EN PORTADA / Entrevista
Secretos de escritorio
Un mueble imaginado, heredado de un joven poeta chileno desaparecido, es el eje de 'La gran casa', la nueva novela de la escritora estadounidense Nicole Krauss, finalista del National Book Award y aclamada por los lectores y la crítica. Desde Nueva York, Londres e Israel, cuatro voces construyen una trama sobre la pérdida, la extrañeza y la nostalgia
Andrea Aguilar Nueva York22 SEP 2012 - 00:00 CET4
Privilegiada es un adjetivo que a menudo le aplican a Nicole Krauss (Nueva York, 1974) en los círculos literarios neoyorquinos. Efectivamente procede de una acaudalada familia y creció en los suburbios de Long Island, en una casa considerada una joya arquitectónica, pero este comentario no resulta del todo pertinente en una ciudad donde se concentra un considerable número de millonarias fortunas. Quizá el término aluda a una veta de recelo o soslayada envidia, ese feo vicio contra el que no está vacunada ni la comunidad literaria, ni la ciudad de Nueva York.
Krauss se formó en las aulas de Stanford y Oxford. A los 27 años publicó su primera novela con una excelente acogida crítica y notable éxito comercial, y con su segunda, La historia del amor, quedó consagrada como una de las voces más dotadas y respetadas de su generación. Si en Llega un hombre y dice, su primera obra de ficción, se adentró en la incertidumbre que rodea la pérdida de memoria, en su siguiente libro hiló una trama en la que se cruzaban las vidas de una adolescente y un anciano exiliado, un manuscrito perdido y un romance truncado por la guerra y el exilio. Ha vendido cientos de miles de ejemplares, cuenta con una legión de admiradores, está traducida a más de treinta idiomas y con su tercer libro, La gran casa (Salamandra y La Magrana), que ahora llega a España, quedó finalista en el prestigioso National Book Award.
Puede que sea su timidez, su elegante belleza o un aura de misterio y discreción que rodea su vida privada lo que subyace tras ese recelo. Casada con el novelista Jonathan Safran Foer, es madre de dos niños. La pareja representa el relevo generacional del lado más glamuroso del Brooklyn literario desde que se instalaron en una espectacular casa en las proximidades de Prospect Park, o al menos así es como a la prensa le gusta referirse a la vivienda y al matrimonio. La gigantesca mesa empotrada en la que Krauss trabaja y que heredó del antiguo propietario está extrañamente relacionada con la génesis de La gran casa: hizo un cuento sobre un inmenso escritorio con 19 cajones que una novelista recibe en préstamo de un joven poeta chileno.
Ese mueble imaginado pasó a convertirse en el eje sobre el que gira su nueva novela, la peonza en torno a la que se arremolinan las cuatro voces que construyen La gran casa desde Nueva York, Londres e Israel. Nadia, una escritora de mediana edad, desgrana los pormenores de cómo encontró en su oficio un refugio para escapar de la vida; Arthur, un don de Oxford, intenta reconciliarse con el enigma que durante décadas ha rodeado a su esposa, Lotte, una escritora alemana judía; Aaron, un anciano israelí, habla con desgarro de la distancia que siempre ha sentido hacia su hijo, y una muchacha americana describe su encuentro y enamoramiento con el hijo del temido anticuario Weisz. En torno a estos monólogos sobrevuela un sentimiento de pérdida, de extrañeza y de nostalgia, se habla de una novela nunca terminada sobre un tiburón que absorbe las pesadillas de aquellos que están conectados a él por medio de tubos y cables; de la historia de la destrucción del segundo templo de Israel y de la diáspora; y, también, del perpetuo ansia de reconstrucción de un espacio arrebatado, en busca de un tiempo ya perdido.
Krauss y su esposo guardan con celo su intimidad y la cita para la entrevista tiene lugar en un café. La escritora viste un sencillo traje blanco de algodón con tirantes, sandalias planas y unos discretos pendientes largos de los que cuelga un adorno pequeño de coral. Se expresa con determinación en un tono de voz dulce, y cuando se azora contesta con una pregunta y una sonrisa, como para tomar aire antes de lanzarse a responder.
PREGUNTA. Nadia, una de las voces protagonistas de su novela, habla con nostalgia de un tiempo en el que su ambición como escritora estaba intacta. ¿Cómo ha cambiado la suya en esta década?
RESPUESTA. Al principio solo anhelaba una oportunidad para dedicar mi vida a escribir. Tras publicar mi primera novela empecé a pensar qué libro era el que solo yo podía hacer. A la altura de La historia del amor esto se convirtió en la verdadera búsqueda. Ahora tengo sentimientos distintos, me importa cada vez menos la recepción que tendrá el trabajo, el mundo fuera de mi escritorio y de mi ordenador.
P. ¿Era esto lo que más le importaba?
R. Cuando publiqué mi primer libro me sentía atrapada por la pregunta sobre cuántos lectores justifican lo que de otra manera podría parecer autocomplaciente. Porque si escribes y no mucha gente te lee, quizá deberías hacer otra cosa que fuese más útil para el mundo. Esto es algo de lo que habla Nadia y que traté con Leo en mi anterior libro, un personaje que decía literalmente que escribía para sí mismo. La escritura te permite ser querido como no ocurre en la vida real, porque muestras en la página algo que no puedes enseñar en ningún otro espacio de la vida. Con el tiempo, no piensas en los demás, sino en ti misma, en qué debes hacer para sentir que no estás perdiendo el tiempo.
P. ¿Es entonces cuando arranca una conversación con otros autores? En La gran casa, parece que Roberto Bolaño es uno de los convocados.
R. No tengo una conversación con alguien en particular. Pero sí siento un afecto por determinados libros o autores, y la manera en que me han afectado aparece en mi trabajo. Les celebro. Cada vez que escribo pretendo defender la literatura.
Krauss pasa a hablar de su primer encuentro con Nocturno de Chile, de Bolaño, en 2003, de cómo quedó fascinada y no dejaba de recomendar su lectura a todo aquel con quien se cruzaba. La popularidad de la que goza hoy el novelista chileno entre el público estadounidense siente que le ha robado algo de intimidad —su nombre ya no es un secreto—, pero como escritora este es el tipo de encuentros que ansía tener. “En la juventud ocurren con más frecuencia”, reflexiona, “luego pasa menos, pero sigues necesitando esa apertura, pensar que es posible hacer cosas de una manera totalmente distinta. Un sonido, una música o un ritmo que nunca antes habías oído, circula en tu cabeza y te lleva a algún sitio. Es un poco de viento que te empuja en una dirección y luego haces descubrimientos que son tuyos”.
Los escritores y la escritura son un tema recurrente en la obra de Krauss —“mi idea es más de ratón de biblioteca que la que ofrece Bolaño con esos escritores rebeldes, marginales y súper cool”— y sin duda es un asunto sobre el que medita también fuera de la página. Puntúa su conversación con comentarios sobre Philip Roth, cuya manera de escribir sobre su padre la fascina, o Sebald, de quien admira su distancia narrativa. Al hablar del dilema que supuso la introducción de un artículo en el título de su novela hace una broma, eso no es en absoluto, eso no es lo que yo quería decir en absoluto, citando el verso de T.S. Elliot.
A los 14 decidió que esta sería su profesión, sintió que en la escritura podría construir su hogar, un concepto que no acababa de ubicar —“soy americana, pero mi madre es inglesa, mi padre israelí y mis abuelos eran de cuatro países distintos; me preguntaba, ¿dónde está el lugar del que procedo?”—. También como introvertida adolescente encontró en los libros un refugio seguro. “La gente habla de la escritura como un medio de expresarte, para mí se trata de una oportunidad de autocreación. Te ofrece la posibilidad de engrandecerte y tener más vidas”, explica. Ella entiende su profesión como un infinito espacio de libertad que permite abrir puertas nuevas, ajenas a las constricciones que la vida impone.
Se refiere a los “escritores como raza o especie” para apuntar el rechazo que muchos sienten a admitir influencias, a diferencia de lo que ocurre con los músicos. Ella está en desacuerdo. “Los escritores cristalizan muy lentamente en una solución de tiempo y experiencia, pero puede ser que eso ocurra a través de la lectura de algo a lo que no habrías llegado por tu cuenta”, afirma. A ella le pasó con Bolaño y más adelante con Bernhard, en cuya prosa encontró una musicalidad exquisita y distinta que apeló a su oído de poeta. Porque Krauss hasta los 25 no quería ni oír hablar de una novela, era poesía lo que ella hacía y compartía, entre otros, con su mentor Joseph Brodsky. “Acababa de empezar la universidad cuando vino a dar clase. El último día le entregué una carta con mis poemas y me llamó a la mañana siguiente. Pasamos ocho horas hablando. Me enseñó mucho sobre escritura. Estuvimos en contacto hasta su muerte cuatro años después”, recuerda.
Al regresar a Nueva York procedente de Oxford fue cuando se lanzó a escribir una novela, y dice que analizaba cada frase buscando la fórmula perfecta. Ahora se siente más libre y apela a su curiosidad creativa para explicar su búsqueda de nuevos retos. Pero tras los cambios de estilo y búsqueda de nuevos andamios y estructuras yuxtapuestas, tras su creciente rechazo a las fórmulas narrativas más clásicas —“la tercera persona me parece artificial, quiero escaparme para llegar a otro nivel de autenticidad”—, Krauss identifica dos temas que recorren sus novelas: la reacción ante una pérdida y el solipsismo.
P. La literatura aísla completamente a Nadia, su personaje, ¿es eso un peligro?
R. Con Nadia trataba de ver un caso extremo. El aislamiento de la escritura es algo que me importa a medida que me hago mayor y mi vida está más estructurada en torno a la familia. Esta disminución de experiencias puede suponer un problema, pero me encanta visitar sitios nuevos y viajar, salir de mi mundo. Soy bastante solitaria por naturaleza, así que intento empujarme a hacer esas otras cosas que también necesito. Con mis personajes, tengo curiosidad, quiero saber qué pasa en ese mundo, en esa vida y algunas de las preguntas que se hacen son mías, otras no, y puede que conozca la respuesta en lo que a mí se refiere, pero me resulta interesante plantearlas bajo otra luz.
P. El personaje también habla sobre la apropiación de historias ajenas.
R. Yo no lo he hecho, pero a medida que pasa el tiempo me doy cuenta de que me interesa más la vida real. A lo mejor esto tiene que ver con estar más presente en el mundo que me rodea debido a mis hijos. El vampirismo de Nadia me resulta extraño, porque para mí la escritura es un gigantesco acto de empatía. Pero todos los escritores en algún momento se plantean esta pregunta sobre cuánto de su vida o de las vidas que les rodean usarán, cuánto pueden empujar o dónde está la línea. Todos tenemos un límite.
P. ¿Hay algún estereotipo de escritor en el que odiaría caer?
R. Uno tiene que ser increíblemente serio y esto a veces es cargante. Cada día tener que sentarte y empujar y cavar para encontrar algo es agotador. Esa es la fuente de una seriedad reconcentrada que no es buena en la vida, porque a todos nos gusta la gente ligera.
En La gran casa, el joven poeta chileno Daniel Varsky se indigna ante la mención a Neruda y clama contra el monopolio que parece tener sobre cualquier verso procedente de ese país. ¿Siente Krauss que hay alguna escritora americana que tenga un monopolio parecido? La novelista se turba, mira inquieta su reloj, dice no comprender la pregunta, ofrece pagar la cuenta del café y en un suspiro desaparece por la puerta, con la misma rapidez con la que lo haría al final de un párrafo un personaje de ficción.
La gran casa / Casa gran. Nicole Krauss. Traducción de Rita da Costa / Maria Llopis. Salamandra / La Magrana. Barcelona, 2012. 352 / 368 páginas. 19 / 21 euros. nicolekrauss.com/
Nicole Krauss intervendrá el próximo miércoles, día 26, en el Hay Festival Segovia: Nicole Krauss en conversación con Pepa Bueno. 19.00 horas. Biblioteca Pública de Segovia.www.hayfestival.com/segovia/
el dispensador dice:
existió un tiempo del cincel y la roca,
existió un tiempo del teñido artesano,
existió un tiempo de la pluma de ganso,
existió un tiempo del lápiz,
existió un tiempo de la máquina de escribir,
rige hoy el tiempo de la tecla...
la piedra tiene vida por sí misma,
sin embargo las habilidades humanas pueden renovarla,
estableciendo un puente de intensidades y vivencias,
relieves, imágenes, óxidos, descripciones,
lo que brota del corazón permanece allí,
atesorado para siempre...
el intérprete se irá, pero la piedra permanecerá...
los colores existen más allá del ojo humano,
lo que se aprecia no es todo lo que existe,
pero la habilidad toma la fuente,
la manipula, la exprime y logra algo,
tinturas...
luego se agregarán cueros y tejidos...
el mentor se irá, pero los teñidos,
aún destiñéndose, permanecerán...
elegir la pluma,
disponer de las tintas,
pergamino o papel,
escribir, grabar, pintar,
da igual...
todo acompaña a la memoria de la humanidad,
algunos documentos perduran,
otros se esfuman,
lo que nutre las bibliotecas,
más allá del polvo, se conserva...
carbonillas finas o gruesas,
retratos que ni siquiera piensas,
nacen renglones todo se endereza,
el lápiz descubre cómo romper la pereza,
hoja tras hoja la imaginación se reinventa,
se va lejos con lo que se diseña,
el trazo se transforma en una recta,
lo que se dice es mucho más de lo que se expresa...
sigue la máquina con sus teclas,
duras de golpes buscando las letras,
cintas con tintas y fuerzas que acercan,
todo se escribe,
borrar es un problema,
vendrá la copia como idea ajena,
corregir y dar forma al mensaje para que se lea,
nace otra estirpe de manipuladores de letra...
finalmente aparece la tecla,
ahora las pantallas dominan la escena,
desplazas los dedos señalando letras,
escribes pensamientos de lo que se quiera,
se ha perdido la sensación de la mano en la forma,
la tecla imprime lo que guarda norma,
todo es veloz y se transforma,
ya nadie recuerda qué es la memoria...
en cada escritorio siempre hay secretos,
pasiones borradas o corazones desiertos,
miserias humanas se llevan los vientos,
cuando abres el cajón te atrapa el tiempo,
saltando te dejará sin aliento,
¿quién podrá creer lo que se ha descubierto?,
hubo un escrito al modo de documento,
había un destino flameando en lo incierto,
pero ya se fue y se desconoce la trama,
llega el silencio y la imaginación atrapa,
¿qué habrá sucedido con el padecer pasado?,
¿habrá pena en lo que ha quedado?,
la imaginación comenzará su viaje,
alguno dirá que otro el paisaje,
pero el lapso pasó y ya no hay testigos,
deja que se vaya y no atiendas lo que escribo...
sin embargo la semilla ya está en su tierra,
algo hace que la circunstancia vuelva,
y tomando entidad también gana vida,
alguien se ocupa mientras otro grita,
¿qué sucedió en aquel pasado?,
alguien rescató lo que estaba olvidado,
confiere nueva vida a un raro costado,
la vida revive naciendo de una mano,
¿quién salteó la tecla y burló el significado?,
mira, no importa...
cuando te vas... un espacio se habrá ocupado.
Septiembre 25, 2012.-
Krauss se formó en las aulas de Stanford y Oxford. A los 27 años publicó su primera novela con una excelente acogida crítica y notable éxito comercial, y con su segunda, La historia del amor, quedó consagrada como una de las voces más dotadas y respetadas de su generación. Si en Llega un hombre y dice, su primera obra de ficción, se adentró en la incertidumbre que rodea la pérdida de memoria, en su siguiente libro hiló una trama en la que se cruzaban las vidas de una adolescente y un anciano exiliado, un manuscrito perdido y un romance truncado por la guerra y el exilio. Ha vendido cientos de miles de ejemplares, cuenta con una legión de admiradores, está traducida a más de treinta idiomas y con su tercer libro, La gran casa (Salamandra y La Magrana), que ahora llega a España, quedó finalista en el prestigioso National Book Award.
Puede que sea su timidez, su elegante belleza o un aura de misterio y discreción que rodea su vida privada lo que subyace tras ese recelo. Casada con el novelista Jonathan Safran Foer, es madre de dos niños. La pareja representa el relevo generacional del lado más glamuroso del Brooklyn literario desde que se instalaron en una espectacular casa en las proximidades de Prospect Park, o al menos así es como a la prensa le gusta referirse a la vivienda y al matrimonio. La gigantesca mesa empotrada en la que Krauss trabaja y que heredó del antiguo propietario está extrañamente relacionada con la génesis de La gran casa: hizo un cuento sobre un inmenso escritorio con 19 cajones que una novelista recibe en préstamo de un joven poeta chileno.
Ese mueble imaginado pasó a convertirse en el eje sobre el que gira su nueva novela, la peonza en torno a la que se arremolinan las cuatro voces que construyen La gran casa desde Nueva York, Londres e Israel. Nadia, una escritora de mediana edad, desgrana los pormenores de cómo encontró en su oficio un refugio para escapar de la vida; Arthur, un don de Oxford, intenta reconciliarse con el enigma que durante décadas ha rodeado a su esposa, Lotte, una escritora alemana judía; Aaron, un anciano israelí, habla con desgarro de la distancia que siempre ha sentido hacia su hijo, y una muchacha americana describe su encuentro y enamoramiento con el hijo del temido anticuario Weisz. En torno a estos monólogos sobrevuela un sentimiento de pérdida, de extrañeza y de nostalgia, se habla de una novela nunca terminada sobre un tiburón que absorbe las pesadillas de aquellos que están conectados a él por medio de tubos y cables; de la historia de la destrucción del segundo templo de Israel y de la diáspora; y, también, del perpetuo ansia de reconstrucción de un espacio arrebatado, en busca de un tiempo ya perdido.
Krauss y su esposo guardan con celo su intimidad y la cita para la entrevista tiene lugar en un café. La escritora viste un sencillo traje blanco de algodón con tirantes, sandalias planas y unos discretos pendientes largos de los que cuelga un adorno pequeño de coral. Se expresa con determinación en un tono de voz dulce, y cuando se azora contesta con una pregunta y una sonrisa, como para tomar aire antes de lanzarse a responder.
PREGUNTA. Nadia, una de las voces protagonistas de su novela, habla con nostalgia de un tiempo en el que su ambición como escritora estaba intacta. ¿Cómo ha cambiado la suya en esta década?
“Al principio solo anhelaba escribir. Tras publicar mi primera novela empecé a pensar qué libro era el que solo yo podía hacer”
P. ¿Era esto lo que más le importaba?
R. Cuando publiqué mi primer libro me sentía atrapada por la pregunta sobre cuántos lectores justifican lo que de otra manera podría parecer autocomplaciente. Porque si escribes y no mucha gente te lee, quizá deberías hacer otra cosa que fuese más útil para el mundo. Esto es algo de lo que habla Nadia y que traté con Leo en mi anterior libro, un personaje que decía literalmente que escribía para sí mismo. La escritura te permite ser querido como no ocurre en la vida real, porque muestras en la página algo que no puedes enseñar en ningún otro espacio de la vida. Con el tiempo, no piensas en los demás, sino en ti misma, en qué debes hacer para sentir que no estás perdiendo el tiempo.
P. ¿Es entonces cuando arranca una conversación con otros autores? En La gran casa, parece que Roberto Bolaño es uno de los convocados.
R. No tengo una conversación con alguien en particular. Pero sí siento un afecto por determinados libros o autores, y la manera en que me han afectado aparece en mi trabajo. Les celebro. Cada vez que escribo pretendo defender la literatura.
Krauss pasa a hablar de su primer encuentro con Nocturno de Chile, de Bolaño, en 2003, de cómo quedó fascinada y no dejaba de recomendar su lectura a todo aquel con quien se cruzaba. La popularidad de la que goza hoy el novelista chileno entre el público estadounidense siente que le ha robado algo de intimidad —su nombre ya no es un secreto—, pero como escritora este es el tipo de encuentros que ansía tener. “En la juventud ocurren con más frecuencia”, reflexiona, “luego pasa menos, pero sigues necesitando esa apertura, pensar que es posible hacer cosas de una manera totalmente distinta. Un sonido, una música o un ritmo que nunca antes habías oído, circula en tu cabeza y te lleva a algún sitio. Es un poco de viento que te empuja en una dirección y luego haces descubrimientos que son tuyos”.
Los escritores y la escritura son un tema recurrente en la obra de Krauss —“mi idea es más de ratón de biblioteca que la que ofrece Bolaño con esos escritores rebeldes, marginales y súper cool”— y sin duda es un asunto sobre el que medita también fuera de la página. Puntúa su conversación con comentarios sobre Philip Roth, cuya manera de escribir sobre su padre la fascina, o Sebald, de quien admira su distancia narrativa. Al hablar del dilema que supuso la introducción de un artículo en el título de su novela hace una broma, eso no es en absoluto, eso no es lo que yo quería decir en absoluto, citando el verso de T.S. Elliot.
“Soy americana, mi madre es inglesa, mi padre israelí y mis abuelos de cuatro países; en la adolescencia me preguntaba, ¿dónde está el lugar del que procedo?”
Se refiere a los “escritores como raza o especie” para apuntar el rechazo que muchos sienten a admitir influencias, a diferencia de lo que ocurre con los músicos. Ella está en desacuerdo. “Los escritores cristalizan muy lentamente en una solución de tiempo y experiencia, pero puede ser que eso ocurra a través de la lectura de algo a lo que no habrías llegado por tu cuenta”, afirma. A ella le pasó con Bolaño y más adelante con Bernhard, en cuya prosa encontró una musicalidad exquisita y distinta que apeló a su oído de poeta. Porque Krauss hasta los 25 no quería ni oír hablar de una novela, era poesía lo que ella hacía y compartía, entre otros, con su mentor Joseph Brodsky. “Acababa de empezar la universidad cuando vino a dar clase. El último día le entregué una carta con mis poemas y me llamó a la mañana siguiente. Pasamos ocho horas hablando. Me enseñó mucho sobre escritura. Estuvimos en contacto hasta su muerte cuatro años después”, recuerda.
“La tercera persona me parece artificial, quiero escaparme para llegar a otro nivel de autenticidad”
Al regresar a Nueva York procedente de Oxford fue cuando se lanzó a escribir una novela, y dice que analizaba cada frase buscando la fórmula perfecta. Ahora se siente más libre y apela a su curiosidad creativa para explicar su búsqueda de nuevos retos. Pero tras los cambios de estilo y búsqueda de nuevos andamios y estructuras yuxtapuestas, tras su creciente rechazo a las fórmulas narrativas más clásicas —“la tercera persona me parece artificial, quiero escaparme para llegar a otro nivel de autenticidad”—, Krauss identifica dos temas que recorren sus novelas: la reacción ante una pérdida y el solipsismo.
P. La literatura aísla completamente a Nadia, su personaje, ¿es eso un peligro?
R. Con Nadia trataba de ver un caso extremo. El aislamiento de la escritura es algo que me importa a medida que me hago mayor y mi vida está más estructurada en torno a la familia. Esta disminución de experiencias puede suponer un problema, pero me encanta visitar sitios nuevos y viajar, salir de mi mundo. Soy bastante solitaria por naturaleza, así que intento empujarme a hacer esas otras cosas que también necesito. Con mis personajes, tengo curiosidad, quiero saber qué pasa en ese mundo, en esa vida y algunas de las preguntas que se hacen son mías, otras no, y puede que conozca la respuesta en lo que a mí se refiere, pero me resulta interesante plantearlas bajo otra luz.
P. El personaje también habla sobre la apropiación de historias ajenas.
R. Yo no lo he hecho, pero a medida que pasa el tiempo me doy cuenta de que me interesa más la vida real. A lo mejor esto tiene que ver con estar más presente en el mundo que me rodea debido a mis hijos. El vampirismo de Nadia me resulta extraño, porque para mí la escritura es un gigantesco acto de empatía. Pero todos los escritores en algún momento se plantean esta pregunta sobre cuánto de su vida o de las vidas que les rodean usarán, cuánto pueden empujar o dónde está la línea. Todos tenemos un límite.
P. ¿Hay algún estereotipo de escritor en el que odiaría caer?
R. Uno tiene que ser increíblemente serio y esto a veces es cargante. Cada día tener que sentarte y empujar y cavar para encontrar algo es agotador. Esa es la fuente de una seriedad reconcentrada que no es buena en la vida, porque a todos nos gusta la gente ligera.
En La gran casa, el joven poeta chileno Daniel Varsky se indigna ante la mención a Neruda y clama contra el monopolio que parece tener sobre cualquier verso procedente de ese país. ¿Siente Krauss que hay alguna escritora americana que tenga un monopolio parecido? La novelista se turba, mira inquieta su reloj, dice no comprender la pregunta, ofrece pagar la cuenta del café y en un suspiro desaparece por la puerta, con la misma rapidez con la que lo haría al final de un párrafo un personaje de ficción.
La gran casa / Casa gran. Nicole Krauss. Traducción de Rita da Costa / Maria Llopis. Salamandra / La Magrana. Barcelona, 2012. 352 / 368 páginas. 19 / 21 euros. nicolekrauss.com/
Nicole Krauss intervendrá el próximo miércoles, día 26, en el Hay Festival Segovia: Nicole Krauss en conversación con Pepa Bueno. 19.00 horas. Biblioteca Pública de Segovia.www.hayfestival.com/segovia/
el dispensador dice:
existió un tiempo del cincel y la roca,
existió un tiempo del teñido artesano,
existió un tiempo de la pluma de ganso,
existió un tiempo del lápiz,
existió un tiempo de la máquina de escribir,
rige hoy el tiempo de la tecla...
la piedra tiene vida por sí misma,
sin embargo las habilidades humanas pueden renovarla,
estableciendo un puente de intensidades y vivencias,
relieves, imágenes, óxidos, descripciones,
lo que brota del corazón permanece allí,
atesorado para siempre...
el intérprete se irá, pero la piedra permanecerá...
los colores existen más allá del ojo humano,
lo que se aprecia no es todo lo que existe,
pero la habilidad toma la fuente,
la manipula, la exprime y logra algo,
tinturas...
luego se agregarán cueros y tejidos...
el mentor se irá, pero los teñidos,
aún destiñéndose, permanecerán...
elegir la pluma,
disponer de las tintas,
pergamino o papel,
escribir, grabar, pintar,
da igual...
todo acompaña a la memoria de la humanidad,
algunos documentos perduran,
otros se esfuman,
lo que nutre las bibliotecas,
más allá del polvo, se conserva...
carbonillas finas o gruesas,
retratos que ni siquiera piensas,
nacen renglones todo se endereza,
el lápiz descubre cómo romper la pereza,
hoja tras hoja la imaginación se reinventa,
se va lejos con lo que se diseña,
el trazo se transforma en una recta,
lo que se dice es mucho más de lo que se expresa...
sigue la máquina con sus teclas,
duras de golpes buscando las letras,
cintas con tintas y fuerzas que acercan,
todo se escribe,
borrar es un problema,
vendrá la copia como idea ajena,
corregir y dar forma al mensaje para que se lea,
nace otra estirpe de manipuladores de letra...
finalmente aparece la tecla,
ahora las pantallas dominan la escena,
desplazas los dedos señalando letras,
escribes pensamientos de lo que se quiera,
se ha perdido la sensación de la mano en la forma,
la tecla imprime lo que guarda norma,
todo es veloz y se transforma,
ya nadie recuerda qué es la memoria...
en cada escritorio siempre hay secretos,
pasiones borradas o corazones desiertos,
miserias humanas se llevan los vientos,
cuando abres el cajón te atrapa el tiempo,
saltando te dejará sin aliento,
¿quién podrá creer lo que se ha descubierto?,
hubo un escrito al modo de documento,
había un destino flameando en lo incierto,
pero ya se fue y se desconoce la trama,
llega el silencio y la imaginación atrapa,
¿qué habrá sucedido con el padecer pasado?,
¿habrá pena en lo que ha quedado?,
la imaginación comenzará su viaje,
alguno dirá que otro el paisaje,
pero el lapso pasó y ya no hay testigos,
deja que se vaya y no atiendas lo que escribo...
sin embargo la semilla ya está en su tierra,
algo hace que la circunstancia vuelva,
y tomando entidad también gana vida,
alguien se ocupa mientras otro grita,
¿qué sucedió en aquel pasado?,
alguien rescató lo que estaba olvidado,
confiere nueva vida a un raro costado,
la vida revive naciendo de una mano,
¿quién salteó la tecla y burló el significado?,
mira, no importa...
cuando te vas... un espacio se habrá ocupado.
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