LA REGENERACIÓN DE UN BOSQUE QUEMADO
Carlos de Hita
Se va acabando el peor de muchos veranos, una estación que, pese al dicho, no conviene olvidar.
Tras el paso de las llamas, donde antes resonaba la música del bosque ahora sólo escuchamos el viento y el silencio.
Pero aunque no quede ni un árbol con vida, un bosque quemado no deja de ser un bosque. Desde el mismo final del incendio comienza la regeneración. Lo que sigue puede ser la secuencia idealizada, cargada de esperanza, del resurgir espontáneo de una nueva masa forestal a partir de sus cenizas. De ninguna en particular, la suma de todas en general.
Durante un tiempo las tierras calcinadas no serán más que un lugar vacío. Las lluvias de otoño son el principal peligro, ahora que el suelo está desprotegido y la vegetación, pulverizada en cenizas, se halla expuesta a la escorrentía.
Pero la primavera próxima algo empezará a reverdecer. Llegarán plantas rastreras y los primeros en recolonizar los espacios vacíos: moscas, ortópteros y algún bando de jilgueros deambulando aquí y allá en busca de semillas de cardos.
Diez años después –si alguien no ha decidido repoblar con los pinos que acabarán ardiendo treinta años más tarde- el nuevo proyecto de bosque ya ha arraigado. Por el momento no es más que un matorral reseco, como resecos son los cantos de las currucas que crían ocultas entre jaras y brezos. Rebaños de cabras mantienen a ralla la vegetación y obran el milagro de convertir estas matas ásperas en queso tierno.
Pasados otros diez años, entre los retoños de los que sobrevivieron al fuego y los nuevos tallos, en el bosque quemado vuelve a haber sombra bajo las copas. El viento ya mece los troncos y la variedad de cantos da lugar a confusiones. Por debajo siguen parloteando las currucas, pero en los troncos ya trepan los trepadores y en las copas deambulan petirrojos y páridos.
Monte Louro, en Galicia, se recupera tras ser arrasado por las llamas. | Carlos de Hita
A los treinta años del incendio el bosque avanza hacia la madurez. Los troncos son lo suficientemente recios como para servir de tambor a los picapinos; zorzales y mirlos endulzan la atmósfera con sus voces bien moduladas, y alguna pequeña rapaz forestal, en este caso un ratonero, deja oír su maullido sobre las copas.Medio siglo después el bosque vuelve a ser lo que era. Un ecólogo dirá que aún falta mucho en la sucesión al clímax, la estabilidad final. Pero para los simples paseantes, oyentes del concierto natural, el bosque habrá resurgido al fin de sus cenizas.
¡Ojalá y siempre!
@CarlosdeHita
el dispensador dice:
no pierdas tu color,
bosque iluminado,
¿dónde están los pinos que las llamas se han llevado?,
¿dónde sus semillas han quedado?,
¿por dónde pasarán los vientos que se andaban quejando?,
¿dónde quedaron los nidos allí resguardados?,
¿y dónde huyeron las aves al ver sus hogares arrasados?...
alguien habrá respirado,
el aire de allí emanado,
alguien habrá respirado,
la resina del árbol quemado,
¿cómo pudo el hombre haberlo ignorado?,
el calor ataca cuando el suelo es despreciado,
deja de llover cuando las almas se han secado,
nada ocurre por si acaso,
siempre hay causas detrás del ocaso,
muchas veces las llaman fracasos,
otras veces son frustraciones tras un abrazo,
las mentiras avanzan sin definir sus rasgos,
segundas intenciones envuelven el paso,
allí el árbol se ve avasallado,
no hubo sentido en el aire impregnado,
la naturaleza exige que sus hijos sean amados,
por aquellos que dicen que la razón han alcanzado,
pero la verdad se torna inapelable,
cuando no atiendes la huella,
no sabes qué conlleva tu paso,
cuando no logres la sombra,
justo allí valorarás el sentido del árbol.
SEPTIEMBRE 02, 2012.-
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