pared de la cueva. El renombre mundial de este Gran Buda se debe en primer lugar a la extraordinaria habilidad técnica con la que fue realizado y a su majestuosa apariencia, con una altura que alcanza los 17 m y una mirada afable y confiada que transmite solemnidad y benevolencia; no importa desde qué ángulo lo contemplemos, siempre tendremos la sensación de ser observados por él, como si nos viéramos envueltos por su luz. El segundo motivo de su extensa fama es que, a pesar de haber sido tallado hace tantos siglos, la figura se mantiene prácticamente intacta, lo que ha llevado a muchos especialistas a efectuar indagaciones para tratar de encontrar alguna pista sobre su inmutabilidad.
El secreto, descubierto tras una serie de exhaustivos estudios, radica en el modo en el que los antiguos escultores aprovechaban las circunstancias dadas en beneficio propio a la hora de realizar sus obras. Al comenzar sus trabajos, los artistas descubrieron en las escarpadas paredes de las colinas del lado occidental una piedra caliza sólida y natural, que resultó ser un excelente material a la hora de tallar el Gran Buda de Lushena dando así inicio al gran proceso de creación de la enorme figura. Para conseguir que la escultura resistiera en su lugar durante los siglos venideros, los astutos artistas de la época se valieron del flujo natural de las aguas para construir un sistema de drenaje, mediante el tallado en la pared rocosa de dos canales de desagüe a ambos lados de la imagen, que conducen la corriente directamente hasta el lecho del río Yi. De este modo, protegieron al buda de la erosión provocada por las lluvias, permitiendo que aún ahora podamos disfrutar de sus limpios y hermosos colores, su sonrisa compasiva y su encanto refinado y carente de afectación.
En noviembre de 2000 el conjunto de grutas de Longmen fue incluido en la lista de Patrimonio Mundial de la UNESCO, como testimonio glorioso del esplendor de una época remota de la historia china. La vieja capital de Luoyang incrementa su encanto con el paso del tiempo, y nos hace reflexionar sobre nuestro devenir, enseñando el camino al extraviado y sosegando al impetuoso.
Situarse a orillas del río Yi junto a las grutas decoradas y contemplar la antigua capital de trece dinastías, admirar la destreza escultórica, invocar la bendición de los budas, percibir el refinamiento de las imágenes, meditar sobre la prosperidad de los tiempos pasados y mirar hacia el futuro con expectación, son actividades únicas que solo se pueden realizar en este singular paraje. Entre las montañas y el agua, sobran las palabras ante el esplendor de los siglos.
Publicado originalmente en: Revista Instituto Confucio.Número 54. Volumen III. Mayo de 2019.
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