Auguste Rodin baja a los infiernos
La Academia de Bellas Artes de San Fernando expone las visiones del autor de ‘El pensador’
Se trata de 140 grabados inspirados en la obra de Dante Alighieri
Los mecenas son gente muy suya, pero necesaria. Indispensable, si lo que se pretende es que los creadores de obras de arte puedan seguir ejercitándose en sus estudios sin ser molestados por las moscas cojoneras del prosaico y mundanal ruido. Cuidado: no es que el mundo del arte esté precisamente ante unos señores cuya vocación y acción se deslicen por los caminos del puro altruismo. No. El mecenas siempre pide algo a cambio de su generosidad, que a veces es sincera y otras hipócrita. Por ejemplo, reconocimiento social. Por ejemplo, favor político. Por ejemplo, el acceso meteórico a ciertas esferas del arco social en teoría vedadas al común de los mortales, un poco como si fueran el Juliane Sorel parido por Stendhal en su Rojo y negro: el acceso a un mundo que, en teoría, no nos toca.
Pongamos por caso Maurice Fenaille. Este señor, además de pionero y magnate de la industria petrolífera en la Francia de finales del XIX, fue miembro de la Academia de Bellas Artes. ¿El motivo? Su condición de coleccionista impenitente y de amigo de los artistas, entre ellos, y sobre todo, aunque no solo, Auguste Rodin.
Entre viaje y viaje a lo largo y ancho del mundo y entre invención y comercialización de lubrificantes, saxoleínas, oleonaftinas y todo tipo de aceites de petróleo (lo que le hizo rico) Fenaille fue comprando obra a Rodin, le encargó unas Bañistas para decorar la piscina interior de su mansión de Neuilly, se dedicó a entender por igual al genio y al ogro y, en el caso que nos ocupa, sufragó los gastos de lo que desde 1897 es conocido como el Album Fenaille, cuyos 139 estremecedores grabados cuelgan desde ayer y hasta el 11 de noviembre en las salas de la Calcografía Nacional, Academia de Bellas Artes de San Fernando, según se entra a la izquierda, en la exposición Figuras de sombras.
Son los popularmente conocidos como dibujos negros de Rodin, inquietante saga gráfica edificada a lo largo del tiempo por el creador de El pensador y Los burgueses de Calais. Su relación con las Pinturas negras de Goya transcurre, en el caso de esta exposición, por una doble vía: sus propias concomitancias temáticas y el hecho de que, en noviembre, los Desastres de la guerra propiedad de la Academia de Bellas Artes de San Fernando viajarán hasta Burdeos para ser expuestos en el Museo de Aquitania, que es justo de donde proceden las estampas del Album Fenaille.
El álbum fue editado en 1897 por la casa Goupil, firma pionera en las nuevas técnicas de reproducción de imágenes artísticas. Eran los balbuceos de la democratización del arte: la multiplicación y comercialización de obras de arte mediante la técnica del fotograbado, creada en 1870 por Henri Rousselon, permitió a muchos acceder a un universo que hasta entonces había sido exclusiva o fundamentalmente cosa de aristócratas y demás adinerados. Las obras ejecutadas por Rodin en el Album Fenaille encuentran su inspiración en el Infierno de Dante, y fueron creadas por el artista de forma paralela a una de sus creaciones mayores, Las puertas del Infierno, obra inacabada y colosal (seis metros de alto por cuatro de ancho) que pueden contemplarse en un lugar de honor del Museo Rodin de París, una suerte de respuesta a las Puertas del Paraíso esculpidas cuatro siglos antes en Florencia por Lorenzo Ghiberti. Las visiones de origen bíblico expresadas por Rodin resultan estremecedoras: espectros condenados al suplicio, amantes arrastrados por la tempestad, violentos acosados por centauros, herejes (Mahoma incluido) destripados, blasfemos como pasto de las llamas, ladrones convertidos en reptiles, corruptos ahogados en pez...
El visitante potencial a las salas de la Calcografía Nacional ha de saber que la exposición que verá, que solo ha visitado Tokyo, Roma y Florencia, apenas tiene precedentes en España, si nos referimos a la dimensión de Auguste Rodin (París, 1840-Meudon, 1917) como dibujante: solo la muestra celebrada hace diez años en Salamanca sobre los Arrepentimientos del artista puede servir de referencia.
Pero, lo que son las cosas, puede que una exposición así acabe pasando por Madrid sin pena ni gloria. Porque no habrá vallas publicitarias que la anuncien ni en calles ni en autobuses ni en prensa. Tampoco el visitante podrá adquirir el catálogo. No lo hay. Y no lo hay porque no ha habido dinero para editarlo. Y no lo ha habido porque todos los hipotéticos patrocinadores a los que se dirigieron los responsables de la Calcografía Nacional, con su responsable Juan Bordes a la cabeza, se toparon con un innegociable “no”. “Es increíble, solo pedíamos 8.000 euros, pero hoy las entidades financieras prefieren indemnizar a sus directivos salientes que ayudar a la cultura”, lamenta Bordes.
Los mecenas son gente muy suya, etcétera, etcétera...
François-Auguste René Rodin (París, 1840-Meudon, 1917) es uno de los nombres capitales en la historia de la escultura. El primer moderno, como le llamaron algunos críticos, estudió con obsesión la anatomía del cuerpo humano antes de lanzarse a interpretarlo —y deformarlo— desde postulados impresionistas y poco académicos, lo que le valió la inquina inicial de parte del mundillo artístico de la época.
Sus obras fundamentales son El pensador, Los burgueses de Calais, el Monumento a Balzac, Las puertas del Infierno y El beso.
Genial y dueño de un carácter explosivo, el artista mantuvo una intensa y tormentosa relación sentimental con la también escultora Camille Claudel, que fue su pupila y a la que acabaría abandonando, siendo esta ingresada en una institución psiquiátrica. Una película, Camille Claudel, protagonizada por Gérard Depardieu e Isabelle Adjani, cuenta aquella historia.
Pongamos por caso Maurice Fenaille. Este señor, además de pionero y magnate de la industria petrolífera en la Francia de finales del XIX, fue miembro de la Academia de Bellas Artes. ¿El motivo? Su condición de coleccionista impenitente y de amigo de los artistas, entre ellos, y sobre todo, aunque no solo, Auguste Rodin.
Entre viaje y viaje a lo largo y ancho del mundo y entre invención y comercialización de lubrificantes, saxoleínas, oleonaftinas y todo tipo de aceites de petróleo (lo que le hizo rico) Fenaille fue comprando obra a Rodin, le encargó unas Bañistas para decorar la piscina interior de su mansión de Neuilly, se dedicó a entender por igual al genio y al ogro y, en el caso que nos ocupa, sufragó los gastos de lo que desde 1897 es conocido como el Album Fenaille, cuyos 139 estremecedores grabados cuelgan desde ayer y hasta el 11 de noviembre en las salas de la Calcografía Nacional, Academia de Bellas Artes de San Fernando, según se entra a la izquierda, en la exposición Figuras de sombras.
Son los popularmente conocidos como dibujos negros de Rodin, inquietante saga gráfica edificada a lo largo del tiempo por el creador de El pensador y Los burgueses de Calais. Su relación con las Pinturas negras de Goya transcurre, en el caso de esta exposición, por una doble vía: sus propias concomitancias temáticas y el hecho de que, en noviembre, los Desastres de la guerra propiedad de la Academia de Bellas Artes de San Fernando viajarán hasta Burdeos para ser expuestos en el Museo de Aquitania, que es justo de donde proceden las estampas del Album Fenaille.
El álbum fue editado en 1897 por la casa Goupil, firma pionera en las nuevas técnicas de reproducción de imágenes artísticas. Eran los balbuceos de la democratización del arte: la multiplicación y comercialización de obras de arte mediante la técnica del fotograbado, creada en 1870 por Henri Rousselon, permitió a muchos acceder a un universo que hasta entonces había sido exclusiva o fundamentalmente cosa de aristócratas y demás adinerados. Las obras ejecutadas por Rodin en el Album Fenaille encuentran su inspiración en el Infierno de Dante, y fueron creadas por el artista de forma paralela a una de sus creaciones mayores, Las puertas del Infierno, obra inacabada y colosal (seis metros de alto por cuatro de ancho) que pueden contemplarse en un lugar de honor del Museo Rodin de París, una suerte de respuesta a las Puertas del Paraíso esculpidas cuatro siglos antes en Florencia por Lorenzo Ghiberti. Las visiones de origen bíblico expresadas por Rodin resultan estremecedoras: espectros condenados al suplicio, amantes arrastrados por la tempestad, violentos acosados por centauros, herejes (Mahoma incluido) destripados, blasfemos como pasto de las llamas, ladrones convertidos en reptiles, corruptos ahogados en pez...
El visitante potencial a las salas de la Calcografía Nacional ha de saber que la exposición que verá, que solo ha visitado Tokyo, Roma y Florencia, apenas tiene precedentes en España, si nos referimos a la dimensión de Auguste Rodin (París, 1840-Meudon, 1917) como dibujante: solo la muestra celebrada hace diez años en Salamanca sobre los Arrepentimientos del artista puede servir de referencia.
Pero, lo que son las cosas, puede que una exposición así acabe pasando por Madrid sin pena ni gloria. Porque no habrá vallas publicitarias que la anuncien ni en calles ni en autobuses ni en prensa. Tampoco el visitante podrá adquirir el catálogo. No lo hay. Y no lo hay porque no ha habido dinero para editarlo. Y no lo ha habido porque todos los hipotéticos patrocinadores a los que se dirigieron los responsables de la Calcografía Nacional, con su responsable Juan Bordes a la cabeza, se toparon con un innegociable “no”. “Es increíble, solo pedíamos 8.000 euros, pero hoy las entidades financieras prefieren indemnizar a sus directivos salientes que ayudar a la cultura”, lamenta Bordes.
Los mecenas son gente muy suya, etcétera, etcétera...
Arte, genio, amor, tormento
Sus obras fundamentales son El pensador, Los burgueses de Calais, el Monumento a Balzac, Las puertas del Infierno y El beso.
Genial y dueño de un carácter explosivo, el artista mantuvo una intensa y tormentosa relación sentimental con la también escultora Camille Claudel, que fue su pupila y a la que acabaría abandonando, siendo esta ingresada en una institución psiquiátrica. Una película, Camille Claudel, protagonizada por Gérard Depardieu e Isabelle Adjani, cuenta aquella historia.
LA CUARTA PÁGINA
El príncipe de las tinieblas
"Drácula", la novela de Bram Stoker, nos enseña que no somos dueños de nuestros deseos, por eso nos perturban. Pero es también, entre muchas otras cosas, una novela sobre la escritura de un libro
Se ha cumplido este año, en el mes de abril, el centenario de la muerte del escritor irlandés Bram Stoker, autor de Drácula(1897), de la que Oscar Wilde dijo que era la novela más bella escrita jamás. Es extraño un calificativo así referido a un libro que habla de la desgracia de existir, de un mundo presidido por la abyección y el mal. La novela comienza con el diario de Jonathan Harker, un agente inmobiliario que viaja a la remota región de los Cárpatos para formalizar la venta de una casa en Londres, y que no tarda en descubrir que es prisionero del extraño y monstruoso ser que le acoge en su castillo.
En uno de los pasajes de este diario, Jonathan Harker nos narra su encuentro con tres lujuriosas mujeres que irrumpen en su habitación aprovechando la ausencia del conde, su amo y señor. Son tres vampiras y, aunque Harker se da cuenta enseguida de que algo maléfico las impulsa, no puede evitar caer bajo su hechizo. “Mi corazón, escribe, se inflamó con un deseo malvado y ardiente de que me besaran con aquellos labios rojos”. Representan, como la Lilith bíblica, el lado oscuro y perverso del ser femenino, la amenaza de una sexualidad libre, sin las ataduras de la religión o las convenciones sociales. Primo Levi, en su relato Lilith, describe así a la primera compañera de Adán: “A ella le gusta mucho el semen del hombre, y anda siempre al acecho de ver adónde ha podido caer (generalmente en las sábanas). Todo el semen que no acaba en el único lugar consentido, es decir, dentro de la matriz de la esposa, es suyo: todo el semen que ha desperdiciado el hombre a lo largo de su vida, ya sea en sueños, o por vicio o adulterio”. Ese semen desperdiciado, el que tiene que ver con los sueños y los deseos inconfesables, es el símbolo de esa sexualidad oscura y siempre ávida de nuevas víctimas que representa el vampiro.
Drácula, escrita en plena época victoriana, habla con un atrevimiento insólito en su época del deseo sexual. Ese deseo no sólo aparece en los merodeos nocturnos del conde sino en el consentimiento de sus víctimas. Una de las leyes que rigen el mundo de los vampiros es que estos sólo pueden entrar en una casa si alguien los llama desde su interior, lo que explica la frase con que el conde recibe a Jonathan Harker, al comienzo de la novela, en la puerta de su castillo: “Entre libremente”. Es decir, porque así lo desea. Es Jonathan Harker el que desea besar los labios rojos de la vampira, y serán, más tarde, Lucy y Mina, la prometida de Jonathan, las que llamen al conde para ofrecerse a él. Las escenas de esa entrega son de una intensidad sexual que todavía hoy, en que la sexualidad ha dejado de ser un tabú, nos hacen estremecernos, y no es difícil imaginar lo que supuso en su tiempo leer unos pasajes como estos.
Drácula, la novela de Bram Stoker, nos enseña que no somos dueños de nuestros deseos, por eso nos perturban. No es cierto que nuestro cuerpo nos pertenezca, siempre pertenece a otro: a aquel o aquella que lo hace despertar. Mina y Lucy rechazan todo lo que el conde representa —la oscuridad, el daño, el dominio—, y sin embargo una y otra vez le llaman a su lado pues inconscientemente ansían ese semen que se pierde en las noches, que no llega a la matriz de la esposa, y que representa la sexualidad libre que no dejan de anhelar. Pero mientras que Lucy termina devorada por esa sexualidad y por transformarse ella misma en una vampira; Mina logra sustraerse a su influjo gracias a la fuerza del amor. La historia de estas dos muchachas es sin duda el corazón de este libro extraordinario.
Pero Drácula es también, entre muchas otras cosas, una novela sobre la escritura de un libro. Un libro que lector ve crecer ante sus ojos, como esa obra que separa la razón de la locura, el mundo de los hombres del de la animalidad y el mal. Todos los que se acercan a Drácula comparten misteriosamente esta necesidad de escribir, de contar lo que les sucede cuando se acercan a él, y así, tras el diario de la visita al castillo del conde de Jonathan Harker, nos encontraremos con el diario de Mina y con las cartas que ésta intercambia con su amiga Lucy. A estos documentos no tardan en sumarse las notas de los doctores Seward y del doctor Van Helsing. Todos ellos padecen, como Hamlet, la misma compulsión a anotar lo que ven, sin perder ni un solo momento, como si supieran que lo que está en peligro no es sólo sus propias vidas sino la posibilidad misma de lo humano.
Drácula representa lo que Nietzsche llamó la “gran razón del cuerpo”, que es justo lo que niegan los sensatos diarios que leemos, como si eso tan humano de lo que no dejan de hablar, con su sometimiento a todos los convencionalismo de la época, terminara por resultar insignificante. Sólo el conde Drácula habla de lo que somos, sólo en él se esconde nuestra verdad.
Las victorias de Drácula, como las del demonio cristiano, proceden de una comprensión profunda de la naturaleza de sus víctimas. El hecho de que Lucy se transforme en vampira, y que la misma Mina esté a punto de hacerlo, significa que esas damas sangrientas que tanto temen viven agazapadas en su interior. Drácula no hace sino liberarlas, pues nadie puede transformarse en algo que no es. La amenaza del vampiro está inscrita en la misma naturaleza de sus víctimas. Habla en suma de todo lo que estas son y se niegan a reconocer.
Todo esto aparece expresado con perturbadora y bella crueldad en la escena de la vampirización de Mina. Drácula se acerca a la joven y, tomándola en sus brazos, le dice que a partir de ahora será de su raza, será carne de su carne, sangre de su sangre, su compañera y su ayudante. Luego posa una mano sobre su hombro para sujetarla y, tras desnudar su cuello con la otra, se inclina sobre ella para beber su sangre. Y, al día siguiente, Mina anota en su diario, recordando la escena: “Yo estaba desconcertada y, por extraño que parezca, no deseaba entorpecerle”. A pesar de todo el horror que le produce el conde, lo que Mina nos dice es que deseaba entregarse a él.
Pero no sólo es Mina la que cae bajo el influjo de Drácula, sino que también este se siente turbado, al menos unos instantes, por la irrupción de un sentimiento nuevo, incompatible con su naturaleza demoníaca: la intuición del amor humano. Así es, en efecto, como el doctor Seward describe el comportamiento de Drácula en la misma escena: “A pesar de las circunstancias, me resultó curioso observar que, en tanto que el rostro (del conde), blanco de color, se agitaba convulso sobre la cabeza inclinada de la mujer, las manos acariciaban tierna y amorosamente su cabello revuelto”.
Drácula representa el mundo del deseo sin límites, sin moral, sin posibilidad de aplazamiento o renuncia; Mina, el mundo paciente e inquieto del amor humano, tan cercano a esa escritura que trata de liberarse de la tiranía de las convenciones sociales y atender las razones del cuerpo. Y lo perturbador de esta novela es que nos dice que esos mundos no pueden dejar de estar juntos. El deseo le pide al amor que prolongue sus goces, y el amor le pide al deseo que no lo deje sin locura. Ambos buscan lo que no puede ser: las nupcias entre la vida y la muerte.
En uno de los pasajes de este diario, Jonathan Harker nos narra su encuentro con tres lujuriosas mujeres que irrumpen en su habitación aprovechando la ausencia del conde, su amo y señor. Son tres vampiras y, aunque Harker se da cuenta enseguida de que algo maléfico las impulsa, no puede evitar caer bajo su hechizo. “Mi corazón, escribe, se inflamó con un deseo malvado y ardiente de que me besaran con aquellos labios rojos”. Representan, como la Lilith bíblica, el lado oscuro y perverso del ser femenino, la amenaza de una sexualidad libre, sin las ataduras de la religión o las convenciones sociales. Primo Levi, en su relato Lilith, describe así a la primera compañera de Adán: “A ella le gusta mucho el semen del hombre, y anda siempre al acecho de ver adónde ha podido caer (generalmente en las sábanas). Todo el semen que no acaba en el único lugar consentido, es decir, dentro de la matriz de la esposa, es suyo: todo el semen que ha desperdiciado el hombre a lo largo de su vida, ya sea en sueños, o por vicio o adulterio”. Ese semen desperdiciado, el que tiene que ver con los sueños y los deseos inconfesables, es el símbolo de esa sexualidad oscura y siempre ávida de nuevas víctimas que representa el vampiro.
Drácula, escrita en plena época victoriana, habla con un atrevimiento insólito en su época del deseo sexual. Ese deseo no sólo aparece en los merodeos nocturnos del conde sino en el consentimiento de sus víctimas. Una de las leyes que rigen el mundo de los vampiros es que estos sólo pueden entrar en una casa si alguien los llama desde su interior, lo que explica la frase con que el conde recibe a Jonathan Harker, al comienzo de la novela, en la puerta de su castillo: “Entre libremente”. Es decir, porque así lo desea. Es Jonathan Harker el que desea besar los labios rojos de la vampira, y serán, más tarde, Lucy y Mina, la prometida de Jonathan, las que llamen al conde para ofrecerse a él. Las escenas de esa entrega son de una intensidad sexual que todavía hoy, en que la sexualidad ha dejado de ser un tabú, nos hacen estremecernos, y no es difícil imaginar lo que supuso en su tiempo leer unos pasajes como estos.
Drácula, la novela de Bram Stoker, nos enseña que no somos dueños de nuestros deseos, por eso nos perturban. No es cierto que nuestro cuerpo nos pertenezca, siempre pertenece a otro: a aquel o aquella que lo hace despertar. Mina y Lucy rechazan todo lo que el conde representa —la oscuridad, el daño, el dominio—, y sin embargo una y otra vez le llaman a su lado pues inconscientemente ansían ese semen que se pierde en las noches, que no llega a la matriz de la esposa, y que representa la sexualidad libre que no dejan de anhelar. Pero mientras que Lucy termina devorada por esa sexualidad y por transformarse ella misma en una vampira; Mina logra sustraerse a su influjo gracias a la fuerza del amor. La historia de estas dos muchachas es sin duda el corazón de este libro extraordinario.
Pero Drácula es también, entre muchas otras cosas, una novela sobre la escritura de un libro. Un libro que lector ve crecer ante sus ojos, como esa obra que separa la razón de la locura, el mundo de los hombres del de la animalidad y el mal. Todos los que se acercan a Drácula comparten misteriosamente esta necesidad de escribir, de contar lo que les sucede cuando se acercan a él, y así, tras el diario de la visita al castillo del conde de Jonathan Harker, nos encontraremos con el diario de Mina y con las cartas que ésta intercambia con su amiga Lucy. A estos documentos no tardan en sumarse las notas de los doctores Seward y del doctor Van Helsing. Todos ellos padecen, como Hamlet, la misma compulsión a anotar lo que ven, sin perder ni un solo momento, como si supieran que lo que está en peligro no es sólo sus propias vidas sino la posibilidad misma de lo humano.
Drácula representa lo que Nietzsche llamó la “gran razón del cuerpo”, que es justo lo que niegan los sensatos diarios que leemos, como si eso tan humano de lo que no dejan de hablar, con su sometimiento a todos los convencionalismo de la época, terminara por resultar insignificante. Sólo el conde Drácula habla de lo que somos, sólo en él se esconde nuestra verdad.
Las victorias de Drácula, como las del demonio cristiano, proceden de una comprensión profunda de la naturaleza de sus víctimas. El hecho de que Lucy se transforme en vampira, y que la misma Mina esté a punto de hacerlo, significa que esas damas sangrientas que tanto temen viven agazapadas en su interior. Drácula no hace sino liberarlas, pues nadie puede transformarse en algo que no es. La amenaza del vampiro está inscrita en la misma naturaleza de sus víctimas. Habla en suma de todo lo que estas son y se niegan a reconocer.
Todo esto aparece expresado con perturbadora y bella crueldad en la escena de la vampirización de Mina. Drácula se acerca a la joven y, tomándola en sus brazos, le dice que a partir de ahora será de su raza, será carne de su carne, sangre de su sangre, su compañera y su ayudante. Luego posa una mano sobre su hombro para sujetarla y, tras desnudar su cuello con la otra, se inclina sobre ella para beber su sangre. Y, al día siguiente, Mina anota en su diario, recordando la escena: “Yo estaba desconcertada y, por extraño que parezca, no deseaba entorpecerle”. A pesar de todo el horror que le produce el conde, lo que Mina nos dice es que deseaba entregarse a él.
El deseo le pide al amor que prolongue sus goces, y el amor le pide al deseo que no lo deje sin locura
Pero no sólo es Mina la que cae bajo el influjo de Drácula, sino que también este se siente turbado, al menos unos instantes, por la irrupción de un sentimiento nuevo, incompatible con su naturaleza demoníaca: la intuición del amor humano. Así es, en efecto, como el doctor Seward describe el comportamiento de Drácula en la misma escena: “A pesar de las circunstancias, me resultó curioso observar que, en tanto que el rostro (del conde), blanco de color, se agitaba convulso sobre la cabeza inclinada de la mujer, las manos acariciaban tierna y amorosamente su cabello revuelto”.
Drácula representa el mundo del deseo sin límites, sin moral, sin posibilidad de aplazamiento o renuncia; Mina, el mundo paciente e inquieto del amor humano, tan cercano a esa escritura que trata de liberarse de la tiranía de las convenciones sociales y atender las razones del cuerpo. Y lo perturbador de esta novela es que nos dice que esos mundos no pueden dejar de estar juntos. El deseo le pide al amor que prolongue sus goces, y el amor le pide al deseo que no lo deje sin locura. Ambos buscan lo que no puede ser: las nupcias entre la vida y la muerte.
Gustavo Martín Garzo es escritor.
http://elpais.com/elpais/2012/09/13/opinion/1347547057_436572.html
el dispensador dice:
no es comedia la vida,
y lo dantesco no es del Dante,
la gracia que el verbo concede hacia adelante,
es una bendición más que brillante,
no se debe mirar hacia atrás,
ya que siempre se ara hacia el levante,
debiendo respetarse los ritmos,
así como las aguas brotantes,
no se crea insignificante,
el urdir daño a un tercero,
más allá del tiempo no hay aguaceros,
sino abismos intrigantes...
debes saber entonces,
que por aquí y por allá andan ángeles,
guiando a las almas sonantes,
así se las llama allá,
a los que se pronuncian como parlantes,
cuando el alma va a ser engendrada,
justo en el preciso instante,
se le concede una consciencia,
para que camine siempre hacia adelante,
no obstante la razón contrapone,
el deseo de una envidia aberrante,
y algunos suelen caer,
atrapados infraganti,
esos mismos suelen creer,
que nadie percibe los desplantes,
pero allí residen los ángeles,
señalando las intenciones,
aunque las palabras digan una cosa,
se estampan los corazones,
grabándose las paradojas,
andan escribiendo sin hojas,
no hay pétalo que no halle rosa,
cuando se toma distancia de la senda,
el árbol de la vida se deshoja,
allí brotarán las espinas,
y pesándose las palabras,
luego se juzgarán las cosas...
podrás creer que esto es incierto,
que no hay mundo detrás de los muertos,
mas puedo asegurarte humano,
que nada es como parece,
lo que crees ver es un sueño,
y aquello que se llama vida,
no es más que un examen sin tiempo,
si no colocas estacas,
a lo que tu huella destaca,
será cuestión de aceptar,
ya sin más y sin menos,
que las palabras condenan,
porque de la intención sé es dueño,
si en el alma no hay inocencia,
si en el espíritu no hay condición humilde,
puede ser que se te endilge,
que lo hecho no fue bueno,
por ello se debe atender,
al designio de la consciencia,
lo que se miente en la vida,
se paga en la trastienda...
quiero señalarte entonces,
que las tinieblas existen,
andan recogiendo las almas,
que hacen de su tiempo un chiste,
y ya que nada es como lo viste,
más vale que te concentres,
no es cuestión de lo que se piense,
sino sólo de sentimientos,
aquello que no es genuino,
siempre lo descubren los vientos,
y aunque halla mucha arena,
dunales y hasta desiertos,
puedo garantizarte,
que todo se ve desde el cielo,
de allí que subir la cuesta,
implique el honor eterno,
al Dios, la gracia y su verbo...
desde el comienzo de los tiempos,
cuando la creación fue concierto,
sucedió que hubo una luz,
que abarcó los desconciertos,
y eso no es cuestión de vivos,
como tampoco lo es de muertos,
vale para lo que existe,
más allá de la razón y los vientos,
y allí tomaron distancia,
los blancos de los negros,
no por colores de piel,
sino de auras, almas y espíritus infinitos, eternos,
nada puede alejarse de la gracia,
del don concedido y su talento,
para eso es la conciencia,
para alentar a un camino cierto,
y para ello es el ángel dado,
para evitar la envidia y el deseo negado...
el Dante lo supo ver,
por gracia de la concesión de sus sueños,
la Tierra no tiene norte,
aunque lo digan los sureños,
así como,
la Tierra no tiene sur,
aunque así lo pretendan los que se creen sus dueños,
cuando de aquí te vas,
no se juzgan las inocencias,
ni las obras de los espíritus buenos,
sólo se toman las palabras,
y las intenciones ocultas,
si se ha quebrado el afecto,
si se ha mentido la ayuda,
no habré alma que lo salve,
del algún escalón del infierno,
sus tormentos y sus locuras,
ya que allí no andan los sabios,
sino los que vendieron malas curas...
no creas que son palabras,
ni antojadizas advertencias,
en el infierno no hay clemencia,
ni aunque te vistas de bueno,
y no pienses que hay distancia,
entre el cielo y sus opuestos,
apenas hay un abismo,
donde no hay islas ni puertos...
¿y por qué te digo esto?,
justo en este momento,
de ahora en más soplarán raros vientos,
sembrando tribulaciones y desperfectos,
y aquello que creíste bueno,
valorable y hasta "eterno",
se hundirá en el averno,
cerca de concluir el invierno,
y aquello que fue negado,
mentido y hasta difamado,
dara vuelta a toda la Tierra,
descubriendo... descubriendo...
¿qué hará entonces el hombre?,
cuando su SOL no ilumine,
no haya conciencia,
ni ángel que guíe...?
deberás estar muy atento,
de las señales y sus signos del viento,
cuando decidas partir,
aún estarás atado a tu tiempo,
por lo tanto, ten cuidado,
que no te gane el desconcierto,
mira siempre hacia adelante,
usa siempre la compasión como escudo,
si hay misericordia de espíritu puro,
habrá solidaridad en tu futuro...
y de no ser esto posible,
de haber repelido lo cierto,
se deberá asumir...
lo que sigue a las tinieblas,
sólo se llama infierno.
Septiembre 16, 2012.-
el dispensador es un agente de la luz, del verbo en su significado esencial, de Dios como entidad guía de la humanidad toda, como raza, por ende... el dispensador sabe de los hijos de las tinieblas y sus artilugios... no obstante ello, cada alma recibe junto con la gracia, la potestad de "elegir" su camino, sosteniéndose en la luz concedida, o bien, alejándose de ella y acercándose a las tinieblas, que proporcionan comodidad y bienes a pesar de los prójimos, propios y ajenos... la luz conlleva un precio y las tinieblas otro distinto... es cuestión de elección según la convicción que te mueve a nacer... por ello, la luz es consigna del dispensador... al precio que sea.
- 2.1 Primer círculo (Limbo)
- 2.2 Segundo círculo (Lujuria)
- 2.3 Tercer círculo (Gula)
- 2.4 Cuarto círculo (Avaricia y Prodigalidad)
- 2.5 Quinto círculo (Ira y Pereza)
- 2.6 Sexto círculo (Herejía)
- 2.7 Séptimo círculo (Violencia)
- 2.8 Octavo círculo (Fraude)
- 2.9 Noveno círculo (Traición)
el dispensador dice:
no es comedia la vida,
y lo dantesco no es del Dante,
la gracia que el verbo concede hacia adelante,
es una bendición más que brillante,
no se debe mirar hacia atrás,
ya que siempre se ara hacia el levante,
debiendo respetarse los ritmos,
así como las aguas brotantes,
no se crea insignificante,
el urdir daño a un tercero,
más allá del tiempo no hay aguaceros,
sino abismos intrigantes...
debes saber entonces,
que por aquí y por allá andan ángeles,
guiando a las almas sonantes,
así se las llama allá,
a los que se pronuncian como parlantes,
cuando el alma va a ser engendrada,
justo en el preciso instante,
se le concede una consciencia,
para que camine siempre hacia adelante,
no obstante la razón contrapone,
el deseo de una envidia aberrante,
y algunos suelen caer,
atrapados infraganti,
esos mismos suelen creer,
que nadie percibe los desplantes,
pero allí residen los ángeles,
señalando las intenciones,
aunque las palabras digan una cosa,
se estampan los corazones,
grabándose las paradojas,
andan escribiendo sin hojas,
no hay pétalo que no halle rosa,
cuando se toma distancia de la senda,
el árbol de la vida se deshoja,
allí brotarán las espinas,
y pesándose las palabras,
luego se juzgarán las cosas...
podrás creer que esto es incierto,
que no hay mundo detrás de los muertos,
mas puedo asegurarte humano,
que nada es como parece,
lo que crees ver es un sueño,
y aquello que se llama vida,
no es más que un examen sin tiempo,
si no colocas estacas,
a lo que tu huella destaca,
será cuestión de aceptar,
ya sin más y sin menos,
que las palabras condenan,
porque de la intención sé es dueño,
si en el alma no hay inocencia,
si en el espíritu no hay condición humilde,
puede ser que se te endilge,
que lo hecho no fue bueno,
por ello se debe atender,
al designio de la consciencia,
lo que se miente en la vida,
se paga en la trastienda...
quiero señalarte entonces,
que las tinieblas existen,
andan recogiendo las almas,
que hacen de su tiempo un chiste,
y ya que nada es como lo viste,
más vale que te concentres,
no es cuestión de lo que se piense,
sino sólo de sentimientos,
aquello que no es genuino,
siempre lo descubren los vientos,
y aunque halla mucha arena,
dunales y hasta desiertos,
puedo garantizarte,
que todo se ve desde el cielo,
de allí que subir la cuesta,
implique el honor eterno,
al Dios, la gracia y su verbo...
desde el comienzo de los tiempos,
cuando la creación fue concierto,
sucedió que hubo una luz,
que abarcó los desconciertos,
y eso no es cuestión de vivos,
como tampoco lo es de muertos,
vale para lo que existe,
más allá de la razón y los vientos,
y allí tomaron distancia,
los blancos de los negros,
no por colores de piel,
sino de auras, almas y espíritus infinitos, eternos,
nada puede alejarse de la gracia,
del don concedido y su talento,
para eso es la conciencia,
para alentar a un camino cierto,
y para ello es el ángel dado,
para evitar la envidia y el deseo negado...
el Dante lo supo ver,
por gracia de la concesión de sus sueños,
la Tierra no tiene norte,
aunque lo digan los sureños,
así como,
la Tierra no tiene sur,
aunque así lo pretendan los que se creen sus dueños,
cuando de aquí te vas,
no se juzgan las inocencias,
ni las obras de los espíritus buenos,
sólo se toman las palabras,
y las intenciones ocultas,
si se ha quebrado el afecto,
si se ha mentido la ayuda,
no habré alma que lo salve,
del algún escalón del infierno,
sus tormentos y sus locuras,
ya que allí no andan los sabios,
sino los que vendieron malas curas...
no creas que son palabras,
ni antojadizas advertencias,
en el infierno no hay clemencia,
ni aunque te vistas de bueno,
y no pienses que hay distancia,
entre el cielo y sus opuestos,
apenas hay un abismo,
donde no hay islas ni puertos...
¿y por qué te digo esto?,
justo en este momento,
de ahora en más soplarán raros vientos,
sembrando tribulaciones y desperfectos,
y aquello que creíste bueno,
valorable y hasta "eterno",
se hundirá en el averno,
cerca de concluir el invierno,
y aquello que fue negado,
mentido y hasta difamado,
dara vuelta a toda la Tierra,
descubriendo... descubriendo...
¿qué hará entonces el hombre?,
cuando su SOL no ilumine,
no haya conciencia,
ni ángel que guíe...?
deberás estar muy atento,
de las señales y sus signos del viento,
cuando decidas partir,
aún estarás atado a tu tiempo,
por lo tanto, ten cuidado,
que no te gane el desconcierto,
mira siempre hacia adelante,
usa siempre la compasión como escudo,
si hay misericordia de espíritu puro,
habrá solidaridad en tu futuro...
y de no ser esto posible,
de haber repelido lo cierto,
se deberá asumir...
lo que sigue a las tinieblas,
sólo se llama infierno.
Septiembre 16, 2012.-
el dispensador es un agente de la luz, del verbo en su significado esencial, de Dios como entidad guía de la humanidad toda, como raza, por ende... el dispensador sabe de los hijos de las tinieblas y sus artilugios... no obstante ello, cada alma recibe junto con la gracia, la potestad de "elegir" su camino, sosteniéndose en la luz concedida, o bien, alejándose de ella y acercándose a las tinieblas, que proporcionan comodidad y bienes a pesar de los prójimos, propios y ajenos... la luz conlleva un precio y las tinieblas otro distinto... es cuestión de elección según la convicción que te mueve a nacer... por ello, la luz es consigna del dispensador... al precio que sea.
No hay comentarios:
Publicar un comentario