domingo, 29 de junio de 2014

XILOFÓN DE PIEDRA ▲ El fracaso de Ortega y Gasset | Opinión | EL PAÍS

El fracaso de Ortega y Gasset | Opinión | EL PAÍS





PIEDRA DE TOQUE

El fracaso de Ortega y Gasset

El filósofo quiso democratizar España, volverla europea mediante la persuasión; en eso consistía su liberalismo. Pero la desilusión con la República y la sublevacion fascista enterraron su proyecto



FERNANDO VICENTE


 Me hubiera gustado escuchar una conferencia de Ortega y Gasset, o, mejor todavía, seguir alguno de sus cursos. Todos quienes lo oyeron dicen que hablaba con la misma elegancia e inteligencia que escribía, en un español rico y fluido, muy seguro de sí mismo, con ciertos desplantes vanidosos que no ofendían a nadie por la enorme cultura que exhibía y la claridad con que era capaz de desarrollar los temas más complejos. La doctora Margot Arce, que fue su alumna, me contaba en Puerto Rico, medio siglo después de haberlo oído, el silencio reverencial y extático que su palabra imponía a su auditorio. Me lo imagino muy bien; incluso cuando uno lo lee —y yo lo he leído bastante, siempre con placer— tiene la sensación de estarlo oyendo, porque en su prosa clara y frondosa hay siempre algo de oral.
La biografía que acaba de publicar Jordi Gracia (Taurus), muestra un Ortega y Gasset mucho menos recio y firme en sus ideas y convicciones de lo que se creía, un intelectual que de tanto en tanto experimenta crisis profundas de desánimo que paralizan esa energía que, en otras épocas, parece inagotable, y lo lleva a escribir, estudiar y meditar sin tregua, durante semanas y meses, produciendo artículos, ensayos, una correspondencia ingente, dando clases y conferencias y desarrollando al mismo tiempo una labor editorial que dejaba una huella importante en la cultura de su tiempo. Muestra, también, que ese trabajador infatigable era, como un Isaiah Berlin, prácticamente incapaz de planear y terminar un libro orgánico, pese a tener la intuición premonitoria de tantos, que nunca llegaría a escribir, porque la dispersión lo ganaba. Por eso fue, sobre todo, un escritor de artículos y pequeños ensayos, y, sus libros, todos ellos con excepción del primero —las Meditaciones del Quijote— recopilaciones o inconclusos. Nada de eso empobrece ni resta originalidad a su pensamiento; por el contrario, como ocurre con los textos casi siempre breves de Isaiah Berlin, los artículos de Ortega son generalmente algo mucho más rico y profundo que lo que suele ser un artículo periodístico, planteamientos, exposiciones o críticas que a menudo abordan temas de muy alto nivel intelectual y cargados de sugestiones a veces deslumbrantes y, sin embargo, siempre asequibles al lector no especializado.


La impotencia lo condujo al silencio, pero nunca traicionó su propio ideal de coexistencia ilustrada



Por eso ha hecho muy bien Jordi Gracia rastreando como un sabueso toda la trayectoria de los artículos de Ortega y Gasset ; es la más segura manera de acercarse a su intimidad de pensador y de escritor, de averiguar cómo discurría en él su vocación de filósofo y de literato. Todo comenzaba por una idea o una intuición que volcaba en un artículo (a veces en varios). De allí, ese embrión pasaba la prueba de una clase o una charla pública y, enriquecido, cuajaba en un ensayo. Aunque muchas veces tenía la idea de prolongarlo en un libro, por lo general no pasaba de allí, porque otra intuición, hallazgo o invención genial lo desviaba a otro artículo, que, luego, siguiendo el mismo itinerario, terminaba desembocando en uno de esos ensayos —con frecuencia excelentes y a menudo soberbios— que son la columna vertebral de su obra y que ocuparon gran parte de su vida.
Jordi Gracia muestra también que la vocación política fue tan importante en Ortega como la intelectual. En su juventud, en su temprana y media madurez, ambas vocaciones se fundían en una sola ; quería ser un gran pensador y un gran escritor para cambiar a España de raíz, volverla europea, modernizarla, democratizarla, lo que para él —como para los intelectuales que atrajo a la Agrupación al Servicio de la República— significaba llevar a gobernar el país a sus hijos más cultos, inteligentes y decentes, en vez de esa clase política que desprecia por mediocre, falta de ideas y de creatividad, acomodaticia y cínica. A tratar de formar un movimiento que materialice ese proyecto dedica buena parte de su tiempo, pues él está convencido que se trata de una acción cultural, de diseminación de ideas nuevas y fértiles, y eso explica que se vuelque de ese modo a una tarea periodística, en diarios y revistas, convencido de que esa es la mejor manera de cambiar la política en uso, contagiando entusiasmo por unas ideas y unos valores que deben llegar al gran público de la misma manera que llegaban a sus estudiantes: a través de la persuasión. En eso consistía lo que él llamaba su “liberalismo”, aunque, muchas veces, le añadiera la palabra socialismo, para indicar que aquella revolución cultural de la vida política no estaría exenta de un fuerte contenido social. La República le pareció que era el régimen más propicio para aquella transformación política de España.
Sin embargo, aquellos no eran tiempos para la sana controversia de las ideas como quería Ortega, sino la de los fanatismos encontrados en la que los insultos y las pistolas reemplazaban rápidamente los debates y los diálogos entre los adversarios. Este será el gran fracaso de Ortega, la absoluta inoperancia de aquella pacífica revolución cultural que proponía y que, primero la violenta experiencia republicana y luego la sublevación fascista y la guerra enterrarían por más de medio siglo.

Fue un gran error de su parte volver en plena dictadura creyendo que el régimen se abriría

El libro de Jordi Gracia da cuenta pormenorizada y con admirable objetividad de la traumática experiencia que significó para Ortega el desmoronamiento de todos sus anhelos políticos. Primero, la desilusión que tuvo con la República que no se parecía en nada a aquella ilustrada coexistencia en la diversidad que había previsto, y, luego, la sublevación militar y la Guerra Civil. La impotencia lo condujo al silencio. Pero nunca traicionó su propio ideal, aunque admitiera que, en esa circunstancia, era simplemente impracticable, desprovisto de toda realidad. El silencio que guardó en tantos años de exilio, en Francia, en Portugal, en Argentina, desprestigió a Ortega a los ojos de muchos. Yo creo que fue un acto de gran coraje tratar de mantenerse al margen, sin tomar partido, por dos opciones que le parecían igualmente inaceptables: el fascismo y una república muy poco democrática, dominada por los extremismos sectarios.
Creo que fue un gran error de su parte volver a España en plena dictadura, creyendo ingenuamente que con la posguerra el régimen se abriría; y la verdad es que lo pagó caro, pues, como muestra con lujo de detalles Jordi Gracia, a la vez que seguía siendo atacado (y silenciado) con ferocidad por el nacional catolicismo, ciertos sectores falangistas trataban de apropiárselo, sembrando la confusión en torno de él, al extremo de que seguidores suyos tan fieles como María Zambrano llegaran a creer que había traicionado sus viejos ideales. Nunca los traicionó; hasta el fin de sus días fue laico y ateo y defensor de una democracia liberal signada por la tolerancia. Al mismo tiempo, pese a la incomodidad política permanente en la que pasó sus últimos años, su vitalidad intelectual nunca cesó de manifestarse, en ensayos y artículos que recobraban a veces el vigor expresivo y la riqueza creativa de antaño. El reconocimiento que tuvo en los últimos años fue en el extranjero, en Alemania sobre todo, pero también en Inglaterra y en Estados Unidos. En España, en cambio, y hasta hoy día, nunca se le ha reivindicado del todo, porque, para unos, es una figura ambigua y reticente, que mantuvo durante la Guerra Civil y la inmediata posguerra un silencio cobarde que constituía una discreta complicidad con los fascistas, o un conservador de viejo cuño, inadaptado e irremisiblemente enemistado con la modernidad.
Uno de los grandes méritos del libro de Jordi Gracia es que, sin excusarle ninguna de sus equivocaciones y errores políticos, ni dejar de señalar cómo a veces la vanidad lo cegaba y lo llevaba a exagerar sus exabruptos, hecho el balance, Ortega y Gasset es uno de los grandes pensadores de nuestra época, y que, precisamente en el tiempo en que vivimos —no en el que él vivió— sus ideas políticas han sido en buena medida confirmadas por la realidad. Leerlo ahora no es un quehacer arqueológico, sino una inmersión en un pensamiento candente, muy provechoso para encarar la problemática actual, a la vez que disfrutar del placer exquisito que produce un escritor que pensaba con gran libertad y originalidad y expresaba sus ideas con la belleza y la precisión de los mejores prosistas de nuestra lengua.
© Derechos mundiales de prensa en todas las lenguas reservados a Ediciones EL PAÍS, SL, 2014.

© Mario Vargas Llosa, 2014.


el dispensador dice: mirá, querido Osvaldo (Dománico)... no sé por qué llegaste a mi, que soy un ilustre desconocido, más desconocido que ilustre... pero la vida nos cruzó, y ello es razón suficiente como para que comparta contigo, hombre de DIOS si los hay, esto de los éxitos y los fracasos... con el tiempo, mi querido amigo del alma, más que hermano... he descubierto que no hay ni éxitos ni fracasos, ni tampoco se gana ni se pierde, simplemente circulamos por nuestro tiempo, aprendiendo o no de nuestras circunstancias... cuando llegamos aquí no sabemos, no podemos saber, tenemos una memoria del karma que arrastramos de otras vidas, pero ella sólo se manifiesta en raras ocasiones, en elegidos del vaya a saber por qué, y yo que la llevo conmigo como si se tratase de un ayer eterno, veo que los sabios tienen derecho a errar y que ello no los desmerece, por el contrario, los enaltece ante su propio espíritu... ante DIOS... pero sobre todo ante el ESPÍRITU SANTO que es quien concede las gracias... e incluso ante el VERBO, que es quien recibe nuestras plegarias...

mirá, querido Osvaldo (Dománico)... a veces me pregunto si es Shakespeare... otras me pregunto si es el Cervantes... ambos son genios de distintas lenguas, pero de un mismo principio filosófico, ése que no se aprende en ninguna universidad, porque debes portar sus semillas para poder hacer crecer sus germinales transformándolas en plantas idearias e ideológicas... ¿sabes?... me costó mucho aprender el idioma inglés porque nunca me caractericé por el oído... y me cuesta la fonética, mucho... me costó durante los siete años del profesorado, y me costó menos cuando me perdí en las calles anglosajonas y debí aprender a escucharlo de aquellos que no me tomaban examen... curiosamente nunca pude entender por qué se me pegaba el alemán... he supuesto, por comodidad, que se me pegaba por mis afinidades con el latín y con el griego... pero en verdad, para serte sincero, nunca supe por qué las afinidades fonéticas... y me estoy yendo de esta vida sin comprender por qué se me pegaba el japonés, por qué se me pegaban lenguas raras y en esencia, por qué las gentes se me acercaban en las calles asumiendo que era uno más de ellos mismos... algo así como un sacerdote sin sotana... sencillo de alma, pobre por convicción...

te diré mi querido Osvaldo (Dománico) que supe ser buen alumno de un Astolfi con mayúsculas... un incunable viviente, un sabio sin tiempos... un Shakespeare o un Cervantes sin pompas... tampoco entendí por qué, pero supe ser amigo y hermano de Ricardo Mello Vargas, un anónimo autodidacta de su destino, sabio de rutinas y de lenguas perdidas... no entendí ni pude hacerlo nunca, el por qué de mi hermandad con Horacio José González, muerto trágicamente en el Colegio Militar de la Nación allá por 1969... algo que no es de este mundo supo unirnos por lapsos cortos pero ricos, riquísimos de puentes y vínculos... muchas otras cosas no sé... pero estoy complacido por lo hecho, habiendo aprendido que los triunfos estupidizan las almas, mientras que las derrotas las frustran, sin embargo ninguna de ambas existen... no hay triunfos... porque se vuelven derrotas... y tampoco hay derrotas, porque se transforman en triunfos... y comprenderlo es de sabios... sólo de ellos...

te diré mi querido Osvaldo (Dománico) que la vida te bendijo al traerte hasta mi puerta... y también te diré que fui bendecido por tu presencia mágica y prodigiosa... indudablemente DIOS sabe por qué reúne a sus hijos en un momento dado, nunca antes, nunca después... y así debe ser... y debemos agradecer por ello... 

te diré mi querido Osvaldo (Dománico) que ayer estuve a metros del xilofón de piedra, allá por los tres mil y pico de metros de altura, camino al cielo, poco después de las nubes... no quise llegarme hasta él para hacerlo sonar como cuando estaba Elsa Verón y sus magias de colores y paisajes... no obstante ello, lo escuché sonar en mi corazón... y una de sus notas sonó por vos y toda tu familia... y por algo será... ya que los xilofones de piedra dejaron de sonar cuando el último inca se apagó para siempre, llevándose consigo la sabiduría de los quipus musicales... que desde entonces se guardan en silencio hasta que alguien, elegido, los descubra nuevamente...

finalmente, te diré mi querido Osvaldo Dománico... que he agradecido a DIOS por cada día de la vida en que pudimos cruzar nuestros respectivos puentes para compartir la luz de nuestro Señor... sólo quiero decirte, dejándote en claro, que por algo será... una bendición más. JUNIO 29, 2014.-

antes de irme, quiero decirte que los sabios no cometen errores... simplemente viven sus circunstancias, aún cuando otros los califiquen o los descalifiquen... tu que eres hombre de DIOS... lo sabrás entender, como corresponde.

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