Carmen Conde Sedemiuqse Esquimedes
1947, UN AÑO RARO
Sí, 1947 fue un año raro… raro a nivel mundial… raro en Argentina… la
gente va perdiendo la memoria… pero aquel año y para aquella humanidad, se
comenzó a tomar dimensión de las tragedias de la segunda guerra mundial… en
1945 la gente estaba aturdida por una Europa bombardeada, por los sonidos de la
metralla, por los cañones, los lanza granadas, y miraba con espanto el
resultado de la locura nazi y de la otra, la demencia aliada… parte de Europa
estaba arrasada, piedra sobre piedra, cascote sobre cascote, gentes deambulando
sin nada para comer, sin techo para cobijarse, no entendiendo por qué había
tanto olor a muerte, por qué unos pocos estaban vivos y el resto se había
perdido entre escombros… queriendo huir… queriendo ponerse a salvo… con
numerosos etcéteras para los que no hay palabras… ¿sabes?, el dolor de los
otros es difícil de explicar… no es posible traducir a palabras el dolor como
sentir… porque se trataba del dolor de la impotencia… el dolor de la zozobra…
un dolor inexplicable que la gente sentía en sus venas… no había palabras y
sólo se cruzaban miradas entre los sobrevivientes, el silencio podía respirarse…
muchos de ellos con historias increíbles de extrañas salvaciones… donde la
bomba había caído en la casa de al lado… o bien, mientras unos había logrado
alcanzar el refugio, otros se habían desorientado y habían muerto en el
intento… ¿cómo decirte?... el dolor aparece como una entidad subjetiva asociada
al espíritu bloqueado ante tanta barbarie…
Alguien sobreviviente de un campo de concentración nazi, se preguntaba a
sí misma dónde estaba Dios ante semejante atrocidad humana… ¿cómo era posible
que gente culta haya urdido la tragedia de los otros?... ¿cómo era posible que
gente con estudios universitarios haya creado semejante escenario de
apocalipsis?... ¿cómo?... te miras al espejo y no hay respuesta… ¿cómo Dios
permitió la exacerbación del odio?... ¿cómo Dios permitió que un puñado de
dementes llevasen a cabo un genocidio?... ¿cómo Dios permitió que seres humanos
fueran usados para experimentos médicos para luego asesinarlos?... no había
respuestas entonces, no las hay hoy mismo… sencillamente la barbarie no tiene
explicación y el negocio de la guerra es apenas explicable para aquellos que lo
ejercen para obtener sus ganancias, luego, la gente de la calle se ve superada
por tanta miseria humana traducida a sistemas de destrucción masiva… léase, el
mundo nazi había sacado a relucir lo peor del ser humano, pero los aliados se
habían colocado a la misma altura, y de hecho, en años posteriores a la guerra,
utilizaron los métodos nazis para continuar con experimentos humanos en Asia,
en África, y en América Latina… donde hicieron cosas aberrantes en nombre de la
incipiente ciencia de conveniencia… una ciencia carente de ética… una ciencia
dedicada al negocio de pocos, y no más que eso… la segunda guerra mundial había
exterminado los fundamentos filosóficos de las ciencias, y de ahí en más,
quedaría el negocio por el negocio mismo, despreciando la condición humana…
Como te digo, 1947 fue un año raro… a la gente le comenzó a caer la
ficha de lo ocurrido en Hiroshima y Nagasaki… un agosto negro en la historia
humana en la Tierra… ¿dónde había estado Dios?... ¿dónde habían estado los
ángeles de esas víctimas?... habían evaporado almas por un acto de guerra…
almas de inocentes… almas que habían quedado impregnadas en suelos y paredes…
almas que se habían fundido en la nada, al sólo efecto de conseguir una
rendición incondicional… no había diferencia entre la locura nazi y la demencia
aliada… por entonces, en Europa no poca gente comenzó a entender que la guerra
no la habían terminado los aliados sino los rusos… pero igualmente, la
resultante era un cúmulo de sensaciones donde imperaba el vacío… cuando caminas
por Hiroshima te quedas con un nudo en la garganta, pero no sólo no te salen
las palabras, te brotan las lágrimas con sólo pensar lo que allí sucedió en
cuestión de segundos… eso mismo le pasaba a los hijos de la guerra… portaban un
dolor que no se traduce… de hecho, no es bueno vivir sin sueños… y a los
sobrevivientes les quedaba un destino sin esperanzas… respiraban, no más que
eso… asumiendo que no sólo eran sobrevivientes de la guerra, sino
sobrevivientes de un negocio de pocos que había involucrado a todos… aislando a
unos de otros… sembrando un singular estado de caos… en la intimidad, no pocos
humanos pensaban que no había Dios, no había ángeles, y esta vida no era otra
cosa que una condena… motivos no les faltaban, razones tampoco…
Es necesario tener cuenta que por aquellos años las noticias iban lentas
y se iban desgranando de a poco… diarios, corresponsales de guerra, espías de
uno y otro lados, radio… y hasta allí… muchas cartas que habían comenzado a
transitar distancias se habían perdido por el camino… se habían perdido entre
medio de la demencia de unos pocos… y sus eventuales destinatarios tenían
paraderos desconocidos, por lo tanto, no había respuestas… las miradas
sucumbían a los horizontes y la gente percibía que el mañana era un día más de
condena… si no lo pasas, no lo entiendes… si no lo pasas, no lo sabes… si no lo
pasas no sabes cuánto duele… así como te digo, Argentina estaba lejos y tanto
las víctimas como los victimarios habían comenzado a llegar por distintos
medios… los primeros (víctimas) huyendo como podían… los segundos (victimarios)
protegidos por los gobiernos aliados y también por los rusos… ya quedan pocos
con la memoria de aquella Berlín dividida, antes del muro… ya quedan pocos con
la memoria de aquella Alemania partida en mil pedazos y ocupada por dementes
con discurso de salvadores… cuando se pierde la memoria… la historia real
permanece flotando en las paradojas de la posteridad…
Mientras todo esto cursaba, tragedias personales mediante… un hombre con
fuerte iniciativa y mejor voluntad, bajaba de un tren que lo había sacado de
Buenos Aires (estación Constitución) y lo había transportado a Mar del Plata,
cuatrocientos kilómetros hacia el sur de la Provincia de Buenos Aires… era lo
que se dice un laburante… que le ponía el pecho a las balas de la vida… que se
había caído y se había levantado una y mil veces… que no sabía de barcas pero
sí sabía de remos… él viajaba hacia Chapadmalal, una colonia naciente a la vera
de una ruta provincial donde junto a su esposa, estaban construyendo una casita
de campo para pasar los veranos agobiantes… la estafeta era una cabecera donde
habían adquirido un par de terrenos pequeños, uno en una lomada desde donde se
veía el mar… otro un poco más alejado, sobre un barranco, donde habían elegido
el “lugar de sus sueños”, en las postrimerías de las Sierras de los Padres… por
entonces, además de distancias, había soledad, silencios, y naturaleza de
sobra… una conjunción nada desdeñable para los mortales en sus tránsitos…
Entre Mar del Plata y Chapadmalal hay unos veintiséis kilómetros… y una
vez que llegabas a la estafeta contigua a la ruta, debías andar un rato largo
para alcanzar el lugar del relato… quizás un par de kilómetros más… poco más,
poco menos… luego del tren, el trayecto entre la ciudad y la estafeta se cubría
con unos micros pequeños donde la gente viajaba incómoda, pocos asientos, mucha
gente parada y sosteniéndose de los pasamanos, muchas paradas, subir, buscar
espacio, sacar boleto, y estar allí hasta llegar a destino… el viaje de estos
colectivos se extendía por 45km, entre Mar del Plata y Miramar, así es que
Chapadmalal quedaba justo en el medio (queda aún hoy)… una parada ideal para
bajarse… sin perder de vista que la ruta se había terminado de construir en
1938 y que iba bordeando el mar… de un lado acantilados profundos y del otro
las lomas de las Sierras de los Padres…
El viaje era agotador, pero había que ver cómo iba la obra… él tenía una
máquina fotográfica de cajón, pero esa había quedado en Buenos Aires, así es
que había que mirar y estar presente…
Aquel día llovía… mucho… la ruta era un jabón… y la gente viajaba
apretujada en un colectivo incómodo por demás… cabe acotar que al costado
derecho del conductor y su máquina boletera (pasajes)… había una especie de
baranda de caños rígidos que aislaban la caja de cambios del pasillo central…
pegado a dicha baranda iba este hombre, haciendo fuerza para mantener el
equilibrio cerca de la puerta… lo demás te lo imaginas… lluvia, ruido del
motor, luces, tránsito pesado en la ruta, escasas banquinas, barros laterales,
sin accesos señalizados, es decir, todo una aventura de la vida de cada
pasajero… cada uno pensando en sus dramas y rogando a Dios llegar a destino…
En dicho viaje… en aquella ruta… algo se cruzó… o algo se vino de la
contramano… o algo confundió al conductor… o algo… y el micro pequeño se
desplazó hacia la banquina derecha, pisando el barro… derrapando… y volcando…
en un suceso curioso, aquel que iba agarrado a la baranda contigua al lugar de
la caja de cambios, la boletera y el conductor… apareció de la nada, del otro
lado de la baranda… como si ésta se hubiese desmaterializado para dejarlo pasar
y ponerlo a salvo del lío que había del otro lado… donde había gente herida,
gente golpeada, y hasta gente muerta… faltaba para Chapadmalal, así es que
otros automovilistas acudieron en el socorro, avisando a autoridades que a su
vez, avisaron al hospital de Mar del Plata… él ayudó a quienes pudo… y luego,
bajo la lluvia torrencial se dedicó a caminar… evaluando cómo era lo que le
había sucedido… por qué la baranda había desaparecido por un instante dejándolo
pasar, para luego reconstituirse y dejarlo completamente a salvo… evidentemente
no era su hora… pero había algo más… ¿un ángel?... sí, había sido un ángel…
indudablemente… su ángel… el que había llegado con él en 1920… hasta su muerte
en 1982, repetía que había sido su ángel…
Tal vez, los ángeles que no estaban en Europa en 1945, habían huido a
las Américas… ¿sabes?, la barbarie apabulla a los espíritus… he llegado a la
conclusión que la miseria humana no tiene límites, y hace un daño monumental a
las personas de buena fe… pero espanta a los ancestros, y a los ángeles,
también…
Carmen Conde Sedemiuqse Esquimedes
todo está bajo registro de propiedad intelectual
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