Viernes 20 de junio de 2014 | Publicado en edición impresa
Textos recuperados
El retorno de Alfonsina Storni
La revalorización de la poeta argentina más célebre se centra hoy no tanto en sus versos como en su periodismo, que revela a una feminista sutil. Un libro quemado (Editorial Excursiones) rescata muchos de esos escritos, entre ellos los que aquí se reproducen, nunca antes antologados y publicados originalmente en LA NACION, a comienzos de los años veinte, bajo el seudónimo Tao Lao
LAS PROFESORAS
¿Qué es usted, linda señorita, vestida con un traje de sarga marrón, zapatitos y medias de igual color, piel levantada hasta la discreta nariz, sombrero hundido hasta los rosados apéndices laterales (orejas), abundosas patillas de un brillante cabello al oro que hubiera hecho decir de nuevo a un poeta tropical:
¡Cuánto oro! ¡Cuánto oro!...
Habría lo suficiente
¡Para ir a Europa y volver!...
-¿Qué es usted, repito, señorita?
-Profesora.
-¿Y usted, la del mignon, sombrerito solferino, menudo busto, escasa pollera, elevados tacos, rizos sueltos y graciosa chaqueta?
-Profesora.
-Y usted, que carga los zapatos de aquella, los rizos de esta y la llamativa bufanda de cualquier otra, ¿qué es usted?
-Profesora.
Y caímos en cuenta de la abundancia.
Una chapita
La emancipación femenina de la monotonía del hogar en busca de nuevos campos para su actividad -según la frase en boga- ha tenido con gran frecuencia, como símbolo codiciado, una chapita.
Esta chapita no es invención femenina.
La introdujo al país por masculino, y acaso político conducto, una democracia pequeñita que substituyó el escudo por la chapa. La gente ha necesitado siempre "algo" que la acompañe desde las paredes de su casa; y es claro, los ídolos sufren la suerte y la decadencia de los hombres.
¿No es así, pequeñita del sombrero solferino?
Las profesoras
Así como las chapas masculinas vienen sufriendo desde hace algunos años una pequeña alteración de buen gusto (se habrá observado que de la inscripción "boticario" se pasó a la de "farmaceútico" y de la de "farmacéutico" a "químico-farmacéutico" y de la de "químico-farmacéutico" a "doctor en química", última etapa), las chicas resolvieron ascender también de condición, empezando por adquirir la chapa.
Y allí estaban, como llovidos del cielo, los conservatorios e institutos que fueron tomados por asalto.
Y hubo profesoras de canto, de solfeo, de piano, de violín, de dibujo, de repujado, de declamación, de corte y confección, etc.
Un aparte
Las profesoras de corte y confección nos merecen un aparte, pues ellas, de un solo golpe, han conseguido el título, la chapa y su aristocratizada inscripción.
Antes, cuando se quería entrar en relaciones comerciales con personas femeninas que cortaban y cosían, se buscaba por las calles unos figurines pegados detrás de un vidrio, cosa esta que delataba a la modista.
Esta modista no tenía más que una casera ciencia, casi hereditaria, y cortaba moldes y medía las distancias de los alforzones con cartoncitos.
El corte y confección, que es más distinguido, suprimió los figurines delatores, los moldes y los cartoncitos, empleando, en cambio, el centímetro, que es científico y matemático, y cuya sabia aplicación conduce al corte sin moldes, punto culminante de la ciencia de la costura.
Y esto que se llama la intelectualización de un oficio, ha suprimido de muchos hogares aquel pequeño lunar social que era la modista, para reemplazarlo por una chapita que lustra, limpia y da esplendor.
Los ceros
Un poeta europeo que anduvo por estas tierras, con menos suerte de la que pedía, dijo que el país, en manifestaciones artísticas, era la unidad seguida de ceros.
A buen seguro que si el matemático poeta hace una incursión por las fábricas de profesoras se traga con gesto bilioso la unidad, y deja a los ceros, huérfanos, apretaditos unos contra otros.
No haré yo tanto. Si el poeta me lo permite, en vez de suprimirla, multiplicaré la unidad, y para quedar bien con él, pues las cóleras celestes son peligrosas, no suprimiré, eso sí, una respetable cantidad de ceros.
Porque verdad es que la aspirante a profesora paga en su instituto una cantidad mensual y la selección, entonces, huelga; como también es verdad que los exámenes están gravados con derechos y conviene que el mayor número se examine y apruebe; como también es verdad que el diploma final cuesta una sumita saludable al instituto. Pero este sacrificio está dulcificado por las medallas, sobresalientes y citaciones especiales con que vuelve a su casa cargada la profesora.
Esto, sin embargo, no debiera llamarnos la atención.
¿Lo que ocurre en los institutos pagos no es, más o menos, lo que ocurre en los oficiales?
¿Acaso la consigna no es pasar, diplomar, hacer número?
¿Quién ha imitado a quién?
En la duda, y si me apuran mucho, va a cargar con todo el clima.
Punto
Señoritas profesoras, bellas y gentiles señoritas profesoras: todo lo dicho es elogio.
Si las liberto a ustedes, mediante un sonriente permiso, de la chapa, una cosa pesada, de los diplomas, medallas y sobresalientes, varias cosas pesadas, y me quedo con ustedes en esencia: pianistas, violinistas, recitadoras, concertistas, solfistas, etcétera, todo ello substancia espiritual bien o mal despertada, pero despertada al fin, las prefiero a cuando empleaban aquel tiempo de estudio, que las ha provisto de defensa económica, en jugar con las tijeritas de oro, mirando lánguidamente por el balcón... el horizonte, sin duda.
LAS MANICURAS
Cortad al hombre las manos y restaréis al cuerpo humano toda la gracia terminal y la sutilidad de su infinita armonía.
Las manos son al cuerpo como los pequeños brotes elegantes a las gruesas ramas. Se diría que en estas terminales de las distintas formas que la naturaleza adopta, esta se sutiliza como comprendiendo.
Y es que acaso la materia tenga también sus preferencias y sus aristocracias.
El tejido que forma las manos y se transparenta como una rosada porcelana en las delicadas yemas, tuvo, sin duda, allá en sus iniciales connubios con la materia informe, afinidad electiva con los pétalos delicados.
Porque no me negaréis que ser una célula de las yemas de los dedos no es lo mismo que serlo de un pesado molar. Hay oficios y oficios. Hay obreros y obreros.
Me imagino yo que los minúsculos cuerpos que forman, pongo por caso, los ojos y los dedos, han de estar así como en el jardín del cuerpo humano.
Y tomaos el trabajo de imaginar por un momento y para honra de las manicuras, que el cuerpo humano sea como una casa dividida en distintas dependencias destinadas a oficios diversos.
No me negaréis, que, al ser, ¡oh, bellas lectoras! una minúscula célula, quisierais hallaros formando parte de los ojos y de las manos, destinados a las más exquisitas funciones humanas.
Recordad, si no, aquella frase del hosco Quiroga, quien apretando deliciosamente la mano de una dama hizo florecer su brusquedad en una sentencia galante: "El amor, señora, entra por el tacto".
Y eso que ignoro si la bella mano provocadora de galanterías había sufrido el toque mágico de una manicura, oficio grato a la mujer, acaso por afinidad con las perezas del sexo que elige de preferencia tareas que exigen poco desgaste cerebral y fácil ejecución.
Es curioso observar, por ejemplo, que la cantidad de manicuras que, a cada paso, mientras se recorren las calles céntricas, destacan sus esmaltadas e insinuantes chapas azules surcadas de grandes letras blancas, es muy superior al de las pedicuras, oficio muy avasallado por el sexo fuerte.
Aquí un malicioso espíritu tendría margen para sutiles ironías, y acaso opinara que siendo más difícil a la mujer descubrir un bello pie que extender la siempre desnuda y visible mano, ella prefiera, por natural contradicción, que un hombre pula, suavice y cuide sus rosadas plantas, mientras simplemente, entrega sus manos a los cuidados profesionales de una mujer.
Pero no he de aventurar sutilezas por no correr el riesgo de hacer difícil lo fácil, cosa que con demasiada frecuencia les ocurre a los sutiles.
Además, y tratándose de tan pedestre oficio, no vale la pena correr un riesgo, pues un oculto sentido de la armonía me ha insinua do que los riesgos hay que correrlos por elevados asuntos, asuntos que, en el tren que estamos, tendrían que ser los ojos y los cabellos, los que han de merecernos capítulo aparte.
Bien haya, pues, por las manicuras que se mantienen a media elevación -obsérvese que las manos penden más o menos hasta la mitad del cuerpo- y que han sabido hallar el medio de ganar su vida con un arte que, si no iguala al de los enceguecidos artífices del Renacimiento, contribuye a la belleza exterior y al brillo de la vida -el brillo, desde luego-. Y qué perfecta armonía la de este modesto y lucrativo oficio con el deseo de los defensores de la feminidad hasta en las tareas que la vida impone a la "mujer moderna".
Porque una manicura, cierto es, no necesita de gran imaginación para cumplir con sus elegantes tareas.
Le basta un poco de prolijidad, agua tibia, perfumados jabones, discreto carmín, tijeras, pinzas y ungüentos, cosas estas entre las que las mujeres deben hallarse -según sus enemigos- como el colibrí entre rosas, pues las tijeras, pinzas y perfumados ungüentos nacieron de una sonrisa de Eva, según una mitología especial para manicuras que se escribirá algún día, el ocio mediante.
Y obsérvese además, para convenir en la feminidad de este oficio, con cuáles femeninos modos se conducen sus elementos de trabajo.
El agua tibia, elemento básico, tiene propiedades emolientes, persuasivas e insinuantes.
No hay tejido que resista a su insistencia continuada: los poros se dilatan, y las expansivas moléculas los penetran poco a poco hasta que las duras cutículas ceden su rigidez.
Diez, veinte minutos, media hora de este lento trabajo del agua persuasiva, y de tímida apariencia, y ya está el terreno preparado para que entren en función las sabias pinzas, las que con la misma prudencia del agua, pero con mayor sentido electivo, escarban los puntos débiles, conforman los detalles y libran los tejidos de adversarios molestos.
Pero nada sin duda manejan las manicuras con tanta propiedad como las tijeras.
Las poseen de todos tamaños y formas: unas son finas, delgadas y puntiagudas como una indirecta; otras son arqueadas y leves como una mala intención; las hay romas y elegantes, vulgares y aristocráticas, cortas y largas, anchas y angostas, acertando así, en la perfección de los cortes, que es una de las especialidades del sexo.
Luego se ha sospechado siempre que las manicuras tuvieran un sentido especial de la vida, un sentido instintivo que tampoco requiere gran imaginación; algo así como un olfato congénito de que la debilidad humana sucumbe más fácilmente ante los cuerpos brillosos que ante la fea y tosca opacidad.
Hasta en esta comprensión es oficio de mujer el de las manicuras, y la cantidad respetable que trabajan con las bellas manos, y con singular fortuna en esta elegante ciudad americana, deben contar indudablemente con el beneplácito de los que miran con horror las tareas masculinas desempeñadas por mujeres.
Por lo que a mí respecta, si en una futura vida me cupiera en suerte transmigrar al tibio cuerpo de una gentil mujer, elegiría también este oficio blando, discreto, que realiza su tarea en el pequeño saloncito o en el perfumado "boudoir", cuando las femeninas cabelleras caen lánguidamente sobre las espaldas, y los ojos están húmedos de esperanza y un ligero temblor en los dedos descubre a los ojos extraños la inquietud deliciosa del íntimo sueño.
Porque, feliz ser, dotado de la imaginación de mi anterior vida masculina, me daría a investigar manos como quien investiga mundos.
Me embarcaría así por los surcos hondos de las palmas como por ríos sinuosos en busca de puertos reveladores.
E iría descubriendo el trabajo lento del alma en los cauces misteriosos y las maravillas de los puertos finales de esas revelaciones quirománticas.
Pero no os alarméis todavía, oh, bellas mujeres que contribuís con vuestra agraciada frivolidad al bienestar económico de tantos hogares, pues la transmigración es fenómeno negado por la autoridad científica, y mi última palabra era que el oficio de manicura, oficio de mujer indispensable en nuestra gran metrópoli, requería escasa imaginación.
Por la blanda arena que lame el mar
Su pequeña huella no vuelve mas,
Un sendero solo de pena y silencio llego
Hasta el agua profunda,
Un sendero solo de penas mudas llego
Hasta la espuma.
Sabe dios que angustia te acompaño
Que dolores viejos callo tu voz
Para recostarte arrullada en el canto
De las caracolas marinas
La cancion que canta en el fondo oscuro del mar
La caracola.
Te vas alfonsina con tu soledad
Que poemas nuevos fuiste a buscar ...?
Una voz antigua de viento y de sal
Te requiebra el alma y la esta llevando
Y te vas hacia alla como en sueños,
Dormida, alfonsina, vestida de mar ...
Cinco sirenitas te llevaran
Por caminos de algas y de coral
Y fosforecentes caballos marinos haran
Una ronda a tu lado
Y los habitantes del agua van a jugar
Pronto a tu lado.
Bajame la lampara un poco mas
Dejame que duerma nodriza en paz
Y si llama el no le digas que estoy
Dile que alfonsina no vuelve ...
Y si llama el no le digas nunca que estoy,
Di que me he ido ...
Te vas alfonsina con tu soledad
Que poemas nuevos fuiste a buscar ...?
Una voz antigua de viento y de sal
Te requiebra el alma y la esta llevando
Y te vas hacia alla como en sueños,
Dormida, alfonsina, vestida de mar ...
Su pequeña huella no vuelve mas,
Un sendero solo de pena y silencio llego
Hasta el agua profunda,
Un sendero solo de penas mudas llego
Hasta la espuma.
Sabe dios que angustia te acompaño
Que dolores viejos callo tu voz
Para recostarte arrullada en el canto
De las caracolas marinas
La cancion que canta en el fondo oscuro del mar
La caracola.
Te vas alfonsina con tu soledad
Que poemas nuevos fuiste a buscar ...?
Una voz antigua de viento y de sal
Te requiebra el alma y la esta llevando
Y te vas hacia alla como en sueños,
Dormida, alfonsina, vestida de mar ...
Cinco sirenitas te llevaran
Por caminos de algas y de coral
Y fosforecentes caballos marinos haran
Una ronda a tu lado
Y los habitantes del agua van a jugar
Pronto a tu lado.
Bajame la lampara un poco mas
Dejame que duerma nodriza en paz
Y si llama el no le digas que estoy
Dile que alfonsina no vuelve ...
Y si llama el no le digas nunca que estoy,
Di que me he ido ...
Te vas alfonsina con tu soledad
Que poemas nuevos fuiste a buscar ...?
Una voz antigua de viento y de sal
Te requiebra el alma y la esta llevando
Y te vas hacia alla como en sueños,
Dormida, alfonsina, vestida de mar ...
Con la mira en la mujer futura - 20.06.2014 - lanacion.comViernes 20 de junio de 2014 | Publicado en edición impresa
Con la mira en la mujer futura
En sus notas de actualidad, la poeta acometía irónicamente contra la sociedad de su tiempo, en la que las mujeres solían ser vistas con condescendencia, y reprobaba a la vez la apatía de sus propias congéneres
Cuando, a comienzos de 1919, el emigrado libanés Emir Emín Arslán le propuso a Alfonsina Storni escribir en la sección "Feminidades" de su revista La Nota, probablemente ninguno de los dos imaginaba que ese material podría trascender la inmediatez de una publicación periódica y llegar a lectores del siglo XXI. La propia Alfonsina pareció aceptar la tarea con resignación, privilegiando razones económicas más que su voluntad de dedicarse exclusivamente a la poesía. De hecho, en la breve crónica que inauguró la sección, Alfonsina contaba que la propuesta de Arslán le había llegado un triste día de lluvia, en el que leía la biografía de Verlaine, y que finalmente aceptó no sólo por influjo de sus halagos ("quiere un genio" para su sección) sino también porque "el sexo femenino es resignado por hábito".
A pesar de estas coqueterías intelectuales, y de los esperables resquemores de una escritora que ya congeniaba con el feminismo organizado, Alfonsina logró hacer un uso por cierto crítico, irónico, pero a la vez no exento de empatía y de sutil pedagogía, de la columna dedicada a las "feminidades", tarea que luego también pudo desempeñar, con mayor habilidad aún, en el diario LA NACION entre 1920 y 1921. Parte de ese valioso material es el que integra Un libro quemado, compilación de prosas periodísticas realizada por las investigadoras Mariela Méndez, Graciela Queirolo y Alicia Salomone, y que es una reedición ampliada de su primera compilación, Nosotras. y la piel, publicada en 1998 por Alfaguara.
Dividido en seis ejes temáticos que puntualizan en la reflexión sobre el feminismo, en los perfiles de mujeres urbanas y trabajadoras, en la idea de masculinidad y finalmente en los rituales e instituciones sociales, el libro saca a la luz un valioso material que traza una imagen renovada de Storni, alejada de esa construcción mítica y romántica centrada exclusivamente en la zona amorosa de su poesía, en su suicidio en el mar y en su condición de madre soltera. Por el contrario, su enunciación es aquí segura y aguda para la crítica social, y siempre dispuesta tanto al humor como a la exhibición de la propia sensibilidad. Sin exceso de intelectualismo, con claridad pero también con ironías, desde sus columnas de La Nota y de LA NACION (en estas últimas bajo el exótico seudónimo Tao Lao), Storni acometía contra la desigualdad genérica de su tiempo desde todos sus ángulos: criticaba, claro está, la ausencia de derechos políticos para la mujer, pero ante todo señalaba el anacronismo de que las mujeres no poseyeran siquiera derechos civiles y que siguieran siendo eternas menores de edad; pero se encarnizaba, sobre todo, con sus propias congéneres (a ellas iba dirigida su columna), más preocupadas por la moda o por "cazar" a un marido que por obtener una educación solvente o su independencia económica. Ante las profundas "feminidades" de su época, Alfonsina sentenciaba: "Es que acaso sienta hoy una gran piedad por la mujer, es que acaso la ame ideológicamente tanto que me vea obligada a atacarla para defenderla, para exaltar a la mujer futura".
En el marco de la consolidación de los estudios de género desde la década de 1980 -parte de los llamados "estudios culturales"-, pero sobre todo, más próximo en el tiempo, en el marco de los nuevos estudios sobre los vínculos entre literatura y periodismo que se consolidan en las universidades latinoamericanas, la obra periodística de Alfonsina Storni encuentra hoy entusiastas lectores, capaces de valorar textos que ella misma consideraba de segundo orden en su proyecto literario. Como muchos escritores contemporáneos, tanto de su generación como de la siguiente -Horacio Quiroga, Roberto Arlt, Raúl y Enrique González Tuñón, Jorge Luis Borges, entre otros-, las colaboraciones para revistas y diarios seguían motivos económicos, y si bien, desde la perspectiva actual, su valor literario es innegable, no eran apreciados de la misma manera ni por sus autores ni por los cánones respecto de lo "literario" del campo cultural de esos años.
En la actualidad, el rescate de valiosos textos escritos al correr de la pluma por parte de prestigiosos escritores que ejercieron el periodismo es una tendencia que crece y que evidencia cuán cambiantes (cuán históricos) son los criterios de valor en literatura. Testimonio de esta transformación son las numerosas compilaciones de aguafuertes de Roberto Arlt que se han editado desde la década de 1990; los Textos recobrados de Jorge Luis Borges, incorporados ya a sus Obras completas; la Obra periodística de Paco Urondo, recientemente publicada o Los libros de la guerra, de Rodolfo Fogwill, verdadero contrapunto de su obra narrativa. Una tendencia equiparable a la de los estudios sobre "escrituras del yo", que rescata también de los archivos los diarios y las cartas personales de escritores consagrados.
A diferencia del lugar que ocupa hoy la poesía de Storni entre el lote de los modernistas tardíos, de difícil lectura actual, su prosa periodística encuentra, entonces, nuevos marcos de recepción, gracias también a la profunda actualidad de sus temas. La antología de Méndez, Queirolo y Salomone rinde cuenta de ello, pero no está sola: se publicará, también este año, Escritos: imágenes de género (Eduvim), otra similar compilación de prosas periodísticas y cuentos de Storni inéditos en libro, a cargo de la rosarina Tania Diz. Ambos volúmenes, precedidos por sólidos estudios preliminares, contribuirán sin duda no sólo a renovar el retrato actual de Alfonsina, sino también a confrontar las actuales desigualdades de género con una lúcida voz que nos interpela desde el pasado, sólo en apariencia lejano.
La autora es doctora en letras e investigadora del Conicet. Escribió La imaginación científica. Literatura fantástica y ciencias ocultas en el Buenos Aires de entresiglos (1875-1910) (2014)
el dispensador dice:
hay historias que terminan en la playa,
hay historias que comienzan en la playa,
algunas terminan en los arrecifes,
otras en los acantilados,
algunas... nunca acaban...
se convierten en letras,
se transforman en palabras,
en versos, rimas, bosques o ramas,
y todas ellas muestran la estirpe,
que anida en el linaje de alguna raza...
hay mujeres que dan vuelta la página,
doblan la historia porque ésta las abraza,
las elige para establecer una traza,
una forma que hace esfera al tiempo que pasa,
ellas son las únicas que pueden cerrar una puerta... para descubrir un mañana...
y simplemente se van sosteniendo en alto el altar de la última palabra,
ni siquiera regresan... por un momento... una última mirada...
se sumergen en la historia hasta ahogarse en la alianza,
todo lo que sigue es novedad para el que nace en busca de su gracia...
hay sirenas que no tienen playa...
emergen a la vida para quebrar el codo de los que no tienen playas...
duran un destello... hasta que encienden la llama...
luego se van... sin decir nada.
JUNIO 28, 2014.-
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